-Alice Grace-
No podía creer que esto realmente me estaba pasando a mí. Se suponía que jamás debía encontrarme de nuevo con ese hombre. Clark Devilson. ¿Qué hacía un Omega exiliado como él en este lugar? Han pasado 7 años desde la última vez que lo vi. Y sí, luce exactamente igual; grande y fornido como un toro, vestido con uniforme de la policía y una placa dorada en el corazón.
Esto no está pasando.
Nuestras miradas se cruzan y siento como su corazón da un salto. Me observa firmemente. Atónito. Y por supuesto, como todo hombre, la lujuria comienza a brotar por cada poro de su piel. Puedo verla, olerla y sentirla. Así que respiro profundo, manteniendo la calma y dejo mi apetito venenoso a un lado justo cuando inevitablemente el desgraciado se acerca.
—Señorita Grace, a pasado tanto tiempo... no esperaba verla por aquí.—comenta con ironía. Su arrogancia marcando su varonil rostro como la madera esculpida.
—¿Qué le puedo decir señor Devilson? Yo podría decir lo mismo de usted. Si me disculpa, debo ir...
—Espere ¿Cuál es la prisa? Hace unos 7 años que no nos vemos. Me gustaría charlar con usted un poco más. Y así aprovecho para hacerle algunas preguntas... si no es mucha molestia.
M*****a sea. Este tipo no va a dejar que me vaya con facilidad. Y no se qué es peor, si esos ojos miel dorados llenos de soberbia, o lo bien que se ve vestido de policía. Tenía algunas interrogantes revoloteando en mi cabeza. Pero eso significaba hablar y extender el incómodo momento. Y aunque Sam aún no había salido de clases, yo debía regresar a mi puesto en la consulta antes de que noten mi ausencia.
—Supongo que puedo esperar un poco. Pero debo regresar al servicio en pocos minutos.
—Entiendo.—lo veo detallarme de arriba a abajo—Así que ahora eres doctora. Eso es... respetable. Y muy... sexi.
—La vida da muchas vueltas.
—Debo decir que estoy sorprendido. Sin duda la doctora más hermosa en todo este hospital.
—¿Cuáles son las preguntas, señor Devilson?—añadí ligeramente cortante.
El río socarronamente.—Vale, directo al grano ¿eh? como quieras.
Esperé. Él comprobó que nadie nos estuviera oyendo.
—Señorita Alice, habrá notado que últimamente han ocurrido cosas extrañas. Digo, más de lo usual, ya sabes.
—Explicate.
—Tú sabes de qué hablo, Grace. Muertes sin explicación. Accidente con colmilludos. Mordidas mortales, desgarramientos, algunos cesos batidos. Ya sabes, cosas de nuestra gente.
—No que yo sepa. Aunque hace poco llegó un hombre en estado catatónico. Y tenía los ojos inyectados en sangre. Como si...
—Hubiese visto a un bacilisco.
—Sí. Pero pensé que ya se habían extinto.
—Es lo que todos creen. Pero recuerda que para muchos, los súcubos también están extintos. Y mira... tú estás muy viva.
Lo miró con furia. Mis ojos de seguro brillando en un intenso rosa zafiro.
—No vuelvas a decir eso es voz alta. Y hazme el favor y lárgate.
—Vale vale, señorita Grace. No hay nadie cerca. Es nuestro secreto, aunque vale la pena hacerte enfadar solo por ver esos sublimes ojos de diamante rosa. En fin, ahora yo debo...
Un par de enfermeros cruzaron de repente, claramente agitados. Me dirigí a uno de ellos.
—Raul ¿Qué ocurre?
—Doctora Grace, acaban de llegar dos jóvenes en estado catatónico. No parecen responder. Los padres no saben el por qué y no refieren nada relevante. Nos pidieron buscar al especialista.
—Dios, otra vez.
El enfermero se marchó. Y Clark y yo cruzamos miradas.
—Parece que es mi día de suerte. Llamaré a mis colegas, tenemos un caso aquí.
Lo veo hablar por un radio que tenía en el cinturón. Aún no puedo creer que ahora sea policía.
—Vamos, iré contigo.
—Pensé que morías de ganas por que me fuera.
—Las cosas cambiaron. Si hay alguien que puede ayudar a esos pacientes, soy yo. Y tú, bueno... estás haciendo tú trabajo. ¿Policía, eh?
Clark rio. Esa sonrisa blanca y perfecta que en aquel tiempo me atrapó. Y me engañó.
—Tú lo dijiste. Las vueltas de la vida.
Salimos rumbo a emergencia. Allí, ya varios médicos estaban rodeando a los pacientes del nuevo ingreso. Algunos interrogaban a sus familiares en busca de respuestas que pudieran explicar lo sucedido.
Clark y yo nos acercamos. Y en efecto, los dos chicos, de unos 24 años, estaban perplejos mirando al vacío. Sus ojos inyectados en sangre y sus pupilas asombrosamente dilatadas. Supe de inmediato lo que les pasaba. Una parálisis neuronal que afecta la motricidad muscular, facial y oculomotora. Ellos nos oían, incluso debían poder ver lo que ocurría a su alrededor. Pero no eran capaces de moverse.
Una auténtica tortura. Pero ese frío miedo que brotaba de ellos, lo que me rebelaba que aquélla "afección" no tenía un origen precisamente común.
Clark comenzó a revisarlos. Uno de mis colegas lo interrumpió pero yo le pedí que lo dejaran hacer su trabajo. Ya otros policías habían llegado. Uno de ellos les mostraba unas fotos a mi ex novio. Logré alcanzar a ver una de ellas. Era de otra víctima, con la misma expresión perdida en el rostro.
Sea lo que sea que estaba ocurriendo... debía tener días en movimiento.
Aparté a Clark de los demás.
—¿Cuánto tiempo tiene pasando esto?
—Más de un mes. Pero aún no estábamos seguros. Algunos casos pasaron desapercibidos. Hasta que...
—¿Hasta que qué?—lo miré, su entrecejo arrugado mientras parecía tratar de recordar. Sentí un pinchazo de culpa en mi pecho. Esa expresión... era idéntica a la de Sam. Y pensar que allí estaba yo, hablando como si nada con el padre de mi hijo. Y él, no tenía idea de que era papá.
Decir que la situación era extraña sería quedarme corta.
—Hasta que un miembro de mi manada fue encontrado así. Esta ingresado en el Orlando Wens, y tiene ya dos semanas en coma.
—Dios mío.
Clark levantó una ceja hacia mí.—Pense que los demonios no podían nombrar a Dios sin quemarse la lengua.
—Estupido. Soy mestiza, recuerda.
—Ah si, cierto. Media humana. Eso lo explica.
—Un momento, acabas de decir ¿mi manada?—Dudé, confundida—¿Qué hace un omega como tú en una manada?
Para mi sorpresa el policía soltó una carcajada y logré avistar sus colmillos inferiores algo prominentes.
—Mi preciosa y peligrosa mujer, tienes ante ti al Alfa de la manada Obsidiana. Ahora las órdenes la doy yo.
Una chispa de lujuria se encendió dentro de mí y supe solo esa pequeña aura tuvo un efecto en el hombre que tenía delante cuando sus ojos brillaron de un intenso rojo con un atisbo de deseo. El color de iris de los Alfas.
—Eres como una droga, preciosa Grace. Cuando desapareciste, pensé que me volvería loco. Casi no podía dormir, y estuve así durante meses. Te extrañé tanto...
Respiré profundo apagando el fuego en mi interior. Clark parpadeó, de pronto confundido por la repentina sinceridad que brotó de sus carnosos labios. Se aclaró la garganta y continuó.
—Como te decía... fue hace un tiempo, pero enfrenté al Alfa de esta manada. El perdió y antes de matarlo, le di a elegir. Él prefirió el exilió. Ahora yo mando. Por cierto, también soy el jefe de la cede de policía en la que presto servicio.
—Me impresionas. Siempre te gustó ser el que da las órdenes, y controla todo a su alrededor.
—Siento algo de resentimiento en tu voz, preciosa.
—Doctora Grace, para tí.
—Uf, eso sí que me calienta ¿Estás usando tus feromonas?
—La verdad es que no.
—Entonces podría ser que aún me traes loco. Es temprano, pero si hoy estás libre en la noche... podríamos salir a tomar algo. Incluso podría darte un poco de mi sangre... si te apetece.
—Gracias, pero paso. Estoy de guardia. Y en una hora debo ir a... buscar unas cosas.
—Vale, lo entiendo. Ten—añade, entregándome una tarjeta. Está dice: Oficial Clark Devilson.—Ese es mi número. En caso de que quieras hablar, o saber de mí.
Con una pequeña sonrisa, me guiñó un ojo y se marchó. Dejándome sola en el pasillo.
Saber que mi partida le había afectado tanto resultó extrañamente satisfactorio. Después de todo, ese imbécil me cambió por una loba. Y justo luego de... hacerme creer que realmente me amaba y que estaría conmigo por siglos y milenios.
Que se pudra.
Pero ahora se que el padre de mi hijo está cerca... y temo por Sam. Debo mantenerlo lejos de este mundo sobrenatural tanto como sea posible. Sin embargo, dicen que los hombres lobos son capaces de reconocer a sus crías por el olor...
Santo cielos ¡¿Qué demonios voy a hacer ahora?!
Han pasado dos días desde mi encuentro con Clark Devilson. Y debo decir que realmente me alegra no habermelo cruzado de nuevo. Es suficiente con el estrés del hospital, y el tiempo que demanda mi hijo como para también tener que soportar un mar de testosterona detrás de mí. Mantengo mi mirada al frente mientras conduzco. Solo la desvío para ver de reojo a Sam en el asiento del copiloto. Su piel blanca como la nieve luce brillante al contraste de aquel cabello negro azabache como el mío. Él nota que lo observo y encuentra mi mirada. Sus ojos son miel dorados, y creo que sobra decir a los que quien me recuerdan... El universo es irónico y gracioso cuando le conviene. Ver su carita feliz me alegra el alma. —¿Qué me vez mamá? Sonrío—¿No puedo ver al niño más hermoso del mundo? Mi querido hijo. Sam ríe apenado.—Los hombres no somos hermosos mamá. Esos dicen los otros chicos. Los hombres somos guapos. —¡Oh, perdón su majestad! Quise decir, al hombre más guapo y rudo del mundo. Sam
-Jeremy Bertelli-Si algo había comprendió a través de los años en el negocio familiar, era; que los hombres lobos podían ser realmente estúpidos. Después de todo, fuerzas no les faltaban, habilidad para rastrear menos, y ciertamente eran leales como perros. Sin embargo en cuanto a neuronas, no eran la mejor opción. Así que no estaba seguro de cómo les habría ido a Thomas y a Julius en la misión que les había encomendado. Eran solo cinco mujeres a las cuáles debían inspeccionar.Mientras descansaba en mi escritorio, fumaba un cigarro y tomaba una copa de vino, a la ves que observaba con curiosidad el cuadro que reposaba en la pared a mi izquierda. Entre mis reliquias japonesas, esa era una de mis favoritas. Una pintura antigua valorizadas en un millón de dólares. Databa de la era feudal y representaba la imagen de un sucubo. Un demonio con forma de mujer, cuya belleza era tan extraordinaria que el solo verla podía aturdir a cualquiera. Especialmente a los hombres. Después de todo, so
-Alice Grace-Sentí cuando el vehículo se estacionó frente a la casa. Por un instante me invadió el miedo, pero entonces miré por la ventana y vi que se trataba de un auto de la policía. Clark había venido...Un golpe de incertidumbre me sacudió el pecho. Fui corriendo hacia la habitación de Sam.—Sam, cariño ¿Estás despierto?Miré su pequeña figura sobre la cama. La lámpara de noche con forma de hongo iluminaba tenuemente la habitación. Y Sam ya se había dormido.Suspiré aliviada. Cuando la puerta sonó, bajé a recibir a la inesperada visita. Por un instante, la observé, insegura. Un secreto oculto durante años. Y ahora la verdad estaba detrás de esa madera. Tragué y respiré profundo. Debía calmarme. Los hombres lobos podían oler algunas emociones. Abrí.—Hola, Clark.Él no parecía muy contento. Me miraba fijamente.—Hola señorita Alice. Vine a verificar cómo estaban las cosas ¿Puedo pasar? Una parte de mi quería que se fuera, pero la otra, la que tenía miedo, esperaba que se quedar
Sam miro a Clark confundido—¿Quién es este señor? ¿Es policía? Clark lo mira en silencio. Parece haberse quedado sin palabras. Levanta una mano, mostrando un saludo amigable. —Hola chico, mucho gusto. Soy el oficial Clark Devilson. A tus servicios. —Hola, soy Sam. Usted es... un hombre perro ¿Verdad? Clark abrió los ojos de par en par. Casi tanto como yo. Y los dos dijimos en unísono. —¿Un qué? —Hombre perro. Tiene cola, y orejas. No entendía de que estaba hablando Sam. Pero no me gustaba. Clark parece lleno de curiosidad. —¿Puedes ver... lo que soy? —Sí. Como a mamá. Ella brilla. Y tienes alas. Clark y yo nos miramos. —¿Tú tienes alas?—me pregunta incrédulo. —No que yo sepa.—Miro a Sam y señalo su cuarto—Sam regresa a tu habitación. Ahorita subo. —Pero... —Sam, a tu cuarto. —Está bien. —Espera.—le oigo decir a Clark mientras se acerca rápidamente a Sam. No, no, no. —Clark, dejalo tranquilo.—le advierto. Quizás con demasiada fuerza. Lo mira, confundido. Como Sa
-Clark Devilson- Traer a Alice a la cede de la policía quizás no fue la mejor idea. Pero dejarla sola en su cosa, con nuestro... con su hijo perdido, era demasiado riesgoso. El único problema ahora, eran mis compañeros. Esos que no dejaban de preguntarme quién era la hermosa mujer que andaba conmigo. Y si ella llegaba a perder el control aquí dentro... esto podría ponerse realmente feo. Debían haber unos 50 hombres aquí, y tres mujeres. Así que la lleve a mi oficina. Y allí estaba, sentada viendo por la ventana mientras yo revisaba tan rápido como podía todos los informes de casos que me estaban llegando. Sentado a mi lado, Wilson, otro oficial; corpulento y alto, me ayudaba con parte del trabajo. Era uno de los tres colegas en los que más confiaba. Y el único que sabía sobre lo cambiaformas. —Jefe, ya van 8 casos en total sobre usted sabe que. —Tranquilo, la señorita Alice está al tanto de todo. Y podemos hablar sin claves. —Oh, vaya. No me diga que ella... —No, no es una lob
Alice Grace- Las calles de esa zona parecían despejadas y solitarias. Era el lugar perfecto para que cualquier delincuente o asesino se escondiese. Y era el espacio indicado para lo que estaba apunto de suceder. Clark me había dejado un par de cuadras antes, y desde allí solo tuve que caminar. Debían pensar que realmente había ido sola. Así que ahí estaba, en aquel apartado cruce de calles junto a un estacionamiento. Solo el viento soplaba, y algunos autos murmuraban a lo lejos el rugir de sus motores. Y la verdad es que no estaba asustada por mí. Había vivido tantas cosas durante mi siglo de vida, desde inicios de los noventa. Así que ni la muerte ni el miedo me visitaban muy seguido. Lo único que me generaba temor y angustia, era pensar en lo que le podrían estar haciendole a Sam. Respiré profundo y esperé. Ya debían tenerme en la vista. Los minutos pasaron y la tarde comenzó a oscurecerse. A través del pequeño micrófono en mi oreja, podía comunicarme con Clark y Wilson. Estaba
Habían pasado varias horas. Grité y golpeé y la pared. Algunas grietas ahora decoraban el cristal como relámpagos de ira. Cuando me cansé, la puerta se abrió. Y entró aquel hombre, junto a dos sujetos corpulentos. Los dos hombres lobo de aquel día. Todos llevaban unas máscaras con lentes polarizados y filtros de aíre. No sí, la Súcubo con Covid-19. Estúpidos. Rodé los ojos y me crucé de brazos. Los tres franqueaban la entrada. —Cuidado los contagio de ébola. —Muy chistosa mujer.—murmuró el líder—No creas que no sabemos lo que puedes hacer. Lo miro levantando una ceja.—¿Tienes miedo? Comencé a liberar mi belleza. El resplandor deslumbrando rápidamente el espacio. Pero ellos parecían no reaccionar. —Ni lo intentes, Demonio.—Estas máscaras bloquean tus feromonas y tú visión a medida que distorsionan levemente tu imagen. Estás indefensa. —Me halaga toda está preparación. —Señorita Grace. —Oh, ahora soy señorita. Si, dígame; ecuestrador repulsivo de infantes y agresor de mu
—Hola Clark. —¿Alice? ¡Por Dios mujer! ¿Dónde estás? ¿Estás bien? —Sí, lo estoy. No te preocupes. No veremos más tarde y te explicaré todo. Ya puedes retirar a tu gente de edificio Bertelli. —¿Te están obligando a pedirnos eso? —No. Todo esto es solo para ya sabes, pedir mis servicios. Otro milloranio que necesita ayuda para llevar a cabo ciertos planes. Lo usual. Jeremy tosió en su puño. Lo ignoré. —Entiendo. Entonces ¿Están bien San y tú? —Aquí está, divirtiéndose. Creo que ni me extrañó. —Aún así. Llevarse a una persona de esa forma es secuestro. Voy a meter preso... —No vas a hacer nada. Luego hablamos. Nos vemos a las 10 en mi casa. —Vale... ¿Pero seguro no hay problema? —Sí, seguro. Colgué el teléfono y se lo regresé a Jeremy. —¿No podrían rastrear ese teléfono? El río arrogante—Señorita Alice, un poco más de estima, por favor. Claramente todos mis teléfonos están bloqueados. Nadie los puede rastrear. —Lo imaginé. Entonces, qué ocurre. Cuéntame. Estábamos senta