Capítulo 4

-Alice Grace-

Sentí cuando el vehículo se estacionó frente a la casa. Por un instante me invadió el miedo, pero entonces miré por la ventana y vi que se trataba de un auto de la policía. Clark había venido...

Un golpe de incertidumbre me sacudió el pecho. Fui corriendo hacia la habitación de Sam.

—Sam, cariño ¿Estás despierto?

Miré su pequeña figura sobre la cama. La lámpara de noche con forma de hongo iluminaba tenuemente la habitación. Y Sam ya se había dormido.

Suspiré aliviada. Cuando la puerta sonó, bajé a recibir a la inesperada visita. Por un instante, la observé, insegura. Un secreto oculto durante años. Y ahora la verdad estaba detrás de esa madera. Tragué y respiré profundo. Debía calmarme. Los hombres lobos podían oler algunas emociones. 

Abrí.

—Hola, Clark.

Él no parecía muy contento. Me miraba fijamente.

—Hola señorita Alice. Vine a verificar cómo estaban las cosas ¿Puedo pasar? 

Una parte de mi quería que se fuera, pero la otra, la que tenía miedo, esperaba que se quedara. Tener a un alfa cerca era un voto de seguridad bastante bueno dada las circunstancias.

—Claro.

Una vez dentro, nos sentamos en el sofá. Lo vi mirar la casa con curiosidad. Y entonces su rostro se quedó helado. Cuando miré, no lo podía creer. 

Eran las fotos de Sam y yo en Disneyland. 

—¿Tienes un hijo?

Dios, si me oyes... ¿Por qué me hiciste tan estúpida? 

—Eh, si... su nombre es Sam. Y está dormido ahorita.

—No puedo creerlo. No sabía que tú podías... dar a luz. Los mestizos normalmente son estériles. O eso había oído.

—Eso es solo un mito. 

Sus ojos se entornan—¿Qué edad tiene exactamente ese niño?

—Tiene 6—mentí.

—Oh, veo que no perdiste el tiempo.

—Claro. Y tú, gran Alfa ¿Cuantos hijos tienes regados en tu manada? Porque si mal no recuerdo, luego de convertirse en jefe, el nuevo líder debe fecundar de una a tres lobas ¿No?

Clark parecía de pronto incómodo y algo... apenado.

—Sí. Es una tradición algo... exagerada, lo sé. Pero lo intenté. Ninguna de las tres quedó embarazada. Me hice unos exámenes y al parecer no puedo tener hijos.

Lo miró incrédula. Lo decía con tanta tranquilidad que no sabía si era una broma.

Clark me dio una sonrisa ladeada.—No estoy bromeando, preciosa. Nadie más en la manada lo sabe. Solo tú, porqué confío en ti. Ser un Alfa estéril podría poner a muchos en mi contra.

—Lo sé. Es solo que no me lo creo ¿Estás seguro?

—Eso me dijo una doctora. Que mis espermatozoides están dañados y se mueren antes de llegar a destino. Al parecer es una condición con la que nací, aún siendo de raza pura.

Por un instante estuve a punto de reír.

Hay mi amor, si supieras que uno de esos espermatozoides está ahorita durmiendo en su habitación.

—Lamento oír eso.

—¿Sabes algo? Te sonará gracioso. Pero cuando dijiste que tenías un hijo llegué a pensar qué...

—¿Podría ser tuyo? Lo siento, pero no. 

¿Se había ilusionado? no conocía esa faceta de él.

—Fue solo un momento de ingenuidad. Por cierto ¿Y el padre? Osea, tú pareja.

—Digamos que no le gustó la noticia de ser padre y se fue.

—Oh, vaya. Lamento oír eso.

—No te preocupes. En fin ¿quieres tomar algo? ¿Whisky o refresco?

—Claro. Un refresco, recuerda que estoy de turno. No puedo beber alcohol.

Abro los ojos sorprendida.

—¿Y este nuevo hombre, correcto y moral?

—Ja ja, que graciosa, demonia.

—No me digas así. Sabés que no me gusta.

—Lo sé —sonríe mostrando esa dentadura perfecta.

Cuando nos sentemos a tomar unos refrescos, reviso nuevamente la ventana, y regreso al sofá.

—Alice, en serio estás asustada ¿Cierto?—me pregunta con voz suave. Siento que este nuevo Clark es un total desconocido.

—Un poco. Es solo que tengo un mal presentimiento sobre todo esto.

—Tranquila, para eso vine. Cuentame que sucedió hoy.

Comencé a explicarle lo que había pasado. Y por suerte ninguno quiso hablar sobre nuestra discusión por teléfono. Ese tema era un poco incomodo para ambos.

Cuando terminé de contarle, Clark se queda pensando.

—Dijiste que el hombre que te había mandado a buscar se llamaba Jeremy Bertell ¿No?

—Sí.

—Creo que se quién es. He oído de Benardino Bertelli. El dueño y director de empresas Motrix. Un tipo forrado en dinero, y un conocedor de nuestra gente. Tiene hombres lobos, brujos, incluso vampiros, trabajando para él. Ese tipo es un magnate, y en definitiva, muy peligroso. Si ese hombre es apellido Bertelli... podría tratarse de alguno de sus nietos. Dicen que nacieron con la misma astucia de su abuelo. Los tres son de cuidado.

—En pocas palabras, hay un sujeto milloranio detrás de mí. Nunca pensé que eso me molestaría tanto.

—Alice, en serio. Debemos tener cuidado. Ellos explotan el mundo sobrenatural a su antojo, con el fin de extender su monopolio. Solo Dios sabe para qué fin te quieren. Pero no permitiré que le hagan daño, ni a tí, y muchos menos a tu hijo.

Sin darnos cuenta allí estamos, mirándonos el uno al otro.

—Gracias Clark.

—Veo que aún te pongo algo nerviosa...

—No te rías, idiota.

Le di un golpe en el hombro.

—Eso duele, mujer.

—Llorón.

Alguien tocó la puerta. De inmediato Clark sacó su arma y se posó a un lado de la entrada. Yo fui a abrir, pero primero pregunté.

—¿Quién es?

—Buenas noches Alice. Es Gina, te traje pastel de cho-co-la-te, el favorito de Sam.

Dejé salir el aire en mi pulmones. Clark rodó los ojos y guardo el arma.

Abrí. La señora Gina era una mujer refinada, de cabello rubio hasta los hombros, buen peinado y maquillaje intacto. Siempre usaba prendas costosas, collares de perlas y pulseras de oro. Lo curioso de ella era que, aunque tenía dinero, era muy alegre y amable con todo el vecindario. En especial con Sam, razón por la cuál me agradaba.

—Hola señora Gina, disculpe, es que me tomó por sorpresa.

Sus ojos se abrieron cuando vio a Clark pararse detrás de mí.

—Oh, ya veo... eso explica el auto allí afuera. —se aclaró la mi garganta —y recuerda, es señorita. Estoy divorciada. Por si tú amigo tiene algún compañero o hermano. Estoy a la orden.

Clark parecía estar divirtiéndose.

—Tengo un colega. Quizás se lo presente.

—¡Maravilloso! Mucho gusto señor...

Los presente. Luego de darle otra ojeada al oficial, la señorita Gina, se marchó. Era era la prueba viviente de que la edad no importa cuando se quiere ser puta. Estaba orgullosa de ella.

Clark reía diente dientes. Lo miré arqueando una ceja hacia él.

—Veo que te diviertes. Sí quieres puedes ir a visitarla. Yo espero aquí, tranquilo.

—No no, estoy bien así. 

—Mamá—dice una voz detrás de nosotros. El corazón se me detiene.

Me giro para ver a Sam parado al final de las escaleras. Se estruja un ojo con la mano.

—Sam... ¿Qué haces despierto a esta hora mi amor. Van a ser las diez.

—Perdón mamá. Es que no puedo dormir. No sé por qué.

Yo si sé porqué. M****a. Debe ser la presencia de Clark en la casa. El olor y la esencia de su padre.

Por ese dicen, que la sangre llama.

Yo por otra parte, definitivamente estoy en problemas.

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