Adam no vuelve a decir ni una palabra mientras lo sigo hasta la casa. En cualquier otra circunstancia le bombardearía con mil preguntas, pero solo me hace falta un solo y rápido vistazo a su rostro para saber que es mejor mantener mi querida boca cerrada; aunque por dentro esté muriéndome por la curiosidad de saberlo todo.
Eh, hay instintos que no se pueden controlar, y uno de ellos está mi absoluta necesidad de saber que demonios pasaba a mi alrededor.
Cuando entramos al salón me percato como los ojos Tania se encuentran con los de Adam por unos instantes y un extraño gesto cruza su rostro, uno que no llego a entender. Unos segundos después, simplemente recoge el paquete que no habíamos llegado a enviar y nos dice que subamos arriba con un gesto de su cabeza. Adam tarda menos de dos segundos en darse la vuelta para subir las escalera
Adam se dedica a ignorarme durante los siguientes días, ni siquiera me dirige la palabra cuando coincidimos en el desayuno, los mellizos si que me hablan, aún así parecen un poco molestos también.No sé qué demonios ocurre o si Adam tiene algún problema con aquel chico llamado Cole, lo único que sé es que más de una vez sus ojos se posan en mí de manera muy extraña, como si algo le preocupara de sobremanera. He intentado preguntarle, pero ni siquiera me da una respuesta.Llega el viernes y yo estoy mas que decidida a ir, no porque él me hubiese dicho que no fuera, la verdad es que sentía que llevaba demasiado tiempo en esa casa sin hacer nada interesante, aparte de guerras de espaguetis o baños de potingues extraños.
Entro a la casa casi llevándome a la gente por delante, consiguiendo más de una mala mirada y algún que otro insulto. Las lágrimas están a punto de escapar de mis ojos, pero las mantengo a raya sabiendo que ese no era el momento ni el lugar para desmoronarme. Salgo por fin por la puerta principal y saco enseguida el móvil del bolso viendo que tengo varias llamadas y mensajes de Lucia. Le devuelvo la llamada rogando que responda, sin embargo, no lo hace.Me dejo caer en las escaleras del porche de la entrada mientras permito el aire salir y entrar de forma forzosa de mis pulmones; consigo tranquilizarme después de un largo rato en el que no me he movido del sitio, mientras que una apacible briza juega con la piel de mis brazos y mi pelo suelto, el cual estoy segura que se encuentra hecho un total desastre en este momento, ni siquiera me hac
Una brisa cocha contra mi cuerpo haciendo que tiemble, aunque realmente no estoy segura si mis te
Lo observo durante unos instantes con la respiración acelerada deseosa de saber que demonios le pasa por la cabeza en estos momentos.– Lo entiendo todo, Adam.Me mira como si de repente el tiempo se hubiese detenido y el mundo hubiese dejado de girar sobre su eje.– Solo intento protegerte –. su voz hace que tiemble una vez más, consiguiendo que mi piel hormiguee.– ¡Estoy harta de tu protección! – exploto contra su rostro.Me doy la vuelta enfadada antes de hacer una locura y estampar de verdad un sartenazo en su cara. Camino decidida hacia la puerta y salgo fuera sin importarme la lluvia que cae en esos momentos, pero apenas
El viaje en coche fue lo mismo que estar en un entierro. Mi madre intentó sacarme conversación de vez en cuando, pero como me negaba a hablar al final optó por la solución más simple y práctica ante cualquier incómodo viaje por carretera, poner música. No se exactamente cuanto tardamos en llegar a nuestro destino, una pequeña ciudad al norte bastante lejos de San Francisco,llamadaStanterd.Realmente fueron varias horas; si no hubiera sido por mi negativa a hablar hubiera preguntado si por casualidad no nos habíamos pasado la frontera y habíamos llegado hasta Canadá.Un mal chiste, en realidad.Cuando mi madre detiene por fin el coche y se baja, yo me quedo dentro. Dejo los minutos pasar intentando no dejarme ll
Cuando volvemos a entrar al interior de la casa los mellizos están en el pequeño salón esperándonos. No se muy bien cómo interpretar las miradas que me echan en ese momento, podrían ser de miedo o de curiosidad. O pueden estar planeando como quemarme el pelo mientras duermo. Tiemblo pensando si es posible que esos niños den más miedo que todas las películas de miedo juntas que he visto. Es en ese momento en el estoy pensando sobre ello distraídamente cuando ocurre algo extraño. Un escalofrío recorre durante unos instantes la parte baja de mi cuello. Mi piel se eriza y me giro algo confusa desviando mi mirada hacia el fondo del salón. Mis ojos llegan hasta la cocina donde una sombra se proyecta sobre el suelo viejo de madera; la sigo de manera inconsciente, pero de un momento a otro cuando pienso que mis ojos llegan hasta el origen, realmente no hay nada. Mi mirada desciende una vez más, sin embargo, esta vez aquella sombra ha desaparecido. Arrugo el ceño sintiendo una mala s
Doy un paso sin quitarle la vista de encima. Desde aquella distancia la poca luz que invade la habitación desde la ventana me permite notar algunos de sus rasgos. No parece mucho más mayor que yo; su pelo negro le tapa casi por completo la frente mientras su rostro queda totalmente opacado por unos ojos profundamente oscuros. Mi mirada encuentra la suya haciendo que experimente una rara sensación, algo que hace que mi piel palpite de manera extraña. No sé si es por ese aire salvaje que parece rodearle o por el singular toque oscuro que adorna sus ojos. En ese preciso instante da un paso hacia a mí, consiguiendo que una especie de electricidad atraviese mi piel. – ¿Quién demonios eres? Aunque esa pregunta se forma clara en mi
Las palabras de Tania se mantienen en mi mente incluso cuando llego a mi habitación y me acuesto. ¿Compañero de piso? Intento hacer memoria. Tania no tiene más hijos, siempre que habíamos coincidido solo había conocido a los mellizos, es imposible que tenga un hijo tan mayor. Pero entonces, ¿quién es? Dijo que se llamaba Adam. ¿Vive también en la casa? ¿Por qué? ¿Y por qué demonios mi madre no me había advertido sobre eso? ¿Acaso no era bastante con dejarme con una mujer que apenas conozco y sus horribles hijos? Ahora también me toca lidiar con un imbécil. Lo reconozco, no soy buena con los desconocidos; llevo toda mi vida viviendo en el mismo lugar, rodeada por la misma gente. He tenido la misma mejor amiga desde los seis años, mis compañeros de clases nunca han variado sa