El viaje en coche fue lo mismo que estar en un entierro. Mi madre intentó sacarme conversación de vez en cuando, pero como me negaba a hablar al final optó por la solución más simple y práctica ante cualquier incómodo viaje por carretera, poner música. No se exactamente cuanto tardamos en llegar a nuestro destino, una pequeña ciudad al norte bastante lejos de San Francisco,
llamada Stanterd. Realmente fueron varias horas; si no hubiera sido por mi negativa a hablar hubiera preguntado si por casualidad no nos habíamos pasado la frontera y habíamos llegado hasta Canadá.Un mal chiste, en realidad.
Cuando mi madre detiene por fin el coche y se baja, yo me quedo dentro. Dejo los minutos pasar intentando no dejarme llevar por el enfado y por el miedo. ¿A quién engaño? Mi madre me estaba dejando sola con unos desconocidos. Yo solo he visto a aquella mujer un par de veces junto con sus dos hijos y fue más que suficiente, muchas gracias. Si el infierno existe estoy segura de que son hijos del mismísimo diablo.
Mi madre da un pequeño golpe en la ventanilla del coche en ese instante captando mi atención. Tiemblo, un pequeño escalofrío recorre la piel de mis brazos llegando hasta la parte baja de mi espalda. Intento relajarme sin demasiado éxito. Solo son tres meses, me repito para mí misma una vez más. Tres largos y horribles meses.
Bajo del coche despacio y no puedo evitar poner mala cara cuando mis pies tocan el suelo de grava de la entrada mientras mis ojos se detienen en la casa que se encuentra enfrente de nosotras. No voy a mentir, era horrible. No se cuantos años tendrán, pero estoy segura de que más de los que tengo yo y mi madre juntas. Por el rabillo del ojo me fijo en ella, totalmente contraria a mi una sonrisa radiante ilumina su rostro.
Se ha vuelto loca.
Vuelvo a mirar la casa, ciertamente se ve bastante pequeña. Aunque tiene dos pisos se nota el poco espacio incluso antes de entrar y además está completamente descuidada. La fachada de color gris se encuentra totalmente desgastada, mientras que al minúsculo patio delantero le hace falta unos cuantos cuidados urgentes. Los vidrios de la ventanas no parecen precisamente muy limpios y las pequeñas escaleras de madera que dan a la puerta principal parecen que están deseando romperse para que tu pierna se quede enterrada entre los tablones.
– ¿No es muy pronto para decorar casas para halloween? – mi voz cargada de sarcasmo consigue que me lleve una mala mirada por parte de mi madre.
– Melissa... - murmura con voz dura.
Me callo, pero solo porque se bien que ese tono significa que esta a punto de quitarse la zapatilla y aventármela, incluso si estamos en mitad de la calle. Así que no digo nada y dejo que mis ojos inspeccionen los alrededores. Parece un barrio tranquilo y normal, con casas mas o menos del mismo tamaño. No hay nada que llamé demasiado mi atención más que... aquel chocante silencio casi sepulcral. Desde que hemos llegado no se ha escuchado nada, ni coches, ni gente, ni siquiera el sonido de algún animal. Parecía un barrio fantasma.
Con ese último pensamiento mi ánimo se viene abajo. ¿De verdad iba a pasar mi vacaciones en un lugar como aquel? Me giro preparando mi mejor cara de lástima, dispuesta a suplicar todo lo que pueda en el poco tiempo que queda antes de que mi madre se vaya. Sin embargo, un ruido me interrumpe en ese preciso momento. Mis ojos vuelan de nuevo hacia la casa, una mujer acaba de salir por la puerta principal y se dirige hacia nosotras.
– ¡Alison!
– ¡Tania!
Veo a mi madre casi correr hacia la entrada y fundirse en un abrazo con su amiga. Se separan enseguida y comienzan a hablar ignorando por completo mi presencia. La idea de irme de allí comienza a pasar por mi mente cuando un extraño picor se instala en la parte baja de mi cuello. Mi mano sube involuntariamente hacia esa zona y no puedo evitar mover la cabeza en ambas direcciones. Una rara sensación se empieza a apoderar de mí, como si alguien me observara, aunque al girar el rostro veo que la calle está desierta. Aquel sentimiento se vuelve a repetir segundos después, poniéndome realmente nerviosa. Me muevo de nuevo intentando captar cualquier detalle, pero no encuentro nada. El aire escapa de mis pulmones lentamente a medida que intento tranquilizarme. De repente una mano de posa en mi hombro sobresaltándome.
– Cariño, ¿por qué no entramos?
Cuando me doy la vuelta una sonrisa radiante decora el rostro de mi madre. ¿Cuántas veces la había visto sonreír en los últimos años de aquella manera? Ni siquiera puedo recordarlo. Ese es el único motivo por el que esta vez no digo nada limitándome a asentir como respuesta y seguirla dentro, rezando en silencio porque aquel verano pasara rápido y tranquilo.
Desde ya os digo que mis plegarias fueron completamente ignoradas. Aquel verano fue del todo menos agradable y tranquilo.
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Cuando atravieso la puerta un extraño olor inunda mis fosas nasales consiguiendo que arrugue la nariz intentando analizar de donde proviene. Lo primero con lo que mi vista topa son con unas escaleras de madera decoradas con un viejo tapiz totalmente desgastado de un color entre azul y verde que cubre casi toda la superficie. Hay un espejo a mi derecha de cuerpo entero pegado a la pared, mi reflejo en el lo dice todo. Mi pelo pelirojo se encuentra hecho un desastre por completo, lo tengo bastante largo por lo que me había hecho una cola alta para soportar el viaje, la cual en esos momentos está prácticamente maltrecha y casi desecha. La piel clara de mi rostro está más pálida que de costumbre y aunque mis ojos oscuros están completamente igual, el brillo de pesadumbre en ellos hace que mi aspecto sea aún más deplorable.
Mi vista continúa girando hacia el otro lado. Como supuse la casa es muy pequeña, en el minúsculo salón con chimenea apenas hay espacio, el cual queda mas reducido aún con todas las cosas que hay en medio. Aparte de lo muebles que se basan en dos grandes sofás, un desgastado mueble donde está colocado el televisor y una vitrina llena de cosas extrañas, hay también varias cajas además de ropa por el medio.
– Siento el desorden, la verdad es no pensé que llegaríais tan pronto.
Un color rojizo inunda sus mejillas. Me dedico a observarla mientras mi madre responde retándole importancia al asunto. Según sé las dos tienen la misma edad, treinta y siete años, aunque Tania parece más mayor. Pequeñas arrugas se forman cerca de sus ojos y sus labios, mientras que su pelo se encuentra recogido en un extraño moño. Arrugo el ceño dándome cuenta de cuan extraño es que sean amigas cuando parecen completamente diferentes una de la otra. Mi madre con su camisa blanca perfectamente planchada, combinada con una falda negra, al lado de Tania, la cual lleva un chándal bastante viejo lleno de manchas. ¿Cómo es que si quiera se conocen?
De repente un ruido proveniente del piso de arriba hace que todas alcemos la vista. Suena un gran golpe seguido de algo rompiéndose en pedazos.
– M****a...
Veo a Tania salir disparada escaleras arriba sin demora.
– ¡Nicolas! ¡Milo! Os juro por dios que como hayáis roto... ¡Oh dios mío!
Los gritos se oyen cada vez menos hasta que al final me quedo sola con mi madre en el salón. Ella abre la boca dispuesta a decir algo, pero otro golpe proveniente de arriba la interrumpe. No me hace falta preguntar para saber que es lo que ocurre. Milo y Nicolas son los hijos de Tania. Dos mellizos de ocho años y además, dos demonios. Las tres veces que he tenido la desgracia de encontrármelos han sido suficientes para saber que si los dejaban solos más de dos minutos eran capaces de provocar el apocalipsis.
La primera vez que coincidí con ellos fue en uno de los cumpleaños de mi madre hace tres años. Esa vez todos los regalos acabaron en el tejado. No me preguntéis como.
La segunda vez fue en una celebración de pascua, en la cual acabamos más de la mitad los presentes con los pies atados a las sillas.
La tercera vez, un pequeño incendio se formó al lado de la tarta nupcial.
– Han mejorado.
Alzo las cejas ante su comentario pues es seguido de otro golpe proveniente del piso superior.
– No puedes dejarme aquí –. digo en un hilo de voz demandante.
Es una completa locura. No puede dejarme ahí, en una casa así y con niños que eran claramente futuros delincuentes. ¿En qué está pensando?
– Mel... –. suspira con pesadez.
Aprieto los puños notando como la rabia empieza a aflorar en mí. No es justo, no es nada justo. No conocía a esa mujer y esos niños eran unos demonios. ¿Por qué tenía que pasar mi ansiado verano en un lugar como aquel? No me da tiempo a preguntar, pues en ese momento escucho un sonido que hace que tiemble de pies a cabeza. Un repentino llanto proveniente de arriba hace que mis ojos se abran desorbitados.
– Eso es... ¿Eso es un bebe?
Mi madre se muerde el labio sin atreverse a responder. El llanto sigue, finalmente después de un rato va bajando hasta que desaparece.
– No me dijiste que tenía un bebe –. reclamo con voz ahogada.
– No es para tanto, Mel –. responde sin darle demasiada importancia.
– Odio los bebes.
Era una cosa que siempre había tenido claro. Yo mientras más lejos este de niños, mejor. Por eso nunca he sido niñera, por eso y porque en realidad nunca lo he necesitado. Además yo no tengo instinto maternal, no soporto estar en una habitación con niños y si es un bebe soy de las que huye sin mirar atrás. Tiene que ser una broma, mi madre no puede estar hablando en serio cuando dice que me tengo que quedar en ese lugar.
O eso pienso.
Hasta que una hora más tarde después de despedirse veo como se sube al coche marchándose de allí. Me ha dejado, me ha abandonado en este lugar a mi suerte.
– ¿Quieres que te muestre tu habitación? – me pregunta Tania con una pequeña sonrisa – Así podrás descansar.
Lo que quiero en este momento no es precisamente dormir, más bien es tirarme desde un puente.
¿Qué clase de verano iba a ser ese?
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**Nota: Stanterd es una ciudad creada para esta historia.
N/A: ¡Hola cuties! 🧡 Espero que os haya gustado este primer capítulo y toma de contacto.
Cuando volvemos a entrar al interior de la casa los mellizos están en el pequeño salón esperándonos. No se muy bien cómo interpretar las miradas que me echan en ese momento, podrían ser de miedo o de curiosidad. O pueden estar planeando como quemarme el pelo mientras duermo. Tiemblo pensando si es posible que esos niños den más miedo que todas las películas de miedo juntas que he visto. Es en ese momento en el estoy pensando sobre ello distraídamente cuando ocurre algo extraño. Un escalofrío recorre durante unos instantes la parte baja de mi cuello. Mi piel se eriza y me giro algo confusa desviando mi mirada hacia el fondo del salón. Mis ojos llegan hasta la cocina donde una sombra se proyecta sobre el suelo viejo de madera; la sigo de manera inconsciente, pero de un momento a otro cuando pienso que mis ojos llegan hasta el origen, realmente no hay nada. Mi mirada desciende una vez más, sin embargo, esta vez aquella sombra ha desaparecido. Arrugo el ceño sintiendo una mala s
Doy un paso sin quitarle la vista de encima. Desde aquella distancia la poca luz que invade la habitación desde la ventana me permite notar algunos de sus rasgos. No parece mucho más mayor que yo; su pelo negro le tapa casi por completo la frente mientras su rostro queda totalmente opacado por unos ojos profundamente oscuros. Mi mirada encuentra la suya haciendo que experimente una rara sensación, algo que hace que mi piel palpite de manera extraña. No sé si es por ese aire salvaje que parece rodearle o por el singular toque oscuro que adorna sus ojos. En ese preciso instante da un paso hacia a mí, consiguiendo que una especie de electricidad atraviese mi piel. – ¿Quién demonios eres? Aunque esa pregunta se forma clara en mi
Las palabras de Tania se mantienen en mi mente incluso cuando llego a mi habitación y me acuesto. ¿Compañero de piso? Intento hacer memoria. Tania no tiene más hijos, siempre que habíamos coincidido solo había conocido a los mellizos, es imposible que tenga un hijo tan mayor. Pero entonces, ¿quién es? Dijo que se llamaba Adam. ¿Vive también en la casa? ¿Por qué? ¿Y por qué demonios mi madre no me había advertido sobre eso? ¿Acaso no era bastante con dejarme con una mujer que apenas conozco y sus horribles hijos? Ahora también me toca lidiar con un imbécil. Lo reconozco, no soy buena con los desconocidos; llevo toda mi vida viviendo en el mismo lugar, rodeada por la misma gente. He tenido la misma mejor amiga desde los seis años, mis compañeros de clases nunca han variado sa
Después del episodio de la harina veo a Adam dos veces aunque ninguno de los dos dice nada. Creo que después de habernos llenado de harina mutuamente estamos en paz, o por lo menos, eso pienso .Cuando aquella tarde bajo a la cocina la encuentro completamente desierta. Las tripas me gruñen, pues no he comido nada desde la noche pasada y mi estómago me pide a gritos cualquier cosa que pueda echarme a la boca. Avanzo unos pasos sin saber muy bien cómo proceder. A ver, tampoco es que nunca haya preparado mi propia comida, no he vivido en una burbuja; se preparar huevos fritos bastante decentes. Al abrir el refrigerador lo primero que captan mis ojos son variostápers,unas cuantas pequeñas cajas de lo que parece comida precocinada y bastantes cartones de leche. Alzo las cejas, por mucho que mire no veo nada que me sirva por ninguna parte. ¿Qué clase de comidas hacen? A co
Lo que queda de semana pasa lenta. No he salido de la casa desde que llegué pues como sospechaba no parece haber mucho que hacer en aquel lugar. Por lo que Tania me ha dicho en el centro había varias tiendas, restaurantes y cafeterías, además de una gran iglesia, la cual parece ser una especie de pequeño punto turístico. Según ella es un buen lugar y la mayoría de gente suele reunirse en esa parte de la ciudad, sin embargo, a mi no me despierta ningún tipo de interés. Además ni siquiera conozco a nadie con quien ir. ¿Qué iba a ser sola por ahí sin conocer nada? Asimismo afectaba el hecho que desde que he llegado mi estado de ánimo ha estado por los suelos. Me paso los días en mi habitación intentando matar el aburrimiento hablando con mis amigas por teléfono o dibujando. Tania también insiste de vez en cuando en que coma y cene con ellos, pero yo opto por no hacerlo, con una vez f
Dejo a la niña en el suelo sin saber que demonios hacer. ¿Cuánto puede llorar un bebe? En algún momento se detendría, ¿no? Observo como eleva los brazos hacia a mi como si esperara que la volviera a coger. Ni hablar. Llora aún más si eso es posible. Miro hacia los lados notando que la situación se esta volviendo catastrófica. ¿Tendrá hambre? ¿Quiere que le cambie el pañal? Jamás en mi vida he cambiado uno. En ese momento me encuentro maldiciendo una y mil veces a Adam. Voy corriendo hacia la nevera y echo un vistazo al interior desesperadamente en busca de algo que me pueda servir. ¿Potitos? Gracias al cielo.
Es un sonido fuerte y sonoro lo que hace que abra finalmente los párpados aquella mañana. Resoplo contra la almohada segundos antes de girarme y estirar la mano hacia el aparato evitando las ganas de lanzarlo contra la puerta, en vez de eso lo llevo hasta mi oreja y respondo. – ¿Sí? Mi voz suena completamente ronca y extraña. Bostezo sin variar mi posición. – Cariño, que alegría escucharte por fin. El tono de mi madre desprende tanta alegría que hace que una pequeña parte de mi se sienta culpable enseguida, pues he estado ignorado sus mensajes desde que se había marchado abandonándome en aquella casa. No voy a negar que ha sido algo totalmente infantil de mi parte, pero tampoco voy a pretender que soy una chica mayor y madura. No lo soy en realidad. – Hola, mamá. Nuestra conversación no dura demasiado; básicamente hablamos de como le va en su trabajo, el cual por ahora no tenían demasiado que hacer hasta que llegaran mas gente a las in
Es un desastre, no puedo decirlo de otra manera. Uno de los mellizos comienza a llorar mientras el otro va corriendo a la cocina. Primero miro a uno y luego al otro, sin saber cual de los dos podía ser mas peligroso. Momentos después veo que Milo ha cogido una caja de lo que parecen ser chocolatinas y algo mas que no puedo ver bien en ese momento, aunque eso no es lo que causa que el pánico me inunde, mas bien es la sonrisa que brota de sus labios dándome la sensación de que acaba de hacer un trato con el mismísimo demonio en persona. - Deja eso ahora mismo - ordeno enseguida señalándolo con el dedo. Su sonrisa se ensancha aun mas provocando auténticos escalofríos en mi piel y en ese instante va corriendo en dirección hacia las escaleras. Intento detenerlo pero es mas rápido de lo que esperaba, se mueve con tal velocidad que en un par