Susurros perdidos
Susurros perdidos
Por: Mary Heartfilia
Prólogo.

Lo observo durante unos instantes con la respiración acelerada deseosa de saber que demonios le pasa por la cabeza en estos momentos.

– Lo entiendo todo, Adam.

Me mira como si de repente el tiempo se hubiese detenido y el mundo hubiese dejado de girar sobre su eje.

– Solo intento protegerte –. su voz hace que tiemble una vez más, consiguiendo que mi piel hormiguee.

– ¡Estoy harta de tu protección! – exploto contra su rostro.

Me doy la vuelta enfadada antes de hacer una locura y estampar de verdad un sartenazo en su cara. Camino decidida hacia la puerta y salgo fuera sin importarme la lluvia que cae en esos momentos, pero apenas he dado unos cuantos pasos en el exterior cuando la mano de Adam rodea mi brazo con fuerza obligándome a girarme. Su aliento choca contra mi piel súbitamente y mis ojos buscan enseguida los suyos ardientes de ira.

– ¡Te protegeré, Mel! ¡Aunque me odies no permitiré que nadie vuelva a tocarte!

– ¡No necesito una protección basada en mentiras! – respondo tratando de liberar mi brazo sin éxito, ni siquiera consigo moverlo ni un milímetro.

– ¿Mentiras? – masculla mientras sus manos suben hasta mis hombros sujetándolos con fuerza para acercarme más rompiendo cualquier distancia – ¡Mi preocupación por ti es mas real de lo que puedas imaginar...!

Se calla de repente durante unos segundos y algo brilla entre toda la oscuridad que su mirada desprende. La lluvia sigue cayendo sobre nosotros, aunque en aquellos instantes ni siquiera parecemos notarlo.

– ¿Qué lo entiendes todo? – una mueca extraña parecida a una sonrisa cruza por su rostro consiguiendo que un escalofrío atraviese mi espalda – No entiendes absolutamente una m****a, Mel. Porque si no temblarías sabiendo las jodidas ganas que tengo de cerrarte la boca y besarte ahora mismo.

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– Mamá, no me puedes hacer esto. – suplico por enésima vez en aquel día mientras arrastró mi maleta por el salón.

Mi madre se encuentra guardando unas últimas cosas en una caja enorme. En ese momento suspira con gesto cansado, justo antes de levantar sus ojos y posarlos en mi rostro.

– Mel, por favor, ya hemos hablado de esto.

Suspira de nuevo con cansancio, como si el problema fuera yo, no que hace dos días me dijera de buenas a primeras que las vacaciones que tanto había estado planeando se iban a ir por la borda porque ella había decidido enviarme a la otra punta del país para quedarme con unos desconocidos.

– Tengo que irme unos meses, no puedo dejarte sola aquí.

Esa era su escusa. Había estado escuchando lo mismo durante los dos últimos días. Ni siquiera pregunté porque no me llevaba con ella, sabía que tampoco era una opción. Mi madre trabajaba en el ejercito, una profesión algo complicada cuando te mandan de misión a otro país y no sabes que hacer con tu hija adolescente de diecisiete años.

– ¿Por qué no me dejas con la señora Thomson cómo siempre has hecho cuando te has ido?

– Su marido acaba de tener un accidente. – explica volviendo a meter cosas en la caja. – No puedo pedirle que aparte de él tenga que cuidarte a ti también.

– No soy una niña. – replico.

En vez de darme una respuesta simplemente sonríe. Esa sonrisa de "que inocente eres aún", como si me creyera más mayor de lo que era. Me cruzo de brazos completamente molesta sin creer aún aquella situación. En tres meses cumpliría dieciocho años, eso me hacía técnicamente casi mayor, lo suficiente para poder quedarme sola en casa y no con unos desconocidos.

– No quiero ir. – repito una vez más, aún a sabiendas de que sería inútil.

– Ya lo se cariño, pero te prometo que será mejor de lo que piensas. – afirma con seguridad mientras termina de cerrar la caja y se la lleva con ella en el camino hacia el coche.

Ruedo los ojos y la sigo hasta el exterior. ¿Mejor que ir a la tienda de cómics con Susan o invitar a Nolan al baile de máscaras? Lo dudaba por completo. Camino detrás de ella pisando con fuerza el suelo de gravilla de la entrada de la casa.

– ¿Por qué tenía que ser con los Relish? – pregunto con voz lastimosa.

– Tengo confianza en Tania y está encantada de que te quedes en su casa.

Hemos llegado al coche, mi madre sigue ignorando mis suplicas mientras se dedica a meter la caja y la maleta en el maletero.

– Puedes pedirle a alguien más del vecindario. – sugiero

– Ya lo hemos intentando antes y no ha funcionado.

– Sus hijos son engendros del demonio. – mascullo, aunque no lo suficientemente bajo.

– ¡Mayra! – me mira y entiendo que se esta comenzado a enfadar de verdad.

Decido callarme. Sé que de nada sirve discutir, sin embargo, no puedo evitar hacerlo. Quiero creer que mi madre cambiara de opinión si sigo suplicando; pienso incluso en ponerme de rodillas, pero necesito conservar algo de dignidad aún.

– Te prometo que estarás bien.

Suelto el aire con pesadez. Mi madre me observa con tristeza, como si ella fuera la que más está sufriendo por aquello. No puedo evitar enfadarme, no es justo. Después de todos los planes que he hecho para este verano, ¿por qué me tengo que ir ahora a la otra punta del país con una mujer que apenas conozco y con los demonios de sus hijos? Me cruzo de brazos y me doy la vuelta, dando por perdida la batalla.

Decido volver a mi habitación, pues aún tengo otra maleta sin terminar. Y aunque conservo una pequeña esperanza de que mi madre recapacite dejándola ver que esto es una locura, en el fondo sé muy bien que al final me iré justo como ella quiere.

Mi verano perfecto se iba a ir al diablo.

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¡Espero que os haya gustado y me comentéis que os parece!

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