Lo observo durante unos instantes con la respiración acelerada deseosa de saber que demonios le pasa por la cabeza en estos momentos.
– Lo entiendo todo, Adam.
Me mira como si de repente el tiempo se hubiese detenido y el mundo hubiese dejado de girar sobre su eje.
– Solo intento protegerte –. su voz hace que tiemble una vez más, consiguiendo que mi piel hormiguee.
– ¡Estoy harta de tu protección! – exploto contra su rostro.
Me doy la vuelta enfadada antes de hacer una locura y estampar de verdad un sartenazo en su cara. Camino decidida hacia la puerta y salgo fuera sin importarme la lluvia que cae en esos momentos, pero apenas he dado unos cuantos pasos en el exterior cuando la mano de Adam rodea mi brazo con fuerza obligándome a girarme. Su aliento choca contra mi piel súbitamente y mis ojos buscan enseguida los suyos ardientes de ira.
– ¡Te protegeré, Mel! ¡Aunque me odies no permitiré que nadie vuelva a tocarte!
– ¡No necesito una protección basada en mentiras! – respondo tratando de liberar mi brazo sin éxito, ni siquiera consigo moverlo ni un milímetro.
– ¿Mentiras? – masculla mientras sus manos suben hasta mis hombros sujetándolos con fuerza para acercarme más rompiendo cualquier distancia – ¡Mi preocupación por ti es mas real de lo que puedas imaginar...!
Se calla de repente durante unos segundos y algo brilla entre toda la oscuridad que su mirada desprende. La lluvia sigue cayendo sobre nosotros, aunque en aquellos instantes ni siquiera parecemos notarlo.
– ¿Qué lo entiendes todo? – una mueca extraña parecida a una sonrisa cruza por su rostro consiguiendo que un escalofrío atraviese mi espalda – No entiendes absolutamente una m****a, Mel. Porque si no temblarías sabiendo las jodidas ganas que tengo de cerrarte la boca y besarte ahora mismo.
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– Mamá, no me puedes hacer esto. – suplico por enésima vez en aquel día mientras arrastró mi maleta por el salón.
Mi madre se encuentra guardando unas últimas cosas en una caja enorme. En ese momento suspira con gesto cansado, justo antes de levantar sus ojos y posarlos en mi rostro.
– Mel, por favor, ya hemos hablado de esto.
Suspira de nuevo con cansancio, como si el problema fuera yo, no que hace dos días me dijera de buenas a primeras que las vacaciones que tanto había estado planeando se iban a ir por la borda porque ella había decidido enviarme a la otra punta del país para quedarme con unos desconocidos.
– Tengo que irme unos meses, no puedo dejarte sola aquí.
Esa era su escusa. Había estado escuchando lo mismo durante los dos últimos días. Ni siquiera pregunté porque no me llevaba con ella, sabía que tampoco era una opción. Mi madre trabajaba en el ejercito, una profesión algo complicada cuando te mandan de misión a otro país y no sabes que hacer con tu hija adolescente de diecisiete años.
– ¿Por qué no me dejas con la señora Thomson cómo siempre has hecho cuando te has ido?
– Su marido acaba de tener un accidente. – explica volviendo a meter cosas en la caja. – No puedo pedirle que aparte de él tenga que cuidarte a ti también.
– No soy una niña. – replico.
En vez de darme una respuesta simplemente sonríe. Esa sonrisa de "que inocente eres aún", como si me creyera más mayor de lo que era. Me cruzo de brazos completamente molesta sin creer aún aquella situación. En tres meses cumpliría dieciocho años, eso me hacía técnicamente casi mayor, lo suficiente para poder quedarme sola en casa y no con unos desconocidos.
– No quiero ir. – repito una vez más, aún a sabiendas de que sería inútil.
– Ya lo se cariño, pero te prometo que será mejor de lo que piensas. – afirma con seguridad mientras termina de cerrar la caja y se la lleva con ella en el camino hacia el coche.
Ruedo los ojos y la sigo hasta el exterior. ¿Mejor que ir a la tienda de cómics con Susan o invitar a Nolan al baile de máscaras? Lo dudaba por completo. Camino detrás de ella pisando con fuerza el suelo de gravilla de la entrada de la casa.
– ¿Por qué tenía que ser con los Relish? – pregunto con voz lastimosa.
– Tengo confianza en Tania y está encantada de que te quedes en su casa.
Hemos llegado al coche, mi madre sigue ignorando mis suplicas mientras se dedica a meter la caja y la maleta en el maletero.
– Puedes pedirle a alguien más del vecindario. – sugiero
– Ya lo hemos intentando antes y no ha funcionado.
– Sus hijos son engendros del demonio. – mascullo, aunque no lo suficientemente bajo.
– ¡Mayra! – me mira y entiendo que se esta comenzado a enfadar de verdad.
Decido callarme. Sé que de nada sirve discutir, sin embargo, no puedo evitar hacerlo. Quiero creer que mi madre cambiara de opinión si sigo suplicando; pienso incluso en ponerme de rodillas, pero necesito conservar algo de dignidad aún.
– Te prometo que estarás bien.
Suelto el aire con pesadez. Mi madre me observa con tristeza, como si ella fuera la que más está sufriendo por aquello. No puedo evitar enfadarme, no es justo. Después de todos los planes que he hecho para este verano, ¿por qué me tengo que ir ahora a la otra punta del país con una mujer que apenas conozco y con los demonios de sus hijos? Me cruzo de brazos y me doy la vuelta, dando por perdida la batalla.
Decido volver a mi habitación, pues aún tengo otra maleta sin terminar. Y aunque conservo una pequeña esperanza de que mi madre recapacite dejándola ver que esto es una locura, en el fondo sé muy bien que al final me iré justo como ella quiere.
Mi verano perfecto se iba a ir al diablo.
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¡Espero que os haya gustado y me comentéis que os parece!
El viaje en coche fue lo mismo que estar en un entierro. Mi madre intentó sacarme conversación de vez en cuando, pero como me negaba a hablar al final optó por la solución más simple y práctica ante cualquier incómodo viaje por carretera, poner música. No se exactamente cuanto tardamos en llegar a nuestro destino, una pequeña ciudad al norte bastante lejos de San Francisco,llamadaStanterd.Realmente fueron varias horas; si no hubiera sido por mi negativa a hablar hubiera preguntado si por casualidad no nos habíamos pasado la frontera y habíamos llegado hasta Canadá.Un mal chiste, en realidad.Cuando mi madre detiene por fin el coche y se baja, yo me quedo dentro. Dejo los minutos pasar intentando no dejarme ll
Cuando volvemos a entrar al interior de la casa los mellizos están en el pequeño salón esperándonos. No se muy bien cómo interpretar las miradas que me echan en ese momento, podrían ser de miedo o de curiosidad. O pueden estar planeando como quemarme el pelo mientras duermo. Tiemblo pensando si es posible que esos niños den más miedo que todas las películas de miedo juntas que he visto. Es en ese momento en el estoy pensando sobre ello distraídamente cuando ocurre algo extraño. Un escalofrío recorre durante unos instantes la parte baja de mi cuello. Mi piel se eriza y me giro algo confusa desviando mi mirada hacia el fondo del salón. Mis ojos llegan hasta la cocina donde una sombra se proyecta sobre el suelo viejo de madera; la sigo de manera inconsciente, pero de un momento a otro cuando pienso que mis ojos llegan hasta el origen, realmente no hay nada. Mi mirada desciende una vez más, sin embargo, esta vez aquella sombra ha desaparecido. Arrugo el ceño sintiendo una mala s
Doy un paso sin quitarle la vista de encima. Desde aquella distancia la poca luz que invade la habitación desde la ventana me permite notar algunos de sus rasgos. No parece mucho más mayor que yo; su pelo negro le tapa casi por completo la frente mientras su rostro queda totalmente opacado por unos ojos profundamente oscuros. Mi mirada encuentra la suya haciendo que experimente una rara sensación, algo que hace que mi piel palpite de manera extraña. No sé si es por ese aire salvaje que parece rodearle o por el singular toque oscuro que adorna sus ojos. En ese preciso instante da un paso hacia a mí, consiguiendo que una especie de electricidad atraviese mi piel. – ¿Quién demonios eres? Aunque esa pregunta se forma clara en mi
Las palabras de Tania se mantienen en mi mente incluso cuando llego a mi habitación y me acuesto. ¿Compañero de piso? Intento hacer memoria. Tania no tiene más hijos, siempre que habíamos coincidido solo había conocido a los mellizos, es imposible que tenga un hijo tan mayor. Pero entonces, ¿quién es? Dijo que se llamaba Adam. ¿Vive también en la casa? ¿Por qué? ¿Y por qué demonios mi madre no me había advertido sobre eso? ¿Acaso no era bastante con dejarme con una mujer que apenas conozco y sus horribles hijos? Ahora también me toca lidiar con un imbécil. Lo reconozco, no soy buena con los desconocidos; llevo toda mi vida viviendo en el mismo lugar, rodeada por la misma gente. He tenido la misma mejor amiga desde los seis años, mis compañeros de clases nunca han variado sa
Después del episodio de la harina veo a Adam dos veces aunque ninguno de los dos dice nada. Creo que después de habernos llenado de harina mutuamente estamos en paz, o por lo menos, eso pienso .Cuando aquella tarde bajo a la cocina la encuentro completamente desierta. Las tripas me gruñen, pues no he comido nada desde la noche pasada y mi estómago me pide a gritos cualquier cosa que pueda echarme a la boca. Avanzo unos pasos sin saber muy bien cómo proceder. A ver, tampoco es que nunca haya preparado mi propia comida, no he vivido en una burbuja; se preparar huevos fritos bastante decentes. Al abrir el refrigerador lo primero que captan mis ojos son variostápers,unas cuantas pequeñas cajas de lo que parece comida precocinada y bastantes cartones de leche. Alzo las cejas, por mucho que mire no veo nada que me sirva por ninguna parte. ¿Qué clase de comidas hacen? A co
Lo que queda de semana pasa lenta. No he salido de la casa desde que llegué pues como sospechaba no parece haber mucho que hacer en aquel lugar. Por lo que Tania me ha dicho en el centro había varias tiendas, restaurantes y cafeterías, además de una gran iglesia, la cual parece ser una especie de pequeño punto turístico. Según ella es un buen lugar y la mayoría de gente suele reunirse en esa parte de la ciudad, sin embargo, a mi no me despierta ningún tipo de interés. Además ni siquiera conozco a nadie con quien ir. ¿Qué iba a ser sola por ahí sin conocer nada? Asimismo afectaba el hecho que desde que he llegado mi estado de ánimo ha estado por los suelos. Me paso los días en mi habitación intentando matar el aburrimiento hablando con mis amigas por teléfono o dibujando. Tania también insiste de vez en cuando en que coma y cene con ellos, pero yo opto por no hacerlo, con una vez f
Dejo a la niña en el suelo sin saber que demonios hacer. ¿Cuánto puede llorar un bebe? En algún momento se detendría, ¿no? Observo como eleva los brazos hacia a mi como si esperara que la volviera a coger. Ni hablar. Llora aún más si eso es posible. Miro hacia los lados notando que la situación se esta volviendo catastrófica. ¿Tendrá hambre? ¿Quiere que le cambie el pañal? Jamás en mi vida he cambiado uno. En ese momento me encuentro maldiciendo una y mil veces a Adam. Voy corriendo hacia la nevera y echo un vistazo al interior desesperadamente en busca de algo que me pueda servir. ¿Potitos? Gracias al cielo.
Es un sonido fuerte y sonoro lo que hace que abra finalmente los párpados aquella mañana. Resoplo contra la almohada segundos antes de girarme y estirar la mano hacia el aparato evitando las ganas de lanzarlo contra la puerta, en vez de eso lo llevo hasta mi oreja y respondo. – ¿Sí? Mi voz suena completamente ronca y extraña. Bostezo sin variar mi posición. – Cariño, que alegría escucharte por fin. El tono de mi madre desprende tanta alegría que hace que una pequeña parte de mi se sienta culpable enseguida, pues he estado ignorado sus mensajes desde que se había marchado abandonándome en aquella casa. No voy a negar que ha sido algo totalmente infantil de mi parte, pero tampoco voy a pretender que soy una chica mayor y madura. No lo soy en realidad. – Hola, mamá. Nuestra conversación no dura demasiado; básicamente hablamos de como le va en su trabajo, el cual por ahora no tenían demasiado que hacer hasta que llegaran mas gente a las in