—¿Quieres un millón de pesos?
La voz de la mujer resonó en la habitación con una calma venenosa, cada palabra envuelta en un tono de superioridad.
Darina, con sus manos temblorosas y el corazón latiendo con un ritmo desesperado, asintió con frenesí.
—¡Haré lo que sea! Por favor, necesito el dinero, ¡mi madre se está muriendo! —dijo con los ojos centelleantes de desesperación.
La mujer que tenía frente a ella era la representación misma de la elegancia y el poder.
Su vestido de diseñador se ceñía a su cuerpo con perfección, su cabello cuidadosamente arreglado caía en ondas suaves y en su mano relucía un anillo de bodas costoso, el símbolo de una unión que, a simple vista, parecía perfecta.
Con un gesto pausado, la mujer acarició la joya.
Luego, sonrió con frialdad.
—Bien. Si realmente estás dispuesta a hacer cualquier cosa, entonces tengo una propuesta para ti. Si puedes gestar al heredero de la familia Hang… obtendrás un millón de pesos.
Darina sintió cómo su respiración se cortaba. Un escalofrío recorrió su espalda.
—¿Dar a luz a un hijo…?
Por un instante, su mente quedó en blanco.
—¡Yo no me voy a prostituir! —exclamó, horrorizada.
Darina era capaz de todo por su madre, pero, ¿perder su dignidad? ¿Tener intimidad por dinero? Eso era demasiado para su mente, pero, ¿y su madre? ¿Acaso no haría todo por salvar la vida de su amada madre?
Las manos de la joven temblaban, estaba entre la espada y la pared, en una carrera contra el reloj y en una pesadilla interminable.
La mujer soltó una carcajada. No era una risa cualquiera, sino una que helaba la sangre, una burla cruel ante la inocencia de la joven.
—¡Qué puritana eres! —dijo con desdén—. ¿Quién habló de prostitución? No, niña, no necesito que te acuestes con nadie. Lo único que necesito es tu vientre y tus óvulos. Usaremos el esperma de mi esposo y listo.
El mundo de Darina se tambaleó. Su boca se entreabrió, pero no salieron palabras.
—¿Lo entiendes ahora, chica lista? —continuó la mujer, con una sonrisa afilada. Luego, su mirada se oscureció y llevó una mano a su vientre, apretándolo con desesperación—. Yo estoy seca. No puedo concebir. Nunca podré. Pero si consigo un heredero al que pueda llamar hijo… salvaré mi matrimonio.
Un brillo febril iluminó sus ojos.
—Entonces, todos ganamos algo. Mi esposo y yo tendremos un hijo. Y tú, un millón de pesos.
El corazón de Darina se retorció en su pecho.
Era un precio demasiado alto.
Pero pensó en su madre, en los tubos que rodeaban su frágil cuerpo, en las horas agonizantes que pasaba en aquella cama de hospital, el tiempo en su contra, si no conseguía operarla ahora, estaría perdida.
Pensó en la sentencia de muerte que los médicos ya habían dictado sobre su madre y la angustia la ahogó.
Cerró los ojos con fuerza.
No tenía opción.
Con un nudo en la garganta, cayó de rodillas ante la mujer y susurró, sollozando:
—Lo haré. ¡Lo haré! Daré a luz a su heredero, pero por favor, ayúdeme a salvar a mi madre.
La mujer frente a ella sonrió, pidió su teléfono y luego se marchó.
***
La lluvia comenzaba a golpear el pavimento cuando Darina llegó al hospital.
Sus pasos eran apresurados, casi desesperados.
El cielo gris anunciaba tormenta, pero no le importaba.
«Por mi madre haría cualquier cosa», se repetía una y otra vez.
«Incluso si debo vender mi alma al diablo… lo haré. Lo que sea con tal de que sobreviva, con tal de que siga conmigo muchos años más. Por favor, Dios, apiádate de mí… ¡Nunca pensé en la idea de entregar un hijo! Pero… mi madre… ¡Ella es mi madre! Daría incluso mi vida por ella».
Entró a la habitación con el pecho oprimido.
Su madre, pálida como una flor marchita, descansaba en la cama.
La máquina a su lado emitía pitidos monótonos, cada sonido era un recordatorio de su fragilidad.
Darina se acercó con cuidado y tomó su mano.
Los párpados de la mujer se abrieron lentamente, revelando unos ojos cansados pero llenos de amor.
—Está bien, hija… —susurró, con voz rasposa—. No quiero que sufras por mí. Quisiera partir ya…
—¡No! —la interrumpió Darina, con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Conseguí el dinero para tu tratamiento! Escúchame, mamá, te vas a poner bien. Vamos a vencer la enfermedad.
Su madre sonrió con ternura y le apretó la mano con suavidad.
Darina pasó la noche en el pequeño sofá de la habitación, observando cada respiración de su madre, velando su sueño como si en ello dependiera su vida.
***
Mientras tanto, en la lujosa mansión de la familia Hang, Alondra cruzó la puerta con el corazón acelerado.
Sabía que la tormenta estaba a punto de desatarse.
Hermes Hang, su esposo, la esperaba en el centro de la sala.
Su mirada azul era un océano congelado, sin rastro de calidez.
Alondra corrió hacia él con una sonrisa y se aferró a su cuello, pero el hombre la apartó con brusquedad.
El latido de la mujer se volvió errático.
—Mi amor… ¿Qué te pasa?
Entonces, sin previo aviso, Hermes la tomó por el cuello y apretó con fuerza.
Los ojos de Alondra se abrieron de par en par, llenos de pánico.
«¡Dios mío, él descubrió el desliz que cometí! ¡No debí ceder ante un deseo pasajero!», pensó desesperada.
—¡Fuiste infiel, Alondra!
Su tono era de puro veneno. Su ira era una bestia descontrolada.
De pronto, la soltó y arrojó un sobre contra ella.
Eran fotos.
Fotos de ella con otro hombre.
Su mundo se vino abajo.
—¡Es mentira! —sollozó, llevándose las manos al pecho—. ¡Me drogaron! Fue tu madrastra… ¡Ella quiere robarnos la herencia! Quiere que sus hijos lo hereden todo, y no tú, ni Rosa. No lo ves, Hermes… ¡Nos está manipulando!
Pero su esposo no se conmovió.
—¿Me engañaste, sí o no?
Alondra tragó saliva. Tembló.
—Fue un error… estaba ebria…
El rostro de Hermes se endureció.
—¡Quiero el divorcio!
Alondra sintió que la tierra bajo sus pies desaparecía.
—¡No, por favor! —suplicó, tomándolo de los brazos—. ¡No puedes dejarme!
Pero él ya estaba por irse.
En un último intento, desesperada, le lanzó su última carta.
—¡Mi amor! Ya conseguí a la mujer que nos ayudará a tener un heredero. La orden de la familia es clara: en un año debes tener un hijo, no importa si es conmigo… o con otra mujer.
La mandíbula de Hermes se tensó.
—¿Qué estás diciendo?
Alondra sonrió con malicia, aun con lágrimas en el rostro.
—Conseguí a la mujer que llevará en su vientre a tu hijo.
El silencio fue sofocante.
Hermes la miró con una expresión de absoluto desprecio.
—¿Y qué buscas con esto? ¿Crees que puedes manipularme? —Hermes lo dijo con voz rasposa, las palabras llenas de veneno.Alondra se acercó lentamente, como si cada paso le costara una eternidad.Sus dedos temblaban mientras tocaba su rostro, como si intentara reconectar con algo que se desvanecía.—¡Aún podemos solucionarlo, mi amor! —su voz era un susurro entrecortado, cargado de desesperación—. Dame una oportunidad, por favor. Piensa en tu hermana Rosa, piensa en nuestra familia... ¡Por favor!Hermes sintió cómo la furia lo quemaba desde adentro. Su pecho se infló con rabia, y un destello de ironía cruzó su rostro al esbozar una sonrisa amarga.«Nunca podré perdonarte, Alondra, nunca perdonaré a los traidores como mi padre, pero… quiero saber de qué clase de veneno estás hecha», pensó con rabia y una calma peligrosa.—Bien —dijo con frialdad—, podré aceptarlo, pero solo si estás dispuesta a que tenga a ese bebé con esa mujer... de forma natural.Alondra se quedó helada, los ojos se a
En el hospital.La luz fría de la oficina del doctor iluminaba el rostro de Darina, quien escuchaba las palabras del médico como si vinieran de muy lejos, amortiguadas por una niebla densa que la separaba de la realidad.—Su madre está muy débil. No sabemos si resistirá la cirugía, pero es la única opción. Debe hacerse lo antes posible. Si se retrasa… las consecuencias podrían ser irreversibles.El aire se volvió pesado. Un nudo se formó en su garganta, apretándola como si alguien le rodeara el cuello con una cuerda invisible. Su madre… Su vida pendía de un hilo.—Lo entiendo —murmuró, su voz quebrada, pero firme—. Conseguiré el dinero. Haré lo que sea necesario.El médico la miró con gravedad, como si pudiera leer la desesperación en sus ojos. Asintió con un leve gesto y antes de dar por terminada la consulta, añadió:—El tiempo es clave. No lo olvide.Darina salió del consultorio con pasos mecánicos.La desesperación la envolvía como un manto. Su mente martillaba una y otra vez la m
Darina sintió el golpe directo al corazón, un dolor agudo que la atravesó como un cuchillo afilado.¡Su madre estaba muriendo!Necesitaba ese dinero con desesperación, como si fuera el oxígeno que la mantenía con vida.Las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro, ardientes, pesadas, pero incapaces de calmar la tormenta dentro de ella.—Usted dijo que… —sus palabras salieron entrecortadas, casi ahogadas por la desesperación—. Usted dijo que no tendría que prostituirme.Alondra sonrió con frialdad, su rostro una máscara de satisfacción mientras observaba a la joven quebrarse ante ella.—Las reglas cambian, niña —dijo con una calma implacable—. Elige: acepta y te daré el dinero, o te niegas y te largas. Entonces buscaré a otra mujer que esté dispuesta a hacer lo que yo quiero.El corazón de Darina palpitaba con fuerza, como si fuera a estallar.Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros, todo se desvaneció en un abismo mientras pensaba en lo que dijo el doctor, en la única
El amanecer llegó con una luz suave que se filtraba a través de las cortinas, tocando la piel de Darina, que permanecía inmóvil en la cama. A pesar de la calidez del sol, su cuerpo seguía helado, como si el frío del miedo se hubiera apoderado de cada uno de sus músculos, hundiéndola en un abismo del que no podía escapar.El eco de lo sucedido la asfixiaba. A cada respiración, sentía el peso de lo que había hecho, como si una invisible mano la estrangulara. No lograba olvidar aquella primera noche con él, un hombre extraño cuya presencia no solo había arrebatado su virginidad, sino algo mucho más profundo: su dignidad. ¿Era esto lo que tenía que hacer para salvar a su madre? La pregunta, tan cruel como desesperante, retumbaba en su mente.Abrió los ojos lentamente, y el peso de la mano sobre su cuerpo la hizo sentir más atrapada que nunca. No había forma de liberarse de esta pesadilla, ni en su cuerpo ni en su alma. El hombre seguía a su lado, inmóvil, y el contacto con su piel era lo
Un mes después.La habitación del hospital estaba bañada en una luz cálida, pero Darina no sentía nada. Su cuerpo seguía frío, incluso allí, entre las paredes blancas, rodeada por la luz que había prometido sanar. Las noticias sobre la operación la habían tranquilizado un poco, pero el peso de la culpa seguía aplastándola. Se apretó las manos contra el pecho, intentando que su corazón no estallara de la presión que sentía.—¡Hija! —exclamó su madre, sonriendo al verla entrar, sin notar la tormenta que arrasaba dentro de Darina.—¡Mami, ya estás mejor! —respondió Darina, con una sonrisa que no alcanzó a llegar a sus ojos. No podía soportar lo que estaba a punto de decir.—Aún no cantemos victoria, Darina —dijo el doctor, interrumpiendo sus pensamientos—. Está mejor, sí, pero su corazón sigue débil. Necesita una segunda operación. Pero ahora todo está cubierto, así que confiemos.El doctor salió, y las palabras de su madre comenzaron a desdibujarse en el aire.—Darina, ¿cómo conseguiste
—Escúchame bien. A partir de ahora, vivirás en esta mansión —sentenció Hermes con voz firme—. Quiero estar al pendiente de mi hijo.El corazón de Darina se encogió. Su respiración se volvió errática y sus manos temblaron. Era como si las paredes se cerraran a su alrededor, sofocándola.—¡Yo… no puedo! —suplicó, su voz quebrada por el pánico.Hermes la miró sin inmutarse, su expresión tan impenetrable como una muralla.—Vas a poder —afirmó con frialdad.—¡Mi madre está enferma! ¡Debo cuidarla en el hospital! —Las lágrimas brotaron de sus ojos, nublando su visión—. Por favor…Un silencio pesado se instaló en el despacho. Solo el crujido de la madera en la chimenea y la respiración entrecortada de Darina rompían la quietud. Hermes entrecerró los ojos, evaluando su súplica con la misma calma con la que tomaba decisiones de negocios.—Haré que tu madre vaya a un mejor hospital —dijo al fin—. Recibirá la mejor atención posible y podrás visitarla cuando lo desees.Darina sintió un vuelco en e
Darina salió de casa con una maleta en mano, sus dedos temblorosos apenas lograban sostenerla. La brisa fría de la madrugada acariciaba su rostro, recordándole que cada paso la alejaba de lo que había conocido.Afuera, el auto negro de la mansión Hang rugía con el motor encendido, sus faros como ojos inmutables en la penumbra.Mientras avanzaba por el camino, Darina no podía evitar sentir que caminaba hacia una jaula dorada, una trampa de lujo de la que no habría escapatoria. Cada paso retumbaba en su pecho como un martillo; no tenía elección, pues su única motivación era salvar a su madre.Cuando llegó a la mansión, Rosa la aguardaba en la entrada. La mirada de la jovencita era dura y fría, cargada de un resentimiento inexplicable que dolía a Darina, aunque aún no comprendía su origen.Hermes apareció y, sin más preámbulos, la condujo por largos pasillos adornados con lujosos detalles: mármol brillante, lámparas de cristal y cuadros que parecían contar historias olvidadas.Finalmente,
—¡Mamá, despierta, por favor, no me dejes!La voz de Darina se elevó en un grito desgarrador, cargado de angustia, mientras sus manos temblorosas se agitaban tratando de sacudir a su madre, que yacía inmóvil en la cama.El dolor en su pecho era insoportable, como si un abismo inmenso estuviera tragándose cada latido.La sensación de pérdida la ahogaba, llenándola de una desesperación que parecía hacer eco en cada rincón de la habitación.Con los ojos enrojecidos y el alma rota, Darina escudriñó la penumbra y encontró a Alondra, apoyada en una esquina, observando la escena con una mezcla de incredulidad y terror.El aire en la habitación se espesó, como si el mismo espacio presionara contra sus cuerpos, obligándolos a sentir la gravedad del momento.Incontenible, Darina se lanzó hacia Alondra.Sus ojos, ardientes de furia y desesperación, destellaban en la penumbra mientras, con una bofetada seguida de golpes temblorosos, intentaba hacerla reaccionar, como si cada golpe pudiera arrancar