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Días después...Alondra estaba de pie, aguardando en las oscuras y solitarias calles, a medio camino entre la ciudad y el aeropuerto.El aire estaba cargado de humedad, pero la opresión en su pecho era mucho peor que el clima.La ansiedad la carcomía por dentro, pero sabía que debía mantener una fachada. No podía permitir que nada de lo que sentía saliera a la superficie.Todo lo que deseaba era que las horas pasaran rápido, que Rafael llegara, y que todo esto terminara.Su mente, aunque nublada por la desesperación, seguía repitiendo una y otra vez las mismas palabras: "Lo tengo todo bajo control. Nadie puede detenerme."Finalmente, Rafael apareció, su figura alzándose a lo lejos, su mirada perdida en la distancia.Parecía más joven de lo que ella esperaba. Lo observó un momento, esperando que la reconociera, pero él solo la miró sin interés.Con una sonrisa forzada, Alondra lo saludó con voz suave, pero dentro de ella sentía como si el tiempo estuviera a punto de colapsar.—Hola, Raf
Rafael estaba tirado sobre el suelo frío y áspero. Su cuerpo sangraba por varias partes, pero era la herida en su costado y cabeza la que más lo quemaba, como si un hierro al rojo vivo lo atravesará sin piedad.La sangre formaba un charco pegajoso debajo de él, caliente al principio, pero ahora se sentía cada vez más fría, igual que su piel.Atado, inmóvil, completamente vulnerable, gritó con todas sus fuerzas… o con lo poco que le quedaba.Pero su voz apenas salió como un eco rasgado, seco, que se perdió entre las paredes húmedas de la bodega.El eco le devolvió su propia desesperación como un cruel recordatorio de que estaba solo.Pensó que iba a morir ahí. Así.Como un perro abandonado, sin justicia, sin redención. Y entonces… pensó en ella. En su madre. En todo lo que la odiaba… y todo lo que no le dijo. Un nudo se le formó en el pecho.El arrepentimiento lo estranguló con más fuerza que las ataduras.¿Cómo había llegado tan lejos? ¿Cómo terminó siendo víctima de las mismas
Hermes salió de la mansión como un rayo.No se detuvo a decir palabra. Subió al auto y condujo directo al hospital San Luis. No entendía del todo qué estaba sintiendo, pero un nudo en el pecho y una urgencia en el alma lo empujaban como nunca.Al salir de la propiedad, se cruzó con Alondra. Ella intentó hablarle, pero solo alcanzó a verlo alejarse con expresión desencajada.Algo en su interior se revolvió.—¿Adónde va así? —murmuró con inquietud, y sin pensarlo más, lo siguió.Mientras lo alcanzaba, notó con horror que Hermes tomaba una ruta demasiado cercana al lugar donde ella había dejado a Rafael Ruiz.El miedo le atravesó el pecho como una lanza.—¡Si lo descubrió! Si Hermes sabe la verdad, si alguien le mostró pruebas… ¡Estoy perdida! —exclamó con voz temblorosa, mientras aceleraba desesperada.***Hospital San LuisHermes bajó del auto y corrió hacia la entrada. Apenas cruzó la puerta, su voz retumbó:—¡¿Dónde está Rafael Ruiz?!Una enfermera lo miró sorprendida.—El paciente es
Tres años después.Darina despertó antes del amanecer, como cada día, con el corazón agitado, un nudo constante en el pecho que no lograba disolver.El aire frío de la mañana se colaba por las rendijas de la ventana, pero ya estaba acostumbrada.En silencio, se incorporó, mirando con ternura, la camita improvisada donde dormían sus tres tesoros.Cada uno envuelto en sus sueños, ajeno a los miedos que ella llevaba consigo, los mismos miedos que la mantenían despierta cada noche.Se movió con cuidado, como si un solo ruido pudiera romper la burbuja de paz que había logrado crear, una paz frágil, construida con sacrificios y silencios.Caminó descalza por el suelo frío hasta la ducha. El agua tibia, su único lujo, le acarició la piel mientras cerraba los ojos y trataba de imaginar, aunque fuera por un instante, una vida distinta… una vida donde no tuviera que vivir con miedo, donde no tuviera que esconderse detrás de una fachada de fortaleza.Se vistió rápidamente, sin pensar, y fue a la
—¡¿Dónde está?!La voz de Hermes resonó en el pequeño y sombrío cuarto como un trueno.Su mirada, frenética y cargada de desesperación, recorría el lugar con ansias, buscando algún vestigio, alguna pista que lo acercara a Darina.Esa mujer, a quien había llegado a odiar y al mismo tiempo desear encontrar, era la única imagen que lo consumía.La mujer frente a él vaciló, sus manos temblaban visiblemente. La expresión de su rostro mostraba miedo, pero también una duda que no podía ocultar.Finalmente, habló con voz quebrada:—Lo siento, señor... si hubiese llegado una hora antes... la habría encontrado. Se acaba de mudar.Las palabras de la mujer cayeron sobre Hermes como un peso insoportable.Sentía que su corazón se partía en mil pedazos, y la ansiedad apretaba su pecho con tal fuerza que apenas podía respirar.¿Se había escapado? El pensamiento le quemó la mente.¿Cómo había sido tan imprudente para dejarla escapar otra vez?—¿Quién es usted? —la mujer preguntó en un susurro tembloros
Hermes se encontraba en Navarra, el rastro de Darina lo había llevado hasta allí.Había encontrado al hombre que había vendido el collar de Rosa, y de él obtuvo la clave para encontrar a Darina.El viaje había sido largo, pero la esperanza de encontrarla lo mantenía en pie.Había visitado cada hospital, y después de horas interminables, encontró el nombre de una mujer que había tenido trillizos en la misma fecha en que Darina debió dar a luz: Dara Mendoza.El nombre resonó en su cabeza como un golpe de martillo. Era ella. Cuando finalmente llegó a la dirección, descubrió que lo que tanto había buscado estaba frente a él, pero como siempre, Darina se esfumaba de sus manos como un fantasma.En su habitación de hotel, Hermes se sentó sobre la cama, la mente a mil por hora.Pronto debía regresar a Mayrit, pero antes de irse, necesitaba encontrar una respuesta.Sus hombres estaban al sur de Navarra, y aunque el tiempo apremiaba, él no podía dejar de pensar en todo lo que había descubierto y
Darina lanzó un grito ahogado, un grito que pareció atravesar la fría sala, mientras el hombre la soltaba, intentando tapar su boca.El pánico la invadió con tal fuerza que, en un último acto de desesperación, le dio un golpe directo al estómago.El hombre soltó un quejido de dolor y se apartó, pero Darina no esperaba nada.Corrió, sin mirar atrás, sus pasos retumbaban en el pasillo vacío mientras sentía como si el suelo se desmoronara bajo sus pies.No podía detenerse, no podía, lo único que le importaba en ese momento era escapar.El grito del hombre resonó detrás de ella.—¡Vas a pagar por esto, te voy a despedir!De pronto, algo la hizo tropezar, y sin querer, sus pies chocaron con una figura imponente.Se dio un golpe al caer.—¿Quién eres tú? —preguntó Alfonso Morgan al ver a la mujer en el suelo, la mirada inquisitiva fija en Darina, como si la estuviera diseccionando.Darina, temblorosa, intentó levantarse, y fue entonces cuando escuchó su nombre.El eco de la voz del jefe de r
Al llegar al edificio, Alfonso entró al departamento con Darina en brazos, el peso de la situación era palpable en el aire.Darina estaba abrumada, no solo por el hecho de que un completo desconocido, y encima el presidente de la empresa Morgan, la estuviera ayudando, sino también por la sensación de vulnerabilidad que la invadía.Su cuerpo aún temblaba levemente por el miedo y la incertidumbre.—Le agradezco, señor Morgan, de verdad… no es necesario que se preocupe tanto —dijo Darina, con voz temblorosa, intentando restarle importancia a la situación.Alfonso la miró con intensidad, un brillo de preocupación en sus ojos.—Claro que sí —respondió con firmeza—. Después de lo que pasó, es lo menos que puedo hacer por ti. El doctor ya viene en camino.La puerta del departamento se abrió de golpe y, de repente, tres pequeños corrieron hacia ella, llenando el aire con risas y gritos de cariño.—¡Mamita! —exclamaron al unísono.El corazón de Darina se aceleró, el calor de sus hijos abrazándo