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—¡Llamen a la policía ahora mismo! ¡Ella es la asesina de Rosa Hang, debe ir a prisión! —gritó Azucena Morgan, señalando a Darina con el dedo tembloroso, pero firme como una lanza acusadora.Los niños comenzaron a llorar.El ambiente se volvió denso, irrespirable, como si el aire estuviera cargado de electricidad y miedo.Rossyn se abrazó a su madre con fuerza, sollozando, mientras Helmer y Hernán se abrazaban a la falda de mami.Darina sintió que el piso se le abría bajo los pies. Su corazón se aceleró, no solo por la gravedad de la acusación, sino por el terror de que sus hijos escucharan tales palabras.—¡Está loca, señora! ¿Cómo se atreve? —Anahí alzó la voz, su tono era una mezcla de indignación y miedo, como una madre leona protegiendo a los suyos.Azucena no se contuvo.—¡Claro! Tenían que ser amigas, ¿no? ¡Tal para cual! Una zorra… y una asesina.El insulto cayó como una bomba.Los ojos de Darina se llenaron de lágrimas contenidas, no por el dolor personal, sino por el miedo qu
Al día siguiente.El cielo estaba cubierto de nubes grises. Anahí apretaba con fuerza la pequeña mano de Freddy mientras caminaban hacia la clínica.El niño, iba en silencio, pegado a su madre. Había algo en el ambiente, una tensión que incluso él, tan pequeño, podía sentir.Al llegar, encontró a Edilene esperándola con una expresión de falsa cordialidad. A su lado estaba Azucena Morgan, sentada con el rostro tenso, como una estatua de mármol.Elliot jugaba con un carrito en la sala de espera, ajeno a todo el drama que se cocinaba a su alrededor.Azucena apenas miró a Anahí, pero clavó los ojos en Freddy con recelo.El niño se escondió detrás de su madre, asustado.—Hagamos esto de una vez —dijo Azucena con frialdad, sin molestarse en saludarla.Antes de que Anahí pudiera responder, Edilene intervino con voz aguda, como si saboreara cada palabra que iba a pronunciar.—¿Y Alfonso? ¿Dónde está mi prometido, suegra?Anahí se volvió hacia ella con una mirada perpleja.—¿Tú qué?Edilene son
Azucena sostuvo el sobre entre sus manos temblorosas.Sabía que aquel instante no tendría vuelta atrás. El silencio era casi sepulcral cuando extendió el documento hacia Alfonso.—Tienes que ver esto —dijo con voz apagada.Alfonso tomó la prueba sin sospechar. Rompió el sobre con cierta indiferencia… pero esa expresión le duró apenas unos segundos.Sus ojos se abrieron con un espasmo de horror al leer el encabezado.La sangre pareció salírsele del cuerpo. La hoja le temblaba entre los dedos.Leyó… volvió a leer… y entonces alzó la mirada, con una frialdad que congeló la habitación.—Salgan de aquí —ordenó con voz firme, contenida por la furia.Azucena frunció el ceño.Edilene frunció los labios, confundida, dio un paso hacia él.—Alfonso, ¿por qué…? —intentó hablar, pero él la interrumpió.—¡He dicho que se larguen! —gritó, con los ojos inyectados de rabia.Ambas mujeres se quedaron inmóviles por un instante. Era como ver a un volcán a punto de estallar. Finalmente, salieron sin decir
Freddy lloraba desconsolado, con el rostro escondido en el cuello de su madre. Anahí lo sostenía con fuerza, como si abrazarlo pudiera protegerlo del dolor del mundo.—Mami… —sollozó el niño entre hipidos—, ¿no tengo papito?Anahí cerró los ojos. Le temblaba la voz al responder, pero acarició su cabello con ternura y besó su frente empapada.—Lo siento, mi amor… —susurró—. Soy tu mami y también puedo ser tu papi. ¿Eso puede ser suficiente para ti?El niño negó lentamente con la cabeza, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.—No, mamita… —dijo con su vocecita frágil, quebrada—. Yo voy a buscar un nuevo papito para mí… y un novio para ti. Uno que nos quiera mucho, mucho… ¡Y vamos a ser muy felices, siempre por siempre!Anahí no pudo evitar llorar en silencio al escucharlo. Lo abrazó con fuerza, apretándolo contra su pecho, como si su amor pudiera reparar esa herida. Su hijo era tan dulce, tan puro… el único que no merecía ninguna de las mentiras, traiciones ni odios de los adu
Cuando Anahí tomó el teléfono con manos temblorosas, su pulgar dudó al pulsar el botón de reproducción. La grabación comenzó a sonar, y la voz de Edilene se escuchó nítida, como una sentencia. Cada palabra era una daga afilada que se clavaba en su corazón, arrancando con ella pedazos de la esperanza que aún quedaban.Sus ojos se llenaron de lágrimas. No por tristeza, no solo por eso. Era una mezcla venenosa de rabia, impotencia y un amor herido que no terminaba de morir.—Quisiste destruir lo poco que teníamos —susurró, apretando los labios con fuerza para no romperse del todo—. ¿Esto querías, Alfonso? ¿Destruirme por completo? Qué tontería… —rio sin alegría—. Nunca hubo un "nosotros", ¿verdad? Yo fui la única que creyó.Miró el contacto de Alfonso en la pantalla. El dedo se le detuvo sobre el ícono de enviar. Pero se contuvo.—No —dijo para sí, respirando hondo—. Aún no, Alfonso. Ahora te toca a ti sufrir. Verás cómo se siente perder algo verdadero, algo puro… como Freddy. Como yo.Gu
—¡Hermes! —gritó Darina con la voz rota, al verlo desplomarse como si el tiempo se hubiera detenido.El eco del disparo aún resonaba en el aire, cortando la tensión con un zumbido agudo.Uno de los empleados, disparó de nuevo, con el rostro desencajado por el pánico, bajó el arma temblorosa mientras todos volteaban hacia el techo, desde donde un cuerpo acababa de caer.Hermes.El mundo de Darina se colapsó en un segundo.Él yacía en el suelo, su camisa blanca se manchaba rápidamente de rojo.Su rostro, pálido, giró apenas para buscarla entre la multitud.La encontró.Sus ojos se cruzaron en un silencio que gritaba más que cualquier palabra.En su mirada había dolor, pero sobre todo… miedo. No por él. Por ella.«¡Alguien quiere dañarla!», pensó, mientras el peso del disparo se lo llevaba lejos de la conciencia.Un grito histérico rompió el momento.—¡Mató a Hermes! ¡Hermes! —vociferó Alondra con el rostro bañado en lágrimas falsas, transformando el teatro en una escena de caos—. ¡Deten
Los niños lloraban desconsolados, con gritos entrecortados por el miedo.La camioneta avanzaba entre el asfalto mojado por la llovizna ligera, como si el cielo también llorara la herida que había dejado el destino en su familia.Darina los abrazaba con fuerza, tratando de protegerlos con su cuerpo como un escudo humano. Su corazón latía como un tambor fuera de control. Las lágrimas no cesaban, pero ella las disimulaba como podía.—Mami… —la vocecita temblorosa de Hernán rompió el silencio—. ¿Papito se fue al cielo?La pregunta cayó como una piedra en su pecho. Darina sintió que el mundo se partía en dos. Su alma se encogió, y por un segundo pensó que no podría hablar. Tragó saliva con dificultad y negó con la cabeza.—No, mi amor… papito va a curarse. Está con los doctores, lo van a ayudar —murmuró, acariciándole el cabello.Helmer, con los ojitos enrojecidos y la carita manchada por las lágrimas, la miró confundido.—¿Y por qué no podemos verlo? ¿Por qué no le dimos un beso?Darina l
—¡Sí! —gritó Alfonso, su voz quebrándose entre el dolor y la furia contenida—. ¿Eso querías oír? ¡La verdad! Pues ahí la tienes: amo a mi hijo… ¡Y amo a Anahí!Azucena se quedó paralizada. Sus ojos se abrieron como platos, como si acabara de escuchar la blasfemia más grande.—¿Estás… estás loco? —balbuceó, dando un paso atrás—. ¡Ella es una traidora! ¡Te engañó! ¡Ese niño no es tuyo!—¡Es igual a mí! —rugió Alfonso, señalando con rabia un marco con su foto de infancia sobre la repisa—. ¡Míralo bien, madre! ¡Tiene mis ojos, mi expresión cuando se enoja, incluso mi forma de caminar! ¿Cómo puedes negar algo tan evidente?Azucena abrió la boca, pero ninguna palabra logró salir. Alfonso respiró hondo, dolido.—Haré otra prueba de ADN. Las veces que haga falta, pero te lo voy a demostrar… Freddy es mi hijo. Y tú, madre, lo vas a aceptar.Sin decir más, dio la vuelta. Su espalda tensa era un retrato de determinación y angustia. Azucena se quedó sola, estática como una estatua de sal, con el