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Los niños lloraban desconsolados, con gritos entrecortados por el miedo.La camioneta avanzaba entre el asfalto mojado por la llovizna ligera, como si el cielo también llorara la herida que había dejado el destino en su familia.Darina los abrazaba con fuerza, tratando de protegerlos con su cuerpo como un escudo humano. Su corazón latía como un tambor fuera de control. Las lágrimas no cesaban, pero ella las disimulaba como podía.—Mami… —la vocecita temblorosa de Hernán rompió el silencio—. ¿Papito se fue al cielo?La pregunta cayó como una piedra en su pecho. Darina sintió que el mundo se partía en dos. Su alma se encogió, y por un segundo pensó que no podría hablar. Tragó saliva con dificultad y negó con la cabeza.—No, mi amor… papito va a curarse. Está con los doctores, lo van a ayudar —murmuró, acariciándole el cabello.Helmer, con los ojitos enrojecidos y la carita manchada por las lágrimas, la miró confundido.—¿Y por qué no podemos verlo? ¿Por qué no le dimos un beso?Darina l
—¡Sí! —gritó Alfonso, su voz quebrándose entre el dolor y la furia contenida—. ¿Eso querías oír? ¡La verdad! Pues ahí la tienes: amo a mi hijo… ¡Y amo a Anahí!Azucena se quedó paralizada. Sus ojos se abrieron como platos, como si acabara de escuchar la blasfemia más grande.—¿Estás… estás loco? —balbuceó, dando un paso atrás—. ¡Ella es una traidora! ¡Te engañó! ¡Ese niño no es tuyo!—¡Es igual a mí! —rugió Alfonso, señalando con rabia un marco con su foto de infancia sobre la repisa—. ¡Míralo bien, madre! ¡Tiene mis ojos, mi expresión cuando se enoja, incluso mi forma de caminar! ¿Cómo puedes negar algo tan evidente?Azucena abrió la boca, pero ninguna palabra logró salir. Alfonso respiró hondo, dolido.—Haré otra prueba de ADN. Las veces que haga falta, pero te lo voy a demostrar… Freddy es mi hijo. Y tú, madre, lo vas a aceptar.Sin decir más, dio la vuelta. Su espalda tensa era un retrato de determinación y angustia. Azucena se quedó sola, estática como una estatua de sal, con el
La casa de campo estaba silenciosa, envuelta en una quietud que parecía fingida.Los árboles altos mecían sus hojas con una brisa suave, como si supieran que, dentro de esas paredes, dos mujeres intentaban no quebrarse del todo.Anahí observaba por la ventana con el ceño fruncido, como si esperara ver algo que pudiera darles respuestas, mientras Darina se abrazaba a sí misma, sentada en el borde de una cama improvisada.Tenía los ojos vidriosos, rojos de tanto llorar, y las manos temblorosas. No lograba dejar de temer.—Te juro que soy inocente —dijo finalmente, con la voz desgarrada, como si confesara algo que le doliera en los huesos.Anahí se giró hacia ella y le tomó las manos con firmeza.—Darina, te creo. Te juro que te creo. Pero debes calmarte… tienes que hacerlo por tus hijos. Todo lo que importa ahora es que Hermes viva… él es el único que puede ayudarte, el único que sabe la verdad completa. Él vendrá por ti. Él va a salvarte.Darina tragó saliva. Quería creer. Lo necesitab
Darina fue subida al auto a la fuerza, con los ojos perdidos y el corazón hecho trizas. Se sentía atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.Desde el interior del vehículo, sus ojos vidriosos se aferraban a la imagen de sus hijos, que estaban del otro lado de la ventana.Gritaban, lloraban, estiraban los brazos hacia ella, pero una barrera de cristal —física y simbólica—la separaba de ellos.El alma se le partía.Anahí los sujetaba con firmeza, conteniendo el impulso natural de los pequeños por correr hacia su madre. Sabía que, si lo hacían, solo se lastimarían más. Su rostro estaba bañado en lágrimas, pero su mirada era firme. Tenía que protegerlos… incluso de su propio amor.—¡Mami! ¡No te vayas! —lloró Rossyn con una voz que desgarraba el alma—. ¡Mami es de Rossyn! ¡Mami vuelve! ¡Mami…!Los sollozos se hicieron eco entre los muros, y el llanto de los demás niños se unió al de la pequeña, formando una sinfonía de dolor que estremecía el ambiente.Los tres se abrazaban c
—¿Quieres un millón de pesos?La voz de la mujer resonó en la habitación con una calma venenosa, cada palabra envuelta en un tono de superioridad.Darina, con sus manos temblorosas y el corazón latiendo con un ritmo desesperado, asintió con frenesí.—¡Haré lo que sea! Por favor, necesito el dinero, ¡mi madre se está muriendo! —dijo con los ojos centelleantes de desesperación.La mujer que tenía frente a ella era la representación misma de la elegancia y el poder.Su vestido de diseñador se ceñía a su cuerpo con perfección, su cabello cuidadosamente arreglado caía en ondas suaves y en su mano relucía un anillo de bodas costoso, el símbolo de una unión que, a simple vista, parecía perfecta.Con un gesto pausado, la mujer acarició la joya.Luego, sonrió con frialdad.—Bien. Si realmente estás dispuesta a hacer cualquier cosa, entonces tengo una propuesta para ti. Si puedes gestar al heredero de la familia Hang… obtendrás un millón de pesos.Darina sintió cómo su respiración se cortaba. U
—¿Y qué buscas con esto? ¿Crees que puedes manipularme? —Hermes lo dijo con voz rasposa, las palabras llenas de veneno.Alondra se acercó lentamente, como si cada paso le costara una eternidad.Sus dedos temblaban mientras tocaba su rostro, como si intentara reconectar con algo que se desvanecía.—¡Aún podemos solucionarlo, mi amor! —su voz era un susurro entrecortado, cargado de desesperación—. Dame una oportunidad, por favor. Piensa en tu hermana Rosa, piensa en nuestra familia... ¡Por favor!Hermes sintió cómo la furia lo quemaba desde adentro. Su pecho se infló con rabia, y un destello de ironía cruzó su rostro al esbozar una sonrisa amarga.«Nunca podré perdonarte, Alondra, nunca perdonaré a los traidores como mi padre, pero… quiero saber de qué clase de veneno estás hecha», pensó con rabia y una calma peligrosa.—Bien —dijo con frialdad—, podré aceptarlo, pero solo si estás dispuesta a que tenga a ese bebé con esa mujer... de forma natural.Alondra se quedó helada, los ojos se a
En el hospital.La luz fría de la oficina del doctor iluminaba el rostro de Darina, quien escuchaba las palabras del médico como si vinieran de muy lejos, amortiguadas por una niebla densa que la separaba de la realidad.—Su madre está muy débil. No sabemos si resistirá la cirugía, pero es la única opción. Debe hacerse lo antes posible. Si se retrasa… las consecuencias podrían ser irreversibles.El aire se volvió pesado. Un nudo se formó en su garganta, apretándola como si alguien le rodeara el cuello con una cuerda invisible. Su madre… Su vida pendía de un hilo.—Lo entiendo —murmuró, su voz quebrada, pero firme—. Conseguiré el dinero. Haré lo que sea necesario.El médico la miró con gravedad, como si pudiera leer la desesperación en sus ojos. Asintió con un leve gesto y antes de dar por terminada la consulta, añadió:—El tiempo es clave. No lo olvide.Darina salió del consultorio con pasos mecánicos.La desesperación la envolvía como un manto. Su mente martillaba una y otra vez la m
Darina sintió el golpe directo al corazón, un dolor agudo que la atravesó como un cuchillo afilado.¡Su madre estaba muriendo!Necesitaba ese dinero con desesperación, como si fuera el oxígeno que la mantenía con vida.Las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro, ardientes, pesadas, pero incapaces de calmar la tormenta dentro de ella.—Usted dijo que… —sus palabras salieron entrecortadas, casi ahogadas por la desesperación—. Usted dijo que no tendría que prostituirme.Alondra sonrió con frialdad, su rostro una máscara de satisfacción mientras observaba a la joven quebrarse ante ella.—Las reglas cambian, niña —dijo con una calma implacable—. Elige: acepta y te daré el dinero, o te niegas y te largas. Entonces buscaré a otra mujer que esté dispuesta a hacer lo que yo quiero.El corazón de Darina palpitaba con fuerza, como si fuera a estallar.Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros, todo se desvaneció en un abismo mientras pensaba en lo que dijo el doctor, en la única