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Cuando Anahí tomó el teléfono con manos temblorosas, su pulgar dudó al pulsar el botón de reproducción. La grabación comenzó a sonar, y la voz de Edilene se escuchó nítida, como una sentencia. Cada palabra era una daga afilada que se clavaba en su corazón, arrancando con ella pedazos de la esperanza que aún quedaban.Sus ojos se llenaron de lágrimas. No por tristeza, no solo por eso. Era una mezcla venenosa de rabia, impotencia y un amor herido que no terminaba de morir.—Quisiste destruir lo poco que teníamos —susurró, apretando los labios con fuerza para no romperse del todo—. ¿Esto querías, Alfonso? ¿Destruirme por completo? Qué tontería… —rio sin alegría—. Nunca hubo un "nosotros", ¿verdad? Yo fui la única que creyó.Miró el contacto de Alfonso en la pantalla. El dedo se le detuvo sobre el ícono de enviar. Pero se contuvo.—No —dijo para sí, respirando hondo—. Aún no, Alfonso. Ahora te toca a ti sufrir. Verás cómo se siente perder algo verdadero, algo puro… como Freddy. Como yo.Gu
—¡Hermes! —gritó Darina con la voz rota, al verlo desplomarse como si el tiempo se hubiera detenido.El eco del disparo aún resonaba en el aire, cortando la tensión con un zumbido agudo.Uno de los empleados, disparó de nuevo, con el rostro desencajado por el pánico, bajó el arma temblorosa mientras todos volteaban hacia el techo, desde donde un cuerpo acababa de caer.Hermes.El mundo de Darina se colapsó en un segundo.Él yacía en el suelo, su camisa blanca se manchaba rápidamente de rojo.Su rostro, pálido, giró apenas para buscarla entre la multitud.La encontró.Sus ojos se cruzaron en un silencio que gritaba más que cualquier palabra.En su mirada había dolor, pero sobre todo… miedo. No por él. Por ella.«¡Alguien quiere dañarla!», pensó, mientras el peso del disparo se lo llevaba lejos de la conciencia.Un grito histérico rompió el momento.—¡Mató a Hermes! ¡Hermes! —vociferó Alondra con el rostro bañado en lágrimas falsas, transformando el teatro en una escena de caos—. ¡Deten
Los niños lloraban desconsolados, con gritos entrecortados por el miedo.La camioneta avanzaba entre el asfalto mojado por la llovizna ligera, como si el cielo también llorara la herida que había dejado el destino en su familia.Darina los abrazaba con fuerza, tratando de protegerlos con su cuerpo como un escudo humano. Su corazón latía como un tambor fuera de control. Las lágrimas no cesaban, pero ella las disimulaba como podía.—Mami… —la vocecita temblorosa de Hernán rompió el silencio—. ¿Papito se fue al cielo?La pregunta cayó como una piedra en su pecho. Darina sintió que el mundo se partía en dos. Su alma se encogió, y por un segundo pensó que no podría hablar. Tragó saliva con dificultad y negó con la cabeza.—No, mi amor… papito va a curarse. Está con los doctores, lo van a ayudar —murmuró, acariciándole el cabello.Helmer, con los ojitos enrojecidos y la carita manchada por las lágrimas, la miró confundido.—¿Y por qué no podemos verlo? ¿Por qué no le dimos un beso?Darina l
—¡Sí! —gritó Alfonso, su voz quebrándose entre el dolor y la furia contenida—. ¿Eso querías oír? ¡La verdad! Pues ahí la tienes: amo a mi hijo… ¡Y amo a Anahí!Azucena se quedó paralizada. Sus ojos se abrieron como platos, como si acabara de escuchar la blasfemia más grande.—¿Estás… estás loco? —balbuceó, dando un paso atrás—. ¡Ella es una traidora! ¡Te engañó! ¡Ese niño no es tuyo!—¡Es igual a mí! —rugió Alfonso, señalando con rabia un marco con su foto de infancia sobre la repisa—. ¡Míralo bien, madre! ¡Tiene mis ojos, mi expresión cuando se enoja, incluso mi forma de caminar! ¿Cómo puedes negar algo tan evidente?Azucena abrió la boca, pero ninguna palabra logró salir. Alfonso respiró hondo, dolido.—Haré otra prueba de ADN. Las veces que haga falta, pero te lo voy a demostrar… Freddy es mi hijo. Y tú, madre, lo vas a aceptar.Sin decir más, dio la vuelta. Su espalda tensa era un retrato de determinación y angustia. Azucena se quedó sola, estática como una estatua de sal, con el
La casa de campo estaba silenciosa, envuelta en una quietud que parecía fingida.Los árboles altos mecían sus hojas con una brisa suave, como si supieran que, dentro de esas paredes, dos mujeres intentaban no quebrarse del todo.Anahí observaba por la ventana con el ceño fruncido, como si esperara ver algo que pudiera darles respuestas, mientras Darina se abrazaba a sí misma, sentada en el borde de una cama improvisada.Tenía los ojos vidriosos, rojos de tanto llorar, y las manos temblorosas. No lograba dejar de temer.—Te juro que soy inocente —dijo finalmente, con la voz desgarrada, como si confesara algo que le doliera en los huesos.Anahí se giró hacia ella y le tomó las manos con firmeza.—Darina, te creo. Te juro que te creo. Pero debes calmarte… tienes que hacerlo por tus hijos. Todo lo que importa ahora es que Hermes viva… él es el único que puede ayudarte, el único que sabe la verdad completa. Él vendrá por ti. Él va a salvarte.Darina tragó saliva. Quería creer. Lo necesitab
—¿Quieres un millón de pesos?La voz de la mujer resonó en la habitación con una calma venenosa, cada palabra envuelta en un tono de superioridad.Darina, con sus manos temblorosas y el corazón latiendo con un ritmo desesperado, asintió con frenesí.—¡Haré lo que sea! Por favor, necesito el dinero, ¡mi madre se está muriendo! —dijo con los ojos centelleantes de desesperación.La mujer que tenía frente a ella era la representación misma de la elegancia y el poder.Su vestido de diseñador se ceñía a su cuerpo con perfección, su cabello cuidadosamente arreglado caía en ondas suaves y en su mano relucía un anillo de bodas costoso, el símbolo de una unión que, a simple vista, parecía perfecta.Con un gesto pausado, la mujer acarició la joya.Luego, sonrió con frialdad.—Bien. Si realmente estás dispuesta a hacer cualquier cosa, entonces tengo una propuesta para ti. Si puedes gestar al heredero de la familia Hang… obtendrás un millón de pesos.Darina sintió cómo su respiración se cortaba. U
—¿Y qué buscas con esto? ¿Crees que puedes manipularme? —Hermes lo dijo con voz rasposa, las palabras llenas de veneno.Alondra se acercó lentamente, como si cada paso le costara una eternidad.Sus dedos temblaban mientras tocaba su rostro, como si intentara reconectar con algo que se desvanecía.—¡Aún podemos solucionarlo, mi amor! —su voz era un susurro entrecortado, cargado de desesperación—. Dame una oportunidad, por favor. Piensa en tu hermana Rosa, piensa en nuestra familia... ¡Por favor!Hermes sintió cómo la furia lo quemaba desde adentro. Su pecho se infló con rabia, y un destello de ironía cruzó su rostro al esbozar una sonrisa amarga.«Nunca podré perdonarte, Alondra, nunca perdonaré a los traidores como mi padre, pero… quiero saber de qué clase de veneno estás hecha», pensó con rabia y una calma peligrosa.—Bien —dijo con frialdad—, podré aceptarlo, pero solo si estás dispuesta a que tenga a ese bebé con esa mujer... de forma natural.Alondra se quedó helada, los ojos se a
En el hospital.La luz fría de la oficina del doctor iluminaba el rostro de Darina, quien escuchaba las palabras del médico como si vinieran de muy lejos, amortiguadas por una niebla densa que la separaba de la realidad.—Su madre está muy débil. No sabemos si resistirá la cirugía, pero es la única opción. Debe hacerse lo antes posible. Si se retrasa… las consecuencias podrían ser irreversibles.El aire se volvió pesado. Un nudo se formó en su garganta, apretándola como si alguien le rodeara el cuello con una cuerda invisible. Su madre… Su vida pendía de un hilo.—Lo entiendo —murmuró, su voz quebrada, pero firme—. Conseguiré el dinero. Haré lo que sea necesario.El médico la miró con gravedad, como si pudiera leer la desesperación en sus ojos. Asintió con un leve gesto y antes de dar por terminada la consulta, añadió:—El tiempo es clave. No lo olvide.Darina salió del consultorio con pasos mecánicos.La desesperación la envolvía como un manto. Su mente martillaba una y otra vez la m