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Hermes se encontraba en Navarra, el rastro de Darina lo había llevado hasta allí.Había encontrado al hombre que había vendido el collar de Rosa, y de él obtuvo la clave para encontrar a Darina.El viaje había sido largo, pero la esperanza de encontrarla lo mantenía en pie.Había visitado cada hospital, y después de horas interminables, encontró el nombre de una mujer que había tenido trillizos en la misma fecha en que Darina debió dar a luz: Dara Mendoza.El nombre resonó en su cabeza como un golpe de martillo. Era ella. Cuando finalmente llegó a la dirección, descubrió que lo que tanto había buscado estaba frente a él, pero como siempre, Darina se esfumaba de sus manos como un fantasma.En su habitación de hotel, Hermes se sentó sobre la cama, la mente a mil por hora.Pronto debía regresar a Mayrit, pero antes de irse, necesitaba encontrar una respuesta.Sus hombres estaban al sur de Navarra, y aunque el tiempo apremiaba, él no podía dejar de pensar en todo lo que había descubierto y
Darina lanzó un grito ahogado, un grito que pareció atravesar la fría sala, mientras el hombre la soltaba, intentando tapar su boca.El pánico la invadió con tal fuerza que, en un último acto de desesperación, le dio un golpe directo al estómago.El hombre soltó un quejido de dolor y se apartó, pero Darina no esperaba nada.Corrió, sin mirar atrás, sus pasos retumbaban en el pasillo vacío mientras sentía como si el suelo se desmoronara bajo sus pies.No podía detenerse, no podía, lo único que le importaba en ese momento era escapar.El grito del hombre resonó detrás de ella.—¡Vas a pagar por esto, te voy a despedir!De pronto, algo la hizo tropezar, y sin querer, sus pies chocaron con una figura imponente.Se dio un golpe al caer.—¿Quién eres tú? —preguntó Alfonso Morgan al ver a la mujer en el suelo, la mirada inquisitiva fija en Darina, como si la estuviera diseccionando.Darina, temblorosa, intentó levantarse, y fue entonces cuando escuchó su nombre.El eco de la voz del jefe de r
Al llegar al edificio, Alfonso entró al departamento con Darina en brazos, el peso de la situación era palpable en el aire.Darina estaba abrumada, no solo por el hecho de que un completo desconocido, y encima el presidente de la empresa Morgan, la estuviera ayudando, sino también por la sensación de vulnerabilidad que la invadía.Su cuerpo aún temblaba levemente por el miedo y la incertidumbre.—Le agradezco, señor Morgan, de verdad… no es necesario que se preocupe tanto —dijo Darina, con voz temblorosa, intentando restarle importancia a la situación.Alfonso la miró con intensidad, un brillo de preocupación en sus ojos.—Claro que sí —respondió con firmeza—. Después de lo que pasó, es lo menos que puedo hacer por ti. El doctor ya viene en camino.La puerta del departamento se abrió de golpe y, de repente, tres pequeños corrieron hacia ella, llenando el aire con risas y gritos de cariño.—¡Mamita! —exclamaron al unísono.El corazón de Darina se aceleró, el calor de sus hijos abrazándo
«Hermes, tú tienes la culpa de este dolor», pensó Darina, abrazando a sus hijos, con el corazón lleno de una rabia amarga que no lograba calmar.La pequeña Rossyn, en su ingenuidad infantil, aún no comprendía la gravedad de la pérdida.—Mami, dile a papito que baje del cielo, Rossyn quiere a papito de vuelta.El dolor se clavó en el pecho de Darina como una lanza.Tomó a su hija en sus brazos, besando su cabeza con ternura mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.—No lloren, por favor, papá siempre nos cuida desde el cielo, y nos ama mucho, más de lo que puedan imaginar. Pero, èl no puede bajar, cuando las personas van al cielo, ya no pueden venir.Los niños, con los ojos llenos de tristeza, limpiaron las lágrimas con sus pequeños dedos, asintiendo sin entender del todo.A pesar de su tristeza, el sonido de su voz intentaba ser calmante.Darina trató de sonreírles, pero dentro de ella el vacío crecía, hiriente, feroz.Los sentó a la mesa y comenzó a prepararles la comida,
Anahí tenía el rostro pálido, los ojos hinchados, pero aun así intentó mantener la compostura.Cuando vio a Darina, una parte de ella quiso retroceder, ocultarse, fingir que todo estaba bien.Pero ya no tenía fuerzas para fingir.—¿Sucede algo? ¿Todo bien, Dara? —preguntó con un hilo de voz.Darina asintió con suavidad, aunque no se movió de su sitio.Había algo en el aire, algo roto, algo que dolía sin ser dicho. Entonces, sin rodeos, preguntó con delicadeza:—¿Y tú estás bien? No quiero entrometerme, pero… ¿Él…? ¿Es el padre de tu hijo?Anahí bajó la mirada.Fue como si la pregunta abriera una compuerta sellada a presión. Su barbilla tembló.Sus ojos, que habían luchado por mantenerse secos, se quebraron al instante, dejando caer lágrimas silenciosas.—Es mi culpa —susurró, como si estuviera confesando un pecado imperdonable—. Yo… yo elegí este cruel destino. Pero no me arrepiento. Nunca me arrepiento. Porque no podría… no podría haberle negado la vida a mi Freddy. ¡No soy una amante
EMPRESA MORGANLa tensión en la sala de juntas se podía cortar con un cuchillo.Los empleados, alineados alrededor de la mesa de caoba, hablaban en murmullos nerviosos, preguntándose cuál sería el siguiente movimiento de Alfonso Morgan, el dueño de la empresa.Él, como siempre, entró con paso firme y rostro impenetrable.Alfonso se detuvo al frente, mirando al ventanal que dejaba ver la ciudad desde las alturas. Tomó aire, cerró los ojos un instante y, con una seriedad que heló la sangre de algunos, luego se giró a verlos, habló:—He tomado una decisión importante —su voz retumbó como un eco solemne—. Como muchos de ustedes saben, el gerente de Recursos Humanos fue despedido la semana pasada. Después de evaluar nuestras opciones y pensarlo a fondo, ya he decidido quién tomará ese lugar.Las miradas se cruzaron.Algunos susurraron nombres posibles, otros simplemente esperaban.Anahí Solís, sentada cerca de la esquina, tenía los ojos fijos en la mesa. No imaginaba lo que venía.Alfonso s
—¿Qué dice? Señor… ¿Cómo sé que no miente? —exclamó la niñera, con los ojos muy abiertos, abrazando con más fuerza al niño que tenía tomado de la mano.Hermes no pudo responder de inmediato. Sus ojos estaban fijos en los rostros de sus hijos, en esas caritas inocentes que lo miraban con asombro y un poco de miedo.El corazón le latía tan fuerte que le dolía el pecho. No podía creer que, después de tanto dolor, de tantas noches llorando en silencio, los tenía frente a él.—Pero… papi está en el cielo —dijo Hernán, con una vocecita temblorosa, como si recitara algo que había repetido muchas veces para convencerse.Hermes sintió que una puñalada invisible le atravesaba el alma. El aire se le fue de los pulmones.—¿Bajaste del cielo, papito? —preguntó Helmer con una mezcla de emoción y duda.Hermes contuvo las lágrimas. Le ardían los ojos, la garganta se le cerraba. Tragó saliva, intentando que su voz no se quebrara.«¿Les dijiste eso, Darina? ¿Tuviste el valor de inventarles una mentira t
Darina sintió que el alma se le desprendía del cuerpo.Las palabras retumbaban en su cabeza con una violencia que la dejaba sin aliento:“Hermes Hang”. Su peor miedo. Su secreto más oscuro. El hombre del que había huido. El padre de sus hijos.Sus piernas temblaban. La garganta se le cerró.—¡Lo siento! —balbuceó, con la voz rota, mientras se sujetaba del marco de la puerta para no caer—. Tengo que ir… tengo que ir por mis hijos.Los ojos se le llenaron de lágrimas.Era como si el tiempo se hubiera detenido. Una parte de ella gritaba desesperada, con una sola imagen en mente: sus tres niños, solos, confundidos, rodeados de alguien que podría arrebatarlos de su vida.Anahí, que había observado su expresión, sintió un nudo en la garganta.Ella también era madre. Y en ese instante no necesitó una explicación más. Lo entendió.—¡Corre! ¡Ve por ellos! —le dijo sin pensarlo dos veces.Darina no lo dudó.Salió disparada, como si el mismísimo infierno la persiguiera.No sintió las piernas, ni