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Darina estaba atrapada en el tráfico denso y caótico de la ciudad.El volante temblaba entre sus manos sudorosas mientras su corazón latía a un ritmo desquiciado.Cada minuto que pasaba sentía que el mundo se derrumbaba a su alrededor.El cielo estaba cubierto de nubes grises que anunciaban tormenta, como si el universo supiera que algo terrible estaba por suceder.Quiso acelerar, rebasar a todos, correr sin freno… pero no podía.Tenía que mantener el control, aunque por dentro se sintiera a punto de romperse.—No, no... no puede habérselos llevado… —susurró con voz temblorosa, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas sin que pudiera detenerlas.Su garganta se cerraba con angustia, y una punzada helada le atravesaba el pecho. ¿Y si ya era demasiado tarde? ¿Y si Hermes se los llevaba lejos? ¿Y si no volvía a ver a sus hijos jamás?—¡Si me envía a prisión…! —murmuró, con un nudo de desesperación en la garganta—. ¡Pero no voy a dejar que me los arrebate! ¡No!Su pie presionó
El corazón de Darina golpeaba con fuerza contra su pecho, como si en cualquier momento fuera a estallar. Sentía que la sangre le zumbaba en los oídos y que las piernas apenas la sostenían.Ahí estaba él.Hermes.Acostado en la cama… con sus hijos.La escena tenía algo casi sagrado, como una pintura familiar arrancada de otro tiempo nunca visto, uno más feliz.Pero para Darina no era más que una profanación.Ese hombre no tenía derecho a estar ahí. No en su casa. No con sus hijos. No en su vida.Sintió un estremecimiento de miedo recorrerle la espalda, seguido por un escalofrío de rabia tan intenso que por poco le roba el aliento.Hermes no era solo un intruso. Era un ladrón, un traidor, una sombra del pasado que regresaba con el poder de destruirlo todo. Estaba por arrebatarle lo único que había logrado conservar: a sus hijos.Y eso… no podía permitirlo.Con el alma sacudida por una mezcla de emociones que apenas podía entender, retrocedió en silencio por el pasillo hasta su habitación
El silencio era un monstruo espeso entre ellos.—Entonces mátame —sentenció Hermes con la voz profunda, la mirada clavada en la suya, sin un solo parpadeo—. Vamos, hazlo. Si es la única forma de sacarme de aquí, dispara. Pero no voy a irme. Ya no.Avanzó un paso más. Sus ojos ardían con una mezcla de rabia, dolor contenido y... ¿Ternura?—He estado enloqueciendo durante años, Darina. Jugando este juego ridículo de gato y ratón contigo. Pero ya se acabó. Estoy aquí, con mis hijos. No me iré. Si tengo que quedarme a vivir en este lugar para cuidarlos, lo haré. Es más, puedes ir a trabajar, si quieres. Mientras tanto, papá se queda en casa cuidando a sus pequeños.Darina abrió los ojos como platos. ¿Lo decía en serio? ¿Estaba loco?—¿Qué…?Él sonrió, casi con burla, pero había algo triste en esa sonrisa, algo roto.—No me los vas a quitar otra vez. No me vas a robar a mis hijos, Darina. Nunca más.Una lágrima traicionera rodó por el rostro de Darina. No pudo evitarlo. La presión en su pec
La pequeña los miraba con una mezcla de duda e incomodidad. Había algo en el aire, una tensión invisible que incluso ella, con su corta edad, podía percibir. Pero bastó una mirada a su madre para que sus piececitos corrieran decididos y se abrazaran con fuerza a sus piernas.—¡No beses a mami! —protestó con una voz aguda, protectora—. ¡Mami es de Rossyn!Fue en ese instante que Hermes soltó lentamente a Darina, como si la niña hubiera pronunciado un conjuro. Dio un paso atrás, esbozando una sonrisa apagada, llena de matices.—Mi princesa... ¿Dormiste bien, cariño?La pequeña no respondió con palabras. Solo alzó sus bracitos, pidiendo que su madre la cargara como si fuera un bebé, refugiándose en el amor más seguro que conocía.—¡Mami es de Rossyn! —repitió, como si con eso todo pudiera resolverse.Hermes la miró con ternura, y bromeó:—¿Y papá? ¿Papá no es de Rossyn también?La niña lo pensó un segundo, y luego, con una lógica impecable y sonrisa orgullosa, asintió con vehemencia.—¡Sí
Hermes sonrió con ternura, tratando de recuperar algo de calma.—Vamos… ¿Quieren dormir un poquito más?Los tres niños asintieron con vocecitas cansadas, todavía con los ojitos a medio cerrar.Darina cargó con dulzura a Rossyn, mientras Hermes tomó en brazos a Helmer y a Hernán. Caminaron en silencio hasta la habitación. El ambiente estaba cargado de emociones reprimidas, pero los pasos suaves de los niños dormidos le daban un respiro a la tensión.Darina los cobijó uno a uno, acariciando sus frentes con un amor tan puro que casi le quebraba el pecho. Hermes la observó en silencio, sin atreverse a interrumpir aquella imagen tan maternal, tan perfecta… tan lejana de él.Por unos instantes, se quedaron de pie frente a las pequeñas camas. Sin hablar. Sin moverse. Solo respirando el mismo aire, unidos por el vínculo irrompible que ahora dormía profundamente ante sus ojos.Eran sus hijos. Su carne. Su sangre. Lo único que los unía… y al mismo tiempo, todo lo que los separaba.Salieron de la
Anahí sintió cada beso como fuego sobre su piel, cada caricia como una promesa silenciosa.El cuerpo de Alfonso vibraba contra el suyo, incapaz de contener lo que llevaba meses —quizás años—, encerrado.Era extraño.Desconcertante.Nunca, antes había deseado tanto a una mujer… nunca con esa intensidad que ahora lo consumía por dentro.No era solo deseo. Era necesidad, anhelo, hambre de ella.Desde aquella noche con Anahí, no había estado con ninguna otra mujer.No por falta de oportunidades, sino por culpa.Por Edilene.Por haber traicionado a su ex prometida, la mujer a la que le había prometido una vida.Y, sin embargo, en ese momento, en esos brazos, se dio cuenta de algo que lo estremeció: Anahí no solo lo deseaba… también lo redimía.Era la primera mujer desde Edilene que le despertaba las ganas de amar, de entregarse, de sentir otra vez.Su respiración era agitada, sus cuerpos ardientes, entrelazados como si fueran uno solo.No había vuelta atrás.Sus manos se buscaban como si e
Darina sintió cómo la rabia crecía dentro de ella, hirviendo en su pecho. La furia de años reprimidos se desbordó en un solo impulso.Empujó al hombre con todas sus fuerzas, y lo miró fijamente, sus ojos llenos de un fuego que no podía apagar.—Ah, ¿es eso? Claro, no puedes creer en mí, necesitas siempre un testigo de mi inocencia. ¡Eres patético, Hermes Hang! —la voz de Darina vibraba con desprecio y dolor.Intentó salir, pero él la detuvo, más firme que nunca. Su cuerpo imponente la bloqueaba.—¿Y qué puedo hacer? —replicó él, con una sonrisa amarga en los labios—. ¿No recuerdas que encontraron el veneno en tu cajón? ¡El veneno con el que mataron a Rosa!Las palabras de Hermes cayeron como un peso sobre ella, y Darina lo miró, su rostro se tornó en un reflejo de dolor profundo.En sus ojos brillaba una mezcla de desesperación y horror.Esa mirada, la misma que él conocía, tan bien, suplicante, vulnerable.—Yo nunca le hice daño a Rosa. —su voz tembló, como si al pronunciar esas palab
Darina rompió el beso como si los labios de Hermes la hubieran marcado con fuego.Retrocedió de golpe, con la respiración entrecortada y los ojos abiertos de par en par.—¿Qué haces? —jadeó, temblando—. No tienes que besarme… ¡Tú y yo no somos nada!Hermes dio un paso hacia ella, con el corazón acelerado, como si aún no comprendiera lo que acababa de hacer.Pero Darina lo miró como si fuera un completo desconocido.—Somos los padres de tres niños, Darina —dijo él con voz grave, cargada de una emoción que apenas podía controlar—. Ellos nos unen. Vamos a casarnos.Ella parpadeó, sorprendida, antes de echarse a reír.Una risa amarga, rota, que brotó desde lo más profundo del pecho. No era burla. Era desesperación. Era enojo. Era dolor acumulado durante años.—¿Casarme contigo? —soltó, con una mezcla de incredulidad y burla—. ¡Yo nunca me casaré contigo, Hermes Hang!Él frunció el ceño, dolido, desconcertado.—¿Por qué? ¿Es que acaso… hay otro hombre?Esa pregunta cayó como una bomba en me