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—¡Mamá, despierta, por favor, no me dejes!La voz de Darina se elevó en un grito desgarrador, cargado de angustia, mientras sus manos temblorosas se agitaban tratando de sacudir a su madre, que yacía inmóvil en la cama.El dolor en su pecho era insoportable, como si un abismo inmenso estuviera tragándose cada latido.La sensación de pérdida la ahogaba, llenándola de una desesperación que parecía hacer eco en cada rincón de la habitación.Con los ojos enrojecidos y el alma rota, Darina escudriñó la penumbra y encontró a Alondra, apoyada en una esquina, observando la escena con una mezcla de incredulidad y terror.El aire en la habitación se espesó, como si el mismo espacio presionara contra sus cuerpos, obligándolos a sentir la gravedad del momento.Incontenible, Darina se lanzó hacia Alondra.Sus ojos, ardientes de furia y desesperación, destellaban en la penumbra mientras, con una bofetada seguida de golpes temblorosos, intentaba hacerla reaccionar, como si cada golpe pudiera arrancar
Un Mes DespuésEl tiempo seguía avanzando, pero para Darina cada día se sentía como cargar un peso insoportable. Sus horas transcurrían en un vacío denso, como si su alma flotara en una neblina sin fin, incapaz de hallar el camino de regreso a la vida que conoció.Rosa estaba sentada junto a su cama, sosteniendo una bandeja de comida con manos temblorosas.La jovencita observaba a Darina con preocupación, notando cómo la palidez y la mirada apagada de la joven reflejaban una lucha interna que parecía consumirla por completo.—Por favor, Darina, come —suplicó Rosa en un tono suave, casi implorante.Pero Darina permanecía absorta, como si sus pensamientos fueran un océano oscuro que la arrastraba sin piedad.El médico había advertido que, de no alimentarse, su bebé correría grave peligro. Sin embargo, ella parecía ajena a la urgencia de ese aviso.Rosa tragó saliva; aunque no quería ser dura, no podía quedarse de brazos cruzados.—Darina… ¿Quieres que tu bebé muera de hambre? —preguntó,
La doctora, con voz serena, anunció:—Los tres bebés están sanos y bien desarrollados. Son trillizos fraternos. Cada uno tiene su propia placenta y saco amniótico, lo que significa que no compiten por los nutrientes de la madre. Son dos niños... y una niña.Las palabras rebotaron en la mente de Darina como un eco lejano.Dos niños y una niña… tres vidas latiendo dentro de ella.Con manos temblorosas, se posó sobre su vientre, incapaz de asimilar la magnitud de la noticia.—¿Por qué ocurrió esto? —susurró, casi inaudible.La doctora, con una sonrisa llena de paciencia, explicó:—Generalmente, sucede cuando una mujer es extremadamente fértil, y la calidad del esperma también influye —la doctora mirò a Hermes, luego habló—; Felicidades.Hermes, que había permanecido en silencio hasta ese momento, dejó escapar una leve y genuina sonrisa, algo inusual en él.—Tres bebés —repitió, saboreando la idea en su mente—. Me agrada.Pero en Darina, en lugar de júbilo, se desató el pánico. Su pecho se
Al día siguienteAlondra observaba a Verónica con los ojos encendidos por la desesperación.Estaban sentadas en una cafetería discreta, donde la gente entraba y salía sin fijarse en ellas.Sin embargo, la atmósfera entre las dos mujeres era densa, cargada de secretos y desconfianza.Verónica, la fiel nana de Rosa, había estado al servicio de los Hang durante años.Su lealtad a la familia era inquebrantable, pero ahora, frente a ella, Alondra la estaba empujando hacia un terreno peligroso.—Señora, ¿de verdad no va a volver? —preguntó Verónica con voz temblorosa, casi como si rogara.Alondra apretó los labios con amargura. Su corazón palpitaba con fuerza, pero su voz era fría, dura, llena de veneno.—¡Todo es culpa de esa mujercita! —exclamó, dejando escapar su furia en un grito bajo—. Darina me lo ha quitado todo. Mi marido, mi hogar... ¡Y ahora hasta mis hijos!Verónica ladeó la cabeza, sorprendida.Ella conocía la historia desde otra perspectiva, sabía que la ruptura entre Alondra y
El sonido de la ambulancia cortó la quietud de la nocheEl rugido distante de la sirena se mezclaba con el eco de la desesperación.En la penumbra, Hermes veía a Rosa, tan débil, recostada en la camilla, cada latido de su corazón parecía retumbar como un martillo en su pecho.Mientras el chofer maniobraba cuidadosamente el automóvil hacia el hospital, Darina, sentada en el asiento trasero, apenas podía reunir sus pensamientos.Su mente giraba en torno a la imagen imborrable de Rosa: la jovencita convulsionando en el suelo, con la boca salpicada de sangre y los ojos fijos en el vacío, como si la muerte se hubiera acercado para reclamarla.En la mansión HangEl ambiente era igual de opresivo.Verónica, la fiel sirvienta a quien Alondra había protegido durante años, permanecía paralizada por el miedo.Las manos le temblaban y cada inhalación se le hacía un esfuerzo.El teléfono rompió ese silencio angustioso, haciendo que casi se le cayera de las manos.—¿Qué pasó? —exigió Alondra con voz
Hermes cerró la puerta con llave con una fuerza que retumbó en el pasillo vacío, como si quisiera encerrar para siempre el eco de su desesperación.El sonido metálico de la cerradura girando se perdía en la penumbra, evocando la soledad de un alma rota.Sostenía la llave como si fuese un objeto sagrado, mientras sus ojos, fijos en Verónica, reflejaban una mezcla de determinación y dolor profundo.—No la abras, a menos que sea algo extremadamente importante —dijo Hermes en un susurro grave, casi inhumano, mientras el peso de su preocupación por Rosa, lo envolvía como una espesa niebla.Verónica asintió en silencio, con el rostro pálido y los ojos llenos de duda y temor.Pero el nudo en el estómago de Hermes no se deshizo; el tiempo apremiaba y cada segundo lo alejaba más de poder salvarla.Debía apresurarse al hospital.Antes de que pudiera dar el siguiente paso, Alondra, que había permanecido en silencio, dio un paso adelante.Su rostro estaba marcado por la angustia y la desesperación
Darina estaba encerrada. El aire viciado raspaba su garganta, y la humedad impregnaba cada rincón de la habitación. La oscuridad era casi total, salvo por una rendija en la puerta, donde un haz de luz amarillento apenas alcanzaba a rozar el suelo.Se abrazó el vientre abultado, buscando en la fragilidad de su cuerpo la fuerza que su mente le negaba. Sus piernas temblaban y las lágrimas caían en silencio, empapando su piel, ahogándola en la desesperanza.—Mamá… —susurró, su voz apenas un eco en la penumbra—. ¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué siempre soy la chica de la mala suerte?Recordar a su madre era como sentir una herida abierta.Durante tanto tiempo había sido su refugio, su único consuelo. Pero ahora estaba sola. La soledad era un monstruo devorador, y Darina deseó, con el alma desgarrada, haber muerto junto a ella.El hambre le calaba los huesos, pero el miedo era aún peor.¿Cuánto tiempo más podría soportarlo?***Mientras tanto, en el pasillo de la mansión Hang, Verónica camina
Cuando Alondra llegó a la mansión, el guardia abrió la puerta sin expresión alguna, casi como si todo fuera parte de una rutina diaria.—La chica esa… Darina, acaba de irse.El mundo de Alondra pareció desmoronarse ante sus ojos.—¡¿Qué?! —exclamó, su voz quebrándose en un grito de desesperación.Sus tacones resonaron en el mármol de los pasillos, cada paso retumbando en su cabeza mientras corría a través de la mansión.La rabia la nublaba, transformando sus pensamientos en pura furia.Nunca había deseado tanto tener más guardias, más control sobre esa casa.Pero la mansión Hang, en su opulencia, se sentía vacía, como un castillo sin soldados, donde Darina había escapado como una sombra.Alondra se precipitó hacia el sótano, y fue allí donde la vio.Verónica, estaba encogida, llorando en el pie de la escalinata.Su cuerpo temblaba.—¡¿Qué demonios hiciste?! ¿Dónde está Darina? ¿Por qué la dejaste escapar? —rugió Alondra, la rabia impregnando cada palabra, su voz venenosa.Verónica leva