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Capítulo 2. Sola

Por las mañanas hago mis oraciones y pido a Alá que mi destino no sea cruel. Durante los últimos tres días no he comido prácticamente nada.  Me siento débil, y lo único que puedo hacer es leer para no dejarme desfallecer. De pronto, una idea me asalta. Busco la cuchilla para cortar papel que he utilizado en mis trabajos de la universidad. Logro romper el cerrojo de la ventana y una esperanza surge ante mí. 

Sin pensarlo, salgo rápidamente por la ventana. Calculo la altura que me separa del suelo y me sujeto de las enredaderas que caen desde la terraza; enredaderas que, a su vez, me sirven como soporte para así lograr bajar. Siento que me lastimo las manos, pero ya nada me importa: lo único que quiero es salir de aquí. Mis pies por fin tocan la tierra, y la felicidad me invade momentáneamente. Sin embargo, aún peligro de ser descubierta, así que debo actuar velozmente. Sigilosamente atravieso el patio hasta llegar a escasos metros de la salida que utiliza el personal de servicio de la casa, misma que está ubicada en la parte trasera de la mansión.

Observo que la cocina está completamente llena. Al parecer tendrán un evento importante, pues hay mucho movimiento. Con cuidado me agacho para que nadie me vea. Me cubro muy bien con mi hiyab azul; los latidos de mi corazón hacen eco por todo mi cuerpo. Temblorosa llego a la salida y pongo el código asignado a los empleados: “L9985213”. Nunca pensé que algún día tendría necesitarlo. Recuerdo cómo lo obtuve. Una de las empleadas recién llegadas había dejado caer accidentalmente su tarjeta mientras limpiaba el baño de mi habitación.  Sin despertar la mínima de las sospechas, lo anoté sin que ella se diera cuenta y se la devolví fingiendo que no sabía qué era. 

La calle, solitaria, me aterra, pero más me asusta regresar nuevamente bajo el mismo techo que mi tío Karim. Corro por la acera hasta doblar la esquina y cruzo la avenida. Me detengo de golpe al escuchar el fuerte chillido que provocan las llantas de un coche al rozar la carrera, y ante la sorpresa caigo de bruces contra el asfalto. Las luces del auto dan directo en mi cara. No logro ver quienes bajan del automóvil, pero casi ininteligiblemente los escucho hablar en árabe: "Por Alá, ¿estará bien?". Seguidamente, un hombre vestido de un elegante traje azul se aproxima en mi dirección, pero se detiene bruscamente al percatarse que, desde su izquierda, otro hombre vestido con una túnica negra árabe, pero sin su “ghutra” en la cabeza, también viene a mi encuentro. ¡Por Alá! Es el hombre más guapo que haya visto en mi vida. Su andar es lento, pero denota seguridad. Me extiende su mano en señal de cortesía pretendiendo así ayudarme a levantarme. No obstante, me distraigo al ver su brillante reloj. Caigo en cuenta de que estoy sentada en medio de la calle. Me pongo de pie velozmente limpiando mi vestido y arreglando mi hiyab. He rechazado su mano. 

Él me observa intrigado, en silencio. Un hombre más se une a la escena. El miedo me invade nuevamente. 

—¿Se encuentra bien, señorita? —Yo, por mi parte, asiento cortésmente moviendo mi cabeza. —Creo que será mejor llevarla al hospital —Él viste con una túnica blanca, mientras que, el otro hombre de barba definida sigue sin decir ni una palabra. 

—¡No, por favor! Su coche no me tocó. Me caí de la impresión —respondo en árabe —. Estoy bien. No hay razón alguna porque preocuparse.  

—La llevaremos a su casa —espeta en forma de orden el hombre de túnica negra. Es tan alto y fornido que sus otros dos acompañantes apenas alcanzan su hombro y, para mis adentros, estimo que yo debo llegarle, a lo sumo, a los codos.

—No es necesario, yo... 

—He dicho que la llevaremos a su casa, señorita —los otros dos hombres me indican amablemente con sus manos que suba al auto. No puedo hacer más que obedecer, ellos son tres y yo no podría defenderme. 

Entro al lujoso auto. Estoy asustada. Los miro con recelo. 

—¿Dónde vive? —pregunta el hombre de túnica blanca. El primer hombre que salió del auto a mi encuentro es el chofer. Mientras que, el otro hombre de túnica negra, me mira de vez en cuando y luego ve por la ventana. Parece contrariado.

—Vivo justo aquí, a la vuelta —señalo con la mano. 

—¿Dónde Asad Karim? —Pregunta sorprendido el mismo hombre de túnica blanca y yo, asiento nerviosa. 

—Es mi tío —digo mirando mis manos, pero a pesar de ello no puedo decirles que acabo de escaparme; y es así como me contengo para no confesarles que huía de casa, pues ellos pensarán mal de mí. No logro articular una historia creíble. Afortunadamente no me siguen preguntando nada y guardan silencio. 

El hombre de túnica negra coloca en mi mano un pañuelo. 

—Parece que está herida, señorita —levanto mi mirada y me encuentro con la suya. Es intensa. 

—No es nada —respondo limpiándome con su pañuelo. 

Entramos a mi cárcel nuevamente. Quiero gritar y llorar. La angustia me mata. Ahora sí mi tío va a golpearme y me casará con cualquiera. ¡Alá, ten piedad de mí! 

Se reportan con los guardias de la entrada. Al parecer mi tío los estaba esperando. Bajamos del auto y al ingresar nuevamente a la casa, mi tío y su esposa se quedan completamente petrificados al verme entrar con ellos. 

—¿Nailea? Pero... —se acerca furioso —¿Qué significa esto? 

—Karim —habla nuevamente el de túnica negra—, hemos encontrado en el jardín de la entrada a tu sobrina, quién, muy amablemente nos ha guiado hasta acá —la cara de mi tío cambia a dócil cuando este hombre le habla, lo que me sorprende y aumenta mi curiosidad. Él ha mentido por mí. 

—Falú Tareq. ¡Bienvenidos a mi hogar! Esta es su casa —los saluda contento. ¡Tareq! Con que así se llama —. Nailea sube a tu recámara ahora mismo —me ordena con su habitual voz fría y malhumorada. 

—Sí, tío —veo nuevamente a Tareq y agacho mi cabeza caminando rápido con rumbo a las escaleras. 

Entro a mi recámara y cierro con llave. Me asomo por la ventana y tal cual lo imaginé, ya hay dos guardias custodiando abajo. Mi tío ya ató cabos. Sabe que intenté escaparme. La tristeza me invade. Ahora sí he perdido todas mis esperanzas. 

Me doy una ducha y me visto. Me siento desolada, pero la mirada de Tareq me persigue y su voz ronca no deja de hacer eco en mi cabeza. Parecía un hombre joven, aunque actuaba como alguien de mayor edad. Bebo un poco de agua e intento dormir. La cena ha durado bastante porque mi tío no ha venido a gritarme y golpearme. 

Por la mañana varios toques fuertes son asestados contra la puerta y me despiertan. 

—¡Arréglate, que voy a entrar! —Grita mi tío. Como loca me levanto y cepillo mis dientes. Busco mi hiyab gris. me lo coloco y abro la puerta. Mi tío entra. Su cara me aturde pues parece relativamente contento. 

—¡Al fin Alá nos ha sonreído! Pese a tu comportamiento —sigo confundida ante su actitud—. El sol vuelve a iluminar mi hogar. ¡Gracias Alá! —levanta frenético sus manos al cielo. 

—No comprendo —susurro. 

—¡Tienes tanta suerte, Nailea! Él puso sus ojos en ti. Un hombre que lo tiene todo en la vida y que puede tener a la mujer que desee con solo tronar sus dedos. ¡Y te ha elegido a ti! —mi cabeza trata de armar el rompecabezas, pero aún sigo sin comprender de qué está hablando. 

—Sigo sin entender, tío —miro hacía el suelo, no quiero que me grite. 

—Irás con Yanira a comprarte ropa y oro. Apresúrate y arréglate. 

—Pero tío...

—Más te vale que te comportes esta vez o te juro, Nailea, que no verás la luz del sol —sale cerrando de golpe la puerta y dejándome con más preguntas que respuestas.

Yanira ha cambiado por completo para conmigo, ahora se comporta amable y actúa como si de verdad fuéramos familia. Hace que me mida uno y otro vestido. Todos están hermosos. Dos guardaespaldas nos vigilan en todo momento y, aunque tuviera la oportunidad de escaparme, no podría. Yanira elige un vestido color beige con brillantes verdes. Es demasiado bonito y talla mi figura de manera perfecta sin ser provocativo. 

—¿No me dirás por qué compramos tantos vestidos? ¡Por favor, Yanira! —intento persuadirla y así conseguir respuestas.

—Simplemente porque debes de lucir hermosa esta noche. Iremos al salón de belleza y estarás más que lista. 

—Pero ¿por qué, Yanira?  

—Tu tío te lo dirá cuando lleguemos.

Presiento que todo esto no es un buen augurio. Algo malo sucede. Al salir del salón de belleza regresamos a casa y me sorprendo por el masivo movimiento de personas en el jardín. Gente viene y va decorando y colocando mesas y sillas. 

—¡Vamos! Subamos a cambiarnos, nos queda muy poco tiempo —me apresura Yanira subiendo las escaleras y halándome de la mano. 

—Poco tiempo... pero ¿para qué?, ¿qué celebramos hoy? —no me da respuesta alguna. A lo mejor ha de ser algún negocio importante de mi tío. Lo que no entiendo es por qué quiere que asista. Siempre me quedo encerrada en mi recámara en las cenas y demás actividades importantes. 

Hago lo que Yanira me dijo. No quiero enfadar más a mi tío. Me miro en el espejo y luzco como una modelo. Sonrió después de tanto tiempo. Los recuerdos de mi graduación vienen a mi mente y quiero llorar. Cómo hubiera cambiado mi destino de haber podido asistir a mi graduación y obtener mi título. Ese mismo día escaparía, en cambio ahora solo tengo el recuerdo de mi boleto de avión ya comprado. En estos momentos estaría en Francia trabajando y siendo una mujer independiente y libre. 

Yanira entra y sonríe al verme. Junta sus manos hacia el cielo. 

—¡Por Alá! ¡Estás preciosa! —yo le devuelvo la sonrisa —Vamos, es hora de bajar. Nos están esperando —me indica incitándome a caminar. 

Bajamos las escaleras y caminamos hacia el jardín. Abrimos la puerta y al entrar me asombra la cantidad de gente que se encuentra reunida. Al ver a mamá y papá acercase a mí, me parece que estoy soñando. 

—¡Nailea, hija! ¡Qué felicidad! Estás hermosa —me abraza mi madre. 

—¡Mi hermoso diamante! —dice mi padre, abrazándome también. Hacía mucho tiempo no me decía así. Cuando estaba pequeña me lo profesaba de cariño. 

Mi tío se pone en medio de todos, y me sonríe.

—Esta noche estamos regocijados. Alá nos ha bendecido con la unión de nuestras dos familias —expone emocionado—. Con el mayor orgullo anunciamos esta noche el compromiso de Falú Tareq —el hombre serio y silencioso se acerca hacia mi tío —y de mi sobrina Asad Nailea —me quedo en completo shock al escucharlo pronunciar mi nombre. La gente aplaude emocionada y Tareq me observa con ternura.

—Nailea, hija, acércate —me pide mi tío extendiendo su mano, pero yo no me muevo; es como si mis pies estuvieran anclados al suelo.

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