Siento un fuerte dolor en el brazo, lo que me hace regresar a la realidad. Mi padre me está sujetando fuertemente, aunque la forma en que lo hace pareciera que no es así.
—Camina, Nailea —habla entre dientes, casi sin mover los labios.
Me jala sutilmente, obligándome a caminar, saliendo así del estado de shock en el que me encuentro.
—¡Baba, por favor! —susurro suplicando.
Todo parece una mezquita: los adornos, las bases, el jardín en sí es una pequeña mezquita improvisada. ¿Cómo no me di cuenta? La mirada de Tareq cambia completamente cuando me acerco. No es intensa, es, mas bien… cálida; pero cuando ve a mi padre se vuelve rabiosa, es como si quisiera destruirlo. Me dan escalofríos. Estamos uno a la par del otro, pero no nos tocamos.
Mi tío prosigue con sus palabras. Es la primera azora del Corán. Me parece estar dentro de una terrible pesadilla, donde yo no puedo hablar ni moverme; quiero gritar y mi voz no sale. Mi alma llora en silencio, clamando por una libertad que nunca llegará. Nos sentamos en un sillón grande. Tareq en un extremo y yo en el otro.
Mucha gente que no conozco se acerca a dejarnos regalos como ser: oro, flores, leche, dátiles y sobres sellados; cientos de sobres sellados. Cuando mi tío termina de hablar, una suave música árabe inunda todo el lugar y la gente, felizmente, levanta sus manos; ni siquiera sé quiénes son todos ellos. Reconozco a mis primas, quienes lucen contrariadas; algunos socios de mi tío y el resto, que es la mayoría, son desconocidos para mí.
Mi tío pone en la mesa varios documentos y me ordena que los firme. Todo está en árabe, y en letras grandes leo “NIKAH”: “CONTRATO MATRIMONIAL”; intento leer todo lo demás, pero no logro interpretar absolutamente nada. Estoy tan nerviosa que mi mente me traiciona, hasta que muchos números llaman mi atención: cincuenta millones de dólares como dote; alarmada levanto mi mirada y veo a Tareq, quien me hace un gesto de asentimiento.
Mis manos tiemblan. No puedo ni siquiera tomar el bolígrafo. Mi tío lo pone en mi mano y me indica el lugar donde debo firmar. Lágrimas caen de mis ojos mojando el papel. ¡Alá, ayúdame! Veo a mi tío suplicándole con la mirada, pero él me ve serio y me dice que firme. Agacho mi cabeza y trazo mi nombre en el papel. Enseguida mi tío le da los documentos a Tareq, quien, sin dudarlo un segundo, los firma.
Para todos es regocijo, menos para mí, yo solo quiero morir. Mi vida ya no tiene ningún sentido. Todos comen alegres y yo no puedo pasar bocado; ni siquiera lo intento. No quiero nada de esta vida. La fiesta termina. Tareq se despide de largo y se marcha.
Durante los siguientes tres días: mis primas, mi madre y Yanira; han puesto prácticamente un spa en casa. Me han hecho de todo y luego me llenan de henna con dibujos hermosos. Por fuera luzco como una obra de arte, pero por dentro estoy seca.
Todas las mañanas hemos ido a la mezquita. Tareq siempre llega puntual. Oramos y luego no vuelvo a saber de él. No he comido nada en estos dos días y nadie se ha dado cuenta, para ellos solo soy un objeto, así que he decido no luchar más por mi vida.
Esta noche es la fiesta de la boda y, cuando termine, me iré con Tareq como su esposa. Me siento destrozada. No conozco a este hombre y solo de imaginar que tendré intimidad con él me angustia. Ya no lloro más, pues no tengo lágrimas.
Mi rostro no es el mismo. Ojeras enormes se dibujan sobre mis pómulos; luzco pálida, sin brillo, sin color. La maquillista hace magia, pues ha cubierto por completo lo que realmente soy. Siento el vestido muy pesado, como si mi cuerpo no pudiera sostenerlo. Yanira y mi madre entran, pronuncian palabras bonitas y me ayudan a bajar.
Entre cantos y buenos deseos, la boda se lleva a cabo. Pertenezco a Falú Tareq. Irónicamente, lo que él no sabe es que compró a una mujer sin vida. Caminamos hacia la salida. Todos nos abrazan despidiéndose.
—¡Mi hermoso diamante! ¡Alá sea con ustedes! —mi padre me abraza, pero una mano entrelaza mis dedos y doy un respingo de sorpresa.
—Vamos, esposa —demanda Tareq halándome suavemente a su lado. Papá retrocede y sonríe apartándose. Su mano no suelta la mía. Me estremezco ante su tacto. Una sensación entre calidez y miedo me invaden. Me suelto de su mano y él me mira molesto, mientras seguimos de camino hacia el auto.
—Sube —me ordena, señalándome el lujoso auto.
Ya dentro, ninguno de los dos dice palabra alguna. Estoy asustada. Simplemente no puedo tener intimidad con alguien de quien apenas sé su nombre.
—Tranquila, no soy el malo en esta historia —expresa con su voz grave.
No digo nada, pues no duraré mucho tiempo como su esposa. Mi cuerpo no aguantará muchos días sin ingerir alimento alguno.
Al entrar a la casa de Tareq, no puedo evitar asombrarme. Es enorme, un palacio. Toda la familia de Tareq viene detrás de nosotros, logro identificarlas, pues estuvieron en la fiesta de compromiso y la boda. Él comienza presentándome a su madre, luego a sus tres hermanas, dos tías y dos primas. Todas son muy hermosas. Su prima Lila y la madre de esta me ven con odio. En cambio, sus hermanas lucen felices.
—¡Alá nos ha bendecido con tu presencia! —dice Mirah, emocionada. Es la hermana mayor de Tareq. Yo le sonrío.
—¡Mi hijo! ¡Mi león! Estoy muy feliz por ustedes —su madre nos abraza.
—-Mi hermosa madre. ¿Han preparado el apartamento del jardín como lo pedí? —me inquieto ante sus palabras.
—Todo se hizo como ordenaste —él le da un beso en la frente y luego me indica que caminemos.
Mis piernas con mucho esfuerzo me sostienen. Salimos a la parte trasera y un camino de antorchas me indica por dónde debo ir. Sigo resignada. Sé que no tengo escapatoria. Luego de algunos metros llegamos hasta un precioso y lujoso apartamento. Él me abre la puerta, yo doy unos pasos dentro y no puedo más, caigo al suelo de rodillas suplicándole:
—¡Por Alá! ¡Se lo ruego! ¡Tenga piedad de mí! —le suplico desesperada. Él se ve asombrado y se acerca.
—¿De qué tienes miedo Nailea? —escuchar mi nombre en su voz es algo reconfortante. Se agacha y me tiende su mano. Esta vez la acepto y, cortésmente, me ayuda a ponerme de pie —Respóndeme —me ordena.
—De todo —digo perdiéndome en sus ojos. Jamás había visto ojos de ese color. Estoy segura de que son lentes de contacto, pues son de un color violeta intenso.
—No deberías, soy tu esposo —indica tranquilo, como si nos conociéramos de siempre.
—No sé nada de ti —él sonríe y es como si se hubiera iluminado la habitación.
—Para eso es el matrimonio, Nailea, para conocernos —camina hacia el balcón, y lo sigo a una distancia prudente.
La vista es impresionante. Es un jardín hermoso con muchas luces y flores. En el fondo se ve un lago.
—Ven, siéntate —observo la mesa. Hay mucha comida.
—No tengo hambre —él me ve seriamente.
—Entonces, tendré que llevarte al médico —me asusto ante su advertencia—. Sé que no te has alimentado estos días —pero ¿cómo lo supo? Nadie se preocupa por mí y él lo ha notado. Debo verme terrible.
—¡No, por favor! —me siento y tomo un trozo de pan. Le pongo crema encima y unos cuantos arándanos. Me lo llevo a la boca y el sabor activa mis sentidos. Él sigue de pie observándome. La luz de la Luna ilumina su rostro y confirmo el color de sus ojos: son violetas.
—¿Tus ojos son violetas? —pregunto torpemente.
—Lo son —lo miro sin creerlo y él sonríe nuevamente —. Es el síndrome de Alejandría. Mi padre lo padecía y yo lo heredé —sorprendida, levanto mis cejas, pues no tenía idea de que existiera ese síndrome. Sus ojos son realmente hermosos.
Sigo comiendo, y ahora con mucho más apetito. Voy a prepararme otra tostada, pero él me detiene tomando mi mano.
—Es suficiente, enfermarás. No has comido en días y es mejor que comas poco —aparto mi mano nerviosa; su contacto tiene un efecto en mí que no sé cómo describir—. Debes descansar —dice molesto. Parece que le incomoda mi reacción ante su tacto.
—¿Solo hay una cama? —Pregunto preocupada.
—No pasa nada. No voy a tocarte, Nailea, no soy un salvaje —coloca sus manos atrás y las entrelaza, mientras se queda ido por unos segundos mirando el paisaje. Yo, por mi parte, me pierdo observándolo.
—Yo… yo lo lamento —se gira y me dedica una tierna mirada.
—Aunque no lo creas, este es el día más feliz de mi vida —confiesa viéndome intensamente.
Yo parpadeo muchas veces. No entiendo cómo puede decir eso. ¿Cómo podría ser este el día más feliz de su vida si acaba de casarse con una completa desconocida? Alguien sin luz, sin calor, sin ganas de vivir.
Tareq ha entrado al estudio. Me ha dicho que puedo bañarme y cambiarme con toda tranquilidad, que él estará atendiendo una llamada de negocios muy importante. Yo no tengo idea de dónde está mi ropa ni siquiera conozco la recámara, pero prefiero no molestarlo más; recorro sola el apartamento, aunque la verdad, por sus dimensiones, parece una casa. Abro la primera puerta a la derecha, enciendo la luz y veo una elegante habitación. Entro y deslizo la puerta del enorme armario y no hay nada de ropa. Decepcionada, apago la luz y sigo probando suerte en las demás habitaciones. La siguiente puerta conduce a otra habitación, pero esta es el doble que la anterior. Creo que esta debe ser la habitación principal. Tiene una salida independiente y de aquí también se aprecia el hermoso jardín. Abro la siguiente puerta —asumiendo que es la del baño, pero no es así—. Se trata de un impresionante closet con mucha ropa de mujer. Paso mi mano tocando las telas y me asombro al ver que toda la ropa es de
Tareq está muy serio. Tiene la mirada fija en su madre y ella, a su vez, me ve a mí con rabia. No sé qué pude haber hecho para ganarme su enojo; ni siquiera hemos convivido. No me conoce. Nunca suelo juzgar a las personas, aun cuando ante mis ojos actuaban mal. Trato de pensar en lo que tuvieron que pasar para llegar a ser lo que son. Tal vez por eso no odio a mi tío, a pesar de los maltratos que me dio. —Nailea, ven —Tareq extiende su mano, su voz es suave, pero tengo miedo. Él achica sus ojos como si leyera mis pensamientos—. No tengas miedo, no voy a lastimarte. —Camino despacio hasta tomar su mano. Siento su calidez. Con su pulgar frota el dorso de mi mano y me tranquiliza. —Hijo, escucha, tienes que saber que si actué así fue porque... —Ahora no madre —suspira —. Hablaré contigo después —se gira para que nos vayamos. —¡Pero, Tareq! Debes de escucharme a mi primero —le exige y él se detiene. —Madre, no me decepciones más —espeta dándole la espalda y continuando la marcha hac
Veo a Mirah sin comprender los reclamos de Lila. Yo no quería casarme. Si antes de mi graduación me hubiesen dicho que esta sería mi vida una semana después, jamás lo habría creído. —Lila, ella no tiene la culpa, fue decisión de mi hermano —Mirah se pone de pie frente a ella. —¡Ella se le metió por los ojos! ¡Alá tenga misericordia de ti! —me señala —Arruinaste un amor de años, un amor puro, un amor de niños que fue creciendo y… —su labio inferior tiembla. —Lila, yo lo lamento. Las cosas no fueron como tú te las imaginas, yo... —intento decirle. —¡Cállate! Alá es testigo de tu maldad, pero las cosas no van a quedarse así —sentencia. Unos pasos hacen que giremos nuestras cabezas hacia la entrada. Un hombre entra con dos maletas. Al ver su rostro lo recuerdo del día que me escapé de casa, es el hombre de túnica blanca. —¡Akram! ¡Qué alegría! —Veo a Mirah caminar hacia él y le da un abrazo. —Bienvenido, Alá te trajo con bien —él sonríe. —¡Adorada familia! ¿Me extrañaron? —Dic
Me remuevo en la silla ante su mirada y su silencio. Mis manos comienzan a sudar. Subo y bajo mi mirada, él aún no dice nada. No sé descifrar su reacción, pero la tensión que causa es demasiado para mí. Me levanto y salgo corriendo hacía al jardín. No quiero que me grite; no quiero que me abofetee. No sé hacia dónde corro, solo huyo de él, pero unos brazos me atrapan y lucho nerviosa. —¡Nailea, tranquila! —Me abraza. Las lágrimas inundan mis ojos. —¿Por qué huyes de mí? No voy a hacerte daño. ¡Mírame! —Levanto mi rostro y en sus ojos violetas veo angustia. —¡Por favor, princesa, no llores! —Sus palabras causan el efecto contrario y me hundo en su pecho. Lloro desconsoladamente, apretando mis puños en su saco. Siento su mano subir y bajar por mi espalda, acobijándome. Desde niña me sentí fuera de lugar todo el tiempo. Cualquier cosa que decía o hacía estaba mal. Mi padre me castigaba duramente por expresar mi opinión u oponerme a cosas que no quería, como, por ejemplo: comprometerme
—Tareq, yo... —me pongo de pie, acercándome a su escritorio. —Tú no tienes la culpa, Nailea —quiero decirle que lo lamento, que no quiero causarle problemas, pero él levanta su teléfono de escritorio. —Nazir, ven a mi oficina en este instante —cuelga furioso. Su asistente entra casi corriendo. —A sus órdenes, señor Falú —dice, nervioso. —Manda una carta formal por medio de nuestro correo institucional donde especificarás que Falú Tareq ha roto lazos laborales con Grupo GEN, por lo que pone inmediatamente a la venta el 15% de las acciones pertenecientes a Falú Corporation —siento que me dará un infarto y creo que dicha orden ha causado la misma reacción en su asistente. —¡Tareq! No tienes por qué hacer eso —me mira y luego ve a su asistente, indicándole con un gesto que es todo y que puede retirarse. Enseguida sale de la oficina. —¡Claro que tengo que hacerlo! Nadie viene a mi empresa a faltarle el respeto a mi esposa en mi cara, porque al hacerlo también me lo está faltando a
Cada bocanada de aire que inhalo es un castigo. Siento que llevé mi cuerpo al límite. Sonya está encima de mí, ausente. Tomé su mano justo a tiempo. No sé cómo logré sujetarla con tanta fuerza que, incluso, acabamos sobre el suelo. —¡Lo lamento! ¡Lo lamento! —Llora desesperada en mis brazos —¡Por favor, no le digas a Tareq! —¡Todo está bien, Sonya! —La abrazo con tanta fuerza que temo lastimarla. —¡Alá, yo no quería hacerlo! —Me parte el corazón sentir su angustia. —Te prometo que estaré aquí para ti. No estás sola —ella me abraza más fuerte y su llanto comienza a calmarse. Permanecemos así por unos minutos hasta que ella se separa y levanta su rostro. —¿Crees que el bebé esté bien? —Pregunta preocupada. Yo, sonrío. —Estoy segura de que está en perfectas condiciones —una ligera sonrisa se dibuja en su rostro. —¡Por favor, no le cuentes a nadie! —Me suplica. —No lo haré, solo si me prometes que no intentarás esto nuevamente —asiente y nos ponemos de pie. —Nailea, no sé
Todos están a punto de sentarse a cenar. Me quedo parada justo detrás de Tareq cuando todos nos ven. No pude detenerlo. Su madre y Lila sonríen al verlo. —¡Hijo! Qué bueno que cenarás con nosotros —dice la señora Fátima. —¡Lila, ven aquí! —Ella se asusta ante la orden de Tareq. Un silencio invade la sala. La madre de Tareq no entiende qué pasa y Mirah pone su mano sobre su pecho. Sonya gesticula un "¿Qué sucede?", mirándome. La madre de Lila y Badra, la otra hermana de Tareq, miran a Lila cuestionándola. Lila se mueve muy lentamente hasta quedar frente a él. —¿Fuiste capaz de golpear a mi esposa? —Sonidos de exclamación llenan la sala. —¡Hijo! ¿Cómo puedes creer eso de Lila? —Intenta defenderla la señora Fátima. Tareq le dedica una gélida mirada a su madre que hace que automáticamente guarde silencio. —Tareq, las cosas no fueron así —responde, muy nerviosa. —Explícame, ¿cómo fueron? —Lila agacha la cabeza —¡Levanta la cabeza! Respóndeme y no te atrevas a mentirme —las pal
Él se ha adueñado de mi boca por completo. Su lengua ha invadido todos los rincones haciendo que mi lengua dance con la suya. Tiemblo, pero no por miedo, sino por la expectación ante el mar de emociones que me provoca. Su sabor me gusta demasiado, tanto que no podría negarle un beso. Él es tan cálido y pasional al mismo tiempo. Me pega a su cuerpo sin dejar de besarme y acariciar mi cabello. Al sentir algo duro contra mi estómago me separo jadeante y lo veo a los ojos. Miro hacia abajo y luego lo veo a él. —Confía en mí. —Me dice, y yo asiento. Me besa nuevamente, pero esta vez suavemente; esparce besos por mi cuello, puedo percibir su lengua sutilmente. Un leve gemido se me escapa y me aparto un poco. Él sonríe. —No tengas vergüenza de sentir, mi Nailea. —Acaricia mi mejilla hasta bajar por mi cuello. Pasa su mano entre mis pechos y se detiene en mi estómago. Nos miramos fijamente por unos segundos. Él da unos pasos hacia atrás, se quita el saco y luego va desabrochando su camisa