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Capítulo 4. Prueba de consumación

Tareq ha entrado al estudio. Me ha dicho que puedo bañarme y cambiarme con toda tranquilidad, que él estará atendiendo una llamada de negocios muy importante. Yo no tengo idea de dónde está mi ropa ni siquiera conozco la recámara, pero prefiero no molestarlo más; recorro sola el apartamento, aunque la verdad, por sus dimensiones, parece una casa. Abro la primera puerta a la derecha, enciendo la luz y veo una elegante habitación. Entro y deslizo la puerta del enorme armario y no hay nada de ropa. Decepcionada, apago la luz y sigo probando suerte en las demás habitaciones.

La siguiente puerta conduce a otra habitación, pero esta es el doble que la anterior. Creo que esta debe ser la habitación principal. Tiene una salida independiente y de aquí también se aprecia el hermoso jardín. Abro la siguiente puerta —asumiendo que es la del baño, pero no es así—. Se trata de un impresionante closet con mucha ropa de mujer. Paso mi mano tocando las telas y me asombro al ver que toda la ropa es de mi talla. Tomo ropa cómoda para dormir. Hay muchos pares de zapatos hermosos, también de mi talla; carteras, joyas y maquillaje. Cada cosa que toco es preciosa. Hay dos puertas más dentro de esta habitación.

Abro la siguiente y es otro closet, pero con ropa de hombre. Hay muchos trajes elegantes: ropa casual y túnicas. Una mesa de vidrio redonda en medio del closet llama mi atención. Me acerco y veo a través de ella varios relojes. Sin duda es el closet de Tareq. Salgo rápidamente sintiéndome como una invasora. 

La siguiente puerta —al fin— es la del baño. Es demasiado grande y bonito. En este baño perfectamente caben unas 15 personas. Tiene bañera y ducha. Opto por la ducha, no sin antes poner el pasador. Aún no confío del todo en Tareq. La verdad es que no confío en nadie. El agua tibia calma mi cuerpo por el estrés acumulado. 

Al salir no veo a nadie en la habitación. Salgo corriendo y me meto entre las sábanas de la cama. Me cubro bien. Asustada como nunca, le pido a Alá que mi esposo no entre a la habitación. 

Han pasado dos horas y no se escucha ningún sonido afuera. Comienzo a relajarme con el croar de las ranas en el jardín. Siento mis parpados tan pesados: me estiro y termino de acomodarme en la cama. 

—Nailea, debo hablar contigo. —Escucho golpes suaves en la puerta. Abro mis ojos y esta habitación no se me hace conocida. Me levanto del golpe. ¡Estoy en el apartamento de Tareq! —Nailea despierta. Esto es muy importante. —Busco mi bata y mi Hiyab para cubrirme. 

—Adelante. —Digo nerviosa, mientras veo el reloj y este marca las 7:12 a.m. 

Él es muy respetuoso. A pesar de que estamos casados pudo haber entrado cuando quisiera y, sin embargo, prefirió tocar, comportándose como todo un caballero. 

—¡Buenos días! ¿Dormiste bien? —Pregunta tranquilo. Él ya está bañado y vestido de manera impecable. Me quedo atónita al verlo en traje. Es que un actor famoso se queda corto ante su belleza —¿Nailea? —Me ve fijamente esperando una respuesta. 

—Sí, muy bien. —Respondo sonrojada ante su presencia. Trae una bolsa en su mano. Entra al closet y saca el contenido de la bolsa. Creo que es la ropa que vistió ayer. La coloca en una cesta.

—Escucha Nailea… todos deben de creer que tú y yo dormimos juntos como esposos —asiento —. Por ningún motivo deben de saber que nuestro matrimonio no se ha consumado, especialmente tu familia —lo miro, preocupada.

—¿Y si se dan cuenta? —Digo temerosa. Él suspira. Abre un cajón de la mesa de noche, saca unas tijeras y las coloca sobre ella. 

Se quita su elegante saco y recoge la manga izquierda de su camisa blanca, dejando su brazo parcialmente al descubierto desde el codo. Me asusto al ver que toma las tijeras nuevamente. No reacciono a tiempo para evitar que se hiera. 

—¡Por Alá! ¿Qué haces? —Grito, alarmada. 

—Tranquila. —Dice mientras mancha de sangre la cama. Luego presiona la herida y se dirige al baño. Corro tras él. Está sacando un botiquín. Se lo arrebato de las manos. Reviso su herida y no es profunda. 

—No puedo creer lo que acabas de hacer —le digo sin salir del asombro. Le limpio la herida y le pongo una bandita. 

—Ellos esperan la prueba de tu virginidad. Sabes que tanto tu familia como la mía buscará esa mancha de sangre que confirme la consumación de nuestro matrimonio. —No había reparado en eso. Tiene razón. 

—Pero te lastimaste. —Bisbiseo, triste. 

—No es nada —levanta mi rostro delicadamente. Sus ojos violetas me ven con ternura—. Iré unas horas a trabajar. Por la tarde vendré por ti y, por favor, desayuna bien —dice ordenándome dulcemente.

—Lo intentaré. —Él asiente complacido. Toma su saco y sale de la recámara. 

Tareq parece un hombre bueno. Hasta ahora me ha tratado con respeto y eso le da paz a mi alma herida. Luego de bañarme y desayunar, la mamá de Tareq entra con la excusa de ayudarme arreglar la cama. Sé que está buscando la prueba de mi virginidad. La prima de Tareq, Lila, también entra. 

—Yo me encargo, señora —le digo tomando las almohadas. 

—¡Te ayudaremos! Debes de estar cansada —expone revisando las cobijas. Cuando ve la mancha, se queda callada y me ve —No te preocupes, traje unas nuevas, querida. —Su tono es extraño, como si estuviera molesta. Lila ve la sábana y sale llorando de la recámara.

—Lila pensó que se casaría con mi Tareq. Bueno, la verdad todos lo pensamos pues era lo lógico, son primos en tercer grado. Pero mi hijo nos sorprendió contigo —su sarcasmo es notable. Yo no digo nada y ella termina de arreglar la cama—. Debes tener muchas cualidades —me quita las almohadas de mis manos y las coloca en la cama—. Eres muy callada —me ve curiosa. 

—No tengo nada que decirle —respondo. 

—Bien, entonces vamos a la cocina. Hay que prepararle el almuerzo a Tareq —Alá me ayude, soy muy mala cocinando. 

—Señora, pero... —no me deja hablar. Me toma de la mano y me jala llevándome afuera. 

Entramos a la lujosa cocina. Hay dos cocineras y una chef. Cantan versos del Corán. Están alegres. 

—¡Hola! Atención a todas —se hace silencio —. Ella es Nailea y le preparará la comida a mi Tareq.

—¿Es la cocinera del señor? —pregunta la mujer vestida de Chef y la madre de Tareq se ríe ante su pregunta. 

—¡Soy su esposa! —Grito molesta y la cara de todas es de sorpresa. La madre de Tareq me ve de pies a cabeza. 

—Sí, sí... Nailea es la esposa de mi Tareq y ella se encargará de su comida de ahora en adelante —esta señora está loca. 

—¡No! —Grito con más fuerza y salgo corriendo en dirección al apartamento. Corro con todas mis fuerzas y me encierro. 

—¡No soy la cocinera de nadie! —Lloro amargamente. Esta no debería ser mi vida. Minutos después ella golpea la puerta de la recámara.

—¡Abre Nailea! ¡Cómo te atreves a faltarme el respeto! —Los golpes de la puerta me ponen nerviosa. —¡Abre ya! —La ignoro totalmente, no pienso abrirle. 

Cinco minutos bastaron para que se cansara y se fuera. ¿Qué hice mal? Me acuesto en la cama hecha un ovillo. Como quisiera tener a Miranda cerca. Estoy tan sola.

¡Yo no pertenezco aquí! Me digo a mí misma y decidida me pongo de pie. Salgo por la otra puerta que da al jardín. Tengo que encontrar una salida; veo a todos lados y no hay nadie cerca. Camino desesperada intentando encontrar la entrada principal, o la trasera, pero este lugar es inmenso. Verdaderamente es un palacio. No tiene fin.

Me detengo y me escondo detrás de un árbol grande. Veo a la hermana menor de Tareq discutiendo con Lila. No entiendo lo que dicen porque están lejos. Segundos después ellas entran a la casa. A unos metros observo varios autos estacionados; la salida principal está más al fondo. Salgo de mi escondite. Intento correr, pero siento un fuerte jalón en mi brazo. 

—¿A dónde crees que vas? —La madre de Tareq me toma de los brazos. 

—¡Señora, suélteme! —Intento soltarme de su doloroso agarre. 

—¡Eres una mala mujer! No mereces a mi hijo —me recrimina, furiosa. 

—¡Por favor, suélteme! Me está lastimando —Le pido, y ella me sacude. Mi cuerpo aún está débil y me cuesta mucho defenderme. 

—¡Cállate! —Grita y levanta una mano para golpearme, mientras que con la otra me acerca más a ella. Yo levanto la mano que me ha dejado libre para cubrir mi rostro.  

—¡Suéltala, madre! —La voz impasible de Tareq hace que ella se detenga y me suelte de inmediato.

Yo los veo, y tiemblo de miedo. No quiero que me lastimen, no he hecho nada malo: solo quiero mi libertad.

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