Tareq ha entrado al estudio. Me ha dicho que puedo bañarme y cambiarme con toda tranquilidad, que él estará atendiendo una llamada de negocios muy importante. Yo no tengo idea de dónde está mi ropa ni siquiera conozco la recámara, pero prefiero no molestarlo más; recorro sola el apartamento, aunque la verdad, por sus dimensiones, parece una casa. Abro la primera puerta a la derecha, enciendo la luz y veo una elegante habitación. Entro y deslizo la puerta del enorme armario y no hay nada de ropa. Decepcionada, apago la luz y sigo probando suerte en las demás habitaciones.
La siguiente puerta conduce a otra habitación, pero esta es el doble que la anterior. Creo que esta debe ser la habitación principal. Tiene una salida independiente y de aquí también se aprecia el hermoso jardín. Abro la siguiente puerta —asumiendo que es la del baño, pero no es así—. Se trata de un impresionante closet con mucha ropa de mujer. Paso mi mano tocando las telas y me asombro al ver que toda la ropa es de mi talla. Tomo ropa cómoda para dormir. Hay muchos pares de zapatos hermosos, también de mi talla; carteras, joyas y maquillaje. Cada cosa que toco es preciosa. Hay dos puertas más dentro de esta habitación.
Abro la siguiente y es otro closet, pero con ropa de hombre. Hay muchos trajes elegantes: ropa casual y túnicas. Una mesa de vidrio redonda en medio del closet llama mi atención. Me acerco y veo a través de ella varios relojes. Sin duda es el closet de Tareq. Salgo rápidamente sintiéndome como una invasora.
La siguiente puerta —al fin— es la del baño. Es demasiado grande y bonito. En este baño perfectamente caben unas 15 personas. Tiene bañera y ducha. Opto por la ducha, no sin antes poner el pasador. Aún no confío del todo en Tareq. La verdad es que no confío en nadie. El agua tibia calma mi cuerpo por el estrés acumulado.
Al salir no veo a nadie en la habitación. Salgo corriendo y me meto entre las sábanas de la cama. Me cubro bien. Asustada como nunca, le pido a Alá que mi esposo no entre a la habitación.
Han pasado dos horas y no se escucha ningún sonido afuera. Comienzo a relajarme con el croar de las ranas en el jardín. Siento mis parpados tan pesados: me estiro y termino de acomodarme en la cama.
—Nailea, debo hablar contigo. —Escucho golpes suaves en la puerta. Abro mis ojos y esta habitación no se me hace conocida. Me levanto del golpe. ¡Estoy en el apartamento de Tareq! —Nailea despierta. Esto es muy importante. —Busco mi bata y mi Hiyab para cubrirme.
—Adelante. —Digo nerviosa, mientras veo el reloj y este marca las 7:12 a.m.
Él es muy respetuoso. A pesar de que estamos casados pudo haber entrado cuando quisiera y, sin embargo, prefirió tocar, comportándose como todo un caballero.
—¡Buenos días! ¿Dormiste bien? —Pregunta tranquilo. Él ya está bañado y vestido de manera impecable. Me quedo atónita al verlo en traje. Es que un actor famoso se queda corto ante su belleza —¿Nailea? —Me ve fijamente esperando una respuesta.
—Sí, muy bien. —Respondo sonrojada ante su presencia. Trae una bolsa en su mano. Entra al closet y saca el contenido de la bolsa. Creo que es la ropa que vistió ayer. La coloca en una cesta.
—Escucha Nailea… todos deben de creer que tú y yo dormimos juntos como esposos —asiento —. Por ningún motivo deben de saber que nuestro matrimonio no se ha consumado, especialmente tu familia —lo miro, preocupada.
—¿Y si se dan cuenta? —Digo temerosa. Él suspira. Abre un cajón de la mesa de noche, saca unas tijeras y las coloca sobre ella.
Se quita su elegante saco y recoge la manga izquierda de su camisa blanca, dejando su brazo parcialmente al descubierto desde el codo. Me asusto al ver que toma las tijeras nuevamente. No reacciono a tiempo para evitar que se hiera.
—¡Por Alá! ¿Qué haces? —Grito, alarmada.
—Tranquila. —Dice mientras mancha de sangre la cama. Luego presiona la herida y se dirige al baño. Corro tras él. Está sacando un botiquín. Se lo arrebato de las manos. Reviso su herida y no es profunda.
—No puedo creer lo que acabas de hacer —le digo sin salir del asombro. Le limpio la herida y le pongo una bandita.
—Ellos esperan la prueba de tu virginidad. Sabes que tanto tu familia como la mía buscará esa mancha de sangre que confirme la consumación de nuestro matrimonio. —No había reparado en eso. Tiene razón.
—Pero te lastimaste. —Bisbiseo, triste.
—No es nada —levanta mi rostro delicadamente. Sus ojos violetas me ven con ternura—. Iré unas horas a trabajar. Por la tarde vendré por ti y, por favor, desayuna bien —dice ordenándome dulcemente.
—Lo intentaré. —Él asiente complacido. Toma su saco y sale de la recámara.
Tareq parece un hombre bueno. Hasta ahora me ha tratado con respeto y eso le da paz a mi alma herida. Luego de bañarme y desayunar, la mamá de Tareq entra con la excusa de ayudarme arreglar la cama. Sé que está buscando la prueba de mi virginidad. La prima de Tareq, Lila, también entra.
—Yo me encargo, señora —le digo tomando las almohadas.
—¡Te ayudaremos! Debes de estar cansada —expone revisando las cobijas. Cuando ve la mancha, se queda callada y me ve —No te preocupes, traje unas nuevas, querida. —Su tono es extraño, como si estuviera molesta. Lila ve la sábana y sale llorando de la recámara.
—Lila pensó que se casaría con mi Tareq. Bueno, la verdad todos lo pensamos pues era lo lógico, son primos en tercer grado. Pero mi hijo nos sorprendió contigo —su sarcasmo es notable. Yo no digo nada y ella termina de arreglar la cama—. Debes tener muchas cualidades —me quita las almohadas de mis manos y las coloca en la cama—. Eres muy callada —me ve curiosa.
—No tengo nada que decirle —respondo.
—Bien, entonces vamos a la cocina. Hay que prepararle el almuerzo a Tareq —Alá me ayude, soy muy mala cocinando.
—Señora, pero... —no me deja hablar. Me toma de la mano y me jala llevándome afuera.
Entramos a la lujosa cocina. Hay dos cocineras y una chef. Cantan versos del Corán. Están alegres.
—¡Hola! Atención a todas —se hace silencio —. Ella es Nailea y le preparará la comida a mi Tareq.
—¿Es la cocinera del señor? —pregunta la mujer vestida de Chef y la madre de Tareq se ríe ante su pregunta.
—¡Soy su esposa! —Grito molesta y la cara de todas es de sorpresa. La madre de Tareq me ve de pies a cabeza.
—Sí, sí... Nailea es la esposa de mi Tareq y ella se encargará de su comida de ahora en adelante —esta señora está loca.
—¡No! —Grito con más fuerza y salgo corriendo en dirección al apartamento. Corro con todas mis fuerzas y me encierro.
—¡No soy la cocinera de nadie! —Lloro amargamente. Esta no debería ser mi vida. Minutos después ella golpea la puerta de la recámara.
—¡Abre Nailea! ¡Cómo te atreves a faltarme el respeto! —Los golpes de la puerta me ponen nerviosa. —¡Abre ya! —La ignoro totalmente, no pienso abrirle.
Cinco minutos bastaron para que se cansara y se fuera. ¿Qué hice mal? Me acuesto en la cama hecha un ovillo. Como quisiera tener a Miranda cerca. Estoy tan sola.
¡Yo no pertenezco aquí! Me digo a mí misma y decidida me pongo de pie. Salgo por la otra puerta que da al jardín. Tengo que encontrar una salida; veo a todos lados y no hay nadie cerca. Camino desesperada intentando encontrar la entrada principal, o la trasera, pero este lugar es inmenso. Verdaderamente es un palacio. No tiene fin.
Me detengo y me escondo detrás de un árbol grande. Veo a la hermana menor de Tareq discutiendo con Lila. No entiendo lo que dicen porque están lejos. Segundos después ellas entran a la casa. A unos metros observo varios autos estacionados; la salida principal está más al fondo. Salgo de mi escondite. Intento correr, pero siento un fuerte jalón en mi brazo.
—¿A dónde crees que vas? —La madre de Tareq me toma de los brazos.
—¡Señora, suélteme! —Intento soltarme de su doloroso agarre.
—¡Eres una mala mujer! No mereces a mi hijo —me recrimina, furiosa.
—¡Por favor, suélteme! Me está lastimando —Le pido, y ella me sacude. Mi cuerpo aún está débil y me cuesta mucho defenderme.
—¡Cállate! —Grita y levanta una mano para golpearme, mientras que con la otra me acerca más a ella. Yo levanto la mano que me ha dejado libre para cubrir mi rostro.
—¡Suéltala, madre! —La voz impasible de Tareq hace que ella se detenga y me suelte de inmediato.
Yo los veo, y tiemblo de miedo. No quiero que me lastimen, no he hecho nada malo: solo quiero mi libertad.
Tareq está muy serio. Tiene la mirada fija en su madre y ella, a su vez, me ve a mí con rabia. No sé qué pude haber hecho para ganarme su enojo; ni siquiera hemos convivido. No me conoce. Nunca suelo juzgar a las personas, aun cuando ante mis ojos actuaban mal. Trato de pensar en lo que tuvieron que pasar para llegar a ser lo que son. Tal vez por eso no odio a mi tío, a pesar de los maltratos que me dio. —Nailea, ven —Tareq extiende su mano, su voz es suave, pero tengo miedo. Él achica sus ojos como si leyera mis pensamientos—. No tengas miedo, no voy a lastimarte. —Camino despacio hasta tomar su mano. Siento su calidez. Con su pulgar frota el dorso de mi mano y me tranquiliza. —Hijo, escucha, tienes que saber que si actué así fue porque... —Ahora no madre —suspira —. Hablaré contigo después —se gira para que nos vayamos. —¡Pero, Tareq! Debes de escucharme a mi primero —le exige y él se detiene. —Madre, no me decepciones más —espeta dándole la espalda y continuando la marcha hac
Veo a Mirah sin comprender los reclamos de Lila. Yo no quería casarme. Si antes de mi graduación me hubiesen dicho que esta sería mi vida una semana después, jamás lo habría creído. —Lila, ella no tiene la culpa, fue decisión de mi hermano —Mirah se pone de pie frente a ella. —¡Ella se le metió por los ojos! ¡Alá tenga misericordia de ti! —me señala —Arruinaste un amor de años, un amor puro, un amor de niños que fue creciendo y… —su labio inferior tiembla. —Lila, yo lo lamento. Las cosas no fueron como tú te las imaginas, yo... —intento decirle. —¡Cállate! Alá es testigo de tu maldad, pero las cosas no van a quedarse así —sentencia. Unos pasos hacen que giremos nuestras cabezas hacia la entrada. Un hombre entra con dos maletas. Al ver su rostro lo recuerdo del día que me escapé de casa, es el hombre de túnica blanca. —¡Akram! ¡Qué alegría! —Veo a Mirah caminar hacia él y le da un abrazo. —Bienvenido, Alá te trajo con bien —él sonríe. —¡Adorada familia! ¿Me extrañaron? —Dic
Me remuevo en la silla ante su mirada y su silencio. Mis manos comienzan a sudar. Subo y bajo mi mirada, él aún no dice nada. No sé descifrar su reacción, pero la tensión que causa es demasiado para mí. Me levanto y salgo corriendo hacía al jardín. No quiero que me grite; no quiero que me abofetee. No sé hacia dónde corro, solo huyo de él, pero unos brazos me atrapan y lucho nerviosa. —¡Nailea, tranquila! —Me abraza. Las lágrimas inundan mis ojos. —¿Por qué huyes de mí? No voy a hacerte daño. ¡Mírame! —Levanto mi rostro y en sus ojos violetas veo angustia. —¡Por favor, princesa, no llores! —Sus palabras causan el efecto contrario y me hundo en su pecho. Lloro desconsoladamente, apretando mis puños en su saco. Siento su mano subir y bajar por mi espalda, acobijándome. Desde niña me sentí fuera de lugar todo el tiempo. Cualquier cosa que decía o hacía estaba mal. Mi padre me castigaba duramente por expresar mi opinión u oponerme a cosas que no quería, como, por ejemplo: comprometerme
—Tareq, yo... —me pongo de pie, acercándome a su escritorio. —Tú no tienes la culpa, Nailea —quiero decirle que lo lamento, que no quiero causarle problemas, pero él levanta su teléfono de escritorio. —Nazir, ven a mi oficina en este instante —cuelga furioso. Su asistente entra casi corriendo. —A sus órdenes, señor Falú —dice, nervioso. —Manda una carta formal por medio de nuestro correo institucional donde especificarás que Falú Tareq ha roto lazos laborales con Grupo GEN, por lo que pone inmediatamente a la venta el 15% de las acciones pertenecientes a Falú Corporation —siento que me dará un infarto y creo que dicha orden ha causado la misma reacción en su asistente. —¡Tareq! No tienes por qué hacer eso —me mira y luego ve a su asistente, indicándole con un gesto que es todo y que puede retirarse. Enseguida sale de la oficina. —¡Claro que tengo que hacerlo! Nadie viene a mi empresa a faltarle el respeto a mi esposa en mi cara, porque al hacerlo también me lo está faltando a
Cada bocanada de aire que inhalo es un castigo. Siento que llevé mi cuerpo al límite. Sonya está encima de mí, ausente. Tomé su mano justo a tiempo. No sé cómo logré sujetarla con tanta fuerza que, incluso, acabamos sobre el suelo. —¡Lo lamento! ¡Lo lamento! —Llora desesperada en mis brazos —¡Por favor, no le digas a Tareq! —¡Todo está bien, Sonya! —La abrazo con tanta fuerza que temo lastimarla. —¡Alá, yo no quería hacerlo! —Me parte el corazón sentir su angustia. —Te prometo que estaré aquí para ti. No estás sola —ella me abraza más fuerte y su llanto comienza a calmarse. Permanecemos así por unos minutos hasta que ella se separa y levanta su rostro. —¿Crees que el bebé esté bien? —Pregunta preocupada. Yo, sonrío. —Estoy segura de que está en perfectas condiciones —una ligera sonrisa se dibuja en su rostro. —¡Por favor, no le cuentes a nadie! —Me suplica. —No lo haré, solo si me prometes que no intentarás esto nuevamente —asiente y nos ponemos de pie. —Nailea, no sé
Todos están a punto de sentarse a cenar. Me quedo parada justo detrás de Tareq cuando todos nos ven. No pude detenerlo. Su madre y Lila sonríen al verlo. —¡Hijo! Qué bueno que cenarás con nosotros —dice la señora Fátima. —¡Lila, ven aquí! —Ella se asusta ante la orden de Tareq. Un silencio invade la sala. La madre de Tareq no entiende qué pasa y Mirah pone su mano sobre su pecho. Sonya gesticula un "¿Qué sucede?", mirándome. La madre de Lila y Badra, la otra hermana de Tareq, miran a Lila cuestionándola. Lila se mueve muy lentamente hasta quedar frente a él. —¿Fuiste capaz de golpear a mi esposa? —Sonidos de exclamación llenan la sala. —¡Hijo! ¿Cómo puedes creer eso de Lila? —Intenta defenderla la señora Fátima. Tareq le dedica una gélida mirada a su madre que hace que automáticamente guarde silencio. —Tareq, las cosas no fueron así —responde, muy nerviosa. —Explícame, ¿cómo fueron? —Lila agacha la cabeza —¡Levanta la cabeza! Respóndeme y no te atrevas a mentirme —las pal
Él se ha adueñado de mi boca por completo. Su lengua ha invadido todos los rincones haciendo que mi lengua dance con la suya. Tiemblo, pero no por miedo, sino por la expectación ante el mar de emociones que me provoca. Su sabor me gusta demasiado, tanto que no podría negarle un beso. Él es tan cálido y pasional al mismo tiempo. Me pega a su cuerpo sin dejar de besarme y acariciar mi cabello. Al sentir algo duro contra mi estómago me separo jadeante y lo veo a los ojos. Miro hacia abajo y luego lo veo a él. —Confía en mí. —Me dice, y yo asiento. Me besa nuevamente, pero esta vez suavemente; esparce besos por mi cuello, puedo percibir su lengua sutilmente. Un leve gemido se me escapa y me aparto un poco. Él sonríe. —No tengas vergüenza de sentir, mi Nailea. —Acaricia mi mejilla hasta bajar por mi cuello. Pasa su mano entre mis pechos y se detiene en mi estómago. Nos miramos fijamente por unos segundos. Él da unos pasos hacia atrás, se quita el saco y luego va desabrochando su camisa
Llego al edificio. El guardaespaldas me sigue. Entramos al ascensor y rápidamente estamos en el último piso. Al caminar hacia la oficina de Tareq recibo muchas miradas de secretarias y asistentes. Toco la puerta y entro. Tareq plática con alguien; los dos voltean sus cabezas para verme. Me asombro al reconocer al hombre del restaurante: "Rayan". —Nailea. —Mi esposo camina hacia mí. Me da un beso en la frente; toma mi mano y caminamos en dirección a Rayan. —Te presento a mi esposa Nailea. —Él se pone de pie y se inclina en modo de saludo. —Nailea, él es mi primo Rayan —bajo mi cabeza un poco, saludando. —Nos conocimos hace poco en el restaurante "Riga", por accidente. —Comenta Rayan y Tareq se pone serio. Lo ve a él y luego a mí. —Chocamos en la entrada, yo buscaba a Miranda. —Le explico.—Se le cayó su pulsera y se la di. —Dice, sonriendo. —Comprendo. —Espeta, Tareq, adusto. —Rayan, seguiremos hablando de las acciones mañana. Estoy muy interesado en comprarlas. —Finaliza. Se dan l