Me remuevo en la silla ante su mirada y su silencio. Mis manos comienzan a sudar. Subo y bajo mi mirada, él aún no dice nada. No sé descifrar su reacción, pero la tensión que causa es demasiado para mí. Me levanto y salgo corriendo hacía al jardín. No quiero que me grite; no quiero que me abofetee. No sé hacia dónde corro, solo huyo de él, pero unos brazos me atrapan y lucho nerviosa. —¡Nailea, tranquila! —Me abraza. Las lágrimas inundan mis ojos. —¿Por qué huyes de mí? No voy a hacerte daño. ¡Mírame! —Levanto mi rostro y en sus ojos violetas veo angustia. —¡Por favor, princesa, no llores! —Sus palabras causan el efecto contrario y me hundo en su pecho. Lloro desconsoladamente, apretando mis puños en su saco. Siento su mano subir y bajar por mi espalda, acobijándome. Desde niña me sentí fuera de lugar todo el tiempo. Cualquier cosa que decía o hacía estaba mal. Mi padre me castigaba duramente por expresar mi opinión u oponerme a cosas que no quería, como, por ejemplo: comprometerme
—Tareq, yo... —me pongo de pie, acercándome a su escritorio. —Tú no tienes la culpa, Nailea —quiero decirle que lo lamento, que no quiero causarle problemas, pero él levanta su teléfono de escritorio. —Nazir, ven a mi oficina en este instante —cuelga furioso. Su asistente entra casi corriendo. —A sus órdenes, señor Falú —dice, nervioso. —Manda una carta formal por medio de nuestro correo institucional donde especificarás que Falú Tareq ha roto lazos laborales con Grupo GEN, por lo que pone inmediatamente a la venta el 15% de las acciones pertenecientes a Falú Corporation —siento que me dará un infarto y creo que dicha orden ha causado la misma reacción en su asistente. —¡Tareq! No tienes por qué hacer eso —me mira y luego ve a su asistente, indicándole con un gesto que es todo y que puede retirarse. Enseguida sale de la oficina. —¡Claro que tengo que hacerlo! Nadie viene a mi empresa a faltarle el respeto a mi esposa en mi cara, porque al hacerlo también me lo está faltando a
Cada bocanada de aire que inhalo es un castigo. Siento que llevé mi cuerpo al límite. Sonya está encima de mí, ausente. Tomé su mano justo a tiempo. No sé cómo logré sujetarla con tanta fuerza que, incluso, acabamos sobre el suelo. —¡Lo lamento! ¡Lo lamento! —Llora desesperada en mis brazos —¡Por favor, no le digas a Tareq! —¡Todo está bien, Sonya! —La abrazo con tanta fuerza que temo lastimarla. —¡Alá, yo no quería hacerlo! —Me parte el corazón sentir su angustia. —Te prometo que estaré aquí para ti. No estás sola —ella me abraza más fuerte y su llanto comienza a calmarse. Permanecemos así por unos minutos hasta que ella se separa y levanta su rostro. —¿Crees que el bebé esté bien? —Pregunta preocupada. Yo, sonrío. —Estoy segura de que está en perfectas condiciones —una ligera sonrisa se dibuja en su rostro. —¡Por favor, no le cuentes a nadie! —Me suplica. —No lo haré, solo si me prometes que no intentarás esto nuevamente —asiente y nos ponemos de pie. —Nailea, no sé
Todos están a punto de sentarse a cenar. Me quedo parada justo detrás de Tareq cuando todos nos ven. No pude detenerlo. Su madre y Lila sonríen al verlo. —¡Hijo! Qué bueno que cenarás con nosotros —dice la señora Fátima. —¡Lila, ven aquí! —Ella se asusta ante la orden de Tareq. Un silencio invade la sala. La madre de Tareq no entiende qué pasa y Mirah pone su mano sobre su pecho. Sonya gesticula un "¿Qué sucede?", mirándome. La madre de Lila y Badra, la otra hermana de Tareq, miran a Lila cuestionándola. Lila se mueve muy lentamente hasta quedar frente a él. —¿Fuiste capaz de golpear a mi esposa? —Sonidos de exclamación llenan la sala. —¡Hijo! ¿Cómo puedes creer eso de Lila? —Intenta defenderla la señora Fátima. Tareq le dedica una gélida mirada a su madre que hace que automáticamente guarde silencio. —Tareq, las cosas no fueron así —responde, muy nerviosa. —Explícame, ¿cómo fueron? —Lila agacha la cabeza —¡Levanta la cabeza! Respóndeme y no te atrevas a mentirme —las pal
Él se ha adueñado de mi boca por completo. Su lengua ha invadido todos los rincones haciendo que mi lengua dance con la suya. Tiemblo, pero no por miedo, sino por la expectación ante el mar de emociones que me provoca. Su sabor me gusta demasiado, tanto que no podría negarle un beso. Él es tan cálido y pasional al mismo tiempo. Me pega a su cuerpo sin dejar de besarme y acariciar mi cabello. Al sentir algo duro contra mi estómago me separo jadeante y lo veo a los ojos. Miro hacia abajo y luego lo veo a él. —Confía en mí. —Me dice, y yo asiento. Me besa nuevamente, pero esta vez suavemente; esparce besos por mi cuello, puedo percibir su lengua sutilmente. Un leve gemido se me escapa y me aparto un poco. Él sonríe. —No tengas vergüenza de sentir, mi Nailea. —Acaricia mi mejilla hasta bajar por mi cuello. Pasa su mano entre mis pechos y se detiene en mi estómago. Nos miramos fijamente por unos segundos. Él da unos pasos hacia atrás, se quita el saco y luego va desabrochando su camisa
Llego al edificio. El guardaespaldas me sigue. Entramos al ascensor y rápidamente estamos en el último piso. Al caminar hacia la oficina de Tareq recibo muchas miradas de secretarias y asistentes. Toco la puerta y entro. Tareq plática con alguien; los dos voltean sus cabezas para verme. Me asombro al reconocer al hombre del restaurante: "Rayan". —Nailea. —Mi esposo camina hacia mí. Me da un beso en la frente; toma mi mano y caminamos en dirección a Rayan. —Te presento a mi esposa Nailea. —Él se pone de pie y se inclina en modo de saludo. —Nailea, él es mi primo Rayan —bajo mi cabeza un poco, saludando. —Nos conocimos hace poco en el restaurante "Riga", por accidente. —Comenta Rayan y Tareq se pone serio. Lo ve a él y luego a mí. —Chocamos en la entrada, yo buscaba a Miranda. —Le explico.—Se le cayó su pulsera y se la di. —Dice, sonriendo. —Comprendo. —Espeta, Tareq, adusto. —Rayan, seguiremos hablando de las acciones mañana. Estoy muy interesado en comprarlas. —Finaliza. Se dan l
Todo está en silencio. Solo percibo mi respiración. No sé qué ha sucedido y no quiero abrir mis ojos, pero un quejido de Tareq hace que regrese a la realidad. Al abrir mis ojos el panorama es perturbador… me encuentro con los ojos de Tareq luchando por su vida. —Na… Nailea. —Pronuncia con dificultad. —¡Eini! ¡Amor mío! ¡No me dejes! —Le pido, aún con mis manos presionando su estómago. —No podría vivir sin tu mirada. —Él sonríe débilmente. —No iré a ningún lado, mi… mi Rohi. —Espeta, con dificultad. Varios guardaespaldas entran junto con paramédicos y me alejan de él para atenderlo. Me abrazo a mí misma en busca de consuelo. Al mirar a un lado observo la terrible escena: el hombre que le disparó a Tareq está tendido en suelo. No sé si está muerto. Hay mucha sangre y no se mueve. A unos metros uno de los guardaespaldas se apoya en la pared. Tiene una herida en el brazo. Esto es una terrible pesadilla de la que quiero despertar. Entran más paramédicos: revisan a el guardaespaldas y
—¡No! ¡Ninguna de las dos entrará a ver a mi esposo! —Indica, Nailea, con autoridad y una sensación de orgullo invade su pecho. Al fin se atrevía a decir lo que pensaba. —¡Es mi hijo! Tú no eres nadie. —Dice, con desprecio, la señora Fátima, acercándose a Nailea por lo cual Akram se interpone entre ellas. No permitirá que lastimen más a la esposa de su amigo. —¡Es mi esposo! Le guste o no. Legalmente yo soy la que decide por él. —Ante lo que acaba de decir, la señora Fátima reacciona con violencia, pero Nailea es más rápida que ella y le toma la mano en el aire. —¡No se atreva a tocarme otra vez! —La señora Fátima abre sus ojos, con asombro. —¡Suéltame! —Grita, furiosa, y Nailea la suelta. —Tú no decides por mi hijo. —Señora Fátima. Lo que acaba de decir Nailea es verdad. Solo ella puede decidir por Tareq. —Ella lo ve, anonadada. —¿Estás de su parte? —Declara, dolida. —Estoy de parte de lo justo y legalmente es así. ¡Alá es testigo! —Afirma Akram y la señora Fátima no puede