Todo está en silencio. Solo percibo mi respiración. No sé qué ha sucedido y no quiero abrir mis ojos, pero un quejido de Tareq hace que regrese a la realidad. Al abrir mis ojos el panorama es perturbador… me encuentro con los ojos de Tareq luchando por su vida. —Na… Nailea. —Pronuncia con dificultad. —¡Eini! ¡Amor mío! ¡No me dejes! —Le pido, aún con mis manos presionando su estómago. —No podría vivir sin tu mirada. —Él sonríe débilmente. —No iré a ningún lado, mi… mi Rohi. —Espeta, con dificultad. Varios guardaespaldas entran junto con paramédicos y me alejan de él para atenderlo. Me abrazo a mí misma en busca de consuelo. Al mirar a un lado observo la terrible escena: el hombre que le disparó a Tareq está tendido en suelo. No sé si está muerto. Hay mucha sangre y no se mueve. A unos metros uno de los guardaespaldas se apoya en la pared. Tiene una herida en el brazo. Esto es una terrible pesadilla de la que quiero despertar. Entran más paramédicos: revisan a el guardaespaldas y
—¡No! ¡Ninguna de las dos entrará a ver a mi esposo! —Indica, Nailea, con autoridad y una sensación de orgullo invade su pecho. Al fin se atrevía a decir lo que pensaba. —¡Es mi hijo! Tú no eres nadie. —Dice, con desprecio, la señora Fátima, acercándose a Nailea por lo cual Akram se interpone entre ellas. No permitirá que lastimen más a la esposa de su amigo. —¡Es mi esposo! Le guste o no. Legalmente yo soy la que decide por él. —Ante lo que acaba de decir, la señora Fátima reacciona con violencia, pero Nailea es más rápida que ella y le toma la mano en el aire. —¡No se atreva a tocarme otra vez! —La señora Fátima abre sus ojos, con asombro. —¡Suéltame! —Grita, furiosa, y Nailea la suelta. —Tú no decides por mi hijo. —Señora Fátima. Lo que acaba de decir Nailea es verdad. Solo ella puede decidir por Tareq. —Ella lo ve, anonadada. —¿Estás de su parte? —Declara, dolida. —Estoy de parte de lo justo y legalmente es así. ¡Alá es testigo! —Afirma Akram y la señora Fátima no puede
Los días siguientes fueron difíciles para Nailea. Su suegra siempre intentaba humillarla, pero ella la ignoraba y no se alejaba de Tareq, quien, gracias a Alá, estaba mostrando una notable mejoría. Ya respiraba por sí mismo y su cuerpo se estaba recuperando rápidamente. El doctor le dijo que en cualquier momento podía despertar, por lo cual decidió quedarse a cuidarlo toda la noche gracias a que Akram le ayudó con la autorización del doctor. Nailea tomaba la mano de Tareq y la ponía en su mejilla, recordando cómo la acariciaba. El rostro de su esposo lucía en paz. Se le notaba un poco la pérdida de peso, pues Tareq era un hombre alto y fornido, aun así, se veía demasiado guapo. Su barba había crecido dándole una apariencia de un hombre mayor y sexy. Nailea pasaba sus dedos por su barba, estaba tan enamorada que podía verlo toda la noche sin sentir que las horas pasaban, y así se quedó dormida, sentada en una silla cerca de él, con la mitad de su cuerpo sobre la cama sin soltar su man
le falta el aire. Un dolor en el pecho la traspasa. ¿Acaso así de doloroso es estar enamorada? ¿Por qué es tan difícil ser feliz? —Nailea, ¿qué sucede? —Le pregunta Akram, preocupado de verla en ese estado. A Nailea se le dificulta hablar por el nudo que siente en la garganta. —¿Por qué no puedo ser feliz? —Expresa, en un murmullo con mucha tristeza. Lo que le causa ternura a Akram, quien iba a contestarle, pero los gritos de Lila llamaron la atención de todos. —¡Ayuda! ¡Se lastimará! —Pedía, Lila, angustiada. La madre de Tareq corrió hacia la habitación. Tareq caminaba despacio y con mucha dificultad tratando de salir de la habitación: cada paso que daba era como cien agujas clavándosele en el estómago. Akram se apresuró a auxiliarlo. —¡En el nombre de Alá, Tareq! ¿Estás loco? —Intenta sujetarlo, pero Tareq con la poca fuerza que tiene continua hacia la puerta. —¡Suéltenme! ¡Nailea! Necesito hablar con mi esposa. —Usa el porta sueros como apoyo para caminar y la otra mano la
Cuando Nailea se fue, Tareq mandó llamar a Akram. Su amigo entra diez minutos después con tablet en mano. Ya sabe lo meticuloso que es Tareq. —¿De verdad no piensas descansar? —Le pregunta, divertido. —Descansé lo suficiente por cuatro días. —Responde, para luego llenar sus pulmones de aire. —Dime que tienes al responsable. —Sus ojos estaban de un color violeta intenso. —Claro que sí. —Responde, pasándole la Tablet que contenía el informe de los jefes de seguridad. Tareq lo lee por unos minutos. Akram analiza sus expresiones. No necesita escucharlo. Está acostumbrado a las decisiones rápidas de Tareq. Él le da reproducir al vídeo del incidente; observa a Nailea hincada en el suelo llorando mientras presiona su estómago para que él no se desangre. La rabia comienza a surgir. No soporta ver el sufrimiento de su esposa. —¿Me estás diciendo que todo esto fue por no enviar un correo? —Levanta su mirada. No podía creer que una persona hubiera entrado tan fácilmente a su empresa. ¿Por
—¡Hijo! —Exclama la señora Fátima, sorprendida. —Nunca me habías hablado de esta manera. —Espeta, dolida. —Nunca había tenido razones para hacerlo. —Ella me ve y luego lo mira a él. —¡Esta mujer te tiene ciego! —Asegura, señalándome, molesta. —Quiero que escuches muy bien mis palabras, madre. Me has humillado. Me has irrespetado como hijo y cabeza de familia. Tú, mi propia madre. —La señora Fátima tiembla, asustada. Yo también lo estoy. Las palabras de Tareq son duras. —¡Yo no he hecho tal cosa! —Afirma. —Se lo hiciste a mi esposa y es lo mismo. Dejé claro eso contigo la otra vez. Todo lo que le hagan a ella es una ofensa directa a mi persona. —La señora Fátima negaba. —Pero hijo… —intenta acercarse a él. —¿Dónde está esa mujer dulce que me habla de las cualidades de los demás y que me dice que yo tengo que imitar lo bueno de las personas? ¿Dónde quedó esa madre que curaba mis heridas cuando me caía de pequeño y que me cantaba con su hermosa voz antes de dormir? —Ella co
Tareq no quedó satisfecho después de la reunión que tuvo con Rayan. La propuesta no era ilógica, pero definitivamente no le agradaba, no confiaba en él. Un enfermero terminaba de limpiarle su herida que era de unos ocho centímetros en vertical; los puntos se notaban poco, el cirujano había hecho un excelente trabajo. Empezaba a sentirse mareado. Al parecer, tanta actividad le estaba pasando factura. El enfermero ajusta el gotero del suero y sale de la habitación. Tareq recuesta su cabeza sobre la almohada y cierra sus ojos un momento, pero el sonido de la puerta hizo que los abriera nuevamente. —Lo siento, no quise despertarte. —Tareq sonríe. —Ven —Dice, con voz ronca. Ella se acerca a la cama y le toma la mano. Él comienza a hacerse a un lado dándole espacio para que se acueste con él. —No, Tareq, podría lastimarte la herida accidentalmente. —Dice Nailea, con preocupación. —No pasará, quiero dormir contigo. —Espeta, cariñoso. —Eini, entiende. —Acaricia su mejilla. —Me senta
Nailea observaba a Akram completamente desencajado y ansioso desde que Tareq, hacía cinco minutos, se había ido con Sonya y Rayan al despacho. Ella tampoco comprendía el por qué estaban reunidos, y no tenía un buen presentimiento sobre eso. Los demás eran ajenos a lo que sucedía; platicaban y reían. Su suegra, de vez cuando, decía una que otra imprudencia en contra suya, pero ella simplemente la ignoraba. Akram no aguanta más. Se pone de pie y camina con decisión hacia el despacho. Sabe que Rayan trama algo y no soporta la sola idea de que Sonya esté platicando con él, aunque Tareq también esté con ellos. Está a punto de llegar a la puerta cuando esta se abre. Los tres salen serios, pero tranquilos. Akram los observa. Rayan dibuja una sonrisa ridícula al despedirse de Sonya. No obstante, su enojo aumenta cuando ella le corresponde el saludo dedicándole también una sonrisa.—¿Me buscabas? —Pregunta Tareq. —Sí, me urge hablar contigo. —Le responde, sin dejar de ver a Sonya. —Bien, so