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Sometida
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Por: Bre89
Capítulo 1. Mi libertad

—¡Estoy tan feliz! —Doy saltos de alegría. Estoy a punto de alcanzar mi sueño más anhelado: mi libertad.

—¡También lo estoy! No puedo creer que mañana vayamos a graduarnos —grita emocionada mi mejor amiga y, yo, por mi parte, no dejo de sonreír; no puedo disimular mi felicidad.

—Mi vestido es precioso. Lástima que no pudieras acompañarme a comprarlo. Ahorré tanto para tenerlo —le reprocho haciendo pucheros. 

—Lo siento, tuve que acompañar a papá al viaje de negocios que te conté. Me presentó a los socios de la compañía —la veo con envidia, pero de la buena. Cuánto hubiera querido que mi padre fuera así—. Sabes, me duele y molesta escucharte decir que tuviste que ahorrar. ¡Eres rica! Tu familia lo es y te limitan.

—Pero a mí... 

—Sé que a ti no te importa, Nailea; pero no es justo —me enternece. 

—Miranda, nuestra cultura es así en ese y muchos otros sentidos. Tristemente es muy injusta cuando las mujeres decidimos independizarnos.

—¿Por qué no dejaste que yo te lo comprara? 

—Porque quería hacerlo por mi cuenta, con mi propio esfuerzo —ella me abraza.

—¡Eres increíble! —Se separa y me observa —No sé cómo le hacías para vender tantas tareas y al mismo tiempo sacar las mejores notas.

—No fue tan difícil —suspiro, pues hay muchos que me pagaron muy bien con tal de no hacer el mínimo esfuerzo en sus clases —. ¡Gracias por estar siempre a mi lado! Eres la única amiga que tengo y no imagino que habría sido de mí sin ti —le confieso. 

—Te hubiese ido bien, ¿y sabes por qué? —niego con la cabeza— Porque eres fuerte, inteligente y siempre logras lo que te propones. Además, dices eso porque soy la única amiga que te dejan tener —voltea los ojos hacia arriba con desdén. 

—No es solo por eso. Tú eres la única persona en quien confío. Pude tener más amigas, ya sabes, de mi religión —digo recordando todas las veces que ellas se burlaron de mí, diciendo que era inútil y patética, solo por no poder cocinar. Arruiné la cena de ese día quemando los pastelitos de uva con cordero y, por si fuera poco, mi tío decidió humillarme delante de todos.

—¡Hey! Deja esa cara de tristeza. Esas mujeres seguramente te tienen envidia.

—¿Envidia? —Digo sin entender qué podrían envidiar de mí. 

—Eres hermosa. ¡Pareces una modelo! Mira esos ojazos; cejas perfectas y ese cabello de infarto.

—¡Gracias! Tú siempre me reconfortas.

—Señorita, debemos irnos ya —giro sobre mi propio cuerpo y asiento con un gesto ante la indicación de Abraham, mi escolta y chofer asignado. Mientras tanto, él se queda ahí, parado, esperándome. 

—¡Apenas hemos hablamos cinco minutos, Nailea! ¿Acaso no puede esperar un poco más, señor Abraham? —Grita Miranda molesta. No obstante, él ni se inmuta. 

—Miranda... Abraham no tiene la culpa. Él solo sigue órdenes. No te molestes, por favor.

—Es que tu tío cada vez está más estricto, apenas y te veo —se acerca a mi oído para susurrarme —: sabes que puedes vivir conmigo; no tendrías que preocuparte por nada.

—No puedo, Miranda. Tú sabes que mi tío se ensañaría contra ti y tu familia. Él tiene mucho poder —y entre susurros, giro y me separo lentamente para marcharme. 

—¡Te veo mañana! —me grita mientras subo al auto y bajo rápidamente el vidrio de mi ventana.

—¡Mañana es nuestro día! —agito la mano y me despido. La figura de Miranda se pierde entre la multitud. 

En mi recorrido observo los bonitos paisajes de Madrid. Poco a poco nos acercamos a la mansión de mi tío. Mi corazón se inquieta, sé que estos serán mis últimos días aquí. Pronto me escaparé y haré mi vida en Francia. Gracias a mi excelente trabajo durante mi práctica profesional, la compañía en donde la realicé me ofreció un muy buen empleo en la sede de su corporación en aquel país. Fue la mejor noticia que pude recibir en años.  

Aún recuerdo las palabras de mi tío cuando le confesé que quería ser ingeniera: "Lo que haces no es bien visto ante los ojos de Alá. Las mujeres deben permanecer seguras en sus hogares, no jugando a ser hombres". Luego me abofeteó, pero sus palabras dolieron más que aquel insignificante golpe. Le supliqué durante tantos días hasta que, desesperada, le prometí que si me permitía estudiar le obedecería en todo sentido a partir de ahí. Aceptó, pues mis padres ya no podían conmigo por mi supuesta "rebeldía", pero ¿quién en su sano juicio querría casarse a los 18 años? Me rehusé y así fue como terminé bajo el mando de mi tío, el hermano mayor de papá. Desde entonces han transcurrido tres años y medio desde que vivo con él y su esposa. 

Mis padres viven en Portugal, ya que papá dirige una de las compañías de mi tío al otro lado de la península ibérica. Después de negarme a casarme con alguien que no conocía, él me entregó a mi tío y no quiso saber más de mí. Mi madre es completamente sumisa a él y a nuestra cultura, pero a pesar de sus ataduras, lloró mucho al dejarme; sin embargo, y a pesar de todo, aún me comunico en secreto con ella. 

Entro a mi habitación velozmente y pongo llave para que la esposa de mi tío no entre a torturarme con sus humillaciones. 

—¡Señorita Nailea! —Tocan suavemente a la puerta. —El señor Karim la espera en su despacho —y tras escuchar el recado me pongo nerviosa de inmediato. 

—¡Enseguida voy! —Respiro profundamente y me repito mentalmente a mí misma: ¡tú puedes Nailea!, ¡tú puedes!; sé fuerte. Me coloco el velo y el hermoso mar negro que brota de mi cabeza desaparece momentáneamente.

Camino a paso firme. El pasillo es larguísimo y aprovecho para apreciar el jardín desde la distancia, las paredes son transparentes, algo que, debo confesar, me aterroriza por las noches ya que cualquiera puede observarme desde afuera. Llego a la puerta del despacho y toco casi imperceptiblemente dos veces. 

—Pase. —Suena una voz casi metálica que ordena desde el otro lado de la puerta y yo, muy despacio, penetro aquel umbral y avanzo con mi mirada puesta en el suelo hasta quedar frente a su escritorio.

—¿Me llamó, tío? —No me atrevo a levantar la vista, le tengo demasiado miedo. 

—Mañana es tu graduación, pero no asistirás —sus palabras se clavan como dagas en mi corazón. Levanto mi rostro y lo veo casi a punto de suplicarle—. Tu título lo recogerá Abraham y yo te lo entregaré el día de tu compromiso.

—Compromiso. —Repito sin entender —¿Qué compromiso? 

—Esta noche conocerás a tu futuro esposo. Arréglate y recuerda no hablar en su presencia y, mucho menos, mirarlo con altanería —y antes de que culmine de hablar comienzo a llorar desconsoladamente. 

—¡Tío, por favor! ¡Permíteme asistir a mi graduación! Prometo portarme a la altura de tus expectativas esta noche, yo de... —azota la mesa de un manotazo enmudeciéndome enseguida. 

—Ya te permití demasiadas estupideces, Nailea. Lograste tu título y ahora harás lo que yo te diga. ¡No deshonrarás más a la familia! —bajo mi mirada nuevamente y comienzo a temblar. 

—La cena es a las 7:00 en punto. Ve a prepararte.

Salgo casi corriendo. Me encierro en mi recámara. No consigo parar de llorar. Camino de un lado al otro tal cual animal enjaulado. —¡No puedo casarme! ¡No quiero! —Lloro hasta secarme. Me lanzo en la cama y hundo mi rostro contra la almohada. Mi llanto no cesa. 

—¡Señorita! ¡Abra! —Los golpes en la puerta hacen que me despierte. Cómo puedo, saco fuerzas de flaqueza. Me levanto y abro inmediatamente. 

—¿Qué sucede? —pregunto mientras me desemperezo y refriego los ojos. 

—¡La cena! Los invitados ya están aquí —¡Por Dios! Me quedé dormida. Miro el reloj y faltan diez minutos para las 7:00; Me arreglo y salgo deprisa hacia la sala. 

Cuando llego, me quedo pasmada, como piedra, al ver a un señor de unos sesenta años junto a dos ancianos más. 

—Nailea, ¡ven! —Doy un par de pasos hasta acercarme— Él es el señor Abdul, tu prometido, y ellos sus hermanos: Said y Morút —y mientras levanto mi rostro hacia ellos, percibo que el señor Abdul me ve libidinosamente e, inmediatamente, siento unas horribles ganas de vomitar. Los tres señores podrían ser mis abuelos. 

—¡Hola! Eres realmente preciosa —dice mientras me ve de los pies a la cabeza. —¡Alá me ha bendecido por tercera vez! —Levanta sus manos al cielo. 

—¿Tercera? —pregunto impresionada. 

—Serás la esposa número tres del señor Abdul —dice mi tío, tranquilamente. 

—Pero tío, tú eres más joven que él —mi tío me ve sorprendido por mi valor ante tal declaración. 

—¿Cómo te atreves? —se levanta frenético el señor Abdul señalándome. 

—Ella no quiso decir eso, señor Abdul —interviene mi tío tratando de resarcir aquel agravio. Su esposa Yanira se tapa la boca con asombro. 

—¡Sí, sí quise decirlo! ¡Jamás me casaré con usted! Primero muerta — y de un momento a otro, corro hacia mi habitación, cierro con llave, y me pongo a hacer mi maleta.

Meto todo lo que tengo a mi alcance. Debo huir inmediatamente de aquí. Escucho que alguien está probando llaves para abrir e intento salir por la ventana, pero mi tío es mucho más rápido y me toma del brazo tirándome a la cama con rabia. 

—¡Eres una mujer despreciable! Muerdes la mano de quien ha sido tu único apoyo. ¡Él viajó desde Marruecos solo para conocerte! —me grita tan fuerte que siento que mis oídos duelen. Me levanto para tratar de explicarle. 

—Pero tío, él es un anciano. ¿Cómo puedes hacerme esto? —una bofetada hace que caiga a la cama nuevamente. Me toma del cabello haciendo que mi cuero cabelludo arda. 

—¡Harás lo que te ordene! Y si vuelves a faltarme al respeto de esta manera, te castigaré tan fuerte que desearas haberte casado con Abdul —sale por la puerta, llevándose mi celular y mi laptop. Escucho como ponen llave por fuera, corro para intentar abrir, pero mi esfuerzo es en vano. 

Siento el sabor a hierro en mi boca. Saco del armario mi vestido de graduación. Luego voy al baño y veo la herida en mi labio. Limpio la sangre y caigo rendida en el suelo. Abrazo mi vestido y lloro sin lograr contenerme. Lloro sin esperanza alguna. 

¡Alá! ¿Por qué me has abandonado?

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