El gran día al fin llegó, ¡nuestra brillitos y nuestro Hércules al fin casados!
Durante el vuelo hacia las Maldivas Lina perdió por completo su voluntad al estar durante más de 20 horas a solas con un sujeto que no conocía el significado de la palabra saciedad. Habían acordado desconectarse del resto y él estaba dispuesto a cumplirlo, llevándola a un sitio donde pudiera hacerlo. Aterrizaron a las diez de la mañana en el aeropuerto de Malé, desde el momento en que Lina puso un pie en ese lugar, estar en el hombro del Mayor fue lo único que conoció, pues el sujeto de dos metros no parecía nada contento con que se robara miradas y recalcar que era suya, se había vuelto su tarea. —¿Sí recuerdas que puedo caminar? —cuestionó leyendo una revista que había encontrado, mientras Kael avanzaba. —Acordamos la boda de tus sueños a cambio de que la luna de miel fuera enteramente cómo yo la quería— refunfuñó con tosquedad, ingresando al sitio en dónde se registraron. —Me casé con un neandertal, —murmuró Lina sintiendo el vestido subirse. —Al menos cuida de que nadie me vea
Lina disfrutaba de los lujos que ella podía darse, pero lo hacía más de los que el Mayor le ofrecía. Le gustaba sentarse en la tumbona bajo el sol del atardecer, con su cóctel y los lentes oscuros para dejar que el sonido de las olas rompiéndose fueran uno de sus mejores recuerdos. Aunque al ver al espécimen de dos metros saliendo con más que unas bermudas y el cabello goteando sobre su frente, mientras el agua se deslizaba hasta perderse en la V de su abdomen, logró que el sonido de las olas desapareciera. Carecía de moral el saborear a un hombre con sólo los ojos, pero no podía evitarlo cuando el sujeto tenía ese físico tan imponente, reflejando poderío y repleto de un narcisismo enorme. No debía gustarle algo así, pero Kael se imponía aún sobre su voluntad, además, ahora era su marido y sólo le gustaba mucho más. La tinta sólo avivaba la imagen atractiva de un ser que no conocía la vergüenza al tomar su boca, aún sabiendo que habían más personas presentes. Pero ninguna de ellas l
—Deja esa cosa que en Manhattan es de noche aún. No te van a contestar— alegó Kael, comiendo bajo la sombrilla que los cubría del sol. Los lentes oscuros cubrían sus ojos, pero sus gestos eran muy notables. Le gustaba esa mirada amielada sobre él. —Quiero saber de Atila y los cachorros, —Lina envió un mensaje más y su marido negó, comiendo sin preocuparle, pues tan sólo horas antes supo que todo estaba bien. Aunque ella no lo entendía. —Y luego te quejas que soy quién no hace nada— dijo el Mayor tomando el cóctel, fijando la vista en el horizonte con el cielo anaranjado sobre sus cabezas. No había más que agua rodeándolos, pero esta vez le gustaba, porque la molesta ropa no le quitaba la vista que más quería ver. Lina llevaba encima sólo un traje de baño que nunca le estorbaba a la hora de correrlo, dormía sin ropa y al despertar siempre era con uno de los dos sobre el otro. No tenía que pensar en ver o hacer informes, nada le preocupaba salvo no tener a su mujer junto a él cuan
—¡Sara! —volvió a gritar, viendo hacia las escaleras de las que bajaban todos sin control alguno, pues el ascensor estaba siendo abierto con una palanca por los que quedaron atrapados adentro. —No encuentro a Keyla— dijo Sara alterada a la vez que limpiaba su frente de la sangre que salía de ese lugar. —No veo a Frodo. El explosivo las había dejado sin seguridad al hacerse cargo de los hombres que las acompañaban y ahora daban pelea, sin rendirse, pero aturdidos, no eran tan rápidos cómo sus atacantes. —¿Puedes salir? —cuestionó Leonardo poniendo velocidad a sus pasos. —Keyla está inconsciente. Se la están llevando— soltó el teléfono cuando vio al perro lanzar una mordida contra el sujeto que trataba de llevarse a Keyla, mientras ordenaba buscar a la “otra”. El quejido del perro fue lo que Leonardo escuchó luego de un disparo, mientras los siguientes fueron de Sara hacia el sujeto que dejó caer a su amiga para responder, pero ella no lo dejó atravesandole la cabeza. Al verlo ca
Leonardo no concebía que su esposa pasara por ataques nuevamente, odiaba tan sólo la idea de que algo perturbara la vida que debía tener. Le prometió darle una vida lo más apegada a la normalidad que pudiera, aunque eso estuviera fuera de su alcance esta vez. Génesis decidió visitarla, tranquilizandose cuándo encontró a dos mujeres conversando como si nada pasara, tratando de convencer a sus esposos de que ya podían marcharse a sus casas. —Anthony, Mateo y Ryan están buscando un sello que encontraron —informó Génesis dándole biberón a su hija despierta, mientras el pequeño Braulio dormía plácidamente. —¿Dónde lo encontraron? —quiso saber Keyla. —Es mejor que ignoremos algunos temas, porque no quiero recordar lo que vi cuando acabó de cenar —la hizo entender que no era nada agradable a la vista y Keyla no quiso averiguar más porque estaba apenas recuperándose del dolor de cabeza. —¿Has visto a Frodo? —Sara preguntaba, pero nadie sabía responder. —Sí, sigue en observación, pero el
En Steel Fortress en ese mismo instante, Boris era llevado a la sala de visitas, en dónde no entendía quién pediría verlo, pero todo cobró sentido cuándo vio a su antigua asistente frente al cristal, con esa pulcritud y garganta intacta. Aun con todo lo que pasaba por su cabeza al verla, se sentó sin mostrar un sólo pestañeo. —La traición te sumó años, Yslen—, mencionó al ver sus ojeras. —¿O es que quedarte sin familia te pegó duro? —Ellos no tenían la culpa —exclamó sin atreverse a verlo a los ojos. Tenía los suyos ardiendo y la garganta a nada de soltar un sollozo, pero se contuvo. —No absuelvo a nadie, así que haz una cosa útil en tu vida y mírame a la cara— exigió sin mover más que sus labios. —Es que…—se trabó su lengua. —Yo no quería…me obligaron y no pude negarme. —No te estoy entendiendo nada—, se cansó de su tartamudez. —El agente que…Los dueños de esta ciudad asesinaron a…—bajó el rostro con una lágrima deslizándose por su rostro. —Zoya murió. El llanto la tom
Audrey se apresuraba, ignorando el cansancio que pesaba sobre sus hombros. La noticia sobre su cuñada la había dejado inquieta. Aunque no eran las mejores amigas, Zoya significaba mucho para Boris. Al enterarse de su muerte, supo que su esposo no estaba bien. Había perdido a su hermana, y esa pérdida de seguro lo había devastado. Ojo de Águila cargaba una de las maletas, mientras ella llevaba la otra con cautela. No había muchos hombres acompañándola, no quería llamar demasiado la atención, especialmente porque los cazadores no eran fáciles de pasar desapercibidos. Además que podrían estar rastreandolos y tenían poco tiempo para lograr la hazaña. La mayoría de ellos estaban listos para sacar a Boris de la cárcel, solo esperaban su señal para iniciar la operación.Tres la acompañaron en el elevador del hotel en el que se hospedaría, mientras los otros se movieron por las escaleras. Los grupos grandes siempre atraían miradas curiosas y no era lo que querían. Escudero le entregó la lla
El auto se detuvo bruscamente, y el silencio que siguió sólo les permitió escuchar ese ruido en sus oídos que los hizo apretar los ojos. Lina sintió un dolor agudo en la cabeza, y el sabor metálico de la sangre llenó su boca. El olor a gasolina y humo invadió sus fosas nasales, mezclándose con el polvo levantado por el accidente. Su abuelo estaba aturdido, con un hilo de sangre corriendo por su frente, y trataba de recuperar la compostura. Ambos sabían que no tenían tiempo que perder. —¡Abuelo, despierta! —Lina lo sacudió ligeramente. Él parpadeó, tratando de enfocar su vista. Los cazadores se acercaban rápidamente, y Lina pudo ver las sombras moviéndose a través del humo y el fuego. El sonido de sus pasos sobre la grava era cada vez más fuerte, y el crujido de las rocas aplastadas bajo sus pies resonaba en el aire. —Tenemos que salir de aquí, —murmuró Aaron, su voz firme a pesar del dolor. Lina ya tenía entre sus manos la pistola que había sacado de la guantera. El frío metal del ar