La bebé en camino

Meses después

Habíamos salido por un antojo de Margaret, la seguridad se había doblado, pero no había habido ningún contratiempo, excepto cuando mi mujer manifestó estar partiéndose en dos.

Iba a morir de la desesperación, ver su dolor era como una agonía en llamas y la peor tortura del mundo, no quería pasar por nada parecido de nuevo.

—Juro que voy a desmayarme —sentí que sudaba frío en el auto, ningún guardaespaldas u otro miembro de seguridad podía impedir que estuviera a punto de quedarme petrificado en pleno asiento—. ¿Estás bien? ¿Margaret?

—Sólo conduce —habló con dientes apretados, temblando de pies a cabeza.

Su respiración era errática, el sudor perlaba su frente y los quejidos (y gritos) que soltaba demasiado a menudo para mi gusto, me tenían a punto de tener un síncope.

—Margaret…

—AAAAAAAAAAAHH, ¡conduce, maldita sea! —pisé el acelerador, sintiendo mi cuerpo temblar por la expresión asesina que puso en ese momento.

"¿A dónde se fue tu hombría, Nikolay Ivanov?", se bur
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