El silencio era absoluto. La nave flotaba en la inmensidad del espacio, una entidad solitaria en medio de la vastedad. Alea y Eryon estaban de pie, mirando las estrellas a través de la ventana, el resplandor de las luces lejanas reflejándose en sus rostros. Había algo nuevo en el aire, algo que no podían describir con palabras. La red había caído, y con ella, todo lo que habían conocido hasta ahora. Pero la victoria no fue fácil, ni limpia. La nave, aunque intacta en su estructura, era un testamento de la batalla que se había librado. Las paredes, aunque aún resistentes, mostraban las cicatrices de la lucha. Las pantallas, ahora apagadas, ya no contenían la amenaza que una vez los había perseguido. La red, la conciencia que había acechado sus mentes, ya no existía. —¿Lo conseguimos? —preguntó Alea, su voz suave, como si no pudiera creer aún que todo hubiera terminado. Su cuerpo estaba agotado, su mente aún procesando los días d
El espacio siempre había sido su refugio. Para Alea, la cabina de su caza estelar era el único lugar donde podía respirar sin el peso de la superficie. Allí, rodeada por el vacío, sentía que las estrellas la comprendían más que las personas. Pero esa paz terminó cuando le asignaron a Eryon como copiloto. Él entró a la sala de mando como una sombra hecha carne, su presencia arrastrando un silencio incómodo. La primera vez que Alea lo vio, sus ojos buscaron detalles humanos en su rostro. Encontró pocos. La mandíbula angular parecía tallada en obsidiana, su piel tenía un matiz metálico, y sus ojos, de un azul eléctrico, no parpadeaban como los de un hombre normal. Era un híbrido: mitad humano, mitad máquina. —Alea Varen, ¿correcto? —preguntó con una voz baja y grave que vibró en su pecho. Ella asintió, resistiendo el impulso de cruzar los brazos. Eryon tenía una forma inquietante de mirar, como si pudiera desarmar a cualqui
Alea nunca había tenido un copiloto como Eryon, y no estaba segura de si eso era algo bueno o malo. Mientras recalibraba los sistemas de la nave, su mente seguía reproduciendo la intensidad de su mirada. Había algo extraño en él, algo que no encajaba. No era solo la piel metálica ni los ojos que parecían poder atravesar cualquier cosa. Era su presencia, como si cada movimiento estuviera cuidadosamente calculado para provocar una reacción en ella. —¿Siempre trabajas en silencio? —preguntó él desde la parte trasera de la cabina. Alea no levantó la vista. —Prefiero concentrarme, —respondió mientras ajustaba los controles. Eryon caminó hacia ella, su silueta proyectando una sombra larga y delgada sobre los paneles de control. —Eres eficiente, lo admito. Pero la eficiencia no siempre salva vidas. Alea giró en su silla para enfrentarlo. —¿Y qué propones, entonces? ¿Charlar sobre nuestras c
El silencio del espacio era engañoso. Afuera, el vacío parecía eterno, pero dentro de la nave, el aire estaba cargado de tensiones invisibles. Alea se concentraba en los controles, escaneando cualquier anomalía en los radares. Desde que habían ingresado al sector prohibido, todo había cambiado. Las estrellas parecían más lejanas, y el espacio, más hostil. —Estamos en zona roja, —advirtió Eryon desde su posición en el asiento trasero. Su voz era firme, sin rastro de la cercanía que había mostrado horas antes. —Lo sé, —respondió Alea, más fría de lo que pretendía. —Si lo sabes, ¿por qué sigues? Alea giró la cabeza, lanzándole una mirada afilada. —Porque no tengo opción. Igual que tú. Eryon no respondió de inmediato. En lugar de eso, se inclinó hacia adelante, y Alea sintió de nuevo ese calor extraño que siempre parecía emanar de él. —Todos tenemos opciones, Alea, —murmuró, su tono bajo
El radar mostraba una anomalía. No era un enjambre de drones ni una nave enemiga. Era algo más, algo que no seguía ninguna de las pautas conocidas. Alea sintió cómo su estómago se hundía al ver el destello intermitente en los monitores. —¿Qué demonios es eso? —preguntó, con los dedos volando sobre los controles para intentar identificarlo. Eryon se inclinó hacia adelante, su rostro inexpresivo mientras estudiaba la pantalla. —Una señal antigua. No debería estar aquí. —¿Antigua? —repitió Alea, sus ojos entrecerrándose—. ¿Qué tan antigua? —Lo suficiente como para que ni tú ni yo deberíamos estar vivos para verla, —respondió él, con un tono que no dejaba lugar para bromas. La nave comenzó a temblar ligeramente, como si algo estuviera rozando su estructura desde el exterior. Alea activó los escudos de inmediato, pero Eryon la detuvo, colocando su mano metálica sobre la de ella. —Espera, —
El silencio que siguió a las palabras de Eryon fue insoportable. Alea sintió cómo el peso de la situación caía sobre sus hombros, pero no tuvo tiempo para procesarlo. La nave volvió a temblar, esta vez con una fuerza que la lanzó hacia un costado. —¡Sujétate! —gritó Eryon, agarrándose al panel de control mientras la nave se sacudía violentamente. Alea se aferró a su asiento, luchando por mantener el equilibrio mientras las luces de emergencia se encendían, bañando la cabina en un resplandor rojo parpadeante. —¿Qué está pasando ahora? —El campo gravitacional se intensifica, —respondió Eryon, su voz tensa pero controlada—. Nos está arrastrando hacia su núcleo. —¡Eso no puede ser posible! —exclamó Alea, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una salida. Eryon giró hacia ella, sus ojos brillando con una intensidad que la hizo estremecerse. —En este lugar, Alea, lo imposible no sol
Alea observó cómo Eryon luchaba contra la criatura, cada movimiento suyo un testimonio de precisión y fuerza. Pero no podía ignorar lo que había dicho: una parte de él provenía de este lugar. Esa revelación la inquietaba casi tanto como la presencia de la figura espectral. —¡No te quedes ahí! —gritó Eryon, esquivando un golpe de la criatura. Sus movimientos eran fluidos, casi demasiado perfectos. Alea apretó los puños, su mente trabajando a toda velocidad. No podía dejar que la confusión la paralizara. Corrió hacia el panel de control, buscando algo, cualquier cosa que pudiera ayudarlos. Los sistemas de la nave estaban casi inservibles, pero logró activar un escáner de energía. La pantalla mostró algo que la hizo detenerse en seco. La criatura no era solo una amenaza externa. Estaba vinculada a la estructura misma de la nave, como si la estuviera infiltrando desde adentro. —¡Eryon, se está conectando a nosotros! —gritó, mir
El temblor de la nave cesó tan abruptamente como había comenzado. Alea y Eryon se miraron en silencio por un momento antes de que ella rompiera la tensión. —No puedes seguir dejándome en la oscuridad, Eryon, —dijo, su voz firme—. Si lo que dices es cierto, necesito saberlo todo. Eryon no respondió de inmediato. Se sentó frente a los controles, sus dedos metálicos tamborileando en el panel, pero no hacía nada realmente. Era como si estuviera luchando consigo mismo. Finalmente, suspiró y se volvió hacia ella. —Muy bien, —dijo, su tono resignado—. Pero no te gustará lo que vas a escuchar. Alea cruzó los brazos, apoyándose contra la pared. —Eso ya lo supongo. --- —Hace años, cuando mi cuerpo humano estaba muriendo, —comenzó Eryon, mirando un punto fijo más allá de Alea—, fui seleccionado para un proyecto experimental. No me dieron una opción, y no estaba en condiciones de resistirme.