El radar mostraba una anomalía. No era un enjambre de drones ni una nave enemiga. Era algo más, algo que no seguía ninguna de las pautas conocidas. Alea sintió cómo su estómago se hundía al ver el destello intermitente en los monitores.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó, con los dedos volando sobre los controles para intentar identificarlo. Eryon se inclinó hacia adelante, su rostro inexpresivo mientras estudiaba la pantalla. —Una señal antigua. No debería estar aquí. —¿Antigua? —repitió Alea, sus ojos entrecerrándose—. ¿Qué tan antigua? —Lo suficiente como para que ni tú ni yo deberíamos estar vivos para verla, —respondió él, con un tono que no dejaba lugar para bromas. La nave comenzó a temblar ligeramente, como si algo estuviera rozando su estructura desde el exterior. Alea activó los escudos de inmediato, pero Eryon la detuvo, colocando su mano metálica sobre la de ella. —Espera, —dijo, su voz firme pero baja. —¿Qué estás haciendo? —exclamó Alea, su corazón latiendo con fuerza. —Si activas los escudos, podrías provocar una reacción, —murmuró él, con los ojos clavados en el radar—. Esto no es una amenaza ordinaria. Ella apretó los dientes, odiando lo mucho que su toque lograba calmarla, incluso en un momento tan tenso. —Entonces, ¿qué sugieres? ¿Nos quedamos sentados y esperamos a que nos trague? Él sonrió levemente, un gesto que no correspondía con la gravedad de la situación. —Por una vez, confía en mí. Alea soltó un suspiro de frustración, pero se obligó a retroceder. —Esto es una locura, —gruñó, cruzándose de brazos mientras observaba cómo Eryon trabajaba en los controles con una precisión casi inhumana. --- El destello en el radar desapareció de repente, pero el temblor de la nave no se detuvo. Alea sintió una oleada de náuseas, como si algo invisible estuviera ejerciendo presión sobre ellos. —Estamos entrando en un campo de distorsión gravitacional, —dijo Eryon. Su tono seguía siendo tranquilo, pero sus manos se movían más rápido, ajustando parámetros que Alea apenas entendía. —Eso no explica por qué me siento como si alguien estuviera exprimiéndome las entrañas, —dijo ella, aferrándose al borde de su asiento. —Porque lo que sea que está aquí no es solo tecnología. Es algo más, algo... vivo. Las palabras de Eryon hicieron que el aire pareciera más pesado. Alea abrió la boca para responder, pero un grito repentino llenó la cabina. No era humano. Era un sonido agudo y desgarrador que parecía venir desde todas partes y ninguna a la vez. —¿Qué demonios fue eso? —preguntó Alea, buscando con desesperación la fuente del ruido. Eryon no respondió de inmediato. Su rostro estaba tenso, su mandíbula apretada mientras miraba fijamente al vacío más allá de la cabina. Finalmente, habló, pero su voz era apenas un susurro. —Algo que no debimos haber despertado. --- El grito cesó tan abruptamente como había comenzado, dejando un silencio ensordecedor en su lugar. Alea miró a Eryon, esperando una explicación, pero él seguía inmóvil, como si estuviera escuchando algo que ella no podía oír. —¿Eryon? —dijo, su voz temblando ligeramente. Él parpadeó y se giró hacia ella, pero sus ojos ya no tenían el mismo brillo frío. Ahora estaban oscurecidos, como si algo estuviera bloqueando la luz en su interior. —No estamos solos, —dijo, y su voz tenía un tono extraño, más profundo, casi inhumano. Alea se levantó de su asiento, retrocediendo lentamente. —¿Qué te está pasando? Eryon cerró los ojos y respiró profundamente, como si estuviera luchando contra algo dentro de él. Cuando volvió a abrirlos, su mirada era intensa, pero más humana. —La señal... está interfiriendo con mi sistema. Intenta... conectarse. Alea sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. —¿Conectarse? ¿Qué significa eso? Él se levantó, tambaleándose ligeramente antes de recuperar el equilibrio. —Significa que no solo nos está observando. Está buscando algo. —¿Y qué está buscando? —preguntó Alea, aunque no estaba segura de querer saber la respuesta. Eryon la miró, su expresión más sombría de lo que jamás había visto. —A nosotros. El peso de esas palabras cayó sobre Alea como un golpe. Afuera, el vacío del espacio parecía cada vez más opresivo, como si algo estuviera acechándolos en la oscuridad.El silencio que siguió a las palabras de Eryon fue insoportable. Alea sintió cómo el peso de la situación caía sobre sus hombros, pero no tuvo tiempo para procesarlo. La nave volvió a temblar, esta vez con una fuerza que la lanzó hacia un costado. —¡Sujétate! —gritó Eryon, agarrándose al panel de control mientras la nave se sacudía violentamente. Alea se aferró a su asiento, luchando por mantener el equilibrio mientras las luces de emergencia se encendían, bañando la cabina en un resplandor rojo parpadeante. —¿Qué está pasando ahora? —El campo gravitacional se intensifica, —respondió Eryon, su voz tensa pero controlada—. Nos está arrastrando hacia su núcleo. —¡Eso no puede ser posible! —exclamó Alea, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una salida. Eryon giró hacia ella, sus ojos brillando con una intensidad que la hizo estremecerse. —En este lugar, Alea, lo imposible no sol
Alea observó cómo Eryon luchaba contra la criatura, cada movimiento suyo un testimonio de precisión y fuerza. Pero no podía ignorar lo que había dicho: una parte de él provenía de este lugar. Esa revelación la inquietaba casi tanto como la presencia de la figura espectral. —¡No te quedes ahí! —gritó Eryon, esquivando un golpe de la criatura. Sus movimientos eran fluidos, casi demasiado perfectos. Alea apretó los puños, su mente trabajando a toda velocidad. No podía dejar que la confusión la paralizara. Corrió hacia el panel de control, buscando algo, cualquier cosa que pudiera ayudarlos. Los sistemas de la nave estaban casi inservibles, pero logró activar un escáner de energía. La pantalla mostró algo que la hizo detenerse en seco. La criatura no era solo una amenaza externa. Estaba vinculada a la estructura misma de la nave, como si la estuviera infiltrando desde adentro. —¡Eryon, se está conectando a nosotros! —gritó, mir
El temblor de la nave cesó tan abruptamente como había comenzado. Alea y Eryon se miraron en silencio por un momento antes de que ella rompiera la tensión. —No puedes seguir dejándome en la oscuridad, Eryon, —dijo, su voz firme—. Si lo que dices es cierto, necesito saberlo todo. Eryon no respondió de inmediato. Se sentó frente a los controles, sus dedos metálicos tamborileando en el panel, pero no hacía nada realmente. Era como si estuviera luchando consigo mismo. Finalmente, suspiró y se volvió hacia ella. —Muy bien, —dijo, su tono resignado—. Pero no te gustará lo que vas a escuchar. Alea cruzó los brazos, apoyándose contra la pared. —Eso ya lo supongo. --- —Hace años, cuando mi cuerpo humano estaba muriendo, —comenzó Eryon, mirando un punto fijo más allá de Alea—, fui seleccionado para un proyecto experimental. No me dieron una opción, y no estaba en condiciones de resistirme.
La nave se deslizó por el vacío, cada vez más cerca del núcleo. A través de la ventana principal, Alea podía ver un resplandor pulsante que parecía vivo, como un corazón latiendo en las profundidades de aquel lugar. No sabía qué era más inquietante: la magnitud del núcleo o el silencio absoluto en la nave. Eryon estaba inmerso en los controles, su expresión dura, impenetrable. Alea lo observó de reojo, preguntándose cuánto estaba ocultando todavía. —¿Qué esperas encontrar ahí? —preguntó, rompiendo el silencio. Eryon no levantó la mirada. —Respuestas. —¿Y qué pasa si no te gustan? —insistió ella. Finalmente, él la miró, sus ojos oscuros como pozos sin fondo. —Eso no importa. Lo que importa es que terminemos con esto antes de que sea demasiado tarde. Alea sintió que un nudo se formaba en su estómago. —¿Demasiado tarde para qué? —Para que me controle co
Eryon permanecía de pie frente a la criatura, su respiración pesada mientras analizaba cada movimiento de su enemigo. Sabía que estaba enfrentando no solo a un individuo, sino a la mente colectiva del núcleo. Las palabras de Alea seguían resonando en su cabeza, dándole una fuerza que no creía tener. —Tu resistencia es fascinante, Eryon, —dijo la figura, su voz reverberando como un eco en el espacio vacío—. Pero es inútil. Estás luchando contra ti mismo. —No me conoces, —respondió Eryon, sus ojos encendidos por una mezcla de rabia y convicción—. Y subestimar a un humano siempre ha sido el error de tu especie. La figura dio un paso adelante, sus movimientos fluidos como si el espacio respondiera a su voluntad. —No es un error si el resultado ya está escrito. De repente, la plataforma comenzó a vibrar. Los cables orgánicos que la rodeaban cobraron vida, moviéndose como serpientes hacia Eryon. Con un movimiento rápido
La nave se elevó a toda velocidad, alejándose de los restos colapsados del núcleo. A través de las ventanas, Alea observaba cómo el resplandor azul se desvanecía, reemplazado por una oscura negrura. El silencio que siguió era inquietante, como si el universo estuviera conteniendo la respiración. Eryon estaba en los controles, sus manos firmes pero sus movimientos más lentos de lo habitual. Alea podía ver el cansancio en su rostro. Su piel tenía un tono grisáceo, y las venas alrededor de su implante brillaban con un leve destello anómalo. —¿Cómo te sientes? —preguntó, acercándose a él. —Como si me hubieran arrancado algo, —respondió sin apartar la mirada del tablero—. Pero todavía estoy aquí. —Eso es lo único que importa, —murmuró Alea, colocándole una mano en el hombro. Eryon giró ligeramente hacia ella, y durante un breve momento, su mirada suave reemplazó la dureza habitual. —Gracias por salvarme,
El aire del planeta era denso y cargado de humedad. Una neblina oscura se extendía a través del paisaje, ocultando gran parte de lo que había alrededor de la nave. Desde el interior, Alea miraba por la ventana, intentando descifrar lo que había más allá de la bruma. —¿Puedes analizar la atmósfera? —preguntó, volviendo su atención a Eryon, quien estaba ajustando los sistemas de la nave. —Ya lo hice, —respondió él, sin levantar la mirada—. Es respirable, pero hay algo extraño. Los sensores están detectando partículas orgánicas en suspensión... como si el aire estuviera vivo. Alea frunció el ceño, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. —Eso no suena exactamente alentador. Eryon se puso de pie, revisando su brazo mecánico. —No tenemos muchas opciones. Necesitamos explorar para reparar la nave y averiguar si este planeta es seguro. —¿Seguro? —Alea dejó escapar una risa nerviosa—. Nada s
La nave estaba en silencio, excepto por el leve zumbido de los sistemas intentando autorrepararse. Alea y Eryon habían regresado apresuradamente después de enfrentarse al guardián y activar el transmisor. Ahora, la información obtenida del monumento brillaba en las pantallas del tablero principal. Alea se inclinó sobre los datos, su ceño fruncido mientras intentaba interpretar lo que veía. —Este mapa... —murmuró, señalando una proyección holográfica—. Parece que hay varios transmisores como este esparcidos en diferentes planetas. Eryon estaba sentado a su lado, con su brazo mecánico extendido sobre la mesa mientras realizaba ajustes. Aunque parecía concentrado, Alea podía sentir la tensión en su postura. —Tiene sentido. Si esta red fue diseñada para sobrevivir, necesitaba redundancia. Ella lo miró de reojo, notando cómo evitaba establecer contacto visual. —¿Qué es lo que no me estás diciendo? É