El silencio que siguió a las palabras de Eryon fue insoportable. Alea sintió cómo el peso de la situación caía sobre sus hombros, pero no tuvo tiempo para procesarlo. La nave volvió a temblar, esta vez con una fuerza que la lanzó hacia un costado.
—¡Sujétate! —gritó Eryon, agarrándose al panel de control mientras la nave se sacudía violentamente. Alea se aferró a su asiento, luchando por mantener el equilibrio mientras las luces de emergencia se encendían, bañando la cabina en un resplandor rojo parpadeante. —¿Qué está pasando ahora? —El campo gravitacional se intensifica, —respondió Eryon, su voz tensa pero controlada—. Nos está arrastrando hacia su núcleo. —¡Eso no puede ser posible! —exclamó Alea, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una salida. Eryon giró hacia ella, sus ojos brillando con una intensidad que la hizo estremecerse. —En este lugar, Alea, lo imposible no solo es posible. Es la norma. Antes de que pudiera responder, un destello brillante llenó la cabina, cegándolos momentáneamente. Cuando la luz se desvaneció, Alea parpadeó rápidamente para recuperar la visión. Lo que vio más allá de las ventanas de la nave le quitó el aliento. Un vasto paisaje de estructuras flotantes se extendía ante ellos, brillando con un resplandor espectral. No eran naves ni estaciones espaciales. Eran algo más antiguo, más intrincado. Columnas gigantescas se retorcían hacia el vacío, conectadas por filamentos de luz que pulsaban como si fueran venas vivientes. —Esto no es real... —susurró Alea, incapaz de apartar la vista. —Es real, —dijo Eryon, su voz apenas audible—. Y peligroso. Alea se giró hacia él, notando cómo sus manos metálicas temblaban ligeramente. —¿Cómo lo sabes? —Porque lo he visto antes, —respondió, sin apartar la vista del paisaje frente a ellos—. En las memorias que no son completamente mías. La confesión cayó como un peso entre ellos. Alea sintió una mezcla de incredulidad y miedo. —¿Qué estás diciendo? Eryon finalmente la miró, y en sus ojos vio una vulnerabilidad que nunca antes había mostrado. —Soy más máquina de lo que quiero admitir. Y parte de esa máquina... viene de este lugar. El aire pareció volverse más pesado en la cabina. Alea dio un paso hacia él, ignorando la tensión que siempre parecía surgir entre ellos. —¿Qué significa eso? —Significa que esto no es solo un accidente. Nos trajeron aquí, —dijo, con un tono que bordeaba la desesperación. Alea abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, la nave volvió a temblar, esta vez con una violencia que los hizo caer al suelo. La pantalla principal del radar parpadeó, mostrando una figura que se acercaba rápidamente. Era humanoide, pero su forma era fluida, como si estuviera hecha de energía y metal al mismo tiempo. —Prepárate, —murmuró Eryon, poniéndose de pie con dificultad. —¿Para qué? —preguntó Alea, su voz teñida de pánico. Él giró hacia ella, sus ojos más oscuros que nunca. —Para enfrentarte a algo que no entiende la palabra "piedad". --- La figura atravesó el casco de la nave como si no fuera más que un velo de humo. Alea sintió cómo el aire se llenaba de una energía estática que hacía que cada cabello en su cuerpo se erizara. —¿Qué eres? —preguntó, con la voz temblorosa, mientras retrocedía instintivamente. La figura no respondió. En cambio, se inclinó hacia ella, y su rostro comenzó a tomar forma. Para su horror, reconoció sus propios rasgos reflejados en esa máscara cambiante. —Esto no es real... —murmuró Alea, su respiración acelerándose. Eryon se colocó frente a ella, su cuerpo metálico irradiando una determinación feroz. —¡Alea, escucha! No es más que una ilusión. Quiere desestabilizarte. —¿Por qué usa mi rostro? —preguntó, con lágrimas de frustración quemando sus ojos. —Porque sabe que puede quebrarte, —dijo Eryon, antes de lanzarse hacia la figura. El impacto entre ellos generó una explosión de luz, y Alea cayó al suelo, protegiéndose los ojos. Cuando finalmente pudo mirar, vio a Eryon luchando contra la criatura, sus movimientos rápidos y precisos, pero desesperados. A pesar del caos, Alea no pudo evitar notar algo extraño. Por primera vez, Eryon no parecía completamente máquina. Había una pasión, una furia humana en su lucha. —¡Eryon! —gritó, mientras intentaba incorporarse. Él giró hacia ella, su rostro una mezcla de determinación y algo más. —¡Confía en mí, Alea! ¡Pero también prepárate para pelear! En ese momento, Alea supo que no podía dejarlo solo. Por mucho que le aterrorizara, también sabía que lo necesitaba... tanto como él la necesitaba a ella.Alea observó cómo Eryon luchaba contra la criatura, cada movimiento suyo un testimonio de precisión y fuerza. Pero no podía ignorar lo que había dicho: una parte de él provenía de este lugar. Esa revelación la inquietaba casi tanto como la presencia de la figura espectral. —¡No te quedes ahí! —gritó Eryon, esquivando un golpe de la criatura. Sus movimientos eran fluidos, casi demasiado perfectos. Alea apretó los puños, su mente trabajando a toda velocidad. No podía dejar que la confusión la paralizara. Corrió hacia el panel de control, buscando algo, cualquier cosa que pudiera ayudarlos. Los sistemas de la nave estaban casi inservibles, pero logró activar un escáner de energía. La pantalla mostró algo que la hizo detenerse en seco. La criatura no era solo una amenaza externa. Estaba vinculada a la estructura misma de la nave, como si la estuviera infiltrando desde adentro. —¡Eryon, se está conectando a nosotros! —gritó, mir
El temblor de la nave cesó tan abruptamente como había comenzado. Alea y Eryon se miraron en silencio por un momento antes de que ella rompiera la tensión. —No puedes seguir dejándome en la oscuridad, Eryon, —dijo, su voz firme—. Si lo que dices es cierto, necesito saberlo todo. Eryon no respondió de inmediato. Se sentó frente a los controles, sus dedos metálicos tamborileando en el panel, pero no hacía nada realmente. Era como si estuviera luchando consigo mismo. Finalmente, suspiró y se volvió hacia ella. —Muy bien, —dijo, su tono resignado—. Pero no te gustará lo que vas a escuchar. Alea cruzó los brazos, apoyándose contra la pared. —Eso ya lo supongo. --- —Hace años, cuando mi cuerpo humano estaba muriendo, —comenzó Eryon, mirando un punto fijo más allá de Alea—, fui seleccionado para un proyecto experimental. No me dieron una opción, y no estaba en condiciones de resistirme.
La nave se deslizó por el vacío, cada vez más cerca del núcleo. A través de la ventana principal, Alea podía ver un resplandor pulsante que parecía vivo, como un corazón latiendo en las profundidades de aquel lugar. No sabía qué era más inquietante: la magnitud del núcleo o el silencio absoluto en la nave. Eryon estaba inmerso en los controles, su expresión dura, impenetrable. Alea lo observó de reojo, preguntándose cuánto estaba ocultando todavía. —¿Qué esperas encontrar ahí? —preguntó, rompiendo el silencio. Eryon no levantó la mirada. —Respuestas. —¿Y qué pasa si no te gustan? —insistió ella. Finalmente, él la miró, sus ojos oscuros como pozos sin fondo. —Eso no importa. Lo que importa es que terminemos con esto antes de que sea demasiado tarde. Alea sintió que un nudo se formaba en su estómago. —¿Demasiado tarde para qué? —Para que me controle co
Eryon permanecía de pie frente a la criatura, su respiración pesada mientras analizaba cada movimiento de su enemigo. Sabía que estaba enfrentando no solo a un individuo, sino a la mente colectiva del núcleo. Las palabras de Alea seguían resonando en su cabeza, dándole una fuerza que no creía tener. —Tu resistencia es fascinante, Eryon, —dijo la figura, su voz reverberando como un eco en el espacio vacío—. Pero es inútil. Estás luchando contra ti mismo. —No me conoces, —respondió Eryon, sus ojos encendidos por una mezcla de rabia y convicción—. Y subestimar a un humano siempre ha sido el error de tu especie. La figura dio un paso adelante, sus movimientos fluidos como si el espacio respondiera a su voluntad. —No es un error si el resultado ya está escrito. De repente, la plataforma comenzó a vibrar. Los cables orgánicos que la rodeaban cobraron vida, moviéndose como serpientes hacia Eryon. Con un movimiento rápido
La nave se elevó a toda velocidad, alejándose de los restos colapsados del núcleo. A través de las ventanas, Alea observaba cómo el resplandor azul se desvanecía, reemplazado por una oscura negrura. El silencio que siguió era inquietante, como si el universo estuviera conteniendo la respiración. Eryon estaba en los controles, sus manos firmes pero sus movimientos más lentos de lo habitual. Alea podía ver el cansancio en su rostro. Su piel tenía un tono grisáceo, y las venas alrededor de su implante brillaban con un leve destello anómalo. —¿Cómo te sientes? —preguntó, acercándose a él. —Como si me hubieran arrancado algo, —respondió sin apartar la mirada del tablero—. Pero todavía estoy aquí. —Eso es lo único que importa, —murmuró Alea, colocándole una mano en el hombro. Eryon giró ligeramente hacia ella, y durante un breve momento, su mirada suave reemplazó la dureza habitual. —Gracias por salvarme,
El aire del planeta era denso y cargado de humedad. Una neblina oscura se extendía a través del paisaje, ocultando gran parte de lo que había alrededor de la nave. Desde el interior, Alea miraba por la ventana, intentando descifrar lo que había más allá de la bruma. —¿Puedes analizar la atmósfera? —preguntó, volviendo su atención a Eryon, quien estaba ajustando los sistemas de la nave. —Ya lo hice, —respondió él, sin levantar la mirada—. Es respirable, pero hay algo extraño. Los sensores están detectando partículas orgánicas en suspensión... como si el aire estuviera vivo. Alea frunció el ceño, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. —Eso no suena exactamente alentador. Eryon se puso de pie, revisando su brazo mecánico. —No tenemos muchas opciones. Necesitamos explorar para reparar la nave y averiguar si este planeta es seguro. —¿Seguro? —Alea dejó escapar una risa nerviosa—. Nada s
La nave estaba en silencio, excepto por el leve zumbido de los sistemas intentando autorrepararse. Alea y Eryon habían regresado apresuradamente después de enfrentarse al guardián y activar el transmisor. Ahora, la información obtenida del monumento brillaba en las pantallas del tablero principal. Alea se inclinó sobre los datos, su ceño fruncido mientras intentaba interpretar lo que veía. —Este mapa... —murmuró, señalando una proyección holográfica—. Parece que hay varios transmisores como este esparcidos en diferentes planetas. Eryon estaba sentado a su lado, con su brazo mecánico extendido sobre la mesa mientras realizaba ajustes. Aunque parecía concentrado, Alea podía sentir la tensión en su postura. —Tiene sentido. Si esta red fue diseñada para sobrevivir, necesitaba redundancia. Ella lo miró de reojo, notando cómo evitaba establecer contacto visual. —¿Qué es lo que no me estás diciendo? É
La nave surcó el espacio en un silencio inquietante, alejándose de los restos del planeta oscuro y adentrándose en la vastedad del vacío estelar. Eryon y Alea permanecieron en sus puestos, observando las pantallas sin decir palabra. El ambiente dentro de la nave estaba cargado de una tensión palpable, como si el propio aire fuera denso con la amenaza que se cernía sobre ellos. Alea observaba el espacio exterior, pero su mente estaba en otra parte, flotando entre los recuerdos de sus conversaciones con Eryon. El peso de las palabras que él había compartido sobre su conexión con la red seguía martillando en su cabeza. No era solo que Eryon fuera un experimento fallido, sino que ahora ella comprendía que su destino estaba irrevocablemente entrelazado con el del núcleo. —¿Estamos cerca? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio, su voz un susurro. Eryon levantó los ojos de los controles, mirando la distancia en la pantalla. —Lo su