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Capítulo 5: Un Lazo en la Oscuridad

El silencio que siguió a las palabras de Eryon fue insoportable. Alea sintió cómo el peso de la situación caía sobre sus hombros, pero no tuvo tiempo para procesarlo. La nave volvió a temblar, esta vez con una fuerza que la lanzó hacia un costado.

—¡Sujétate! —gritó Eryon, agarrándose al panel de control mientras la nave se sacudía violentamente.

Alea se aferró a su asiento, luchando por mantener el equilibrio mientras las luces de emergencia se encendían, bañando la cabina en un resplandor rojo parpadeante.

—¿Qué está pasando ahora?

—El campo gravitacional se intensifica, —respondió Eryon, su voz tensa pero controlada—. Nos está arrastrando hacia su núcleo.

—¡Eso no puede ser posible! —exclamó Alea, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una salida.

Eryon giró hacia ella, sus ojos brillando con una intensidad que la hizo estremecerse.

—En este lugar, Alea, lo imposible no solo es posible. Es la norma.

Antes de que pudiera responder, un destello brillante llenó la cabina, cegándolos momentáneamente. Cuando la luz se desvaneció, Alea parpadeó rápidamente para recuperar la visión. Lo que vio más allá de las ventanas de la nave le quitó el aliento.

Un vasto paisaje de estructuras flotantes se extendía ante ellos, brillando con un resplandor espectral. No eran naves ni estaciones espaciales. Eran algo más antiguo, más intrincado. Columnas gigantescas se retorcían hacia el vacío, conectadas por filamentos de luz que pulsaban como si fueran venas vivientes.

—Esto no es real... —susurró Alea, incapaz de apartar la vista.

—Es real, —dijo Eryon, su voz apenas audible—. Y peligroso.

Alea se giró hacia él, notando cómo sus manos metálicas temblaban ligeramente.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque lo he visto antes, —respondió, sin apartar la vista del paisaje frente a ellos—. En las memorias que no son completamente mías.

La confesión cayó como un peso entre ellos. Alea sintió una mezcla de incredulidad y miedo.

—¿Qué estás diciendo?

Eryon finalmente la miró, y en sus ojos vio una vulnerabilidad que nunca antes había mostrado.

—Soy más máquina de lo que quiero admitir. Y parte de esa máquina... viene de este lugar.

El aire pareció volverse más pesado en la cabina. Alea dio un paso hacia él, ignorando la tensión que siempre parecía surgir entre ellos.

—¿Qué significa eso?

—Significa que esto no es solo un accidente. Nos trajeron aquí, —dijo, con un tono que bordeaba la desesperación.

Alea abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, la nave volvió a temblar, esta vez con una violencia que los hizo caer al suelo. La pantalla principal del radar parpadeó, mostrando una figura que se acercaba rápidamente. Era humanoide, pero su forma era fluida, como si estuviera hecha de energía y metal al mismo tiempo.

—Prepárate, —murmuró Eryon, poniéndose de pie con dificultad.

—¿Para qué? —preguntó Alea, su voz teñida de pánico.

Él giró hacia ella, sus ojos más oscuros que nunca.

—Para enfrentarte a algo que no entiende la palabra "piedad".

---

La figura atravesó el casco de la nave como si no fuera más que un velo de humo. Alea sintió cómo el aire se llenaba de una energía estática que hacía que cada cabello en su cuerpo se erizara.

—¿Qué eres? —preguntó, con la voz temblorosa, mientras retrocedía instintivamente.

La figura no respondió. En cambio, se inclinó hacia ella, y su rostro comenzó a tomar forma. Para su horror, reconoció sus propios rasgos reflejados en esa máscara cambiante.

—Esto no es real... —murmuró Alea, su respiración acelerándose.

Eryon se colocó frente a ella, su cuerpo metálico irradiando una determinación feroz.

—¡Alea, escucha! No es más que una ilusión. Quiere desestabilizarte.

—¿Por qué usa mi rostro? —preguntó, con lágrimas de frustración quemando sus ojos.

—Porque sabe que puede quebrarte, —dijo Eryon, antes de lanzarse hacia la figura.

El impacto entre ellos generó una explosión de luz, y Alea cayó al suelo, protegiéndose los ojos. Cuando finalmente pudo mirar, vio a Eryon luchando contra la criatura, sus movimientos rápidos y precisos, pero desesperados.

A pesar del caos, Alea no pudo evitar notar algo extraño. Por primera vez, Eryon no parecía completamente máquina. Había una pasión, una furia humana en su lucha.

—¡Eryon! —gritó, mientras intentaba incorporarse.

Él giró hacia ella, su rostro una mezcla de determinación y algo más.

—¡Confía en mí, Alea! ¡Pero también prepárate para pelear!

En ese momento, Alea supo que no podía dejarlo solo. Por mucho que le aterrorizara, también sabía que lo necesitaba... tanto como él la necesitaba a ella.

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