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Sombras en el Horizonte
Sombras en el Horizonte
Por: Cris
Capítulo 1: Ecos en la Oscuridad

El espacio siempre había sido su refugio. Para Alea, la cabina de su caza estelar era el único lugar donde podía respirar sin el peso de la superficie. Allí, rodeada por el vacío, sentía que las estrellas la comprendían más que las personas. Pero esa paz terminó cuando le asignaron a Eryon como copiloto.

Él entró a la sala de mando como una sombra hecha carne, su presencia arrastrando un silencio incómodo. La primera vez que Alea lo vio, sus ojos buscaron detalles humanos en su rostro. Encontró pocos. La mandíbula angular parecía tallada en obsidiana, su piel tenía un matiz metálico, y sus ojos, de un azul eléctrico, no parpadeaban como los de un hombre normal. Era un híbrido: mitad humano, mitad máquina.

—Alea Varen, ¿correcto? —preguntó con una voz baja y grave que vibró en su pecho.

Ella asintió, resistiendo el impulso de cruzar los brazos. Eryon tenía una forma inquietante de mirar, como si pudiera desarmar a cualquiera con un vistazo.

—Parece que el destino nos emparejó, —respondió ella con una sonrisa tensa, intentando mantener el control—. ¿Qué tan bueno eres pilotando un caza?

Él ladeó la cabeza, un gesto más animal que humano.

—Lo suficiente para mantenerte viva.

La respuesta fue un desafío que encendió algo en ella: irritación, curiosidad… y algo más.

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El hangar estaba oscuro y húmedo, iluminado por luces intermitentes que proyectaban sombras alargadas. Mientras Alea realizaba los preparativos de la misión, sintió la presencia de Eryon acercándose. No era ruido lo que lo delataba, sino una extraña energía en el aire que hacía que su piel se erizara.

—¿Siempre trabajas tan sola? —preguntó él, deteniéndose demasiado cerca.

—Siempre me ha funcionado, —dijo ella sin mirarlo.

—¿O es que no confías en nadie? —replicó él, su tono cargado de algo que parecía una provocación deliberada.

Alea giró para enfrentarlo, pero al hacerlo, su cuerpo quedó a un suspiro del de Eryon. Podía sentir el calor extraño que emanaba de su piel híbrida, como si su interior fuera un motor en marcha. Él no se movió, sus ojos azules perforándola.

—Confío en mí misma, —dijo ella con firmeza, ignorando el latido acelerado en su pecho.

Él inclinó la cabeza, un gesto que casi parecía aprobación.

—Eso podría salvarnos. O matarnos.

La tensión era palpable, un hilo invisible que parecía tensarse cada vez que estaban cerca. Alea apartó la mirada, rompiendo el momento antes de que algo más sucediera.

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Horas después, en la nave, el silencio del espacio fue reemplazado por las alarmas de advertencia. Un enjambre de drones enemigos se acercaba, y Alea apretó los controles, sintiendo cómo la adrenalina nublaba sus pensamientos.

—Sujétate, —ordenó, lanzando el caza en un giro violento para esquivar un rayo de energía.

Eryon, sentado en el asiento trasero, permaneció inquietantemente calmado, su cuerpo apenas moviéndose con los giros bruscos.

—No necesitas advertirme, —dijo con una calma que casi la enfureció.

—¿Siempre eres tan insoportable? —gruñó ella, mientras el caza atravesaba el enjambre a toda velocidad.

—Solo cuando quiero poner a prueba a alguien.

Las palabras la desestabilizaron por un momento, pero no lo suficiente como para perder el control. Con movimientos precisos, Alea llevó la nave fuera del alcance de los drones, dejando una explosión de chatarra metálica tras ellos.

Cuando todo se calmó, Alea se volvió hacia Eryon, su pecho subiendo y bajando por la adrenalina. Él la miró con una media sonrisa que no alcanzó sus ojos.

—Eres buena, —dijo, su tono cargado de una gravedad que la hizo estremecerse.

—Lo sé, —respondió ella, su voz más firme de lo que esperaba.

El silencio que siguió fue diferente, cargado de algo que ninguno de los dos quiso nombrar.

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