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Capítulo 2: Cicatrices de Luz y Sombras

Alea nunca había tenido un copiloto como Eryon, y no estaba segura de si eso era algo bueno o malo. Mientras recalibraba los sistemas de la nave, su mente seguía reproduciendo la intensidad de su mirada. Había algo extraño en él, algo que no encajaba. No era solo la piel metálica ni los ojos que parecían poder atravesar cualquier cosa. Era su presencia, como si cada movimiento estuviera cuidadosamente calculado para provocar una reacción en ella.

—¿Siempre trabajas en silencio? —preguntó él desde la parte trasera de la cabina.

Alea no levantó la vista.

—Prefiero concentrarme, —respondió mientras ajustaba los controles.

Eryon caminó hacia ella, su silueta proyectando una sombra larga y delgada sobre los paneles de control.

—Eres eficiente, lo admito. Pero la eficiencia no siempre salva vidas.

Alea giró en su silla para enfrentarlo.

—¿Y qué propones, entonces? ¿Charlar sobre nuestras cicatrices?

Un destello pasó por los ojos de Eryon, y por primera vez, pareció sorprendido. Lentamente, se arremangó la manga derecha, revelando un brazo hecho completamente de metal negro, con líneas brillantes que pulsaban como si llevaran sangre.

—Cada cicatriz cuenta una historia, —dijo, su voz más baja—. Esta me recuerda que no soy como tú.

Alea tragó saliva, sintiendo cómo la tensión volvía a instalarse entre ellos. La nave, pequeña y cerrada, parecía encoger aún más el espacio que los separaba.

—¿Y eso te gusta? —preguntó ella, intentando que su tono sonara casual, aunque su corazón palpitaba con fuerza.

—No es cuestión de gustar, —respondió él, inclinándose ligeramente hacia ella—. Es cuestión de sobrevivir.

Por un momento, ninguno se movió. Alea sintió su aliento, un calor que contrastaba con el frío que parecía emanar de su piel cibernética. Había una batalla silenciosa en su mirada, una mezcla de atracción y advertencia.

—Si no me necesitas, entonces dime y me iré, —susurró él, su voz grave resonando en la cabina.

Alea se quedó sin palabras. Había algo en su tono, en la forma en que las palabras parecían una invitación y una amenaza al mismo tiempo. Finalmente, apartó la mirada.

—Necesito que no me distraigas, —dijo, más para sí misma que para él.

Eryon esbozó una sonrisa apenas perceptible antes de dar un paso atrás, devolviéndole su espacio.

---

Horas después, la nave estaba sumida en la oscuridad. Alea se sentó en su litera, intentando acallar la confusión en su mente. Era peligroso confiar en alguien como Eryon, pero su presencia era imposible de ignorar. Él no era solo una máquina con un pasado humano. Era algo más profundo, más peligroso.

El sonido de pasos la sacó de sus pensamientos. Miró hacia la entrada de la pequeña sala de descanso y lo vio de pie, mirándola con esos ojos azules que parecían iluminarse en la penumbra.

—No puedes dormir, —afirmó él. No era una pregunta.

Alea se recostó contra la pared, cruzando los brazos.

—¿Y tú qué haces aquí?

—Quería asegurarme de que estuvieras bien, —dijo, su tono inexplicablemente suave.

Alea rió, un sonido seco y sin humor.

—¿Preocupado por mí? Eso no suena como tú.

Eryon dio un paso hacia adelante, y Alea sintió cómo su cuerpo se tensaba.

—Tienes razón, no me preocupo. Pero necesito que estés en plena forma para lo que viene.

—¿Y qué viene? —preguntó ella, alzando una ceja.

Él no respondió de inmediato. En cambio, se inclinó ligeramente, lo suficiente para que su rostro quedara cerca del de ella.

—Algo que podría matarnos a ambos si no trabajamos juntos.

La habitación parecía demasiado pequeña para contener la electricidad que se formó entre ellos. Alea quería apartarse, mantener la distancia que sabía que era necesaria, pero su cuerpo no respondía.

—Entonces espero que seas tan bueno como dices, —murmuró, obligándose a mantener el contacto visual.

Eryon sonrió, una sonrisa que no era completamente humana.

—Lo soy, —dijo, y luego se apartó tan rápidamente que la dejó con una sensación de vacío inexplicable.

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Alea se quedó despierta mucho después de que Eryon se marchara. Algo dentro de ella sabía que, más allá del peligro que los esperaba, él era una amenaza aún mayor. Y lo peor de todo era que no podía decidir si quería enfrentarlo… o sucumbir.

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