Seguía sin entenderlo. ¿Cómo podía ser que hubiera aceptado semejante propuesta?
Anna se paró en una esquina a observar. No decía nada, no se movía, solo lo miraba. Ojalá pudiese dejar de pensar en eso, ojalá nunca hubiese pasado; entonces no se sentiría tan pequeña, tan poca cosa. Era una ilusa. Pero ya casi todo había terminado; solo debía aguantar un poco más.
Ese día… ese beso… No, no debía pensarlo. Sacudió la cabeza como queriendo deshacerse del recuerdo, pero las sensaciones las tenía pegadas a la piel.
Desvió la mirada y siguió la línea blanca de las mesas. Un hotel tan elegante, tan distinguido, con toda esa decoración costosa. Los cuadros milimétricamente colocados a la distancia justa los unos de los otros; las luminarias enormes que brillaban incandescentes en los techos, los muebles antiguos que salpicaban pequeños rincones o esquinas. Y en el fondo del salón, una orquesta muy bien afinada que le regalaba a todos los invitados melodías suaves e íntimas de jazz.
Aun con su hermoso vestido, zapatos y los diamantes colgándole del cuello, Anna sabía que no pertenecía a ese ambiente. La atmósfera se sentía pesada, recordándole constantemente que ese no era su lugar. El ritmo de la música cambió un poco.
Sus ojos fueron a detenerse directamente sobre Owen, que estaba bailando con Elena en medio de la pista. Estaban casi solos, la mayoría de los invitados solo se quedaron observando, con sonrisas de soslayo, con miradas bajas y murmullos. Estaban muy entretenidos con el espectáculo principal.
—Es un condenado imbécil —dijo Bob.
Anna se volteó apenas y miró a Bob a la cara.
—Lo siento… Esa perra —le dijo bajando la voz, como avergonzado.
—No te preocupes, te entiendo —le aseguró Anna —Todavía siente cosas por ella ¿verdad?
— No lo sé... Realmente no lo sé, Anna. A veces creo que sí, pero luego tiene esos momentos de furia… ¡Ah! Hasta a mí me confunde.
Y es que Bob conocía a Owen desde pequeños, siempre fueron amigos inseparables. Lo sentía más como un hermano que como un amigo del alma, lo había visto casarse con Elena, lo había visto convertirse en lo que ahora era. Suspiró, vencido. Él lo adoraba, pero a veces tenía muchas ganas de romperle algo en la cabeza.
—Quizá si le parto una botella podré ver si aún le queda algo de materia gris —. dijo medio bajo, como si hablara para él.
Anna esbozó una leve sonrisa. Tenía un nudo en el estómago, conocía la historia de fondo y sabía lo que Elena intentaba lograr; lo que no comprendía era qué hacía ella allí, en medio de todo aquello.
—Lo engañó descaradamente ¡Él la encontró en su propia casa con el amante! ¿Crees que se preocupó por Eva? ¿Qué le importó su hija? Cuando Owen la echó como a un perro y le dio todo el dinero del acuerdo de divorcio, ella se subió a un avión con ese tipo y desapareció. Owen me contó que ni siquiera nombró a la niña, ni pidió por ella ¡¿Y ahora esto?! ¡Esa mujer es una bruja!
Eso le había medio contado su amiga Lali, la prima de Owen. Anna solo podía imaginar todo ese dolor, toda esa pena. Y aunque ella misma lo vivía todos los días, no se daba la dimensión de lo que a Owen debió haberle pasado por el corazón; solo con su pequeña hija, abandonado y traicionado.
—Sácame a la pista —le dijo de pronto a Bob.
—¿Qué?
—Sácame a bailar, lo sacaré de allí —respondió convencida.
—No tienes que hacer nada de eso, Anna.
—Lo sé, pero no puedo dejarla hacerle eso… Es muy triste.
Bob lo consideró por unos momentos. La jovencita tenía agallas. ¿De dónde la había sacado Owen? Al parecer, conocía la historia de su amigo y estaba genuinamente preocupada por él. Quizá… No, Owen no se permitiría algo así, no dejaría que nadie se le acercara. Pero al ver la determinación en los ojos de Anna, le ofreció su brazo con una sonrisa y comenzaron a caminar hacía la pista.
Los ojos de Owen se clavaron en ella mientras se acercaba del brazo de su amigo; no había esperado verla así, tan hermosa. Pero ¿Qué hacía? El trato era sencillo: él necesitaba alguien que lo acompañara, un accesorio que entrase con él a ese hotel, que sonriera un poco y se comportara con decoro y a cambio, la dama recibiría una transferencia de cinco cifras en su cuenta bancaria. Un trato más que justo y redondo por algunas horas de “presencia”.
Bob tomó a Anna de la cintura y comenzaron a moverse al compás. Cada tanto cruzaba miradas desesperadas con su amigo, como queriendo incitarlo a que abandonara ese espectáculo que estaba dando. Le movía la cabeza señalando a Anna. Pero ella tenía sus propias ideas.
Se detuvo muy cerca de Owen y Elena. Bob la miró expectante y Owen con un dejo de desdén.
—Owen… —le dijo Anna.
Elena la observó de pies a cabeza. Sí, era bonita, joven y tenía un buen vestido, pero ni se acercaba a la clase de mujer que ella era. La sofisticación y la elegancia innatas, la belleza casi sobrenatural, la boca roja y el cabello negro.
—¿Qué? —le respondió fastidiado.
Anna se desprendió de su compañero de baile y le puso una mano en el hombro, aun cuando él seguía sosteniendo a Elena de la cintura. Pudo sentir el calor de esa mano pequeña atravesarle la tela del traje.
—¿Disculpa? —se indignó Elena ante tanto atrevimiento de esa mocosa.
—Perdón, soy Anna, mucho gusto. Lamento interrumpirlos, pero… quisiera beber algo, Owen.
¿Qué? La confusión se dibujó en el rostro de ese hombre alto y algo canoso. Abrió grande los ojos y Anna le clavó los suyos con una intensidad que lo desbalanceó.
Bob no lo podía creer, estaba a punto de pegar un grito de excitación ¡Mira nada más! Si lo despegaba de Elena, si se lo llevaba así, dejando a esa zorra sola en la pista de baile; él mismo le levantaría una estatua en una plaza pública.
Pero a Owen le estaba costando reaccionar. Tenía todas las emociones de cabeza: en sus manos, la mujer que había amado con locura, con desesperación, devotamente; la misma que lo engañó con su socio, revolcándose con él en su casa y en su cama, a pocos metros de la habitación de su hija. En su hombro la mano cálida y pequeña de esa jovencita tan franca y sencilla, que solo existía por qué si, a la que le había robado un beso fugaz…
Los ojos enormes y límpidos de Anna le estaban perforando el alma. Por un momento, se sintió expuesto, vulnerable.
Ante la duda de su imbécil amigo, Bob decidió dar un paso al frente.
—¡Elena! ¡Elena, querida! ¡Muchas gracias por haberme invitado! Quería saludarte antes, pero estás siempre rodeada de gente. ¡Mira qué hermosa estás después de tanto tiempo! ¡Una locura! —la saludó exageradamente, elevando un poco la voz, queriendo meter el cuerpo entre ellos.
Anna le dio una leve sonrisa y apretó un poco más la mano sobre su hombro y Owen liberó la cintura de Elena. Se dio la vuelta y la siguió fuera de la pista. Elena quiso dar unos pasos hacía él, pero Bob se le plantó adelante.
—No te atrevas, perra —le dijo simulando una enorme sonrisa y susurrando.
—Bob, Bob —y meneó la cabeza—. ¿De verdad crees que una mujer así es competencia para mí? ¡Vamos!
—No lo sé, no me importa. Lárgate de nuevo a tu madriguera, vete y no regreses. Déjalo en paz.
¿Irse? ¿Ahora que sabía de primera mano que todavía ejercía poder sobre él? ¿Ahora que era el Director General? ¡Tenía que ser broma! Claro que no se iría, apenas estaba comenzando.
Anna se pasó el resto de la noche intentado detener a Owen cuando parecía que quería volver a sumergirse en la órbita de su exesposa. Le hablaba, le preguntaba cosas, le pedía bebidas y hasta le arreglaba el pañuelo del saco. Estaba segura que los ojos muertos de esa mujer estarían buscándolo. Owen solo la observaba, sin decir nada. Le respondía cortante y con pocas palabras y, sin embargo; así como Elena lo atraía, Anna lo zanjaba.
Finalmente, decidió irse, y Bob soltó todo el aire que venía conteniendo. Salieron los tres y Owen le abrió la puerta del coche a Anna.
—No sé de dónde la sacaste, Owen, pero te salvó el pellejo esta noche —le dijo Bob acercándose un poco.
—Es la muchacha que hace el aseo en la compañía de noche —respondió ausente.
—¿¡Qué!?
—Es amiga de Lali…
—¡Tengo que pedirle a Lali que me presente a sus amigas! ¡Mierda, Owen!
—No seas ridículo.
—Bueno, al menos dale un aumento a Anna —bromeó su amigo.
—¿Aumento? ¿Crees que vino por amistad? Vino por dinero, como todas —su voz sonaba como la de siempre, la cínica.
Bob se le paró enfrente y le puso la mano en un hombro.
—Mira, Owen, sé cómo te sientes y cómo piensas. Pero lo que esa muchacha hizo por ti esta noche, nadie lo hace por dinero… Solo, no te equivoques de nuevo.
Palmeó un par de veces a Owen y se marchó. Él subió al coche, todavía debía llevar a Anna a su piso para que se cambiara de ropa y de vuelta a su departamento.
El cinismo de Owen tenía fundamentos, o al menos, eso era lo que él creía.Sexy…De ojos grises…De cabello castaño salpicado de gris…Así era Owen Walker. A sus 43 años ya ocupaba el sillón de la Dirección General de Plaza & Milne I.T. una de las empresas más grande de servicios tecnológicos del país. Un hombre exitoso en los negocios, un guerrero incansable para las ideas revolucionarias y para generar dinero. Su tío lo puso al frente de ese monstruo mercantil sin dudarlo y no se equivocó: sobre la pared de su oficina colgaban todas las tapas de revistas especializadas que lo mostraban como “el artífice de la próxima era digital”.Brillante, aguerrido, con un temperamento volátil y extremadamente ambicioso siempre daba la impresión de estar enojado. Su cara impasible y la mirada fría, como si estuviese muerto, generaban respeto y miedo entre quienes lo rodeaban. Pero detrás de esa fachada dura y plagada de éxitos, se escondía un hombre profundamente herido.Una herida que lo marcó y
La 'mancha' de Anna era bien visible: se llamaba Alex, tenía 28 años y ningún deseo de progresar.Anna había conocido la lucha y el sacrificio desde temprana edad. Trabajaba incansablemente, asumiendo múltiples trabajos para poder salir adelante. Su vida no fue fácil, pero su fortaleza radicaba en su capacidad para mantenerse alegre y dedicada a pesar de las adversidades.Amable, compasiva con una ética de trabajo inquebrantable, pero a pesar de su buen corazón, Anna había cometido el error de mantenerse en una relación con un hombre que ya no amaba.No solo era una carga emocional, sino también económica. Alex era su carga, la mancha que no podía borrar. Lo había conocido cinco años atrás, un día, con su violín, entró a la cafetería donde Anna trabajaba. En esa época tenía un trabajo estable y solo tocaba cuando el tiempo le sobraba. Comenzó a ir todos los días a esperarla cuando su turno terminaba y la acompañaba hasta la boca del metro.Le hablaba de teorías maravillosas sobre el u
Lali no podía seguir viéndola de esa manera ¡Testaruda Anna! Sencillamente, era algo que no aceptaba. No le entraba en la cabeza cómo era posible que se hubiera dejado convencer por ese tipo tan inútil. Si Anna era inteligente, tenía buenos promedios en la universidad, siempre estaba para ella; no se merecía lo que estaba viviendo.—No —la respuesta de Owen fue cortante, como siempre.—¡Owen, por favor! ¡No seas así!—Te dije varias veces que la compañía no es un refugio de desamparados, Lali. La última 'amiga' que recomendaste armó un lío enorme en la sección de programación. No quiero más mujeres como ella en el trabajo —el recuerdo de aquel caos todavía lo enfurecía. No solo había sido un problema enorme para la compañía, sino que había puesto en riesgo su reputación.—No es lo mismo, Anna no es así. De verdad, de verdad, de verdad, necesita trabajar; si no, va a terminar abandonando los estudios. No puedo creer que seas tan frío, primo —lo miró con esos ojitos que siempre lograban
A la mañana siguiente llegó a la empresa como siempre lo hacía: en traje, con lentes oscuros, bajándose de uno de sus tantos coches negros (porque todos los que tenía eran de ese color). Al cruzar la puerta del lobby, todos los empleados se quedaban inmóviles viéndolo pasar; él no saludaba y se dirigía directamente al ascensor.El ritual era siempre el mismo: su secretaria lo esperaba junto a los elevadores, con un anotador en la mano. El hombre intimidaba a todos, pero a ella especialmente. La mujer se apresuró a tocar el botón apenas lo vio cruzar; a Walker no le gustaba esperar. Subían solos, y ella aprovechaba para darle las novedades y recordarle las reuniones del día.El ambiente dentro de esos pocos metros cuadrados era opresivo. Se paraba en la parte de atrás y la miraba de arriba abajo mientras ella hablaba. Le fascinaba ver cómo el cuerpo de ella apenas temblaba por su sola presencia, mientras una media sonrisa perturbadora se dibujaba en su cara. Ese era el poder que tenía
Anna entró nerviosa a la entrevista; tenía que hacerlo bien. Llevaba meses intentando encontrar un trabajo que al menos los sacara de los apuros más necesarios. Se había echado sobre los hombros el peso y la responsabilidad de su hogar; si no hubiera sido por Alex, habría regresado con sus padres a trabajar en los campos cuando las cosas se pusieron difíciles. No quiso dejarlo solo, a su suerte; no tenía nada ni a nadie.—¿Anna? —preguntó un hombre asomándose por la puerta.—Sí.—Pase, por favor… Bien, siéntese... No haremos esto muy largo. Sé que viene recomendada por el señor Walker. Sin embargo, como entenderá, debo hacerle algunas preguntas de rigor —. y entrelazó los dedos sobre la mesa.La muchacha se veía común, bonita, pero insulsa, y se le notaba que necesitaba un ingreso. Estaba en extremo nerviosa, jugando con las manos para calmarse. ¿Cómo era que alguien así era amiga de Lali Walker?—Dígame, cuénteme sobre sus experiencias laborales.—Sí… Actualmente, tengo un trabajo de
Eva era una niña vivaz e inquieta, llena de preguntas y con una sonrisa enorme que terminaba en dos pequeños hoyuelos sobre las mejillas. Cada día se parecía más a Elena: con su cabello negro y lacio, sus ojos grandes, la nariz pequeña y un diminuto lunar sobre la ceja izquierda.A veces, Owen veía a Elena reflejada en su hija. Sin embargo, la revoltosa le daba pequeños besos en la mejilla, lo abrazaba con fuerza, lo llamaba 'papá', y ahí terminaban las similitudes con su madre. La niña era tan cariñosa y dulce y él era todo su mundo. Eran inseparables, excepto cuando Owen tenía una cita a las 9.Cuando eso ocurría, Eva se quedaba a dormir con sus abuelos, lo que siempre era una aventura para ella. Cargaba su bolso lleno de juguetes y esperaba a sus abuelos en la puerta del jardín de infantes.Él no tenía muchos amigos, de hecho, solo Bob parecía soportarlo; pero tenía a su mejor amiga siempre. Había visto sus primeros pasos, oído sus primeras palabras, y criado solo a esa princesa de
Lamentablemente, algo así no pasaría desapercibido por todos a su alrededor. Y la noticia también le llegó a Owen. Bob lo supo por los gritos que daba, su actitud quisquillosa y el modo en que trataba a los empleados ese día.En vez de enfrentarlo para obligarlo a calmarse, como era su costumbre, Bob sintió una angustia terrible. Sentado detrás de su escritorio, Bob solo podía pensar en una cosa: Elena volvería por él. Y si Owen quería descargar su ira, estaba en su derecho ¿Qué podría decirle? Nada.Así que cuando todos se fueron del edificio él se detuvo y miró la puerta de la Dirección General, agachó la cabeza, suspiró hondo y presiono el botón del elevador.Ya sabía que esa noche ese lugar sería su refugio de la tormenta; dejarlo solo, lejos de ser desconsiderado, era lo que su amigo necesitaba: enfrentar los monstruos del pasado.Con los años, las emociones oscuras que guardaba en el alma se fueron cimentando. Solo se movían en esas citas con su secretaria de turno, pero era ape
Owen entró al estacionamiento y se dirigió a su coche, Eva pasaría la noche con sus abuelos. Pero al subirse y ponerlo en marcha, tuvo una sensación extraña: ¿No era muy tarde para que una jovencita anduviera sola por la calle? ¿En bus? ¿Esperando en una esquina? Sintió algo de culpa por haberla retrasado. Owen Walker quería creer que nada en la vida con color le importaba, pero eso era una mentira. Anna se cambió de ropa y salió por la puerta lateral del edificio, la del personal. Se despedía del guardia de seguridad cuando un auto negro se detuvo justo frente a ella.Owen bajó y solo con la mirada hizo que el guardia se volviese a meter a toda velocidad.—Por mi culpa te vas más tarde, al menos permíteme acercarte a tu casa —. le dijo mientras abría la puerta del coche. ¿Eh?—No es necesario…—Sube —ordenó.Ahí parado con la mano sobre la puerta, el rostro rígido y la postura dura; era chistoso. En vez de asustarse, solo sonrió. Qué diferente era de su prima. Lali siempre estaba c