La 'mancha' de Anna era bien visible: se llamaba Alex, tenía 28 años y ningún deseo de progresar.
Anna había conocido la lucha y el sacrificio desde temprana edad. Trabajaba incansablemente, asumiendo múltiples trabajos para poder salir adelante. Su vida no fue fácil, pero su fortaleza radicaba en su capacidad para mantenerse alegre y dedicada a pesar de las adversidades.
Amable, compasiva con una ética de trabajo inquebrantable, pero a pesar de su buen corazón, Anna había cometido el error de mantenerse en una relación con un hombre que ya no amaba.
No solo era una carga emocional, sino también económica. Alex era su carga, la mancha que no podía borrar. Lo había conocido cinco años atrás, un día, con su violín, entró a la cafetería donde Anna trabajaba. En esa época tenía un trabajo estable y solo tocaba cuando el tiempo le sobraba. Comenzó a ir todos los días a esperarla cuando su turno terminaba y la acompañaba hasta la boca del metro.
Le hablaba de teorías maravillosas sobre el universo, el karma, las vidas pasadas y cómo todo estaba interconectado. Ella se enamoró de su sonrisa soñadora y del empuje de sus palabras. Hasta que decidió renunciar a su trabajo y dedicarse por entero a la música. El problema era que su mediocridad no le permitía ver más allá de sus narices.
Anna le ofreció irse a vivir con ella mientras encontraba otro empleo. Y ya llevaba cuatro años 'sin buscarlo'. Pero una filosofía de vida que consiste en solo lanzar deseos al universo no ponía comida en la mesa ni pagaba las deudas.
Le decía que necesitaba tiempo, que estaba en un proceso de búsqueda personal. Las utopías son eso: utopías; la realidad era ahora.
—Encerrado en una oficina ocho horas al día, no tendría el tiempo necesario para explorar mi yo interno, para encontrar mis verdades, mi esencia. La vida es más que solo trabajar, Anna —solía decirle.
Y ella sentía que no podía solo correrlo de su casa a la calle, que tenía una responsabilidad con él; aunque la intimidad ya estaba muerta, aunque las noches de conversaciones y risas habían pasado, Anna no podía simplemente deshacerse de Alex como si fuese una cosa. Así que respiraba profundo y seguía.
El pequeño departamento donde vivían una vez había sido acogedor y cálido, pero ahora era un espacio oscuro que se sentía frío. Recordaba los primeros tiempos, cuando recién se había mudado sola. Con mucho esfuerzo y trabajo, ella misma había pintado, arreglado, y decorado aquel lugar al que llamaba “Mi refugio feliz”.
Ya no lo era, ni un refugio, ni feliz. Se le estaba cayendo a pedazos. Siempre había una cuenta que pagar, así que su lista de reparaciones quedaba olvidada.
Eso la frustraba; con 26 años, sentía que tenía que enfrentar la vida con una mano atada. De alguna manera, quizá mágica, ella no se detenía. Sacudía la cabeza cuando la tristeza estaba por vencerla y se ponía de pie, encendía el pequeño equipo de música y escuchaba sus canciones favoritas mientras ordenaba o limpiaba su departamento. Se recargaba de una energía invisible y salía a la calle con la esperanza renovada.
A lo mejor se estaba haciendo la ciega, sorda y muda. No quería ver las dificultades, aunque le pegaran en la cara. No quería oír los consejos de su amiga porque le decían la verdad, y no quería expresar lo que pensaba, porque saldría de su interior como un grito que la desgarraría.
Anna era demasiado ingenua; creía que los demás actuaban y pensaban como ella, siempre dispuestos a ayudar, cuando en realidad ese hombre la estaba utilizando. No trabajaba, no estudiaba, no hacía más que tocar el violín; no se molestaba por nada más que por su “sueño”.
¿Quién podría adivinar que su camino estaba trazado en otra dirección? Ni ella lo sabía, ni lo hubiese soñado. En ocasiones, a las personas que no se rinden les llega su recompensa, aunque a simple vista no lo parezca.
Pero un día, se dio de lleno con esas dificultades. Estaba sentada en una silla ante la pequeña mesita de la cocina y sobre ella todas las cuentas que debía pagar. Ordenadas y acomodadas ocupaban toda la superficie beige de la tabla.
Era un desastre, cada día se juntaban más y más. Con su trabajo en la cafetería, no podía pagar todo eso. La mayor parte de su salario se iba solo en la renta, ni hablar de los servicios y de sus estudios en la universidad.
Porque estudiaba; le encantaba estudiar. Quería ser profesora; ese era su pequeño sueño y luchaba a diario para conseguirlo, pero la realidad de su situación la estaba haciendo tambalear.
—Estoy cansada de pasarla tan mal, Lali —. la voz triste de Anna le partió el corazón a su amiga.
Anna se puso las manos en la cabeza y se agachó, estaba a punto de largarse a llorar. Cada día que pasaba, se sentía más derrotada.
—Lo sé, Anna —. murmuró Lali, intentando mantener la voz firme, aunque también sentía que el mundo se desmoronaba—, pero tú sola no puedes. Mira cómo estás. No quiero insistir siempre con lo mismo, amiga, pero debes dejarlo. No puedes seguir manteniéndolo —estaba a punto de llorar ella también—. Ya debería dejar atrás esa idea de querer ser artista y ponerse a trabajar.
Anna puso una sonrisa melancólica en su rostro y la miró.
—Tendré que dejar de estudiar y conseguir un empleo a tiempo completo —las lágrimas ya rodaban por sus mejillas.
La derrota llamaba a su puerta cada día, cuando ni siquiera había suficiente dinero para cubrir los gastos básicos. Lali veía cómo perdía peso con el correr de los meses y se desesperaba. Cuántas veces le había ofrecido ayuda económica, pero Anna siempre se negaba. Tenía esa idea incrustada en la cabeza de que ella sola podía. Y luego, cuando abría la alacena y se encontraba que debía comer lo mismo que la noche anterior, entre llantos de impotencia se decía a sí misma que había personas que ni eso podrían comer esa noche.
—¡No! Debes decirle que busque trabajo. Tocando el violín en el metro no conseguirá nada, y además te está arrastrando con él —Lali estaba indignada, le dolía la testarudez de su amiga y verla siempre contando los centavos.
Pero Anna quería seguir creyendo en él, no era un mal hombre, solo era frágil y sensible; tenía alma de artista y vivía para eso. Negó con la cabeza.
—¡Por Dios, qué terca eres! No sabes cuánto me duele verte así.
—Lo siento, sé que siempre te cuento las peores cosas, pero eres la única que me escucha.
Anna se estaba deteriorando rápidamente. Había sido una joven brillante, inteligente y optimista que llegó a la ciudad una primavera cargada de esperanzas y sueños. Y ahora se veía cada vez peor, cada vez más encogida. Y todo por haberse enamorado de ese cazador de ilusiones.
—No dejes la universidad, déjame hablar con mi primo. Le pediré que te dé trabajo en su empresa, estoy segura de que algo conseguirás allí —era el último recurso que se le ocurría para darle una mano.
—Tu primo no me aceptará, ya pasamos por eso. Llevé mi hoja de vida dos veces y nunca me llamaron. No lo molestes, pero gracias, igual —y fue todo, el llanto se hizo más grande.
Una angustia terrible la acosaba cada día, la misma que sienten aquellos que quieren y desean, pero no pueden. Los salarios se habían estancado y el costo de la vida había subido; apenas le alcanzaba para cubrir la renta, y luego de la segunda quincena debían vivir de lo que él sacaba tocando en el metro.
Muchas noches discutían por eso, porque Anna sentía el cuerpo exhausto y el corazón apretujado por las dificultades.
Pero su amiga, cansada de las constantes negativas, decidió tomar cartas en el asunto. Si luego Anna se enojaba pues ¡mala suerte! Lo que Lali ni sospechaba era que, no solo ayudaría a su amiga a mejorar un poco, sino que la pondría en el camino que cambiaría su vida.
Lali no podía seguir viéndola de esa manera ¡Testaruda Anna! Sencillamente, era algo que no aceptaba. No le entraba en la cabeza cómo era posible que se hubiera dejado convencer por ese tipo tan inútil. Si Anna era inteligente, tenía buenos promedios en la universidad, siempre estaba para ella; no se merecía lo que estaba viviendo.—No —la respuesta de Owen fue cortante, como siempre.—¡Owen, por favor! ¡No seas así!—Te dije varias veces que la compañía no es un refugio de desamparados, Lali. La última 'amiga' que recomendaste armó un lío enorme en la sección de programación. No quiero más mujeres como ella en el trabajo —el recuerdo de aquel caos todavía lo enfurecía. No solo había sido un problema enorme para la compañía, sino que había puesto en riesgo su reputación.—No es lo mismo, Anna no es así. De verdad, de verdad, de verdad, necesita trabajar; si no, va a terminar abandonando los estudios. No puedo creer que seas tan frío, primo —lo miró con esos ojitos que siempre lograban
A la mañana siguiente llegó a la empresa como siempre lo hacía: en traje, con lentes oscuros, bajándose de uno de sus tantos coches negros (porque todos los que tenía eran de ese color). Al cruzar la puerta del lobby, todos los empleados se quedaban inmóviles viéndolo pasar; él no saludaba y se dirigía directamente al ascensor.El ritual era siempre el mismo: su secretaria lo esperaba junto a los elevadores, con un anotador en la mano. El hombre intimidaba a todos, pero a ella especialmente. La mujer se apresuró a tocar el botón apenas lo vio cruzar; a Walker no le gustaba esperar. Subían solos, y ella aprovechaba para darle las novedades y recordarle las reuniones del día.El ambiente dentro de esos pocos metros cuadrados era opresivo. Se paraba en la parte de atrás y la miraba de arriba abajo mientras ella hablaba. Le fascinaba ver cómo el cuerpo de ella apenas temblaba por su sola presencia, mientras una media sonrisa perturbadora se dibujaba en su cara. Ese era el poder que tenía
Anna entró nerviosa a la entrevista; tenía que hacerlo bien. Llevaba meses intentando encontrar un trabajo que al menos los sacara de los apuros más necesarios. Se había echado sobre los hombros el peso y la responsabilidad de su hogar; si no hubiera sido por Alex, habría regresado con sus padres a trabajar en los campos cuando las cosas se pusieron difíciles. No quiso dejarlo solo, a su suerte; no tenía nada ni a nadie.—¿Anna? —preguntó un hombre asomándose por la puerta.—Sí.—Pase, por favor… Bien, siéntese... No haremos esto muy largo. Sé que viene recomendada por el señor Walker. Sin embargo, como entenderá, debo hacerle algunas preguntas de rigor —. y entrelazó los dedos sobre la mesa.La muchacha se veía común, bonita, pero insulsa, y se le notaba que necesitaba un ingreso. Estaba en extremo nerviosa, jugando con las manos para calmarse. ¿Cómo era que alguien así era amiga de Lali Walker?—Dígame, cuénteme sobre sus experiencias laborales.—Sí… Actualmente, tengo un trabajo de
Eva era una niña vivaz e inquieta, llena de preguntas y con una sonrisa enorme que terminaba en dos pequeños hoyuelos sobre las mejillas. Cada día se parecía más a Elena: con su cabello negro y lacio, sus ojos grandes, la nariz pequeña y un diminuto lunar sobre la ceja izquierda.A veces, Owen veía a Elena reflejada en su hija. Sin embargo, la revoltosa le daba pequeños besos en la mejilla, lo abrazaba con fuerza, lo llamaba 'papá', y ahí terminaban las similitudes con su madre. La niña era tan cariñosa y dulce y él era todo su mundo. Eran inseparables, excepto cuando Owen tenía una cita a las 9.Cuando eso ocurría, Eva se quedaba a dormir con sus abuelos, lo que siempre era una aventura para ella. Cargaba su bolso lleno de juguetes y esperaba a sus abuelos en la puerta del jardín de infantes.Él no tenía muchos amigos, de hecho, solo Bob parecía soportarlo; pero tenía a su mejor amiga siempre. Había visto sus primeros pasos, oído sus primeras palabras, y criado solo a esa princesa de
Lamentablemente, algo así no pasaría desapercibido por todos a su alrededor. Y la noticia también le llegó a Owen. Bob lo supo por los gritos que daba, su actitud quisquillosa y el modo en que trataba a los empleados ese día.En vez de enfrentarlo para obligarlo a calmarse, como era su costumbre, Bob sintió una angustia terrible. Sentado detrás de su escritorio, Bob solo podía pensar en una cosa: Elena volvería por él. Y si Owen quería descargar su ira, estaba en su derecho ¿Qué podría decirle? Nada.Así que cuando todos se fueron del edificio él se detuvo y miró la puerta de la Dirección General, agachó la cabeza, suspiró hondo y presiono el botón del elevador.Ya sabía que esa noche ese lugar sería su refugio de la tormenta; dejarlo solo, lejos de ser desconsiderado, era lo que su amigo necesitaba: enfrentar los monstruos del pasado.Con los años, las emociones oscuras que guardaba en el alma se fueron cimentando. Solo se movían en esas citas con su secretaria de turno, pero era ape
Owen entró al estacionamiento y se dirigió a su coche, Eva pasaría la noche con sus abuelos. Pero al subirse y ponerlo en marcha, tuvo una sensación extraña: ¿No era muy tarde para que una jovencita anduviera sola por la calle? ¿En bus? ¿Esperando en una esquina? Sintió algo de culpa por haberla retrasado. Owen Walker quería creer que nada en la vida con color le importaba, pero eso era una mentira. Anna se cambió de ropa y salió por la puerta lateral del edificio, la del personal. Se despedía del guardia de seguridad cuando un auto negro se detuvo justo frente a ella.Owen bajó y solo con la mirada hizo que el guardia se volviese a meter a toda velocidad.—Por mi culpa te vas más tarde, al menos permíteme acercarte a tu casa —. le dijo mientras abría la puerta del coche. ¿Eh?—No es necesario…—Sube —ordenó.Ahí parado con la mano sobre la puerta, el rostro rígido y la postura dura; era chistoso. En vez de asustarse, solo sonrió. Qué diferente era de su prima. Lali siempre estaba c
Elena llegó al aeropuerto con la seguridad de alguien que había conquistado un imperio. Y, en realidad, lo había logrado: había tomado las riendas del imperio que Thomas había levantado. Se detuvo un instante frente a una puerta de vidrio, observando su reflejo con una sonrisa maliciosa. Había regresado y sabía que tenía que ponerse al día con todo lo que había pasado en su ausencia. Para ella, la vida realmente había comenzado con Thomas; antes de él, nada había importado.Mientras caminaba hacia la salida, su atención se desvió hacia un puesto de revistas, donde vio a Owen. Su rostro no había cambiado mucho, pero la información que lo acompañaba sí que lo había hecho. Su exesposo, que alguna vez fue un romántico empedernido, había avanzado considerablemente desde la última vez que lo vio. Ahora era el director de la compañía y tenía un prestigio notable. Eso sí era interesante.Owen tenía un porte diferente, una nueva aura de autoridad que ella no recordaba en él. En ese instante,
El Sr. Petersson no demoró en redactar la demanda de Elena ni en hacerla llegar a Walker. Cinco abogados entraron a su oficina y se alinearon. El del medio dio un paso al frente, extendiendo el papel en su mano.—Es una demanda de la Sra. Elena Olivier que reclama sus derechos como madre de la niña Eva Walker.Owen los miró extrañado. ¿Qué? ¿Qué madre? No reaccionó. Los cinco abogados, parados frente a él, comenzaron a ponerse nerviosos; él no se movía, no pronunciaba palabra, solo los observaba. Su fama era conocida, sobre todo por aquellos que buscaban una confrontación directa con él. Owen nunca perdía.—La Sra. está dispuesta a solucionar esta situación antes de llegar a la corte —continuó diciendo el abogado, ante su silencio—. Creemos que es la mejor vía para evitar mayores conflictos.De pronto Owen se paró e hizo un gesto con la mano para que apoyara el papel sobre su escritorio. El abogado vaciló un instante, pero finalmente, bajo la intensa mirada de Owen, dejó el papel sobr