Ep (03)

La 'mancha' de Anna era bien visible: se llamaba Alex, tenía 28 años y ningún deseo de progresar.

Anna había conocido la lucha y el sacrificio desde temprana edad. Trabajaba incansablemente, asumiendo múltiples trabajos para poder salir adelante. Su vida no fue fácil, pero su fortaleza radicaba en su capacidad para mantenerse alegre y dedicada a pesar de las adversidades.

Amable, compasiva con una ética de trabajo inquebrantable, pero a pesar de su buen corazón, Anna había cometido el error de mantenerse en una relación con un hombre que ya no amaba.

No solo era una carga emocional, sino también económica. Alex era su carga, la mancha que no podía borrar. Lo había conocido cinco años atrás, un día, con su violín, entró a la cafetería donde Anna trabajaba. En esa época tenía un trabajo estable y solo tocaba cuando el tiempo le sobraba. Comenzó a ir todos los días a esperarla cuando su turno terminaba y la acompañaba hasta la boca del metro.

Le hablaba de teorías maravillosas sobre el universo, el karma, las vidas pasadas y cómo todo estaba interconectado. Ella se enamoró de su sonrisa soñadora y del empuje de sus palabras. Hasta que decidió renunciar a su trabajo y dedicarse por entero a la música. El problema era que su mediocridad no le permitía ver más allá de sus narices.

Anna le ofreció irse a vivir con ella mientras encontraba otro empleo. Y ya llevaba cuatro años 'sin buscarlo'.  Pero una filosofía de vida que consiste en solo lanzar deseos al universo no ponía comida en la mesa ni pagaba las deudas.

Le decía que necesitaba tiempo, que estaba en un proceso de búsqueda personal. Las utopías son eso: utopías; la realidad era ahora.

—Encerrado en una oficina ocho horas al día, no tendría el tiempo necesario para explorar mi yo interno, para encontrar mis verdades, mi esencia. La vida es más que solo trabajar, Anna —solía decirle.

Y ella sentía que no podía solo correrlo de su casa a la calle, que tenía una responsabilidad con él; aunque la intimidad ya estaba muerta, aunque las noches de conversaciones y risas habían pasado, Anna no podía simplemente deshacerse de Alex como si fuese una cosa.  Así que respiraba profundo y seguía.

El pequeño departamento donde vivían una vez había sido acogedor y cálido, pero ahora era un espacio oscuro que se sentía frío. Recordaba los primeros tiempos, cuando recién se había mudado sola. Con mucho esfuerzo y trabajo, ella misma había pintado, arreglado, y decorado aquel lugar al que llamaba “Mi refugio feliz”.

Ya no lo era, ni un refugio, ni feliz. Se le estaba cayendo a pedazos. Siempre había una cuenta que pagar, así que su lista de reparaciones quedaba olvidada.

Eso la frustraba; con 26 años, sentía que tenía que enfrentar la vida con una mano atada. De alguna manera, quizá mágica, ella no se detenía. Sacudía la cabeza cuando la tristeza estaba por vencerla y se ponía de pie, encendía el pequeño equipo de música y escuchaba sus canciones favoritas mientras ordenaba o limpiaba su departamento. Se recargaba de una energía invisible y salía a la calle con la esperanza renovada.

A lo mejor se estaba haciendo la ciega, sorda y muda. No quería ver las dificultades, aunque le pegaran en la cara. No quería oír los consejos de su amiga porque le decían la verdad, y no quería expresar lo que pensaba, porque saldría de su interior como un grito que la desgarraría.

Anna era demasiado ingenua; creía que los demás actuaban y pensaban como ella, siempre dispuestos a ayudar, cuando en realidad ese hombre la estaba utilizando. No trabajaba, no estudiaba, no hacía más que tocar el violín; no se molestaba por nada más que por su “sueño”.

¿Quién podría adivinar que su camino estaba trazado en otra dirección? Ni ella lo sabía, ni lo hubiese soñado. En ocasiones, a las personas que no se rinden les llega su recompensa, aunque a simple vista no lo parezca.

Pero un día, se dio de lleno con esas dificultades. Estaba sentada en una silla ante la pequeña mesita de la cocina y sobre ella todas las cuentas que debía pagar. Ordenadas y acomodadas ocupaban toda la superficie beige de la tabla.

Era un desastre, cada día se juntaban más y más. Con su trabajo en la cafetería, no podía pagar todo eso. La mayor parte de su salario se iba solo en la renta, ni hablar de los servicios y de sus estudios en la universidad.

Porque estudiaba; le encantaba estudiar. Quería ser profesora; ese era su pequeño sueño y luchaba a diario para conseguirlo, pero la realidad de su situación la estaba haciendo tambalear.

 —Estoy cansada de pasarla tan mal, Lali —. la voz triste de Anna le partió el corazón a su amiga.

Anna se puso las manos en la cabeza y se agachó, estaba a punto de largarse a llorar. Cada día que pasaba, se sentía más derrotada.

—Lo sé, Anna —. murmuró Lali, intentando mantener la voz firme, aunque también sentía que el mundo se desmoronaba—, pero tú sola no puedes. Mira cómo estás. No quiero insistir siempre con lo mismo, amiga, pero debes dejarlo. No puedes seguir manteniéndolo —estaba a punto de llorar ella también—. Ya debería dejar atrás esa idea de querer ser artista y ponerse a trabajar.

Anna puso una sonrisa melancólica en su rostro y la miró.

—Tendré que dejar de estudiar y conseguir un empleo a tiempo completo —las lágrimas ya rodaban por sus mejillas.

La derrota llamaba a su puerta cada día, cuando ni siquiera había suficiente dinero para cubrir los gastos básicos. Lali veía cómo perdía peso con el correr de los meses y se desesperaba. Cuántas veces le había ofrecido ayuda económica, pero Anna siempre se negaba. Tenía esa idea incrustada en la cabeza de que ella sola podía. Y luego, cuando abría la alacena y se encontraba que debía comer lo mismo que la noche anterior, entre llantos de impotencia se decía a sí misma que había personas que ni eso podrían comer esa noche.

—¡No! Debes decirle que busque trabajo. Tocando el violín en el metro no conseguirá nada, y además te está arrastrando con él —Lali estaba indignada, le dolía la testarudez de su amiga y verla siempre contando los centavos.

Pero Anna quería seguir creyendo en él, no era un mal hombre, solo era frágil y sensible; tenía alma de artista y vivía para eso. Negó con la cabeza.

—¡Por Dios, qué terca eres! No sabes cuánto me duele verte así.

—Lo siento, sé que siempre te cuento las peores cosas, pero eres la única que me escucha.

Anna se estaba deteriorando rápidamente. Había sido una joven brillante, inteligente y optimista que llegó a la ciudad una primavera cargada de esperanzas y sueños. Y ahora se veía cada vez peor, cada vez más encogida. Y todo por haberse enamorado de ese cazador de ilusiones.

—No dejes la universidad, déjame hablar con mi primo. Le pediré que te dé trabajo en su empresa, estoy segura de que algo conseguirás allí —era el último recurso que se le ocurría para darle una mano.

—Tu primo no me aceptará, ya pasamos por eso. Llevé mi hoja de vida dos veces y nunca me llamaron. No lo molestes, pero gracias, igual —y fue todo, el llanto se hizo más grande.

Una angustia terrible la acosaba cada día, la misma que sienten aquellos que quieren y desean, pero no pueden. Los salarios se habían estancado y el costo de la vida había subido; apenas le alcanzaba para cubrir la renta, y luego de la segunda quincena debían vivir de lo que él sacaba tocando en el metro.

Muchas noches discutían por eso, porque Anna sentía el cuerpo exhausto y el corazón apretujado por las dificultades.

Pero su amiga, cansada de las constantes negativas, decidió tomar cartas en el asunto. Si luego Anna se enojaba pues ¡mala suerte! Lo que Lali ni sospechaba era que, no solo ayudaría a su amiga a mejorar un poco, sino que la pondría en el camino que cambiaría su vida.

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