A la mañana siguiente llegó a la empresa como siempre lo hacía: en traje, con lentes oscuros, bajándose de uno de sus tantos coches negros (porque todos los que tenía eran de ese color). Al cruzar la puerta del lobby, todos los empleados se quedaban inmóviles viéndolo pasar; él no saludaba y se dirigía directamente al ascensor.
El ritual era siempre el mismo: su secretaria lo esperaba junto a los elevadores, con un anotador en la mano. El hombre intimidaba a todos, pero a ella especialmente. La mujer se apresuró a tocar el botón apenas lo vio cruzar; a Walker no le gustaba esperar. Subían solos, y ella aprovechaba para darle las novedades y recordarle las reuniones del día.
El ambiente dentro de esos pocos metros cuadrados era opresivo. Se paraba en la parte de atrás y la miraba de arriba abajo mientras ella hablaba. Le fascinaba ver cómo el cuerpo de ella apenas temblaba por su sola presencia, mientras una media sonrisa perturbadora se dibujaba en su cara. Ese era el poder que tenía y que ejercía sin consecuencias porque era el Jefe.
—Comunícame con Recursos Humanos cuando lleguemos —le dijo.
La mujer asintió.
Las puertas se abrieron en el último piso y ella salió para pararse a un costado, esperando que él pasara. Owen no terminó de llegar a su puerta cuando se volteó a mirarla.
—Esta noche, a las 9 —era una orden.
El anotador casi se le cayó de las manos. La secretaria del Director General sintió un frío correrle la espalda. Llevaba 7 meses asistiéndolo, de los cuales 6 lo hacía también en su cama. Eso era lo que no se sabía del intachable y exitoso hombre de negocios: él no usaba romanticismos, ni palabras bonitas y seductoras para obtener lo que quería, solo lo tomaba. Esa era su sombra.
Todos creían que el rotativo de secretarias que trabajaban para él se debía a que era un tipo exigente y demasiado duro; pero en realidad, el puesto venía con otros “deberes”. Cuando esos deberes lo aburrían, llamaba al gerente de Recursos Humanos y le decía que la dama en el puesto ya no estaba cumpliendo bien su trabajo y que la enviara a otra sucursal, a otro departamento de la empresa o, si ella lo prefería, la liquidara.
La herida que su exesposa le había dejado fue tan profunda que nunca más volvió a enamorarse. Terminó desarrollando ese apetito a manera de defensa: solo tomar y marcharse. La primera de sus secretarias que inició el juego simplemente se lanzó a sus brazos. Él lo continuó hasta que se dio cuenta de que la situación era perfecta: una secretaria que atendiese sus necesidades en la empresa y en la cama. Siempre las despachaba con dinero, y ellas se iban sin quejarse; era lo único que les interesaba, todas iguales.
Nunca había sido ese hombre retorcido hasta esa tarde en que, en medio de una junta, recibió la llamada de la guardería de su hija. La niña tenía fiebre y no podían comunicarse con la madre. Owen no volvió a entrar a la sala; no le importaron los gerentes, los jefes de sección, ni los accionistas. Simplemente se fue; y eso que todavía no ocupaba la Dirección General; era un empleado más, solo respaldado por ser el sobrino del dueño.
—Qué pena haberlo tenido que molestar, Sr. Walker, pero no pudimos contactar a su esposa —le explicaba una de las maestras.
—¿Qué le sucede a Eva?
—Su esposa la trajo esta mañana con fiebre, muy poca, pero con el correr del día fue aumentando. Íbamos a llevarla a urgencias si no podíamos comunicarnos con usted.
—No, la llevaré con su pediatra.
La llamó desde el coche camino al médico, pero tampoco le respondió. Afortunadamente, la niña no tenía nada serio. Pero eso no le quitó el enfado hacia Elena, por su negligencia. ¿Cómo podía ignorar una llamada de la guardería? ¿Qué tal si hubiese sido un accidente o algo peor?
Lo cierto era que ese comportamiento de su esposa llevaba un buen tiempo repitiéndose; excluía a la niña. Luego de la depresión postparto, todo se había derrumbado, incluso su propio matrimonio. Elena había recibido toda la ayuda de los médicos que él pudo conseguir, su contención y paciencia, el amor incondicional de un esposo atento y preocupado. Pero al parecer, nada había sido suficiente.
En su corta vida, Eva no conocía el calor de su madre. Owen atribuyó el desinterés a la depresión, y para aliviarla y asegurarse de que su hija estuviese atendida, la había anotado en una guardería. Todas las tardes salía puntual a las 5 de la tarde para recogerla.
Ahora regresaba con la paciencia al límite, la pequeña dormida en su silla y una enorme angustia. Pero eso no sería nada comparado con lo que estaba a punto de descubrir.
La casa estaba en silencio absoluto. ¿No estaba? Subió las escaleras para dejar a su hija en la cama, y entonces los escuchó: los sonidos, los quejidos, el ruido de las sábanas revolviéndose. Y cuando abrió la puerta, todo su mundo se vino abajo. Elena jadeaba debajo de un hombre, lo abrazaba por la espalda, su cara estaba transformada. Hacía mucho que él no la veía así. No pudo moverse o hablar, solo observarlos. Y ellos no se percataron de su presencia. La niña balbuceó en medias palabras y entre sueños: “Papá” y él se apresuró a cubrirle los ojos antes de que viera semejante escena.
—¡Owen! —fue el grito asustado que dio su esposa.
El tipo sobre ella finalmente se detuvo y lo miró por encima del hombro. Con su característica seriedad, Owen salió, cerró la puerta y dejó a la niña en su habitación antes de volver.
Elena lloraba e intentaba vestirse a toda prisa; el otro hombre, Thomas Olivier, su socio de aquel entonces, también se apresuraba a cubrirse.
—Tuve que ir por mi hija porque tenía fiebre —comenzó con la voz helada—. Ni siquiera respondiste la llamada, la llevaste enferma esta mañana.
—¡Owen, por favor! ¡Por favor, escúchame!
—¿Qué vas a decirme? ¡¿Por esto es que ignoras a mi hija?! —gritó apuntando a Thomas—. ¡¿Es lo que has estado haciendo en vez de ocuparte de ella?!
—¡Todo en la vida no es Eva!
—Owen... —intentó su socio.
—¡Yo te di una oportunidad en la compañía cuando nadie más quiso hacerlo! ¡Cuando tu propia familia te dio la espalda!
—Lo siento, amigo...
Elena se le paró enfrente, desafiante, semidesnuda y terminó de romperle el corazón.
—Lo amo —le dijo entre lágrimas—. Estoy enamorada de Thomas.
Owen pudo sentir cómo se le resquebrajaba el alma, cómo le temblaban apenas las rodillas, cómo una nube oscura comenzaba a cernirse sobre él.
—Bien, entonces lárgate con él —y ni siquiera le tembló la voz.
Y lo hizo, se fue con Thomas. El escándalo estuvo semanas en boca de todos; lo había dejado por su socio. Pero Owen se negó a entregarle la niña, tendría que matarlo antes de permitirle llevársela.
No le costó mucho conseguir la custodia total de Eva, su esposa no estaba interesada en ella como en el dinero que le correspondía. Owen se lo dio todo y más. Para él, estaba muerta. Elena se subió a un avión con Thomas y ambos desaparecieron.
Esa misma noche, en la soledad de su habitación, Owen se desplomó contra la pared, desahogando su dolor, la pena, y la angustia de un corazón roto y el abandono de una madre. Ese lugar quedaría cerrado para siempre. Fue todo el luto que le guardó, no podía darse el lujo de más, Eva lo necesitaba.
Y, sin embargo, la herida fue tan profunda, tan vil y ensañada, que todavía le sangraba.
Anna entró nerviosa a la entrevista; tenía que hacerlo bien. Llevaba meses intentando encontrar un trabajo que al menos los sacara de los apuros más necesarios. Se había echado sobre los hombros el peso y la responsabilidad de su hogar; si no hubiera sido por Alex, habría regresado con sus padres a trabajar en los campos cuando las cosas se pusieron difíciles. No quiso dejarlo solo, a su suerte; no tenía nada ni a nadie.—¿Anna? —preguntó un hombre asomándose por la puerta.—Sí.—Pase, por favor… Bien, siéntese... No haremos esto muy largo. Sé que viene recomendada por el señor Walker. Sin embargo, como entenderá, debo hacerle algunas preguntas de rigor —. y entrelazó los dedos sobre la mesa.La muchacha se veía común, bonita, pero insulsa, y se le notaba que necesitaba un ingreso. Estaba en extremo nerviosa, jugando con las manos para calmarse. ¿Cómo era que alguien así era amiga de Lali Walker?—Dígame, cuénteme sobre sus experiencias laborales.—Sí… Actualmente, tengo un trabajo de
Eva era una niña vivaz e inquieta, llena de preguntas y con una sonrisa enorme que terminaba en dos pequeños hoyuelos sobre las mejillas. Cada día se parecía más a Elena: con su cabello negro y lacio, sus ojos grandes, la nariz pequeña y un diminuto lunar sobre la ceja izquierda.A veces, Owen veía a Elena reflejada en su hija. Sin embargo, la revoltosa le daba pequeños besos en la mejilla, lo abrazaba con fuerza, lo llamaba 'papá', y ahí terminaban las similitudes con su madre. La niña era tan cariñosa y dulce y él era todo su mundo. Eran inseparables, excepto cuando Owen tenía una cita a las 9.Cuando eso ocurría, Eva se quedaba a dormir con sus abuelos, lo que siempre era una aventura para ella. Cargaba su bolso lleno de juguetes y esperaba a sus abuelos en la puerta del jardín de infantes.Él no tenía muchos amigos, de hecho, solo Bob parecía soportarlo; pero tenía a su mejor amiga siempre. Había visto sus primeros pasos, oído sus primeras palabras, y criado solo a esa princesa de
Lamentablemente, algo así no pasaría desapercibido por todos a su alrededor. Y la noticia también le llegó a Owen. Bob lo supo por los gritos que daba, su actitud quisquillosa y el modo en que trataba a los empleados ese día.En vez de enfrentarlo para obligarlo a calmarse, como era su costumbre, Bob sintió una angustia terrible. Sentado detrás de su escritorio, Bob solo podía pensar en una cosa: Elena volvería por él. Y si Owen quería descargar su ira, estaba en su derecho ¿Qué podría decirle? Nada.Así que cuando todos se fueron del edificio él se detuvo y miró la puerta de la Dirección General, agachó la cabeza, suspiró hondo y presiono el botón del elevador.Ya sabía que esa noche ese lugar sería su refugio de la tormenta; dejarlo solo, lejos de ser desconsiderado, era lo que su amigo necesitaba: enfrentar los monstruos del pasado.Con los años, las emociones oscuras que guardaba en el alma se fueron cimentando. Solo se movían en esas citas con su secretaria de turno, pero era ape
Owen entró al estacionamiento y se dirigió a su coche, Eva pasaría la noche con sus abuelos. Pero al subirse y ponerlo en marcha, tuvo una sensación extraña: ¿No era muy tarde para que una jovencita anduviera sola por la calle? ¿En bus? ¿Esperando en una esquina? Sintió algo de culpa por haberla retrasado. Owen Walker quería creer que nada en la vida con color le importaba, pero eso era una mentira. Anna se cambió de ropa y salió por la puerta lateral del edificio, la del personal. Se despedía del guardia de seguridad cuando un auto negro se detuvo justo frente a ella.Owen bajó y solo con la mirada hizo que el guardia se volviese a meter a toda velocidad.—Por mi culpa te vas más tarde, al menos permíteme acercarte a tu casa —. le dijo mientras abría la puerta del coche. ¿Eh?—No es necesario…—Sube —ordenó.Ahí parado con la mano sobre la puerta, el rostro rígido y la postura dura; era chistoso. En vez de asustarse, solo sonrió. Qué diferente era de su prima. Lali siempre estaba c
Elena llegó al aeropuerto con la seguridad de alguien que había conquistado un imperio. Y, en realidad, lo había logrado: había tomado las riendas del imperio que Thomas había levantado. Se detuvo un instante frente a una puerta de vidrio, observando su reflejo con una sonrisa maliciosa. Había regresado y sabía que tenía que ponerse al día con todo lo que había pasado en su ausencia. Para ella, la vida realmente había comenzado con Thomas; antes de él, nada había importado.Mientras caminaba hacia la salida, su atención se desvió hacia un puesto de revistas, donde vio a Owen. Su rostro no había cambiado mucho, pero la información que lo acompañaba sí que lo había hecho. Su exesposo, que alguna vez fue un romántico empedernido, había avanzado considerablemente desde la última vez que lo vio. Ahora era el director de la compañía y tenía un prestigio notable. Eso sí era interesante.Owen tenía un porte diferente, una nueva aura de autoridad que ella no recordaba en él. En ese instante,
El Sr. Petersson no demoró en redactar la demanda de Elena ni en hacerla llegar a Walker. Cinco abogados entraron a su oficina y se alinearon. El del medio dio un paso al frente, extendiendo el papel en su mano.—Es una demanda de la Sra. Elena Olivier que reclama sus derechos como madre de la niña Eva Walker.Owen los miró extrañado. ¿Qué? ¿Qué madre? No reaccionó. Los cinco abogados, parados frente a él, comenzaron a ponerse nerviosos; él no se movía, no pronunciaba palabra, solo los observaba. Su fama era conocida, sobre todo por aquellos que buscaban una confrontación directa con él. Owen nunca perdía.—La Sra. está dispuesta a solucionar esta situación antes de llegar a la corte —continuó diciendo el abogado, ante su silencio—. Creemos que es la mejor vía para evitar mayores conflictos.De pronto Owen se paró e hizo un gesto con la mano para que apoyara el papel sobre su escritorio. El abogado vaciló un instante, pero finalmente, bajo la intensa mirada de Owen, dejó el papel sobr
Cuando la demanda se conoció entre la familia de Owen, la primera en estallar fue Lali. Ella la detestaba, la odiaba con todo su corazón; por su culpa su primo había sufrido tanto, por su culpa se había quedado solo con Eva. Estaba lívida, furiosa, con la cara roja y los ojos llenos de lágrimas. Le dolía profundamente ver la expresión distante y sufrida de Owen.—¡Dime dónde está, que le enseñaré modales! ¡Víbora! —escupió con veneno en la voz.— No te preocupes, Lali. Lo manejaré, no sucederá nada. No podrá ver a Eva —trató de calmarla Owen.—¡No es por eso! ¡Por supuesto que no verá a Eva! ¡Le romperé la cara antes!—¡Lali, ya cálmate! —la regañó su madre.Lali era una jovencita alegre, risueña, simpática y muy dulce; pero cuando el carácter Walker emergía en ella, la rabia la dominaba.—¡Pero mamá, esa mujer no tiene vergüenza, ni dignidad, ni corazón, no tiene nada!"—Eso ya lo sabemos, hija, pero rompiéndole la cara no lograrás nada.—Es lo que está buscando, para eso regresó… —l
Se sentaron uno frente al otro en la barra donde estaba la máquina de café. En silencio, cada uno con su taza. Owen partió una galleta entre sus dedos y apenas probó un bocado; no tenía hambre, pero tampoco quería parecer descortés.Anna lo sentía, el dolor que emanaba de él como un perfume. Era la derrota la que lo activaba, la frustración, los recuerdos.—¿Estudias lo mismo que Lali? —preguntó de repente.—No, estudio un profesorado.—¡Ah! Quieres enseñar.—Sí, me gustaría…De ella también provenía una energía extraña, como un aura de cansancio. Le resultaba peculiar, la observaba y solo veía a una muchacha que al parecer se esforzaba mucho por vivir. “Dejará la universidad”, fue una de las excusas de Lali para convencerlo ¿Qué tanto tenía que batallar con la vida para verse así?Anna podía sentir el peso que Owen cargaba, una especie de sombra que parecía envolverlo y que ella, de algún modo, podía ver reflejada en sus ojos cansados. ¿Qué tanto lo había herido su exesposa para que