Se sentaron uno frente al otro en la barra donde estaba la máquina de café. En silencio, cada uno con su taza. Owen partió una galleta entre sus dedos y apenas probó un bocado; no tenía hambre, pero tampoco quería parecer descortés.Anna lo sentía, el dolor que emanaba de él como un perfume. Era la derrota la que lo activaba, la frustración, los recuerdos.—¿Estudias lo mismo que Lali? —preguntó de repente.—No, estudio un profesorado.—¡Ah! Quieres enseñar.—Sí, me gustaría…De ella también provenía una energía extraña, como un aura de cansancio. Le resultaba peculiar, la observaba y solo veía a una muchacha que al parecer se esforzaba mucho por vivir. “Dejará la universidad”, fue una de las excusas de Lali para convencerlo ¿Qué tanto tenía que batallar con la vida para verse así?Anna podía sentir el peso que Owen cargaba, una especie de sombra que parecía envolverlo y que ella, de algún modo, podía ver reflejada en sus ojos cansados. ¿Qué tanto lo había herido su exesposa para que
Había llegado el día: enfrentar a Elena. Owen arribó al bufete escoltado por Bob y cuatro abogados de la sección de legales de la empresa. Entró con esa postura cargada de soberbia, como si mirase al resto por arriba; pero por dentro luchaba por mantener la calma y no dejar que sus emociones lo traicionaran. Detrás de alguna de esas puertas estaba ella. De inmediato los acomodaron en una sala y los cinco abogados de aquella vez se sentaron del otro lado de la mesa. Sus órdenes eran claras, sencillas y escuetas: incomodarlo, molestarlo e intentar un arreglo. Pero Elena no estaba, claro que no estaría. Eso solo fue arrojar el anzuelo. —¿La Sra. no se presentará? —preguntó Bob con un poco de desprecio.—No es necesario —respondió uno de ellos.—¿Entonces qué quiere? —la voz de Owen demostraba que estaba furioso.—La señora quiere tener la posibilidad de hacerle visitas a su hija.—No es su hija –acotó Owen con rabia.—Pues el certificado de nacimiento...—¡El certificado de nacimiento
La vida de Anna era complicada, era difícil, muchas veces se sentía sola y derrotada. Pero buscaba en su interior esa chispa que la motivaba y la frotaba mentalmente con sus manos, como si fuera una lámpara mágica; y como el genio de los cuentos, la chispa se enardecía y aparecía para empujarla a continuar.Pero ese día tuvo que pasar horas frotando la lámpara, había alcanzado un punto de quiebre. Durante algún tiempo había estado ahorrando un poco de dinero para poder hacer reparaciones en el departamento. El goteo constante del grifo de la cocina, ya le estaba perforando los tímpanos; las paredes necesitaban urgentemente que se taparan agujeros y se emparejasen las superficies, y también una buena mano de pintura.Anna, con el sobre vacío en la mano, se sentó en una silla y con la otra se tomó la cabeza. Negaba y negaba, no podía creerlo. Alex la miraba sin decir nada, con cara de inocente, queriendo dar lástima.—¿Cómo puedes hacerme esto? —le preguntó Anna, su voz rota, a punto de
Se sentía como si su cuerpo se hubiera desarmado en pedazos, y con cada movimiento, cada acción, era como si esos pedazos se tambalearan, queriéndose caer. A las 8 en punto, ya estaba sacando la basura de los cestos, y las lágrimas se le caían sin control. Creía que estaba sola y que podía desahogar todo su dolor sin que nadie la viera. Pero entonces, de pronto, sintió un movimiento detrás de ella, y al voltearse, ahí estaba parado él.Otra noche más de cavilaciones para Owen que no podía desprenderse de las sensaciones amargas. Ella estaría del otro lado, trabajando, como siempre, pero él no saldría esta vez. Entonces el sonido de ahogo y desesperación lo alcanzó en su sillón y el cuerpo se le puso alerta. Otra vez, el llanto amargo y abierto, lleno de dolor. Y sintió la necesidad de ver que le sucedía.Anna lo miraba un poco sorprendida y con la cara toda mojada. Despedazada.—¿Qué te sucede? —le preguntó.Pero ella no podía emitir ninguna palabra, solo quejidos roncos, suspiros apu
Solo tuvo que dar unos pasos alejándose del edificio para encontrar el mismo coche negro estacionado en la esquina.Owen no pudo quedarse tranquilo, no podía dejar que regresara sola; así que fue al estacionamiento y esperó dentro del coche a que se hiciera la hora en que su turno terminaba.Cuando se acercó lo suficiente, el bajó.—Te llevaré —le dijo llanamente.Iba a negarse, pero aún le quedaban rastros de esa emoción de seguridad pegados. Asintió, y él le abrió la puerta.¿Qué lo impulsaba? ¿Preocupación, amabilidad? No estaba seguro, no lo pensaba demasiado; solo lo sentía. Y así como ella lo preocupaba, lo estaba inquietando. Su monstruo interior estaba regocijándose de lo lindo, pero él no podía concentrarse lo suficiente para aplacarlo. Anna tenía una bola de nervios en el estómago ¿Por qué la hacía sentir así? Fue considerado, se consternó por su dolor y se ofreció a oírla. Esos ojos grises le habían hablado, asegurándole que él le daría unos momentos de refugio. No solo er
Presionó el acelerador y salió disparado de la puerta de ese edificio. Le sudaba el cuerpo, la cabeza estaba a punto de explotarle, y su boca aún guardaba el sabor de la de ella. ¿Qué había hecho? Se maldijo en voz alta una y otra vez, hasta que llegó a la intersección con la avenida. Estaba furioso con él mismo, con esa bestia incontrolable que lo dominaba y lo llevaba a cometer estupideces.Solo por darle un poco de consuelo al verla tan desdichada, llorando y acongojada, había dejado caer sus defensas. ¿De verdad lo atraía esa muchacha? ¡Qué ridículo! ¿Cómo va a sentir cosas de esa naturaleza por una jovencita? ¿Se estaba volviendo loco? Todo era culpa de Elena, de su regreso. Lo alteraba tanto, lo mortificaba y le recordaba su propia debilidad. Por eso hizo lo que hizo, por eso la besó.No quería reconocer que era lo que realmente tiraba de él en dirección a Anna.Llegó a su casa, totalmente descontrolado. Se quitó el saco y lo arrojó sobre una silla cualquiera, caminó en círculos
Las noches que siguieron a ese beso pasaron sin que él volviera a quedarse hasta tarde. No quería verla de nuevo, no sabía cómo reaccionaría ni qué decirle. ¿Disculparse? ¿Enfadarse? ¿De qué? Si él solo se había inclinado sobre ella, deseoso de esa boca suya. Sí, la actitud de Anna le había indicado que ella también estaba esperando algo; pero eso no justificaba nada. Owen era un hombre maduro, con experiencia, y Anna apenas una muchacha.¡Y no podía sacársela de la cabeza! La imagen de Anna lo atormentaba más que la demanda de Elena. Los abogados hablaban, pero sus palabras se perdían en un eco distante. Owen miraba el papeleo frente a él, pero solo veía la imagen de Anna, su sonrisa, el calor de su piel. El conflicto legal con Elena palidecía en comparación con el caos que ella había provocado en su mente.El bufete de Elena no escatimaba recursos para presionarlo, tratando de exprimir cada resquicio legal, pero confiaba en que sus propios abogados podrían manejar la situación. Desp
Y a pesar de que sabía que era mejor así, Anna extrañaba su presencia silenciosa detrás de esa puerta. Al principio, golpeaba la puerta con cierta timidez, temiendo que él estuviera dentro y no supiera qué decirle. Con el paso de los días, empezó a sentir alivio al no verlo, pero ese alivio pronto dio paso a una decepción sutil y persistente.Su oficina se había convertido en el último tramo de su rutina. A veces se apresuraba con las demás tareas para disponer de unos minutos extra y curiosear cada rincón donde Owen solía trabajar. Las portadas de las revistas con su rostro, las fotografías de Eva, los libros esparcidos en los estantes. Incluso las figuras de cerámica que adornaban algunos espacios.En ocasiones se le escapaba un suspiro triste. Parecía que lo esperaba; con cada movimiento de los elevadores o cuando alguien abría una puerta, ella se cargaba de expectativa pensando que podría ser él. Y cuando se daba cuenta de los pensamientos que le cruzaban la cabeza, se regañaba a