Epílogo
Cuarenta y ocho horas, dos días, dos días desde que Nereida desapareció sin dejar rastro alguno. Cuando volví de la salida con Eros con una sonrisa boba en los labios y la gratificante sensación de satisfacción porque la mayoría de mis teorías si fueron certeras al menos, la mayoría. Debí sospechar que algo andaba mal cuando mis primos volvieron, sin ella, y más cuando creí escuchar una camioneta a lo lejos. Pero no lo hice.

Me acurruco en el brazo de Eros, como si este fuera un refugio para mí.

Maximiliano estaba analizando la orilla del lago junto con Michael y Shane. Mis primos parecen sobrepasados con la situación y no los culpo por ello. Luego de unos minutos, Maximiliano encontró un pequeño espray en su mano, lo examinó con ojo crítico; después, chasqueó la lengua.

–Jugo sucio –fue lo que le oí murmurar.

Luego, le tendió el espray a Shane. Casi puedo jurar que sus ojos brillaron con furia.

– ¿Crees poder rastrearla? –preguntó Michael, acercándose.

–No soy un perro –masculló
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