Capítulo 4

Sé que ha sido un proceso algo lento, pero, logre por fin que Sebastián hablara un poco más conmigo. Ya no sonaba tan forzado o jocoso, y parecía que se estaba acostumbrando a mi presencia. Aunque, si bien; procuraba mantener su seriedad y “profesionalismo” ante las conversaciones. De vez en cuando soltaba una que otra anécdota de su vida antes de venir aquí, cosa que lo hacía más humano ante mis ojos, y no como ese peón que utilizo para mis fines.

Temo que tenga represalias cuando escape. Buscaran a un culpable y él pagara por los platos rotos.

“Saldrá limpio, no le pasara nada”, trate de convencerme, “Además, él puede cuidarse solo”.

Masajee levemente mis muñecas para después hacer círculos con ellas.

Al comportarme como le dije que haría a mi tío. Este me ha devuelto otro “privilegio”. Aunque, claro, no es como que volveré a caminar por mis anchas en este lugar como antes; pero admito que prefiero estar libre de cadenas que estar siendo acompañada a todos lados. Se siente bien no estar limitada a caminar cierta distancia debido a ellas.

Sebastián, quien ha empezado a bajar la guardia, se queda dormido de vez en cuando. Cuando se duerme yo entreno mi habilidad, aunque no ha habido mucho avance. He notado varias cosas que de él que me parecen curiosas, como, por ejemplo; ese extraño collar que siempre procura mantener oculto entre sus ropajes. No sé porque lo oculta o que tan importante puede ser.

La puerta se abre; es Sebastián.

Trae consigo una bandeja (ha tomado la costumbre de llevarme el mismo la comida) con lo que parece una masa amorfa de carne, pan duro y un vaso con agua. Hago una mueca, asqueada.

Este lugar es impoluto, elegante y moderno. ¿Cómo es posible que el cocinero no pueda cocinar comida decente? ¿O simplemente me la tiene jurada? Probablemente sea esto último. Antes de mi primer escape cambien sus pasas por grillos, provocando un caos en la cocina, hasta Mike gritó como una niña al ver un grillo en su postre favorito.

En mi defensa; ese día había terminado con mis clases particulares y estaba aburrida.

“Quizá cuando escape veré si puedo estudiar una carrera”, anote en mi lista de qué hacer cuando sea libre.

–No pienso comer eso, es asqueroso. ¿Seguro que se puede comer? Hasta los perros comen mejor –espete, arrugando la nariz ante la comida –. Ugh… Parece comida de prisión, aunque eso es.

Sé que no es su nombre. Sebastián me permite o, más bien se resignó a que lo llamase así.

–Lo siento mucho, Nereida. Pero es lo que hay. Para la próxima, le diré a Creta que me repita la porción y yo te la daré –profiero otra mueca al ver como deja la comida en la mesita de noche. Niega ante mi expresión –. Oye, te prometo responder cualquier pregunta que tú quieras, Nereida. Dijiste que querías hasta saber mi momentos más vergonzosos.

Sebastián nunca me diría nada vergonzoso de su infancia, adolescencia ni adultez a menos que quiera que pase horas burlándome de él.

Tropiezo con los pies, mi cara hubiera conocido el suelo de forma intima sino fuera por los brazos y agilidad de Sebastián, quien me estabiliza al instante. Me separo rápidamente de su agarre y carraspeo.

Hago como que no paso.

Sonrió levemente. Junto mis manos en unos puños.

–Te arrepentirás después –advertí, divertida.

Se encoge de hombros.

–Me arriesgare.

Me dispuse a cenar, no sabía tan mal.

– ¿Qué edad tienes? –Pregunte apuñalando la carne. De nuevo, estaba sentada frente a la puerta cerrada, pero sé que él está cerca y me escucha –. Sé que eres viejo, pero no tanto como el vejestorio de tu jefe, cálculo que tienes unos treintas y algo, ¿no?

Se ríe ante mi parloteo.

–Tengo treinta años, Nereida. ¿Y tú?

 –Yo, ¿qué?

–Tu edad –repite –, ¿qué edad tienes tú?

Me encogí de hombros restándole importancia.

– ¿Para qué lo preguntas, si ya lo sabes?

–Si lo supiera no te estaría preguntando –alude.

–Pero si lo sabes –digo porque es cierto –, eres un guardia de custodia. Mike sabía mi edad al igual que la edad de los otros desafortunados como yo. Apuesto a que te dieron mi informe o algo así –apuñalo otro bocado y lo meto a mi boca, trago –, un montón de mentiras, así como la de los otros. Es todo lo que hay en esos informes. Lo único en lo que no mienten, es en nuestros nombres y edades.

–Pero no pareces tener esa edad.

Resople.

–Que tenga cara de niña no me convierte en una –siseo, pero luego me relajo, no quiero desquitarme con él –. Cumpliré diecinueve años pronto, ¿estás feliz? ¿Cuánto crees que falte para que me hagan esas nuevas pruebas que están considerando? Creí que no tendría que hacer pruebas físicas con otras criaturas –me estremezco de solo pensarlo. Algunos de ellos tienen garras y colmillos –. Dudo mucho que aguante mucho si me limitan con mis poderes.

Lo último que supe es que quieren enfrentarme a otra criatura para ver a qué nivel estoy ante esas cosas. O, de nuevo, es lo que pude distinguir entre los murmullos frenéticos de Steven con Bea.

–Por desgracia no me lo han dicho –La voz de Sebastián suena rara, como si estuviera angustiado. Lo he visto mirar en dirección donde estaban ubicados los otros, su mirada era extraña y su rostro adquirió un matiz casi desolado –. No quise incomodarte, Nereida, solo tenía curiosidad. Algo que se me ha pegado por alguien.

–Jajaja, claro, culpa a indefensa joven –el sarcasmo tiñe mi tono –. Oye, hay algo que no entiendo. ¿Por qué ocultas ese collar?

– ¿Qué collar?

–Ese que procuras que nadie vea. ¿Es de alguna novia o qué?

–A su momento lo verás –dice, al cabo de un largo silencio –. Y, con lo otro, me darán ya la información sobre tus pruebas. Espero que no hayan aprobado esa idea –informa –. Bueno. Descansa, Nereida, hasta mañana.

No iba a quedarme a averiguar si aprobaron esa idea o no.

“Esta noche me voy de aquí”.

Son las veintidós horas. El guardia con quien entable una pequeña relación de prisionera-guardia cayó dormido en su silla a la misma hora de todas las noches. Gracias a que he vuelto a alimentarme debidamente y no haya tenido ninguna otra prueba estoy relativamente bien, fuerte.

***

La tarjeta magnética de Sebastián descansa en mi mano, la tome durante el tropiezo. Su llave es una de las pocas que abre mi celda, se la devolveré cuando salga. Mientras, la tarjeta de Bea me ayudara con el resto de las puertas sin contratiempo alguno; no se ha atrevido a reportar que ha perdido una llave muy importante.

Mis manos están temblando de anticipación.

Me obligo a respirar profundamente. Necesito tranquilizarme. Todo parece ir en cámara lenta cuando la deslizo con dedos temblorosos, ansiosos y cautelosos. Abrí la puerta metálica con el mayor cuidado posible, luego, la cierro con el mismo sigilo. Los leves ronquidos de Sebastián me paralizaron por un segundo, no quería despertarlo, no quería ver como mi esperanza volvía a morir ante mis ojos. Antes de abandonar por completo el pasillo dejo la tarjeta al lado de sus pies, como si solo se le hubiesen caído durante la siesta.

Con el pase de Bea en mano me encamino hacía el laboratorio.

Al estar aquí mucho tiempo, antes de que decidieran encerrarme, me di cuenta de que los guardias no hacían mucha guardia en el sector norte del edificio; solo custodiando las puertas, los patios y otros sectores que nunca pude ni me interesaba investigar. Pero, ¡hey! Trabajo con lo que tengo. Entro a uno de los laboratorios con el pase de Bea.

Doy gracias a Dios porque haya funcionado, y también doy gracias a que uno de los científicos locos de mi tío tenga tantas batas de repuesto en este lugar. Los accidentes y contratiempos siempre ocurren aquí; recuerdo otro incidente parecido al de hace algunos días; un sujeto de prueba intento escapar lucho, araño, pataleo e hizo todo un desmadre en el lugar donde estaban por tomarle una muestra de su sangre. Recuerdo al científico con toda su ropa desgarrada, manchada de sangre, pero para mí desgracia no era suya.

El incidente de hace unos días fue controlado y neutralizado con más eficacia y rapidez.

Aparto los recuerdos para enfocarme en mi huida que aún está en proceso. Ya después recordare los momentos felices de este lugar.

Al entrar me encuentro cara a cara con Bea. Ella abre los ojos completamente asustada. Ambas no nos movemos por largas y tortuosas ¿horas? ¿Minutos? ¿O segundos? Baja la mirada por un instante, ve su pase en mi mano, abre la boca sin emitir palabra alguna como si se hubiese quedado muda. Luego, ve el interruptor de emergencia tras mi espalda.

No.

Corre al igual que yo y, antes de que pueda acercarse al interruptor. La tomo por el cuello de su bata, arrastrándola por la fuerza lejos del interruptor, mientras le cubro la boca con la mano. Bea se retuerce e intenta patearme y morderme, pero, yo la arrojo contra la pared, aturdiéndola. Mire a sus espaldas el lavabo. Con un movimiento de mano rompo las tuberías y le lanzo el agua atrapando sus extremidades con ella para, posteriormente, congelar el agua. Le taparía la boca pero Bea se desmaya de la impresión.

Compruebo sus signos vitales, está viva. Menos mal.

–Lo siento, Bea –digo con la voz entrecortada por el esfuerzo.

Me visto con una bata y un tapabocas, recojo mi azabache cabellera en un moño desordenado. Miro el lugar buscando cualquier cosa que me permita crear una distracción, más específicamente, fuego. Un incendio me daría la ventaja que necesito para poder salir de aquí.

Recorro el lugar de nuevo por si abre pasado por alto algún detalle, encontré una vitrina con varios tubos de ensayo con un líquido o químico sospechoso. Miro a Bea por un instante; no puedo iniciar un incendio con ella aquí. Tendré que iniciarlo en otra parte.

Desearía que no me interesase su vida, pero no soy así. Por mucho que quiera aparentar que no me importa no soy capaz de quitar una vida.

Salgo, puedo iniciar el incendio en uno de los cuartos donde hay un generador de emergencia. El complejo tiene dos generadores el principal y el de emergencia que está ubicado en uno de los pasillos cerca de la sala de pruebas físicas, en el ala norte. Camino lentamente con la mirada gacha. No quería que sospechasen y la mejor forma era caminar como si nada, con confianza, así los de vigilancia creerían que soy otra científica más.

Mis pies descalzos sienten el frío piso.

Menos mal que esta ala no está muy bien custodiada. La prioridad aquí son los pisos interiorices, el patio y una que otra ala.

Cuando abrir el generador vi que no estaba tan bien mantenido como debería. Me detengo cuando una nueva idea surgió. ¿Para qué usar un elemento opuesto, si puedo inundar el lugar? Desde luego que no pienso ahogar a todo el mundo. Inundar la una de las salas donde hacen pelear a las criaturas hasta desvanecerse sería una distracción adecuada.

Muevo mis palmas, ansiosa.

 “Vamos, vamos, tú puedes”, me digo, “Tienes que concentrarte, es todo”.

Cierro los ojos por unos instantes, concentrándome. Quiero sentir el agua fluir tanto en el aire como en las tuberías. Siento su fluir. Oigo el zumbido de las tuberías ante la cantidad de agua que estoy invocando. Tiene que funcionar, tiene que.

Sonreí y baje mis manos con fuerza.

Mis plegarias fueron escuchadas. Las tuberías se rompieron y el lugar comenzó a inundarse hasta llegar a la mitad de la habitación, el agua caía a chorros descomunales, el agua ya se estaba filtrando por debajo de la puerta. Me alejo con andar tranquilo, como si nada. Escuche unos pasos que se acercaban por el pasillo, era un guardia, pase por su lado algo tensa y cuando voltee vi que me miraba mis pies.

– ¡Espe…! –no terminó de formular otra palabra debido a que lo derribe con una contra la pared, le di con fuerza, quedó inconsciente.

De nuevo, me fije en su pulso. Sigue con vida.

Suspire, aliviada.

Escache más pasos y voces. Mire por todos lados y término por entrar al cuarto de servicio. Ahí espere a que los pasos se alejaran y, al percatarme de que no había nadie, me moví rápidamente con la cabeza gacha evitando levantar la mirada ante las cámaras de seguridad. No quería que las cámaras me reconocieran. Cada vez que escuchaba algo me escondía en un rincón, o en un cuarto, o en una de las columnas. El agua ya estaba llegándome a los tobillos.

Espero no haber colapsado todas las tuberías”, pienso, preocupada.

De haber sido así, los que estaban en las celdas inferiores podrían ahogarse si esto no se controlaba rápidamente.

Al cruzar la puerta de emergencia noto que estoy en el patio, el aire nocturno me hizo tener un escalofrió.

Hace mucho que no sentía la brisa fresca de la noche.

Cerca del patio había unas torres de vigilancia, justo como las recuerdo. Me escabullo entre las sombras, acercándome a la salida más cercana, evitando en todo momento hacer algún ruido. No quería arriesgarme. Vi como los guardias corrían, algunos con cubetas, otros movilizándose para ir a las celdas inferiores y algunos lanzando órdenes a diestra y siniestra.

– ¡Rápido! Debemos evitar que más salas se inundan, ¡no podemos permitirnos perder elementos importantes! –gritó uno a todo pulmón.

Para este punto Sebastián ya se habrá despertado y dado la alarma de mi huida.

Me detuve abruptamente al ver una cabellera familiar entre la oscuridad y el caos, mis sospechas pronto se confirmaron.

– ¡Señor, hay un fugitivo! –informa Mike. Reconocería su voz ronca por tanto cigarrillo, bebida alcohólica y los años que ha tenido que soportarme.

– ¡Imposible! ¿Qué escapo? –Exigió saber el líder aparente del escuadrón, mi corazón casi se rompe al ver a Sebastián junto a ellos. Pero algo en él no cuadraba, apretaba tanto la mandíbula que temí a que se rompiera los dientes.

–El sujeto de prueba Nereida, Señor –contestó frío, sin emoción en su voz.

No me quede para oír más. Corrí hasta la cerca y uso el pase para abrir la reja. Lo que no contaba es que la reja hacia un ruido horrible y, al abrirse, alerta a mis carceleros. No espere a que se abriera por completo. Salgo corriendo directamente al bosque. Las luces de las linternas me iluminan por breves segundos, haciendo que apresure el paso, y casi terminar de boca contra el suelo.

– ¡Allá esta!

– ¡Que no escape!

– ¡Vamos, tras ella!

Las alarmas de mi cabeza se encendieron; ya estaba probando la libertad y no iba a dejar que me la quitaran. Primero muerta.

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