Capítulo 3

Luego de despertar de nuevo en mi celda con una charola con el doble de mi porción, me negué en rotundo a comer. Sebastián, mi nuevo guardia, reporto esto de inmediato pero mi tío le dijo que como él es el responsable de mí, debía hacer lo que sea necesario para que comiera. Al principio, intento comer conmigo diciendo que no estaba envenenada y que me estaba haciendo daño al no alimentarme. Luego, amenazó con darme él mismo la comida y, cuando lo intentó; le hice una llave y amenace con rajarle el cuello con un tenedor de plástico: no lo volvió a intentar.

–Escucha, tienes ciertos privilegios que los otros no tienen, ¿sabes? –empieza a decir, mientras deslizaba en la ventanilla la charola con sumo cuidado. Ahora él se encargaba personalmente de darme la comida –. Sé que esto no es lo que quieres escuchar, menos de mí, pero si no lo haces vendrá alguien más y no será tan tolerante contigo.

La suplica en su voz hace que sonría, la borro de inmediato y me acerco, tomo la bandeja y empiezo a comer con lentitud. No lo veo (porque apenas tome la charola, cerró de inmediato para evitar que se la tire en la cabeza. Otra vez), pero pese a ello puedo apostar a que ha cerrado los ojos con alivio, mientras relajaba su postura, aquella que siempre esta tensa y alerta.

Trago. Me he ganado su pena y preocupación.

Y, desde ese momento, supe que mi plan estaba empezando y que no debía perder el interés que Sebastián ha volcado en mí.

– ¿Sabes algo? Nunca respondiste mi pregunta –dije, alzando la mirada hacía la puerta, como si estuviera frente a él, así finjo que tengo una conversación más o menos normal. Intente buscar acomodo, pero con este duro colchón, es imposible –. Podrías hacerlo ahora, y si temes a que te vean, descuida. Mi tío no puso cámaras aquí, ya que según él no me iré a ningún lado y soy la mayoría de las veces muy dócil.

Desde hace algún tiempo que busco hablar con él más seguido, sin sarcasmo de por medio y con algo más de confianza.

Sebastián bufó sonoramente.

Apuesto a que se preguntara cual de tantas preguntas le he hecho, me aliento, “A veces peco de chismosa”.

–Puedes hablar, por favor. No he tenido a nadie con quien hablar desde Mike, al menos él me insultaba o contaba una que otra historia cuando se le iba la lengua. Por favor, por favor –necesitaba una conversación al menos por este día –. Y te prometo que no hablare por lo que queda de día. En verdad, lo prometo, te doy mi palabra.

Oí el sonoro Mmmm brotar de los labios de Sebastián. Puede que no me crea o quizá este sopesando tan tentadora oferta.

– ¿En verdad lo prometes? –inquiere, dudoso.

– ¡Sí, sí! –Exclame, carraspee, normalizando el tono de mi voz –. Sí, lo prometo y yo nunca rompo una promesa.

Suspira sonoramente, apuesto a que ha mirado al cielo. Ruedo los ojos ¡ni que fuera una tortura!

– ¿El resto del día? ¿Entero? –vuelve a inquirir, dudoso.

Hago una mueca.

–Ya te dije que sí, ¿quieres que te lo firme o lo jure golpeando mi pecho? Lo haría, créeme, pero tengo una flojera y más con este horrible calor.

–Ya me estoy arrepintiendo –murmura más para sí mismo que para mí. Abro la boca, indignada –. ¿Vas a hablar o te quedaras callada? Aunque, lo último lo preferiría.

Le doy una sonrisa que no me llega a los pese a que no ve.

–Y yo preferiría estar sin cadenas, al aire libre, preferiblemente. Tú no estás aquí todo el día con esto. Por eso, te haré una pregunta, de nuevo, de la cual quiero una respuesta sincera. 

– ¿Qué clase de pregunta?

– ¿Importa, acaso? ¿A quién se lo diría? Estoy aquí todo el tiempo. Ni siquiera hablo con las otras almas en desgracia en este lugar, por no decir, que ni siquiera me he topado con ellas. Solo las escucho.

–Deja la referencia y dime la m*****a pregunta –masculló irritado.

Jugueteo con la tarjeta eléctrica de Bea, se la quite cuando tropecé con ella. Siempre fue distraída y casi siempre se le pierden las cosas. Y, cuando formulo la pregunta, la guarde debajo del gris y duro colchón con sumo cuidado, no quería que oyera el familiar siseo de la cadena.

– ¿En verdad crees que soy peligrosa? –Silencio. Mi voz ha adquirido un matiz sombrío, triste y melancólico –. Lo crees, ¿verdad? Después de todo, seguramente te han advertido de mí.

Si pudiera apostar, creo que Sebastián está pensando en todo el tiempo que ha estado custodiándome en donde ningún momento he amenazado su vida ni la de otros. Puede que haya lanzado uno que otro insulto, pero solo eso, amenazas vacías que nunca llevo a cabo.

–No lo pareces –responde finalmente, cuidadoso –. Pero eso no quita el dicho: Las apariencias engañan. Puede que no te veas como los otros, pero, eso no quita la posibilidad de que lo seas. Peligrosa.

–Gracias por tú honestidad –digo –. Y tienes razón. Así como yo creía que mi tío me quería y nunca me haría nada para lastimarme. Mira como me tiene –hago ruido con mis accesorios –. En todo el tiempo que estuve aquí, no le hecho daño a nadie –pause espero a que diga algo y, cuando no lo hace, prosigo: –. Excepto en las pruebas físicas, pero solo a los voluntarios. Bien puedes comprobarlo. No soy mala, no soy un monstruo, solo soy diferente. ¿Eso es malo, acaso?

Y es cierto. Nunca he lastimado a nadie físicamente en estas instalaciones a menos que fueran los voluntarios en las pruebas físicas. Si los lastimara fuera de dichas pruebas ya sea en defensa propia me perjudicaría. Mis pocos privilegios se perderían, y eso es algo que no puedo permitirme.

Sigue en silencio.

Por un momento creí que lo había perdido pero luego, lo escucho decir:

–Ya hable, ahora cumple con tu parte del trato.

Asiento.

No dije nada, tal como había prometido.

La sonrisa que se instaló en la comisura de mis labios fue tan grande que, en pocos segundos, se me acalambraron los cachetes. No cabía de la felicidad. Aunque es demasiado pronto como para cantar victoria sabía que esto apenas era el comienzo. Después de mucho tiempo la libertad la siento tan cerca que creo poder acariciarla con los dedos.

Puedo sentirla.

En la primera semana me he dedicado a hacerle preguntas que, por mucho que lo moleste, no ha soltado palabra alguna. Por mucho que me esté ilusionando, no puedo evitar sentir que podría salir en verdad. Que funcionará.

Sin proponérmelo tararee una pequeña canción, luego, la canto con la mayor de las dulzuras:

Oh ma douce souffrance

Pourquoi s'acharner? Tu recommences

Je ne suis qu'un être sans importance

Sans lui, je suis un peu paro

Je déambule seule dans le métro

Une dernière danse

Pour oublier ma peine immense

Je veux m'enfuir que tout recommence

Oh ma douce souffrance

Je remue le ciel, le jour, la nuit

Je danse avec le vent, la pluie

Un peu d'amour, un brin de miel

Et je danse, danse, danse, danse, danse, danse, danse

No continúo porque no me acuerdo muy bien del resto de la letra, hace mucho que no la cantaba. Esa es la letra que nunca se va de mis pensamientos. Siempre termino cantándola sin darme cuenta de ello. No sé si es por la letra o simplemente es una bella canción que disfruto mucho.

 –Tienes una voz hermosa. ¿Dónde aprendiste hablar francés? –escuchó la voz de Sebastián, intrigado e impresionado.

–No lo hablo, solo he oído esta canción tantas veces que puedo cantarla sin ningún problema –digo a modo de explicación –. Al menos, la primera parte. ¿Quieres que me detenga o te demuestro que tanto se cantar en francés?

Una risita ahogada brota de sus labios.

– ¿En serio no sabes lo que significa? –parece intrigado.

–Algo sobre un último baile o algo así, no sé, soy mala recordando historias –encojo los hombros pese a que sé que no me está mirando, sino fuera por las cadenas, olvidaría que soy prisionera y él uno de mis carceleros. Qué triste –. ¿Ahora me dejas terminar de cantar o hablamos un rato?

–Prefiero escuchar una dulce melodía que una irritante voz.

– ¡Ve que es la misma voz la que te habla y canta, Sebastián!

–No responderé a ese mote ofensivo.

–Ya lo hiciste, zanahoria.

Vuelvo a lo que hacía, cantar.

***

En la segunda semana considere seriamente en cambiar mi actitud para con mi tío y los científicos; procurando volver a actuar como la chica ingenua que creía en ellos, la chica voluntariosa.

Hoy tomaran unas muestras de sangre, nada más, al parecer hubo unos problemas con las anteriores muestras y querían unas nuevas. No objete al ver la aguja pese a que les temía. Como las detestaba.

– ¿Qué ocurrió con las anteriores muestras? ¿Otra vez Steven las contamino con algún químico o algo? –le pregunte a Rhae, que tantea la aguja entre sus dedos con maestría, su toque es suave a la hora de sacar sangre tanto que casi ni la siento.

Ella tararea.

–Esta vez Steven no fue tan descuidado –responde, clavando la aguja a mi piel –, al menos, no esta vez. Steve puede ser un tonto a veces y más con esas tontas novelas que lo distraen –agrega con algo de gracia.

– ¡Oye!

Steven nos lanzó una mirada con fingido enojo antes de volver a su papeleo con el ceño fruncido.

Steven Toledo, de todos los científicos de aquí es el más humano y agradable de todos, sin contar que me cae bien desde que se atrevió a desafiar la orden de mi tío a ciertas pruebas que este quería someterme; por suerte, mi tío lo escucho pero se aseguró que no tuviera más contacto con él más que mirarnos a la distancia.

–Y de Bea no dirás nada, ¿no? –Steven señala disimuladamente con la cabeza a Bea quien parece estar buscando algo entre murmullos ansiosos.

–Igual…

Las luces rojas junto con el sonido de la alarma acallan la réplica de Rhae. Veo como varias personas corren en dirección de la emergencia, algunas de ellas portan armas de choques y sedantes. Corren hacía la sala de “pruebas físicas”, en el ala norte; donde los gritos y gruñidos que logro escuchar me erizaron la piel. Rhae toma la última muestra de sangre, guardándola en esos tubos de ensayo, con rapidez. Una vez que las guarda, mira a Sebastián, hace un ademán con la mano en una orden muda para sacarme de ahí y ponerme a salvo.

Claro, no porque se preocupe ni nada, no puede permitirse que me pase algo sino quiere tener problemas con Joshua.

Sebastián me toma del brazo y me saca del laboratorio a paso rápido. Pero, antes de que cruzáramos el pasillo, logre ver como se formaba un gran charco de sangre en el piso.

Esa misma noche recibí la desagradable visita de mi tío quien, al parecer, estaba preocupado por mi bienestar.

–Me alegra que no te haya pasado nada –dice, dejando un paquete en la mesita de noche como en cada visita –. Te traje algo para que pases el rato. Espero y te guste.

– ¿Cuántas perdidas hubieron? –pregunte moviendo sonoramente las cadenas ocasionando un ruido molesto –. Porque vi sangre, mucha sangre, de hecho. ¿Eran de tus hombres o de esa… cosa?

– ¿Acaso importa?

–Lo hace porque no quiero terminar así.

Tintineo.

–No será así –asegura.

– ¿Tú, qué sabes?

Tintineo.

–Solo lo sé, Nereida. Tú no eres como ellos –su voz falla, un tic se instala en su ojo izquierdo.

Tintineo.

Tintineo.

Tintineo.

– ¡Ya deja de hacer ese ruido! –Él gritó, por fin, perdiendo un poco los estribos.

– ¡Pues quítamelas, entonces! –grite, de vuelta.

Si se acercaba más podría ahorcarlo con ellas, pero ¿después qué? ¿Qué pasaría conmigo?

Mi tío toma una respiración larga y profunda. Peina su cabellera llena de escalas negros, grises y blancos detrás; acomoda su chaleco y me mira con toda la paciencia del mundo. Sus ojos azul pálido cual muerto trasmiten cansancio, pero ¿de qué exactamente?

–El fin justifica los medios, Nereida, y todo lo que hago es por el bien común, ¿lo entiendes? –no respondí y desvié la mirada. Suspira y apuesto a que está negando con la cabeza –. Es una lástima, una verdadera lástima que me veas como tu enemigo. Tú misma te pusiste en esta posición, Nereida, no yo. Nunca lo quise.

Pero lo hiciste”, acuse, volteando a verlo llena de reproche.

Suspire profundamente, debo calmarme.

–Prometo hacer todo sin alboroto alguno –digo en cambio. Voltea a verme, me mira a los ojos, no puedo creer que aún pueda sostenerme la mirada –. Ya estoy cansada de pelear… tío. Quiero que esto acabe. No me gusta sentirme agotada física y mentalmente todos los días. Ya no quiero.

Siento su mirada escudriñarme, buscando la mentira en mis palabras.

Mi tío no dice nada y, cuando sale de mi celda, agarro el paquete y lo arrojo con furia contra la puerta por la que acaba de salir. Mientras escucho que lo estaba adentro se resquebraja junto con mi orgullo; que bueno que pude haberme contenido ante su presencia y no terminar arrojarle todo el veneno que llevo dentro.

Mientras las lágrimas calientes corren por mis mejillas, jure:

Entonces, el fin justifica los medios. Que así sea”.

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