Luego de despertar de nuevo en mi celda con una charola con el doble de mi porción, me negué en rotundo a comer. Sebastián, mi nuevo guardia, reporto esto de inmediato pero mi tío le dijo que como él es el responsable de mí, debía hacer lo que sea necesario para que comiera. Al principio, intento comer conmigo diciendo que no estaba envenenada y que me estaba haciendo daño al no alimentarme. Luego, amenazó con darme él mismo la comida y, cuando lo intentó; le hice una llave y amenace con rajarle el cuello con un tenedor de plástico: no lo volvió a intentar.
–Escucha, tienes ciertos privilegios que los otros no tienen, ¿sabes? –empieza a decir, mientras deslizaba en la ventanilla la charola con sumo cuidado. Ahora él se encargaba personalmente de darme la comida –. Sé que esto no es lo que quieres escuchar, menos de mí, pero si no lo haces vendrá alguien más y no será tan tolerante contigo.
La suplica en su voz hace que sonría, la borro de inmediato y me acerco, tomo la bandeja y empiezo a comer con lentitud. No lo veo (porque apenas tome la charola, cerró de inmediato para evitar que se la tire en la cabeza. Otra vez), pero pese a ello puedo apostar a que ha cerrado los ojos con alivio, mientras relajaba su postura, aquella que siempre esta tensa y alerta.
Trago. Me he ganado su pena y preocupación.
Y, desde ese momento, supe que mi plan estaba empezando y que no debía perder el interés que Sebastián ha volcado en mí.
– ¿Sabes algo? Nunca respondiste mi pregunta –dije, alzando la mirada hacía la puerta, como si estuviera frente a él, así finjo que tengo una conversación más o menos normal. Intente buscar acomodo, pero con este duro colchón, es imposible –. Podrías hacerlo ahora, y si temes a que te vean, descuida. Mi tío no puso cámaras aquí, ya que según él no me iré a ningún lado y soy la mayoría de las veces muy dócil.
Desde hace algún tiempo que busco hablar con él más seguido, sin sarcasmo de por medio y con algo más de confianza.
Sebastián bufó sonoramente.
“Apuesto a que se preguntara cual de tantas preguntas le he hecho”, me aliento, “A veces peco de chismosa”.
–Puedes hablar, por favor. No he tenido a nadie con quien hablar desde Mike, al menos él me insultaba o contaba una que otra historia cuando se le iba la lengua. Por favor, por favor –necesitaba una conversación al menos por este día –. Y te prometo que no hablare por lo que queda de día. En verdad, lo prometo, te doy mi palabra.
Oí el sonoro Mmmm brotar de los labios de Sebastián. Puede que no me crea o quizá este sopesando tan tentadora oferta.
– ¿En verdad lo prometes? –inquiere, dudoso.
– ¡Sí, sí! –Exclame, carraspee, normalizando el tono de mi voz –. Sí, lo prometo y yo nunca rompo una promesa.
Suspira sonoramente, apuesto a que ha mirado al cielo. Ruedo los ojos ¡ni que fuera una tortura!
– ¿El resto del día? ¿Entero? –vuelve a inquirir, dudoso.
Hago una mueca.
–Ya te dije que sí, ¿quieres que te lo firme o lo jure golpeando mi pecho? Lo haría, créeme, pero tengo una flojera y más con este horrible calor.
–Ya me estoy arrepintiendo –murmura más para sí mismo que para mí. Abro la boca, indignada –. ¿Vas a hablar o te quedaras callada? Aunque, lo último lo preferiría.
Le doy una sonrisa que no me llega a los pese a que no ve.
–Y yo preferiría estar sin cadenas, al aire libre, preferiblemente. Tú no estás aquí todo el día con esto. Por eso, te haré una pregunta, de nuevo, de la cual quiero una respuesta sincera.
– ¿Qué clase de pregunta?
– ¿Importa, acaso? ¿A quién se lo diría? Estoy aquí todo el tiempo. Ni siquiera hablo con las otras almas en desgracia en este lugar, por no decir, que ni siquiera me he topado con ellas. Solo las escucho.
–Deja la referencia y dime la m*****a pregunta –masculló irritado.
Jugueteo con la tarjeta eléctrica de Bea, se la quite cuando tropecé con ella. Siempre fue distraída y casi siempre se le pierden las cosas. Y, cuando formulo la pregunta, la guarde debajo del gris y duro colchón con sumo cuidado, no quería que oyera el familiar siseo de la cadena.
– ¿En verdad crees que soy peligrosa? –Silencio. Mi voz ha adquirido un matiz sombrío, triste y melancólico –. Lo crees, ¿verdad? Después de todo, seguramente te han advertido de mí.
Si pudiera apostar, creo que Sebastián está pensando en todo el tiempo que ha estado custodiándome en donde ningún momento he amenazado su vida ni la de otros. Puede que haya lanzado uno que otro insulto, pero solo eso, amenazas vacías que nunca llevo a cabo.
–No lo pareces –responde finalmente, cuidadoso –. Pero eso no quita el dicho: Las apariencias engañan. Puede que no te veas como los otros, pero, eso no quita la posibilidad de que lo seas. Peligrosa.
–Gracias por tú honestidad –digo –. Y tienes razón. Así como yo creía que mi tío me quería y nunca me haría nada para lastimarme. Mira como me tiene –hago ruido con mis accesorios –. En todo el tiempo que estuve aquí, no le hecho daño a nadie –pause espero a que diga algo y, cuando no lo hace, prosigo: –. Excepto en las pruebas físicas, pero solo a los voluntarios. Bien puedes comprobarlo. No soy mala, no soy un monstruo, solo soy diferente. ¿Eso es malo, acaso?
Y es cierto. Nunca he lastimado a nadie físicamente en estas instalaciones a menos que fueran los voluntarios en las pruebas físicas. Si los lastimara fuera de dichas pruebas ya sea en defensa propia me perjudicaría. Mis pocos privilegios se perderían, y eso es algo que no puedo permitirme.
Sigue en silencio.
Por un momento creí que lo había perdido pero luego, lo escucho decir:
–Ya hable, ahora cumple con tu parte del trato.
Asiento.
No dije nada, tal como había prometido.
La sonrisa que se instaló en la comisura de mis labios fue tan grande que, en pocos segundos, se me acalambraron los cachetes. No cabía de la felicidad. Aunque es demasiado pronto como para cantar victoria sabía que esto apenas era el comienzo. Después de mucho tiempo la libertad la siento tan cerca que creo poder acariciarla con los dedos.
Puedo sentirla.
En la primera semana me he dedicado a hacerle preguntas que, por mucho que lo moleste, no ha soltado palabra alguna. Por mucho que me esté ilusionando, no puedo evitar sentir que podría salir en verdad. Que funcionará.
Sin proponérmelo tararee una pequeña canción, luego, la canto con la mayor de las dulzuras:
Oh ma douce souffrancePourquoi s'acharner? Tu recommencesJe ne suis qu'un être sans importanceSans lui, je suis un peu paroJe déambule seule dans le métro
Une dernière dansePour oublier ma peine immenseJe veux m'enfuir que tout recommenceOh ma douce souffrance
Je remue le ciel, le jour, la nuitJe danse avec le vent, la pluieUn peu d'amour, un brin de mielEt je danse, danse, danse, danse, danse, danse, danse
No continúo porque no me acuerdo muy bien del resto de la letra, hace mucho que no la cantaba. Esa es la letra que nunca se va de mis pensamientos. Siempre termino cantándola sin darme cuenta de ello. No sé si es por la letra o simplemente es una bella canción que disfruto mucho.
–Tienes una voz hermosa. ¿Dónde aprendiste hablar francés? –escuchó la voz de Sebastián, intrigado e impresionado.
–No lo hablo, solo he oído esta canción tantas veces que puedo cantarla sin ningún problema –digo a modo de explicación –. Al menos, la primera parte. ¿Quieres que me detenga o te demuestro que tanto se cantar en francés?
Una risita ahogada brota de sus labios.
– ¿En serio no sabes lo que significa? –parece intrigado.
–Algo sobre un último baile o algo así, no sé, soy mala recordando historias –encojo los hombros pese a que sé que no me está mirando, sino fuera por las cadenas, olvidaría que soy prisionera y él uno de mis carceleros. Qué triste –. ¿Ahora me dejas terminar de cantar o hablamos un rato?
–Prefiero escuchar una dulce melodía que una irritante voz.
– ¡Ve que es la misma voz la que te habla y canta, Sebastián!
–No responderé a ese mote ofensivo.
–Ya lo hiciste, zanahoria.
Vuelvo a lo que hacía, cantar.
***
En la segunda semana considere seriamente en cambiar mi actitud para con mi tío y los científicos; procurando volver a actuar como la chica ingenua que creía en ellos, la chica voluntariosa.
Hoy tomaran unas muestras de sangre, nada más, al parecer hubo unos problemas con las anteriores muestras y querían unas nuevas. No objete al ver la aguja pese a que les temía. Como las detestaba.
– ¿Qué ocurrió con las anteriores muestras? ¿Otra vez Steven las contamino con algún químico o algo? –le pregunte a Rhae, que tantea la aguja entre sus dedos con maestría, su toque es suave a la hora de sacar sangre tanto que casi ni la siento.
Ella tararea.
–Esta vez Steven no fue tan descuidado –responde, clavando la aguja a mi piel –, al menos, no esta vez. Steve puede ser un tonto a veces y más con esas tontas novelas que lo distraen –agrega con algo de gracia.
– ¡Oye!
Steven nos lanzó una mirada con fingido enojo antes de volver a su papeleo con el ceño fruncido.
Steven Toledo, de todos los científicos de aquí es el más humano y agradable de todos, sin contar que me cae bien desde que se atrevió a desafiar la orden de mi tío a ciertas pruebas que este quería someterme; por suerte, mi tío lo escucho pero se aseguró que no tuviera más contacto con él más que mirarnos a la distancia.
–Y de Bea no dirás nada, ¿no? –Steven señala disimuladamente con la cabeza a Bea quien parece estar buscando algo entre murmullos ansiosos.
–Igual…
Las luces rojas junto con el sonido de la alarma acallan la réplica de Rhae. Veo como varias personas corren en dirección de la emergencia, algunas de ellas portan armas de choques y sedantes. Corren hacía la sala de “pruebas físicas”, en el ala norte; donde los gritos y gruñidos que logro escuchar me erizaron la piel. Rhae toma la última muestra de sangre, guardándola en esos tubos de ensayo, con rapidez. Una vez que las guarda, mira a Sebastián, hace un ademán con la mano en una orden muda para sacarme de ahí y ponerme a salvo.
Claro, no porque se preocupe ni nada, no puede permitirse que me pase algo sino quiere tener problemas con Joshua.
Sebastián me toma del brazo y me saca del laboratorio a paso rápido. Pero, antes de que cruzáramos el pasillo, logre ver como se formaba un gran charco de sangre en el piso.
Esa misma noche recibí la desagradable visita de mi tío quien, al parecer, estaba preocupado por mi bienestar.
–Me alegra que no te haya pasado nada –dice, dejando un paquete en la mesita de noche como en cada visita –. Te traje algo para que pases el rato. Espero y te guste.
– ¿Cuántas perdidas hubieron? –pregunte moviendo sonoramente las cadenas ocasionando un ruido molesto –. Porque vi sangre, mucha sangre, de hecho. ¿Eran de tus hombres o de esa… cosa?
– ¿Acaso importa?
–Lo hace porque no quiero terminar así.
Tintineo.
–No será así –asegura.
– ¿Tú, qué sabes?
Tintineo.
–Solo lo sé, Nereida. Tú no eres como ellos –su voz falla, un tic se instala en su ojo izquierdo.
Tintineo.
Tintineo.
Tintineo.
– ¡Ya deja de hacer ese ruido! –Él gritó, por fin, perdiendo un poco los estribos.
– ¡Pues quítamelas, entonces! –grite, de vuelta.
Si se acercaba más podría ahorcarlo con ellas, pero ¿después qué? ¿Qué pasaría conmigo?
Mi tío toma una respiración larga y profunda. Peina su cabellera llena de escalas negros, grises y blancos detrás; acomoda su chaleco y me mira con toda la paciencia del mundo. Sus ojos azul pálido cual muerto trasmiten cansancio, pero ¿de qué exactamente?
–El fin justifica los medios, Nereida, y todo lo que hago es por el bien común, ¿lo entiendes? –no respondí y desvié la mirada. Suspira y apuesto a que está negando con la cabeza –. Es una lástima, una verdadera lástima que me veas como tu enemigo. Tú misma te pusiste en esta posición, Nereida, no yo. Nunca lo quise.
“Pero lo hiciste”, acuse, volteando a verlo llena de reproche.
Suspire profundamente, debo calmarme.
–Prometo hacer todo sin alboroto alguno –digo en cambio. Voltea a verme, me mira a los ojos, no puedo creer que aún pueda sostenerme la mirada –. Ya estoy cansada de pelear… tío. Quiero que esto acabe. No me gusta sentirme agotada física y mentalmente todos los días. Ya no quiero.
Siento su mirada escudriñarme, buscando la mentira en mis palabras.
Mi tío no dice nada y, cuando sale de mi celda, agarro el paquete y lo arrojo con furia contra la puerta por la que acaba de salir. Mientras escucho que lo estaba adentro se resquebraja junto con mi orgullo; que bueno que pude haberme contenido ante su presencia y no terminar arrojarle todo el veneno que llevo dentro.
Mientras las lágrimas calientes corren por mis mejillas, jure:
“Entonces, el fin justifica los medios. Que así sea”.
Sé que ha sido un proceso algo lento, pero, logre por fin que Sebastián hablara un poco más conmigo. Ya no sonaba tan forzado o jocoso, y parecía que se estaba acostumbrando a mi presencia. Aunque, si bien; procuraba mantener su seriedad y “profesionalismo” ante las conversaciones. De vez en cuando soltaba una que otra anécdota de su vida antes de venir aquí, cosa que lo hacía más humano ante mis ojos, y no como ese peón que utilizo para mis fines. Temo que tenga represalias cuando escape. Buscaran a un culpable y él pagara por los platos rotos. “Saldrá limpio, no le pasara nada”, trate de convencerme, “Además, él puede cuidarse solo”. Masajee levemente mis muñecas para después hacer círculos con ellas. Al comportarme como le dije que haría a mi tío. Este me ha devuelto otro “privilegio”. Aunque, claro, no es como que volveré a caminar por mis anchas en este lugar como antes; pero admito que prefiero estar libre de cadenas que estar siendo acompañada a todos lados. Se siente bien n
Mis piernas temblaban, mis pulmones ardían, mi respiración era pesada y errática. Pero aun así no me detuve. No me detendrá por nada en el mundo. Apenas podía ver, chocaba con árboles obstáculos que me hacen tambalear pero no caer, no les daría la ventaja. No me detengo. Los podía oír acercarse podía ver el reflejo de sus linternas, sus gritos y advertencias. Me negaba a parar. Lágrimas calientes rodaban por mis mejillas estaba asustada, aterrada de volver al encierro y sabía que si volvía mi tortura será peor. Desde hace rato me quite el tapabocas y la bata pero no por eso me volví rayo veloz. El camino tampoco era un campo de rosas las piedritas y ramas me lastimaban los pies, las ramas se enredaban en mi cabello y se enganchaban en mi ropa; oigo como mis captores se acercaban aún más. Y, sin previo aviso, me detengo abruptamente en el borde de un acantilado. Abajo podía escuchar una corriente de agua fuerte e indomable. Jadeo por un poco de aire mientras la adrenalina aun corre
Shane Han pasado ya unos días desde que estamos aquí. Desempacar no nos tomó mucho tiempo. Los días aquí son lentos, sin contratiempos, tranquilos. Algo relajante y aburrido al mismo tiempo. Supongo que mamá quería esto para nosotros; un lugar donde podamos estar tranquilos. Salgo del baño luego de tomar ducha de agua fría para aclarar mis ideas. Remuevo un poco mi cabello castaño antes de mirarme al espejo por un momento. “Tal vez lo corte un poco”, me digo mientras lo seco con la toalla. Una vez vestido, bajo para desayunar. Entro al comedor donde todos están reunidos, mi hermano esta con el semblante serio y apenas ha tocado su comida, su actitud no ha cambiado mucho. Mi prima, por el contrario, come como una máquina lo cual me sorprende y se me antoja gracioso en partes iguales. –Buenos días –saludo como corresponde. Mi tía se levanta con una gran sonrisa. –Buenos días, Shane. Siéntate, ya busco tu plato –la detengo con un ademán de manos. –Tranquila, puedo hacerlo. Tú come
Nereida Escuchaba voces a mí alrededor. Se escuchaban preocupados pero… ¿quiénes son? Siento un dolor agudo en la parte posterior de mi cabeza, ni qué decir del resto de mi cuerpo. Todo me duele. Todo me arde. Sentía entumecimiento pero también la suavidad de una superficie, parecía estar flotando en una nube. Aunque seamos honestos, cualquier superficie era mejor que ese estúpido colchón que se hacía llamar cama en mi antigua celda. Me remuevo un poco tratando de abrir mis ojos, las voces se detuvieron abruptamente y, cuando logre abrirlos lo primero que vi es a un chico de cabello castaño; piel clara, rostro afilado y dos pozos oscuros que eran sus ojos. Se veía preocupado y aliviado en partes iguales. Pero… ¿Por qué? Por un momento creí que ya todo había terminado. Hasta pensé que me quedaría en un limbo, o en un campo, o entre las nubes; hasta incluso pensé que estaba soñado -un sueño muy vivido- de que había logrado escapar, finalmente. Al mirar a mí alrededor veo a una chica
Shane El miedo y terror que transmitían los azulados ojos de Nereida me dejaron paralizado, inútil e incapaz de poder actuar o hablar con elocuencia. Nunca había visto tanto miedo en una sola mirada. Se dice que es la ventana del alama y los de ella transmitían todo. Bajo las escaleras con una lentitud agonizante, tomándome el tiempo que sea necesario para mentalizarme y actuar lo más tranquilo posible. Al acercarme a la puerta principal ya me encontraba preparado para lo que venga, podría ser cualquier cosa. Al abrir la puerta veo a cuatro hombres vestidos de negro. Los observo con cautela, analizándolos con detenidamente desde sus rostros serios hasta su intimidante tamaño. Uno de ellos carraspea un poco antes de hablar: –Buenas, joven –saludó mientras se esforzaba por mirar más allá de la entrada, los otros hombres miraban a su alrededor atentos, alertas. –Buenas –salude. –Buscamos a una chica, ¿no la habrás visto? Se escapó de sus cuidadores, su tío está sumamente preocupado
–Traje todo lo que tengo, así podrás elegir el que más te guste o te llame la atención. Oh… –paró en seco, sonrió un poco –, veo que te gustaron las galletas. Bueno, aquí tienes también una toalla, ¿puedes levantarte sola? –Guarda silencio unos segundos –. ¡Pero que tonta! Si hace como cinco minutos corriste y te encerraste en el baño, debo estar hablando mucho, ¿no? –Antes de que pudiera responder –. Lo siento, es que estoy muy nerviosa, nos has pegado un gran susto y… bueno, a mí casi me da un ataque. No digo nada; solo espero a que termine de hablar. Ni los loros hablan tanto como ella. Pobrecilla, debí asustarla y poner su día de cabeza, ha de estar con los nervios de punta. Cuando terminé las galletas me di cuenta de que sin ellas la charla de Macaria me exasperaba de cierta manera, es decir; ¿cómo es posible que pueda hablar tanto sin respirar? Parece una tarea extraordinaria. Examine los envases que ha traído para mí, y me encuentro tomando uno que dice aloe vera y otro con ol
Los siguientes días fueron tranquilos, demasiado, por lo cual me tienen algo inquieta. Descubrí que la madre de Macaria es un amor de persona solo que algo excéntrica, claro, pero un amor al fin y al cabo. Macaria y yo nos llevamos bien al igual que con Michael ¿pero Shane? Es otra historia; nuestras personalidades chocan de vez en cuando, quiero decir: es un chico lindo, divertido, pero serio cuando la situación lo amerita, y al parecer yo soy una situación que lo amerita. Digo, sé que no debe ser fácil tener a una chica con “poderes” por así decirlo y que tenga a un grupo de hombres armados detrás de dicha chica… de hecho si lo pienso bien; no lo culpo ahora por ser tan serio a mi alrededor, pero es demasiado. Su actitud me hace sentir como una bomba de tiempo. “¿Cómo culparlo? Lo empapaste al primer berrinche”, riñe lo que parece ser mi subconsciente. Aprieto los labios en un gesto avergonzado, creo que me pase esa vez. Pero igual me reí por la cara que puso Shane debí tener una
El pequeño pueblo Hypnos Creed es muy lindo y pintoresco a pesar de que es pequeño y alejado de la civilización más cercana. Por lo que sabía estaba en el estado de Oregón, Estados unidos. Al menos no estaba en un país desconocido ni nada por el estilo, debía darle crédito a mi tío por no irnos muy lejos de casa; siempre fue un hombre inteligente pero muy irritante con su ego de superioridad.Yo, en cambio, siempre dijo que era inteligente pero no muy lista.Las calles estaban casi vacías, haciendo de la noche deprimente para mí, no esperaba una fiesta ni nada solo no creí que este lugar fuera tan aburrido. Macaria me explico que el pueblo es un lugar turístico gracias a sus paisajes naturales; pero que siempre parecía apagarse cuando cae la noche y que solo los jóvenes son los que pasean por las calles nocturnas hacia la taberna, el único lugar lo bastante parecido a una discoteca para ellos.Macaria estaciona la camioneta cerca de la estación de buses. Todos bajamos sin ningún contr