Fui una niña normal o al menos eso creía. La verdad es que no recuerdo mucho de mi infancia. Solo sé que fui encerrada por un don que poseo. Y por ello han decidido experimentar conmigo, como si fuera una rata de laboratorio, solo un sujeto de prueba desde entonces.
Mis padres creían que al entregarme a mi tío era por mi bien.
Mi tío les había asegurado que me ayudaría a ser una niña normal y que no tenían de que preocuparse; ya que yo estaría en buenas manos. ¡Puras mentiras! ¡Puros castillos en el aire!
¡Estuve encerrada por más de diez años!
Mi vida ha estado en un limbo y todo por la persona que se hace llamar mi tío. Una persona con quien comparto sangre y que me trata peor que a un animal. Según él, está haciendo un bien, un favor; que es lo mejor para mí y que todo se resolvería. Pero desde hace años que la venda de mis ojos se ha caído y ya no le creo ni una sola palabra.
¡Hasta cuando respira miente!
Oigo el sonido metálico de la puerta abrirse sacándome de mis cavilaciones.
Es un guardia con cabello del color de la zanahoria, de mirada cautelosa y postura tensa.
–Levántate –ordenó.
Alce las cejas despectivamente, parece nuevo. Seguramente no sabe lo que tiene que hacer, pobrecillo. No sobrevivirá por mucho.
A veces, cada seis meses o un año, se contratan nuevos guardias para mantener el orden y la vigilancia del complejo para la contención de los individuos y evitar las fugas.
Le muestro las cadenas que tengo en ambas muñecas mientras una sonrisa irónica y amarga se instala en mis agrietados labios.
– ¿Cómo pretendes que me levante si no me quitas estas cosas? –Pregunto –. ¿Eres lento o ciego? ¿O ambos? Vamos, dime como me levanto y salgo con estas cosas.
El nuevo guardia aprieta los labios. Jala de mis cadenas con rudeza, hago una pequeña mueca. Rebusca entre sus bolsillos algo, la llave, seguramente.
–Sin trucos –advierte una vez que las tiene –, o te arrepentirás.
“Pobre, si es nuevo”.
–Lo que digas.
Procedió a quitármelas y me saca de la celda con menos rudeza.
Saben lo débil que estoy, no podría escapar ni aunque quisiera. Mi celda está ubicada en lo profundo de la instalación, casi en un sótano, por decirlo de alguna forma; sus paredes metálicas ahogan mis gritos de furia siendo mi única compañía la soledad, el enojo y el guardia que me vigila.
Humedezco mis labios agrietados. Mi garganta pide agua a gritos pero sé que no me la darán. Hasta eso lo controlan ellos.
Suelto un pequeño quejido cuando casi tropiezo.
Mis piernas apenas pueden sostenerme, siento mareos y unas ganas inmensas de desmayarme; esa prueba física fue demasiado exhaustiva, hasta para ellos. Ninguna fue tan exigente hasta ahora. Mis músculos están tensos y atrofiados, me duelen mucho.
–Eres nuevo, ¿verdad? –digo, para iniciar una conversación. Los pasillos son demasiados largos y extensos como para estar en silencio –. Se te nota a lenguas. Nunca te había visto. Y eso es decir mucho, he vivido aquí por mucho tiempo.
Me reí ante lo que acabo de decir.
“No vives aquí, eres una prisionera”, me recuerdo amargamente.
El tipo se tensa tanto que creo que le urge irse de vacaciones, se abstiene de decir palabra alguna. Otros guardias nos miran pasar y murmuran cuando me ven, algunas batas blancas me miran con ojos analíticos; de seguro apostaron a que no podría caminar por lo menos una semana.
Solo falta que me hagan linchar contra algo que sea como yo.
Nunca lo han hecho pero bien que son capaces.
– ¿Qué te hizo tomar el empleo? –Proseguí a pesar de que sé que no quiere hablar, mucho menos en el primer día con el sujeto de prueba –. Sé que deben pagar bien para esto, pero en verdad, ¿qué te hizo tomarlo? Hay muchos empleos en el mundo. No veo que tiene este de especial, bien pudiste haber encontrado otra cosa.
Suspira como si tratara de no estrangularme.
Sonrió. Puedo ser muy irritante cuando me lo propongo.
Antes de que pudiera decir algo más, las puertas metálicas se abren revelando a la persona que más odio en este mundo. Si las miradas mataran él ya estaría a veinte metros bajo tierra. El guardia se detiene junto a mí esperando una orden, el pobre no sabe qué hacer.
Mi tío le hace una seña con la mano.
–Puedes irte, ya cumpliste con lo ordenado –el guardia asiente, retirándose.
Pero antes de que pudiera cruzar la puerta, grite:
– ¡Qué bonita charla tuvimos, amigo! –me mira con extrañeza e irritación antes de salir. Sonrió para mis adentros, logré cabrearlo un poco.
Oigo el chasquido de los dedos delgados y decrépitos de mi tío. Varias mujeres y hombres con batas entran al laboratorio. Lo miro con todo el odio que mi mirada puede evocar, él hace una mueca con fingido pesar y hace ademán de acercarse a mí.
–Ni se te ocurra –siseo como un animal salvaje –. Un paso más y pierdes la vida. Y bien lo sabes, tío.
Se detiene a un paso de distancia. Manteniendo una distancia prudente.
A veces odio ver por momentos a mi papá en su lugar, ambos son muy parecidos físicamente.
–No le harías daño a tu propio tío, ¿verdad? Solo hago esto por tu bien –pone sus manos en su espalda. Torcí la boca, molesta –. Después de todo, solo quiero ayudarte. Te has vuelto fuerte. Lista. Y todo gracias a mí, cariño.
–Así como tú no le harías daño a tu sobrina. Y ni siquiera eres capaz de descifrar esto. Solo experimentas conmigo y otros. Que pena me dan. Si uno de ellos escapa y los atrapara en estás cuatro paredes –pauso, finjo estremecerme –, los destrozarían y yo lo gozaría.
–Sé que estás molesta, Nereida, pero no digas esas cosas –dice a modo de regaño, su voz cansada –. Agradece que no has terminado como los otros.
Con los otros, se refiere a los desafortunados que terminan siendo meros sujetos de prueba para el mejoramiento del ser humano y otros, en el peor de los casos; terminar dando espectáculos sangrientos en peleas clandestinas donde los peleadores se mataban para sobrevivir una noche más. O eso fue lo que escuche cuando Mike se le va la lengua hablando con otro guardia.
Y, sin contenerme, le escupo en la cara. Retrocede un par de pasos sorprendido, luego, saca un pañuelo de su saco azul marino y limpio su rostro con la elegancia que siempre lo ha caracterizado. Lo odio también por eso. Parece que nada lo perturba.
Las miradas y jadeos sorprendidos ante la escena no se hicieron esperar pese a que no es la primera vez que demuestro mi desagrado a base de acciones, como esta, a escupir para alejar el mal.
–Es una verdadera lástima –dice, una vez terminada su tarea. Su mirada opaca choca con el mar vivo de mis ojos –. Si te hubieras portado bien te habría permitido salir al jardín un rato, siempre amaste el jardín.
Con un ademán de mano a una de las científicas cercanas y, antes de que pudiera reaccionar, un pinchazo en mi cuello es todo lo que necesito para dejarme fuera de combate. El vértigo empeora, las náuseas se hacen presente mientras mi vista se torna borrosa y caigo en los brazos de la inconsciencia; lo único que vi antes de dejarme llevar es a Joshua Waters, mi tío y carcelero, con un rostro afligido y mirada decidida.
Desperté dos días después, como siempre, cuando hacen sus pruebas me deja en tal estado de sueño. Mi cabeza daba vueltas. Mis brazos estaban entumecidos aunque no me sorprendía del todo, ya que estos estaban encadenados y mis parpados luchaban por permanecer abiertos. Oí el chirrido de la pequeña rendija; los alimentos se reparten a través de una plataforma que viaja desde la parte superior, deteniéndose en un periodo fijo en cada piso. Tome mi charola con comida y un vaso pequeño con agua. No es mucha, pero al menos me quitara la sed. El siseo de las cadenas contra el suelo da una sensación escalofriante. Tomo el vaso y bebo todo sin dejar una sola gota mientras cierro los ojos, disfrutando del preciado líquido, es un completo alivio para mi seca garganta. Un suspiro satisfecho brota de mis labios. Ya no tengo sed. Ellos al ver mi don se asustaron. Papá le pidió ayuda a su hermano el cual acudió rápidamente (debo decir que antes tenía una buena relación con él), era mi tío favorit
Luego de despertar de nuevo en mi celda con una charola con el doble de mi porción, me negué en rotundo a comer. Sebastián, mi nuevo guardia, reporto esto de inmediato pero mi tío le dijo que como él es el responsable de mí, debía hacer lo que sea necesario para que comiera. Al principio, intento comer conmigo diciendo que no estaba envenenada y que me estaba haciendo daño al no alimentarme. Luego, amenazó con darme él mismo la comida y, cuando lo intentó; le hice una llave y amenace con rajarle el cuello con un tenedor de plástico: no lo volvió a intentar. –Escucha, tienes ciertos privilegios que los otros no tienen, ¿sabes? –empieza a decir, mientras deslizaba en la ventanilla la charola con sumo cuidado. Ahora él se encargaba personalmente de darme la comida –. Sé que esto no es lo que quieres escuchar, menos de mí, pero si no lo haces vendrá alguien más y no será tan tolerante contigo. La suplica en su voz hace que sonría, la borro de inmediato y me acerco, tomo la bandeja y empi
Sé que ha sido un proceso algo lento, pero, logre por fin que Sebastián hablara un poco más conmigo. Ya no sonaba tan forzado o jocoso, y parecía que se estaba acostumbrando a mi presencia. Aunque, si bien; procuraba mantener su seriedad y “profesionalismo” ante las conversaciones. De vez en cuando soltaba una que otra anécdota de su vida antes de venir aquí, cosa que lo hacía más humano ante mis ojos, y no como ese peón que utilizo para mis fines. Temo que tenga represalias cuando escape. Buscaran a un culpable y él pagara por los platos rotos. “Saldrá limpio, no le pasara nada”, trate de convencerme, “Además, él puede cuidarse solo”. Masajee levemente mis muñecas para después hacer círculos con ellas. Al comportarme como le dije que haría a mi tío. Este me ha devuelto otro “privilegio”. Aunque, claro, no es como que volveré a caminar por mis anchas en este lugar como antes; pero admito que prefiero estar libre de cadenas que estar siendo acompañada a todos lados. Se siente bien n
Mis piernas temblaban, mis pulmones ardían, mi respiración era pesada y errática. Pero aun así no me detuve. No me detendrá por nada en el mundo. Apenas podía ver, chocaba con árboles obstáculos que me hacen tambalear pero no caer, no les daría la ventaja. No me detengo. Los podía oír acercarse podía ver el reflejo de sus linternas, sus gritos y advertencias. Me negaba a parar. Lágrimas calientes rodaban por mis mejillas estaba asustada, aterrada de volver al encierro y sabía que si volvía mi tortura será peor. Desde hace rato me quite el tapabocas y la bata pero no por eso me volví rayo veloz. El camino tampoco era un campo de rosas las piedritas y ramas me lastimaban los pies, las ramas se enredaban en mi cabello y se enganchaban en mi ropa; oigo como mis captores se acercaban aún más. Y, sin previo aviso, me detengo abruptamente en el borde de un acantilado. Abajo podía escuchar una corriente de agua fuerte e indomable. Jadeo por un poco de aire mientras la adrenalina aun corre
Shane Han pasado ya unos días desde que estamos aquí. Desempacar no nos tomó mucho tiempo. Los días aquí son lentos, sin contratiempos, tranquilos. Algo relajante y aburrido al mismo tiempo. Supongo que mamá quería esto para nosotros; un lugar donde podamos estar tranquilos. Salgo del baño luego de tomar ducha de agua fría para aclarar mis ideas. Remuevo un poco mi cabello castaño antes de mirarme al espejo por un momento. “Tal vez lo corte un poco”, me digo mientras lo seco con la toalla. Una vez vestido, bajo para desayunar. Entro al comedor donde todos están reunidos, mi hermano esta con el semblante serio y apenas ha tocado su comida, su actitud no ha cambiado mucho. Mi prima, por el contrario, come como una máquina lo cual me sorprende y se me antoja gracioso en partes iguales. –Buenos días –saludo como corresponde. Mi tía se levanta con una gran sonrisa. –Buenos días, Shane. Siéntate, ya busco tu plato –la detengo con un ademán de manos. –Tranquila, puedo hacerlo. Tú come
Nereida Escuchaba voces a mí alrededor. Se escuchaban preocupados pero… ¿quiénes son? Siento un dolor agudo en la parte posterior de mi cabeza, ni qué decir del resto de mi cuerpo. Todo me duele. Todo me arde. Sentía entumecimiento pero también la suavidad de una superficie, parecía estar flotando en una nube. Aunque seamos honestos, cualquier superficie era mejor que ese estúpido colchón que se hacía llamar cama en mi antigua celda. Me remuevo un poco tratando de abrir mis ojos, las voces se detuvieron abruptamente y, cuando logre abrirlos lo primero que vi es a un chico de cabello castaño; piel clara, rostro afilado y dos pozos oscuros que eran sus ojos. Se veía preocupado y aliviado en partes iguales. Pero… ¿Por qué? Por un momento creí que ya todo había terminado. Hasta pensé que me quedaría en un limbo, o en un campo, o entre las nubes; hasta incluso pensé que estaba soñado -un sueño muy vivido- de que había logrado escapar, finalmente. Al mirar a mí alrededor veo a una chica
Shane El miedo y terror que transmitían los azulados ojos de Nereida me dejaron paralizado, inútil e incapaz de poder actuar o hablar con elocuencia. Nunca había visto tanto miedo en una sola mirada. Se dice que es la ventana del alama y los de ella transmitían todo. Bajo las escaleras con una lentitud agonizante, tomándome el tiempo que sea necesario para mentalizarme y actuar lo más tranquilo posible. Al acercarme a la puerta principal ya me encontraba preparado para lo que venga, podría ser cualquier cosa. Al abrir la puerta veo a cuatro hombres vestidos de negro. Los observo con cautela, analizándolos con detenidamente desde sus rostros serios hasta su intimidante tamaño. Uno de ellos carraspea un poco antes de hablar: –Buenas, joven –saludó mientras se esforzaba por mirar más allá de la entrada, los otros hombres miraban a su alrededor atentos, alertas. –Buenas –salude. –Buscamos a una chica, ¿no la habrás visto? Se escapó de sus cuidadores, su tío está sumamente preocupado
–Traje todo lo que tengo, así podrás elegir el que más te guste o te llame la atención. Oh… –paró en seco, sonrió un poco –, veo que te gustaron las galletas. Bueno, aquí tienes también una toalla, ¿puedes levantarte sola? –Guarda silencio unos segundos –. ¡Pero que tonta! Si hace como cinco minutos corriste y te encerraste en el baño, debo estar hablando mucho, ¿no? –Antes de que pudiera responder –. Lo siento, es que estoy muy nerviosa, nos has pegado un gran susto y… bueno, a mí casi me da un ataque. No digo nada; solo espero a que termine de hablar. Ni los loros hablan tanto como ella. Pobrecilla, debí asustarla y poner su día de cabeza, ha de estar con los nervios de punta. Cuando terminé las galletas me di cuenta de que sin ellas la charla de Macaria me exasperaba de cierta manera, es decir; ¿cómo es posible que pueda hablar tanto sin respirar? Parece una tarea extraordinaria. Examine los envases que ha traído para mí, y me encuentro tomando uno que dice aloe vera y otro con ol