4. JUEGO PELIGROSO (8/12)

La vi moverse. Lentamente, gateando por la cama hacia mí, como una felina cautelosa. «¿Qué pretende ahora? ¿No se da cuenta de que esto es una tortura para mí?». Suplicó, con la voz rota y los ojos llenos de lágrimas que me quemaban más que cualquier insulto.

—Por favor… no te vayas —Su voz era un hilo de voz, cargado de desesperación—. No hice nada. Te lo juro. No estuve con nadie.

«Miente. Puedo olerlo. Puedo sentirlo.» La rabia volvió a rugir en mi interior, amenazando con consumirme. «¿Cree que soy estúpido? ¿Que no me doy cuenta de lo que pasó?».

—¡Te olí! —Le grité, incapaz de contenerme más. La furia me cegaba, haciendo que mis palabras salieran como dagas envenenadas—. ¡Apestabas a alcohol con esa mezcla barata de mi perfume!

Su rostro se contrajo ante mis palabras, y una mueca de dolor se dibujó en sus labios. «Sé que la estoy lastimando. Pero no puedo evitarlo. Necesito que entienda la magnitud de su error.»

—Por favor… escúchame… —Volvió a suplicar, acercándose aún más. «No. No puedo dejar que se acerque. No puedo permitir que me vuelva a tocar.»

—¡Vete! —Le ordené, apartándome de ella—. Vete de mi habitación. Vete de mi vida.

Pero ella no se movió. Al contrario, se acercó aún más, desafiando mi rechazo, ignorando el veneno en mis palabras. «¿Qué está haciendo? ¿Por qué no se va?». Sus manos se aferraron a mi brazo, y sus ojos, ahora llenos de una intensidad que me heló la sangre, me miraron fijamente.

—No me voy a ir —Dijo con voz firme, desafiándome—. Necesito que me escuches. Necesito que me creas.

«No puedo creerla. No después de lo que pasó. No después de lo que olí.» La miré con desprecio, intentando ocultar el torbellino de emociones que me sacudía por dentro. «¿Por qué me hace esto? ¿Por qué me tortura de esta manera?».

Y entonces, me besó. De nuevo. Un beso desesperado, un beso que me tomó por sorpresa, un beso que derrumbó las pocas defensas que me quedaban. «Maldita sea. No puedo resistirme a ella.» Su sabor, su aroma, su tacto… todo en ella me atraía como un imán. «No debería estar haciendo esto. No debería besarla después de lo que pasó.» Pero mis principios se desvanecieron ante la intensidad de su beso, ante la necesidad de sentirla cerca, aunque solo fuera por un instante. «¿Por qué me besa? ¿Qué está intentando demostrar? ¿Acaso cree que con un beso va a borrar todo lo que pasó?».

Me resistí al principio, intentando mantener la compostura, intentando recordar la marca en su cuello, el olor a otro hombre en su piel. «No puedo olvidarlo. No puedo perdonarla. No puedo…». Pero su beso se intensificó, volviéndose más profundo, más demandante, y poco a poco, mis defensas comenzaron a ceder. «Maldita sea, Ariana… ¿Por qué me haces esto?».

—Sé que estuviste con otro… —susurré en una pausa que hicieron nuestros labios, la respiración entrecortada, el sabor de ella aún en mi boca, mezclado con un amargor que no podía identificar. «Maldita sea. ¿Por qué tengo que recordarlo? ¿Por qué tengo que torturarme con esta imagen?». Usé mis manos para crear una barrera entre nosotros, separándola suavemente de mí, tomándola por los hombros. Necesitaba verla a los ojos, buscar una explicación, una negación, cualquier cosa que calmara el huracán que se había desatado en mi interior. Pero en su mirada solo vi confusión y… ¿culpabilidad?

—¡Te vi las marcas! —Sentencié con furia contenida, apretando ligeramente mis dedos en sus hombros. «No puedo creer que me haya hecho esto. No puedo creer que me haya traicionado de esta manera. ¿Cómo pudo…?». La imagen de esa marca en su cuello, esa prueba irrefutable de la intimidad que había compartido con otro, me quemaba por dentro.

—No fue nada —intentó explicarse, con la voz temblorosa y los ojos llenos de lágrimas que amenazaban con derramarse—. En él te vi a ti.

«Mentira. Una m*****a mentira.» No podía creerle. No después de lo que había visto, de lo que había olido. «¿Cree que soy idiota? ¿Qué voy a creerme esa patraña?».

—Estaba enojada contigo… estaba en la fiesta de Kaia, ¿la recuerdas? —Continuó, intentando justificar lo injustificable.

—No —Respondí secamente, apartando la mirada. No quería verla. No quería ver la mentira en sus ojos. «Y te hubieses quedado con él. Hubieras seguido con tu farsa con él. No me necesitas. Nunca me has necesitado.» El dolor me apretaba el pecho, dificultando mi respiración.

—¡Te quiero a ti! —Exclamó con desesperación, poniendo una mano en mi pecho.

Sentí su tacto a través de la tela de mi camisa, y un escalofrío me recorrió el cuerpo. «Maldición. Su tacto… incluso después de todo esto, su tacto sigue afectándome.» Pude sentir mis latidos imprudentes latiendo con fuerza bajo su mano, delatando mi agitación. Temía que pudiera oírlos, que pudiera sentir la traición de mi propio cuerpo. «¿Por qué me haces esto, Ariana? ¿Por qué me sigues confundiendo?».

—Es costumbre… —Dije con amargura, apartando su mano de mi pecho—. Es una farsa.

—Sé que no es así… —Susurró con la voz entrecortada, con la mirada fija en mis ojos. «Me está suplicando que la crea. Me está pidiendo que la perdone.»

—¡Estuviste con otro! —Le grité, la voz cargada de dolor y rabia—. ¿Por qué viniste, Ariana? —Pregunté con un hilo de voz, con la mirada fija en sus ojos, buscando una respuesta que sabía que nunca llegaría. «¿Por qué me haces esto? ¿Por qué me torturas de esta manera? ¿Por qué no te quedaste con él?». El perfume de ella, una mezcla de flores dulces y mi propio aroma, me revolvía el estómago, mezclándose con el recuerdo del otro perfume, del perfume de él. La miré con intensidad, con la respiración entrecortada, deseando con todas mis fuerzas que me dijera la verdad, aunque esa verdad me destrozara por completo.

—No, Ethan. No fue así —Dijo con firmeza, negando con la cabeza—. No pasó nada con él. Te lo juro. Estaba molesta, sí. Estaba confundida. Pero no pasó nada. Nada de nada.

«¿Cómo puede seguir mintiéndome? ¿Cómo puede ser tan descarada?». La miré con incredulidad, sintiendo la rabia crecer de nuevo en mi interior. «¿De verdad cree que voy a creerme esa mentira? ¿De verdad cree que soy tan estúpido?».

—Te olí, Ariana. Oí tu respiración, sentí tu cuerpo. Sé que estuviste con alguien. No me mientas.

—No te estoy mintiendo —insistió, con los ojos llenos de lágrimas que finalmente comenzaron a caer por sus mejillas—. Por favor, créeme. No pasó nada. Solo… solo hablamos.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP