Hugo acompaña a Trinidad a su sitio sin demostrar su invalidez, dentro del despacho reinaba una penumbra tensa. Se notaba que trataba a Trinidad con extremo cuidado, como si fuera una mujer embarazada. Trinidad lo percibió y jugó el juego que había iniciado su esposo, mientras Laura y Mateo los observaban con los ojos entrecerrados. Con sumo cuidado, Trinidad se sentó. Hugo se giró lentamente, pero mantuvo una de sus manos apoyada en el hombro de su esposa.—Muchas gracias, Laura, por venir a vernos —habló despacio, sin apartar la mirada de Mateo, quien lo observaba con curiosidad—. ¿Puedes decirme el nombre de tu hermana en cuestión? Pero, sobre todo, el verdadero motivo por el que te has tomado la molestia de venir aquí con tu sobrino.Laura no era tonta, percibió la desconfianza en la voz de Hugo, y al notar cómo cuidaba a su esposa, se dio cuenta de que Trinidad deb&ia
Viviana levantó la cabeza para ver cómo el señor Andrés llegaba con una enorme caja en sus manos, justo cuando ella y Trinidad se disponían ir a encontrar a Federico. Éste lo había visto, al entrar en la sala caminando nerviosamente de un lugar a otro y muy a su pesar, sintió los celos adueñarse de su pecho. No obstante lo saludó cordialmente y se disculpó.—¡Papá! —lo saludó Trinidad entusiasmada. —Vamos a hablar con Federico que quiero preguntarle algo de leyes, pero ahora que llegaste no es necesario. Viví, ve tú a ver que quiere, yo me quedaré aquí. El señor Muñóz tuvo que hacer un gran esfuerzo para no maldecir, pues no quería dejar que Viviana fuera sola a encontrarse con su enamorado, pero no podía hacer nada al respecto. La vio alejarse sujeta del brazo de su mamá, en lo que Trinidad se prendía del suyo intrigada al sentir la caja que traía aquel.—¿Qué es eso papá?—Es un regalo para ti.—¿Un regalo?—Sí, ven vamos a tu habitación. ¿Dónde dejaste a tu esposo?—Está con Lando
Trinidad camina sola por el pasillo que conduce a su habitación. Luego de dejar a Viviana en su habitación donde se asombró al escuchar a su amiga feliz por como Federico prácticamente le había embutido como a una bebé con mucho cariño todas las galletas de crema que les sirvió su mamá y que para su sorpresa, no le habían caído mal.—¿Estás enamorada de Federico? —le había preguntado.—No lo sé Trini, me agrada la compañía de Federico, pero ahora soy la prometida de tu papá, tengo que mantener las apariencias, no voy a dejar que se burlen de él que es lo que sucedería si rompo el compromiso ahora.—Pobre papá, esa Leviña hasta lo hizo mentir de una manera así para poder salir de ella. Ojalá en verdad fueras su prometida y lo hicieras feliz, mi papá se merece toda la felici
Trinidad se quedó en silencio ante la pregunta que ella misma se formulaba. ¿Había olvidado a su ex prometido o seguía viéndolo en Hugo? Éste por su parte se alejó de ella y respiró profundo sintiendo que se estaba desesperando. Quizás no había manejado las cosas bien, quizás…El silencio se implantó en la habitación. Hugo ayudó a su esposa a llegar al baño que realizó una ducha, no como acostumbraba a meterse en la bañera un buen rato. El cerró la puerta para darle la privacidad que le había robado antes. Todavía se sentía culpable de haberle ocasionado ese susto a su mujer, cuando el timbre del teléfono lo sacó de sus pensamientos.—Dime Landon.—Disculpa Hugo, con el problema que se te presentó olvidé informarte de algo importante.—Está bien, ¿es sobre la obra? ¿Ha habido más problemas?—No, no se trata de eso, todo por ese lado está bajo control. Se trata de tu hermano Marcos.—¿Qué hay con él?—Bueno, que lleva días paseando con Valeria, y hasta se aparecieron en la obra. No est
Hugo se quedó observando a su esposa sin entender a cabalidad en que le estaba pidiendo ayuda. Estaba tan concentrado analizando todos los problemas que podía causar que Valeria se estuviera haciendo pasar por Trinidad, que no captó de inmediato el cambio de actitud de su esposa que no se había molestado, ni siquiera ofendido al enterarse de lo que hacía aquella. Giró despacio ante el silencio que siguió a su pregunta, para encontrarse a Trinidad sentada en la cama con una bata blanca que envolvía su recién bañado cuerpo, y a la cual tenía aferrada sus manos como si tuviera una lucha interna en si debía quitarla o no. Y fue entonces que comprendió a cabalidad lo que ella le pedía. Se quedó allí, quieto, sin saber cómo reaccionar ahora que su cuerpo se había enfriado y todas sus testosteronas dormían tranquilas, se enfrentó a un dilema emocional, tratando de reconciliar su amor por Trinidad con sus propios temores y dudas. El temor de recordar sus memorias perdidas le atormentaba. ¿
Con desespero caí de rodillas y me abracé a los pies del Cristo redentor sin percatarme de que aquella enorme cola que había querido para mi vestido de novia había cogido fuego. Yo rezaba y rezaba por un milagro. Mis pensamientos se entrelazaban en una danza caótica de angustia y desesperanza. Cerré los ojos con fuerza, sintiendo el calor abrasador quemando la piel de mis piernas, sabiendo que cada segundo que pasaba me acercaba más al abismo ardiente. Pero en medio de aquel caos infernal, con asombro, incredulidad, y creyendo que era un milagro que me concedía el cristo crucificado al que le rogaba aferrada a sus pies, la pequeña ventana encima de su cabeza se abrió en medio del fuego voraz y mi prometido apareció, me gritaba impulsándome a luchar por mi vida, a resistir hasta el último aliento.—¡Quítate el vestido Trini! ¿No ves que te estás quema
¡Me sentía tan dolida, miserable, pero sobre todo, me culpaba aún lo hago, de la muerte de Hugo! ¿Por qué tuve que llamarlo aquel día? ¿Por qué tuvo que ser él quien respondiera primero a mi llamado y enfrentara el fuego en lugar de los bomberos? ¿Por qué fue él quien perdió su vida y no yo? El remordimiento se enredaba en mi ser, hundiéndome en un abismo de autodestrucción emocional y no veía ni quería ver la realidad.—¡Tú papá te hubiese apoyado, no se hubiera separado de ti un instante Trinidad! No soy él y me duele pensar que lo culpaste de eso. Te entiendo, no me malinterpretes, pero no fuiste una buena hija, debiste saber que ese hombre que te dio la vida, estaría gustoso de haber estado en tu lugar. El señor Muñóz estaba realmente asombrado de escuchar como Hugo lo defendía. Se puso de pie enjugando sus lágrimas y entró despacio a la habitación y se quedó allí mirando la cara de dolor de su adorada hija, con el corazón roto en mil pedazos al escuchar su confesión y al fin e
La mente de Hugo se aceleraba con preguntas mientras se retiraba a su oficina, sintiendo una mezcla de miedo y curiosidad por la situación que se desarrollaba ante él. No podía evitar preguntarse cómo debía actuar ahora que el señor Andrés parecía haber descubierto algo que podría arruinar su matrimonio. En lo más profundo de su ser, temía que su pasado, que había olvidado hace mucho tiempo, estuviera resurgiendo para atormentarlo. Perdido en sus pensamientos, después de escuchar la conversación de la señora Andina con el que preguntó específicamente por la señorita Trinidad Fresneda, y ver como insistió en hablar con ella con urgencia, explicando que acababa de llegar al país, su mente se llenó de preocupación. El corazón de Hugo se había acelerado al escuchar su propio nombre mencionado por el visitante, quien se identificó como Hugo García, un viejo amigo de Trinidad Fresneda. La mención del apodo de Trinidad durante sus días universitarios envió un escalofrío por la espalda d