Al contestar el celular, se escuchó una voz fría. Lucía se presentó, diciendo que era la cita a ciegas que Benjamín había arreglado para Matías.

— Señor Guzmán, ¿le parece bien que nos reunamos? —preguntó Lucía Montero directamente.

Matías entrecerró los ojos, pero finalmente accedió.

Lucía lo citó a la una de la tarde en el salón de recepciones.

A la una en punto, ambos llegaron puntuales.

Lucía llevaba un vestido de seda perfectamente cortado que resaltaba sus curvas. Su cabello negro estaba recogido con un simple prendedor de jade. Con una suave sonrisa constante en su rostro, sentada allí parecía una obra de arte para ser admirada.

¿Quién hubiera imaginado que una mujer tan elegante y refinada sería la próxima cabeza de los Montero?

Lucía miró a Matías y fue la primera en saludar:

— Señor Guzmán, un placer conocerlo.

La mirada de Matías se posó en la mano extendida de Lucía. Sus dedos eran blancos como cebollines. No como las manos de Isabela, de huesos marcados.

Los ojos de Matías