Javier consideraba a Natalia como una hermana menor y pensaba que su interés en él era algo pasajero. Planeaba convencerla de regresar a Cañada Real cuando se le pasara el capricho.Sin embargo, la joven resultó ser aún más audaz de lo que esperaba. En una ocasión, Natalia le dijo a Javier que se iba y preparó una abundante cena de despedida. Javier, sin sospechar nada y feliz de que finalmente se marchara, comió con agrado todo lo que había en la mesa.Al terminar, Javier empezó a sentir un calor intenso y una inquietud inexplicable. Se dio cuenta entonces de que Natalia había puesto algo extraño en la comida.Javier sentía que iba a explotar, mientras Natalia lo miraba algo curiosa con sus grandes ojos parpadeantes.—Javier, ¿qué te pasa? —preguntó Natalia, acercándose con fingida inocencia.Con las venas del cuello hinchadas, Javier luchaba por controlarse:—¿Me preguntas después de lo que has hecho?Natalia fingió desconcierto:—Javier, ¿de qué hablas? ¿Qué he hecho acaso?Javier l
—¡Bájate rápido! —La voz de Javier contenía una advertencia velada.—No quiero, quiero que me lleves en brazos —dijo Natalia con una voz algo mimosa.Ella no había notado en lo absoluto el estado anormal de Javier.En ese preciso momento, vio que la cara de Javier se ponía cada vez más roja y su cuerpo cada vez más caliente. Preguntó con asombro:—Javier, ¿por qué tienes la cara tan roja?—¡No te muevas! —dijo Javier con voz grave.Cargando a Natalia, caminó apresurado hacia su habitación y finalmente la arrojó sobre la cama.De manera inesperada, Natalia lo abrazó por detrás.—Javier, ¿no te vayas, sí? Me da miedo la oscuridad, quédate a hacerme compañía.Javier le apartó las manos y se fue sin mirar atrás.Natalia lloró sola en la habitación. No pasó mucho tiempo antes de que sonara el teléfono.Miró de inmediato el identificador de llamadas y vio que era su padre. Todo el dolor contenido en su corazón salió de repente.Natalia gritó llorando:—¡Papá!Al escuchar a su preciosa hija l
Javier soltó una risita y dijo:—Andrés, cálmate. Natalia aún está dormida, no la despertemos.Al mencionar a Natalia, la respiración de Andrés se suavizó notablemente, temiendo molestarla.—Andrés, tú y Fernando deben estar cansados por volar tan tarde. ¿Por qué no descansan en la habitación de invitados esta noche? Mañana por la mañana los llevaré en coche al aeropuerto —les propuso atento Javier.Andrés gruñó desconcertado:—Veo que sabes cómo comportarte.Javier sonrió y respondió con modestia, luego los llevó a los dos a la habitación de invitados.A la mañana siguiente, cuando Natalia despertó, vio a sus dos hermanos rodeando a Javier como guardaespaldas, uno a cada lado.Exclamó con alegría:—¿Cómo es que están aquí?Al ver a Natalia, ambos mostraron expresiones de cariño. Fernando le explicó en detalle:—Anoche llamaste a papá diciendo que extrañabas la casa, así que vinimos de inmediato para llevarte de vuelta.Originalmente, Natalia se había escapado. Cuando los Andrade descu
El llanto se detuvo de forma abrupta. Natalia abrió los ojos y vio a Javier sentado allí.Miró a Fernando con enojo y dijo:—¡Fernando, tú también me engañas!—Si no decía eso, habrías seguido llorando desconsolada y hubieras inundado el lugar —dijo Fernando sonriendo—. Vinimos para llevarte de vuelta. Ve a empacar ahora tus cosas, nos iremos pronto.—No me iré —dijo Natalia enfadada—. Me quedaré aquí, aún no le he dado un hijo a Javier.Natalia miró de reojo a Javier con timidez después de decir esto.Javier se quedó atónito.Ni hablar de las caras estupefactas de Andrés y Fernando.Al oír esto, Andrés se adelantó y agarró el cuello de la ropa de Javier.Como llevaba tan solo una bata de dormir, cuando Andrés tiró de ella, se abrió, revelando así el torso musculoso de Javier.Natalia soltó un grito y apresurada se cubrió los ojos con las manos. Sin embargo, los dedos entreabiertos la traicionaron.Los ojos de Natalia, a través de los dedos, parecían estar pegados al cuerpo de Javier.
Viendo que Andrés estaba decidido, Natalia dirigió su mirada hacia Fernando.— Fernando...Fernando la miró con una leve sonrisa.— Andrés tiene razón, ya regresa con nosotros.— Ustedes... ustedes me están maltratando —dijo Natalia, limpiándose las lágrimas—. Le voy a decir a papá que de verdad me están tratando mal. Andrés y Fernando permanecieron impasibles.Natalia, sabiendo que esta vez no tenía escapatoria, se acercó a Javier y, agarrándolo fuertemente del brazo, le dijo:— Javier, tienes que esperarme. Prométeme por favor que me esperarás.Natalia le suplicó palabra por palabra.Javier, sumergido en la alegría de que Natalia se fuera, respondió con una sonrisa que no podía contener:— No te preocupes, lo prometo, te esperaré.Con esta promesa de Javier, Natalia dejó de hacer berrinche.Sin embargo, aún reacia, fue a empacar sus cosas. Con su deliberada demora, logró prolongar el proceso desde la mañana hasta el atardecer.En el aeropuerto, Natalia se despidió de Javier con relu
—¡Estás loco!Ese día era la gala benéfica de los Guzmán, e Isabela Mendoza, como secretaria de Matías Guzmán, debía estar a su lado para ayudarlo a manejar las cosas. En ese momento, sin embargo, estaba en el suelo, con su jefe por encima de ella. El sonido de la gente caminando fuera de la habitación la ponía muy nerviosa.—No te pongas tensa. —susurró él con voz apasionada en su oído—. Aquí solo estamos nosotros dos.Matías, el futuro jefe del Grupo Guzmán, había nacido con un estatus noble y un poder inmenso como nieto mayor de los Guzmán. Los extraños debían dirigirse a él de manera respetuosa como «señor Matías». Entre ellos, existía un abismo infranqueable. Hacía cinco años, Isabela, a los veinte años, había entrado como pasante en el Grupo Guzmán tras graduarse primera de su clase en finanzas en una universidad prestigiosa. A los veintitrés, se había convertido en la secretaria más joven de la oficina del presidente, y a los veinticuatro, debido a un incidente, había tenido re
Matías la miró con una expresión sombría. En ese momento, Catalina intervino.—Señorita Mendoza, ¿no se siente bien? —Isabela, conteniendo las náuseas, respondió.—Tengo problemas de estómago. —Al escuchar esto, Constanza frunció el ceño, algo incrédula.—¿En serio?Antes de que Isabela pudiera responder, otra oleada de náuseas la invadió. Sin pensarlo dos veces, se dio la vuelta y se dirigió al baño. En ese instante, Matías habló, dirigiéndose a su tía con voz fría.—La señorita Mendoza no es adecuada para Gabriel. Será mejor que busque a otra persona.Constanza soltó un suspiro de alivio. En el fondo, nunca le había gustado la procedencia humilde de Isabela. Si no fuera por el interés de Gabriel en ella, ni siquiera se habría molestado en acudir a Matías en busca de ayuda. Al principio, pensó que, si esta tal Isabela lograba sentar cabeza a su hijo, aceptaría su origen humilde. Sin embargo, ahora veía que solo aparentaba ser obediente y sensata; en privado, era como cualquier otra m
Matías, que ya parecía haber perdido el interés, de repente pareció revivir, y arrastró a Isabela a otra ronda apasionada. Solo cuando ella quedó exhausta sobre él, fue que tuvo la «bondad» de dejarla en paz.—No vayas. —dijo Matías con voz suave pero llena de autoridad.Ella, cansada en ese momento, lo ignoró y se quedó profundamente dormida. Cuando despertó al día siguiente, él ya se había ido. La amargura le llenaba el corazón mientras se arrastraba, con el cuerpo dolorido, hacia el baño. Al salir, la pantalla de su teléfono se iluminó con un correo electrónico de la oficina del presidente: su solicitud de renuncia había sido aprobada. Isabela salió de Praderas Esmeralda y compró un boleto de avión para volver a su ciudad natal. Al llegar a la puerta de su casa, Renata justo la abría, sorprendida al verla.—¿Cómo es que volviste hoy?Su madre, que había sufrido mucho en su juventud, parecía una mujer de setenta años, aunque apenas pasaba de los cincuenta. Luego se volvió y gritó ha