Capítulo3
Matías, que ya parecía haber perdido el interés, de repente pareció revivir, y arrastró a Isabela a otra ronda apasionada. Solo cuando ella quedó exhausta sobre él, fue que tuvo la «bondad» de dejarla en paz.

—No vayas. —dijo Matías con voz suave pero llena de autoridad.

Ella, cansada en ese momento, lo ignoró y se quedó profundamente dormida. Cuando despertó al día siguiente, él ya se había ido. La amargura le llenaba el corazón mientras se arrastraba, con el cuerpo dolorido, hacia el baño.

Al salir, la pantalla de su teléfono se iluminó con un correo electrónico de la oficina del presidente: su solicitud de renuncia había sido aprobada. Isabela salió de Praderas Esmeralda y compró un boleto de avión para volver a su ciudad natal. Al llegar a la puerta de su casa, Renata justo la abría, sorprendida al verla.

—¿Cómo es que volviste hoy?

Su madre, que había sufrido mucho en su juventud, parecía una mujer de setenta años, aunque apenas pasaba de los cincuenta. Luego se volvió y gritó hacia el patio.

—Nicolás, Isabela ha vuelto.

Casi inmediatamente, un joven de unos doce o trece años salió corriendo del patio. Era delgado y su rostro tenía un tono pálido enfermizo. Al verla, su rostro se iluminó de alegría.

—Isa, ¿por qué no me avisaste que venías? Podría haber ido al pueblo a recogerte.

—Si te lo hubiera dicho, no habría sido una sorpresa. —comentó ella con voz suave—. ¿Cómo has estado en estos últimos días? ¿Qué dicen en el hospital?

—El doctor Espinosa dice que, si no hay signos de rechazo en los próximos dos meses, probablemente esté fuera de peligro.

Nicolás era el hermano de Isabela, recogido por Renata. Ella decía que era un regalo del cielo y lo trataba como a un hijo propio. Y la joven también lo adoraba. Sin embargo, había nacido con una enfermedad cardíaca congénita, y la familia había gastado casi todos sus ahorros en su tratamiento.

Hace dos años, el corazón del niño falló de manera repentina. Aunque la cirugía fue exitosa, el hospital recomendó un trasplante de corazón. Ella pidió al hospital que estuviera atento a un corazón adecuado, y medio año atrás por fin encontraron uno compatible.

Isabela decidió programar la cirugía para Nicolás, y el alto costo de la operación la llevó a pedirle ayuda a Matías por primera vez. Y esa noche, hizo el amor con ella como un loco, y varias veces creyó que no podría soportarlo.

—Isa, ¿cuántos días te quedarás en casa esta vez? —Viendo la cara expectante de su hermano, respondió sin pensarlo.

—He renunciado a mi trabajo. De ahora en adelante me quedaré en casa, no iré a ninguna parte.

Nicolás gritó de emoción y corrió de vuelta a la casa para asearse. Renata se sentó con su hija frente a la puerta.

—Isa, qué bueno sería que pudieras volver a tu ciudad natal. En la gran ciudad, no se sabe hasta cuándo tendrás que seguir luchando. —Renata suspiró, con lágrimas en sus ojos turbios—. No me queda mucho tiempo. Solo espero que tengas a alguien que te cuide y se preocupe por ti. El doctor Espinosa es una buena persona. Nos ha ayudado mucho este último año. La última vez que Nicolás tuvo una reacción de rechazo después de la cirugía, si el doctor no hubiera venido de repente, probablemente no lo habría logrado. —Isabela sintió un nudo en el pecho.

—¿Cuándo pasó esto? ¿Por qué no me lo dijeron?

—Nicolás no quería que te lo dijéramos. Dijo que tu trabajo ya era lo demasiado duro y no quería preocuparte.

Respondió su madre antes de toser un par de veces. Isabela le dio palmaditas en la espalda para ayudarla a respirar.

—Le agradeceré en persona al doctor Espinosa.

Renata suspiró al oír esto. Ella siempre había sido una persona decidida, así que no quiso insistir más.

—Voy a prepararte el desayuno. —dijo antes de levantarse y dirigirse a la cocina.

—Si al doctor Espinosa no le desagrado, intentaré conocerlo mejor. —comentó su hija desde atrás.

Renata se volvió a mirarla, diciendo «bien» varias veces. Viendo la sonrisa que se extendía por su rostro, Isabela sintió un peso en su corazón. Al día siguiente, ante la insistencia de su madre, ella se armó de valor y contactó al doctor Espinosa. Acordaron encontrarse en la ciudad para conocerse mejor. Sin embargo, antes de que pudieran verse, Isabela recibió una llamada de su colega Camila Castillo.

—Isa, ven rápido a la empresa. El señor Matías se enteró de tu renuncia y está furioso. —dijo Camila por teléfono—. Dice que la oficina del presidente no tenía su permiso para aceptar tu renuncia, y que, si no te hacemos volver, nos despedirá a todos. —Ella guardó silencio por un momento, pero al final accedió a volver.

—Estoy en mi ciudad natal ahora, llegaré un poco tarde. —Al oír que estaba dispuesta a regresar, su compañera suspiró aliviada.

—No hay prisa, Isa. Te veo cuando regreses.

Luego colgó el teléfono. Fue a hablar con su madre, para no preocuparla, solo le dijo que había algunos proyectos que no había terminado de transferir y que necesitaba volver por un tiempo.

—Entonces ve rápido. Cuanto antes termines, antes podrás volver. Nicolás y yo te esperaremos en casa. —dijo Renata sin sospechar nada, ni siquiera insistiendo en que se quedara a almorzar antes de irse.

A la una de la tarde, llegó al edificio del Grupo Guzmán. Tomó el ascensor directo reservado para la oficina del presidente hasta el último piso, donde encontró la oficina en completo silencio. Camila, al ver a Isabela, la miró como si fuera una salvadora y señaló hacia la oficina del presidente. Ella entendió, llamó a la puerta y entró.

—¡Fuera! —rugió Matías, su voz retumbando en todo el piso.

Isabela fue golpeada por los documentos que el presidente le arrojó. Debido al cansancio de la noche anterior, perdió el equilibrio y cayó al suelo. El hombre, al oír el ruido, levantó la mirada y la vio en el suelo. Su mirada se oscureció. Al final, se acercó a ella y la levantó.

—¿Dónde te has lastimado?

Preguntó con un tono de preocupación. Ella giró la cara y se alejó de los brazos de Matías. Con expresión indiferente, dijo.

—Señor, mi renuncia es un asunto personal. Por favor, no involucre a los demás.

—Isabela, ¡no desafíes mi paciencia!

Escuchando la voz contenida de su jefe, ella quiso echarse a reír. Matías era un hombre tan dominante, arrogante y frío, y sin embargo había sido tan tolerante con ella. Era precisamente este trato especial lo que la había atrapado tan profundamente. Ella lo miró a los ojos y dijo con calma.

—Solo quiero terminar esta relación anormal. —En un segundo, él agarró la barbilla de su secretaria, con una burla juguetona en sus ojos.

—Mi indulgencia te ha hecho olvidar tu lugar, hasta el punto de atreverte a hacerme demandas. —Soltando su barbilla, Matías dijo con voz fría como el hielo—. ¡Fuera! —Cuando salió de la oficina, Camila se acercó.

—Isa, ¿estás bien? —La joven negó con la cabeza.

—No hables durante las horas de trabajo, vuelve a tu puesto.

La solicitud de renuncia de Isabela volvió intacta a su escritorio, ahora parecía una broma, burlándose de su presunción. Ella la arrojó al cajón, prefiriendo no verla. De todos modos, ya había transferido todo su trabajo antes de renunciar, así que no tenía mucho que hacer por el momento.

Isabela decidió tomar tres días libres. Compró otro boleto de vuelta a Zafiro, y como ya era tarde cuando llegó, se alojó en un hotel de la ciudad. El doctor Espinosa la llamó de repente. Al saber que estaba en Zafiro, la invitó a cenar juntos. Sintiéndose culpable por haberlo plantado esa mañana, aceptó.
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