Tenía razón Isabel, necesitaba un cierre y solo conversando con ella, escuchando lo que tenía para decir, lo tendría. Durante algunos minutos ambas nos dejamos llevar por un silencio incómodo. De mi parte, analizando cada posibilidad, de la de ella, esperando mi respuesta. - De acuerdo - dije - dime el día y allí estaré. - El sábado tengo visita, te estaré esperando. Finalizó la llamada y mi mente no dejó de divagar. ¿Cómo pude aceptar semejante idea en mi estado? ¿Qué querrá conversar conmigo? Estaba transitando por la pendiente abrumadora de la lógica, pero sentía que, para llegar a la cima, debía acudir al llamado de mi adversaria. - ¿Qué? - preguntó horrorizado mi chico cuando le conté sobre la llamada telefónica de Isabel y mi decisión de encontrarme con ella en la prisión. - ¿Estás loca? Esa mujer es peligrosa. - Pero esta presa - dije, tratando de calmarlo. - Aún así, estás embarazada, debes cuidarte y, solo exponerte a la tensión del encuentro, podría afectarte
Recibí la noticia, totalmente consternada, porque la había visto poco tiempo antes, en su versión humana, sincera y sensible. Al parecer estaba esperando mi perdón que le permitiría el descanso eterno. Ahora, menos atormentada a nivel mental, no pudo con el sentimiento de culpa que la embargaba. - La pobre, no pudo lidiar con sus demonios - dije - yo no le guardo rencor, fue una mujer con sus propios traumas, manipulable, carente de afecto y con una mente atormentada, Ransés la llevó al límite, aprovechándose de sus carencias. Jerry asintió con rostro serio. Su gentileza y grandeza de corazón, lo llevaron a sensibilizarse con la joven. - Nadie debería morir así, sola y en un reclusorio penal. Fue triste, pero liberador saber que nuestra enemiga principal había muerto. Los seres humanos somos complejos con respecto a sentimientos y emociones, pero esa particularidad que nos permite reaccionar de forma diferente ante los estímulos de la vida, nos convierte en únicos. Mientras
Los primeros días con Lili, mi hija, fueron particularmente hermosos. Me sentía en un sueño del que no quería despertar, a pesar del desvelo y el agotamiento ocasionado por la dedicación que ponía en su cuidado, estaba dichosa. A veces la contemplaba con incredulidad. Disfrutaba de la maternidad y de cada etapa de su crecimiento. Rodeada de las personas importantes para mí, tenía la sensación de protección absoluta. Experimentaba la seguridad de encontrarme a salvo de las inclemencias del destino. Días después de haber llegado con mi niña a la mansión, mi hermana paterna, a quien había llamado varias veces durante el embarazo, vino a visitarme. - Es preciosa - dijo al ver a Lili - se parece a ti. La miré con orgullo. Al contemplarla minuciosamente pude percibir rasgos, en ella, similares a los míos. Era una mujer hermosa y muy carismática. Su mirada se cristalizó de repente y cerró los ojos, tratando de disimular su estado. La observé con creciente curiosidad. Parecía prácticame
El tiempo, implacable buscador de sensaciones y emociones nuevas, seguía su curso sin interrupciones. Lili crecía a paso acelerado y yo adoraba cada etapa de su desarrollo, porque era un símbolo de crecimiento y aprendizaje. Siempre supe, incluso por las enseñanzas de mi madre, que uno no aprende a amar a un hijo, forma parte de tu ser desde que está en el vientre y, cada risa, cada gesto y hasta las primeras palabras, quedan grabados en tu mente para toda la vida. Un hijo es una bendición, que no todas tenemos la dicha de recibir. Belga ya había decidido tener a su hijo y, tal como lo predijo, la molestia de mi padre alcanzó niveles descomunales. Estaba resisto, no quería niños en la casa. Deseosa de apoyar a mi hermana, había decidido hablar con él, pero su carácter obstinado, desde el primer momento de la conversación, se impuso, mostrando su verdadera naturaleza egoísta. - Las personas como tú mueren solas - dije aquella tarde, después de la discusión - has cometido errores to
La noche de nuestro aniversario, compartiendo con todos los amigos y familiares me sentí completamente realizada como mujer. Había sabido atrapar la felicidad al paso, encontrando a un hombre maravilloso que reunía en sí todas las cualidades que siempre había soñado, era detallista, sensible, delicado y extremadamente atractivo y me había demostrado cientos de veces que me amaba. Ya en la casa, todavía presa de la euforia, generada por la fiesta de aniversario, traté de buscar unas conclusiones a la altura de tal celebración. Busqué la lencería negra que tanto le gustaba, porque resaltaba el blanco perfecto de mi piel y lo esperé en la habitación, a que concluyera el protocolo de aseo de cada noche. Cuando salió, aún mojado y semidesnudo, solo cubierto con las escasas ropas, mostrando los encantos de su cuerpo, la excitación recorrió mi sistema, lo deseaba y nunca me cansaría de hacerlo. Lo miré con expresión lujuriosa y él correspondió con una sonrisa. - ¿Qué pasa? - preguntó i
El resto de la tarde y la noche fueron dolorosas para mí. Cada vez que cerraba los ojos la imaginaba a ella deambular semidesnuda por el departamento de soltero de mi esposo. Él tocaba a intervalos en la puerta, suplicando que le diera una oportunidad para explicarse y reconocía que debía hacerlo, pero estaba cansada de repetir una y otra vez las mismas palabras. Mis responsabilidades como madre me reclamaron. Los había dejado con la niñera, pero la intranquilidad de no saber cómo estaban me invadió. Mis hijos me necesitaban y, particularmente la pequeña, que aún era tan dependiente. - Déjame pasar - le dije a Jerry. Estaba despeinado y ojeroso. El arrepentimiento había hecho acto de presencia en su imagen, pero ni aún así, su hermoso rostro, había abandonado su atractivo. - Tenemos que hablar - dijo, sintiendo el peso de sus acciones. - ¿Por qué sigues aquí? Yo fui clara contigo. - No, necesitamos comunicarnos, entre una pareja debe haber... - Confianza - lo interrumpí -
- Llegamos señorita - avisó Jerry, con su acostumbrada seriedad, apenas estacionó frente al enorme e imponente edificio de la editorial. Bajó en silencio y rodeó, con elegantes movimientos el auto, para abrirme la puerta del asiento del copiloto. Suspiré, tratando de despojarme del miedo que invadía mi cuerpo. El corazón acelerado me recordaba constantemente que no estaba acostumbrada a socializar y que odiaba la invasión de mi espacio personal. Capté, inmediatamente, la luz emitida por una cámara fotográfica y me aterré. La noche promete, me dije internamente, tratando de reprimir el sentimiento de frustración que luchaba por salir. - ¡Buitres! – exclamé molesta, refiriéndome a los fotógrafos y reporteros que esperaban mi llegada. Caminé con pasos rápidos, aunque algo inseguros, hacia el vestíbulo de la monumental construcción. Los periodistas me acosaron, tratando de buscar un acercamiento que les permitiera interrogarme sobre el lanzamiento de mi libro. No quería hablar, por
- Tienes que venir Elizabet - me gritó la responsable de la editorial con verdadera frustración - en media hora debes firmar autógrafos. - Lo siento, yo fui muy clara con ustedes. No me gustan las personas. Yo no quiero socializar. - ¿No? - preguntó ella con ironía - ¿Cómo promocionamos tu obra? A las personas sí les gusta el contacto físico. - No me interesa, ya te lo dije - alegué desesperada y visiblemente molesta. - Mira, las cosas son así, tú tienes un contrato conmigo y, este evento, está contemplado dentro del mismo, así que, tienes veinte minutos para llegar aquí o te demando por incumplimiento - amenazó la mujer sin la más mínima gota de paciencia ni sensibilidad. Suspiré estresada. ¿No podría simplemente desaparecer? Me mudaría para un lugar solitario, donde, a los idiotas que me absorbían la sangre como sanguijuelas, les fuera imposible molestarme, pero tenía razón, el contrato contemplaba el evento. Debía ceder, al menos por esta vez. Luego pondría en su sitio a