El tiempo, implacable buscador de sensaciones y emociones nuevas, seguía su curso sin interrupciones. Lili crecía a paso acelerado y yo adoraba cada etapa de su desarrollo, porque era un símbolo de crecimiento y aprendizaje. Siempre supe, incluso por las enseñanzas de mi madre, que uno no aprende a amar a un hijo, forma parte de tu ser desde que está en el vientre y, cada risa, cada gesto y hasta las primeras palabras, quedan grabados en tu mente para toda la vida. Un hijo es una bendición, que no todas tenemos la dicha de recibir. Belga ya había decidido tener a su hijo y, tal como lo predijo, la molestia de mi padre alcanzó niveles descomunales. Estaba resisto, no quería niños en la casa. Deseosa de apoyar a mi hermana, había decidido hablar con él, pero su carácter obstinado, desde el primer momento de la conversación, se impuso, mostrando su verdadera naturaleza egoísta. - Las personas como tú mueren solas - dije aquella tarde, después de la discusión - has cometido errores to
La noche de nuestro aniversario, compartiendo con todos los amigos y familiares me sentí completamente realizada como mujer. Había sabido atrapar la felicidad al paso, encontrando a un hombre maravilloso que reunía en sí todas las cualidades que siempre había soñado, era detallista, sensible, delicado y extremadamente atractivo y me había demostrado cientos de veces que me amaba. Ya en la casa, todavía presa de la euforia, generada por la fiesta de aniversario, traté de buscar unas conclusiones a la altura de tal celebración. Busqué la lencería negra que tanto le gustaba, porque resaltaba el blanco perfecto de mi piel y lo esperé en la habitación, a que concluyera el protocolo de aseo de cada noche. Cuando salió, aún mojado y semidesnudo, solo cubierto con las escasas ropas, mostrando los encantos de su cuerpo, la excitación recorrió mi sistema, lo deseaba y nunca me cansaría de hacerlo. Lo miré con expresión lujuriosa y él correspondió con una sonrisa. - ¿Qué pasa? - preguntó i
El resto de la tarde y la noche fueron dolorosas para mí. Cada vez que cerraba los ojos la imaginaba a ella deambular semidesnuda por el departamento de soltero de mi esposo. Él tocaba a intervalos en la puerta, suplicando que le diera una oportunidad para explicarse y reconocía que debía hacerlo, pero estaba cansada de repetir una y otra vez las mismas palabras. Mis responsabilidades como madre me reclamaron. Los había dejado con la niñera, pero la intranquilidad de no saber cómo estaban me invadió. Mis hijos me necesitaban y, particularmente la pequeña, que aún era tan dependiente. - Déjame pasar - le dije a Jerry. Estaba despeinado y ojeroso. El arrepentimiento había hecho acto de presencia en su imagen, pero ni aún así, su hermoso rostro, había abandonado su atractivo. - Tenemos que hablar - dijo, sintiendo el peso de sus acciones. - ¿Por qué sigues aquí? Yo fui clara contigo. - No, necesitamos comunicarnos, entre una pareja debe haber... - Confianza - lo interrumpí -
- Llegamos señorita - avisó Jerry, con su acostumbrada seriedad, apenas estacionó frente al enorme e imponente edificio de la editorial. Bajó en silencio y rodeó, con elegantes movimientos el auto, para abrirme la puerta del asiento del copiloto. Suspiré, tratando de despojarme del miedo que invadía mi cuerpo. El corazón acelerado me recordaba constantemente que no estaba acostumbrada a socializar y que odiaba la invasión de mi espacio personal. Capté, inmediatamente, la luz emitida por una cámara fotográfica y me aterré. La noche promete, me dije internamente, tratando de reprimir el sentimiento de frustración que luchaba por salir. - ¡Buitres! – exclamé molesta, refiriéndome a los fotógrafos y reporteros que esperaban mi llegada. Caminé con pasos rápidos, aunque algo inseguros, hacia el vestíbulo de la monumental construcción. Los periodistas me acosaron, tratando de buscar un acercamiento que les permitiera interrogarme sobre el lanzamiento de mi libro. No quería hablar, por
- Tienes que venir Elizabet - me gritó la responsable de la editorial con verdadera frustración - en media hora debes firmar autógrafos. - Lo siento, yo fui muy clara con ustedes. No me gustan las personas. Yo no quiero socializar. - ¿No? - preguntó ella con ironía - ¿Cómo promocionamos tu obra? A las personas sí les gusta el contacto físico. - No me interesa, ya te lo dije - alegué desesperada y visiblemente molesta. - Mira, las cosas son así, tú tienes un contrato conmigo y, este evento, está contemplado dentro del mismo, así que, tienes veinte minutos para llegar aquí o te demando por incumplimiento - amenazó la mujer sin la más mínima gota de paciencia ni sensibilidad. Suspiré estresada. ¿No podría simplemente desaparecer? Me mudaría para un lugar solitario, donde, a los idiotas que me absorbían la sangre como sanguijuelas, les fuera imposible molestarme, pero tenía razón, el contrato contemplaba el evento. Debía ceder, al menos por esta vez. Luego pondría en su sitio a
Mientras manejaba lo detallé anonadada. Pensé que era totalmente ilegal poseer esa belleza. Me atraía su carácter serio y centrado, su fortaleza física, su atractivo cuerpo y, particularmente, sus profundos ojos verdes. De repente su mirada logró descubrir mi acoso y pude percibir una ligera sonrisa estampada en el rostro del chico. - ¿Pasa algo? - preguntó irónico. Negué, depositando la vista en mis intranquilas manos. El.sentimiento me agobiaba. - Tranquila – dijo – a mí también me gusta lo que veo. ¿Tan obvia era? Me reacomodé nerviosa en el asiento. Debía controlarme, pero a pesar de saberlo, la inexperiencia que poseía en los temas de seducción, me exponían ante él, sin embargo más que avergonzada me sentía contenta, porque era la primera vez, que mi cerebro registraba esa atracción tan poderosa y agradable al mismo tiempo. El camino fue corto. Su presencia especial e imponente me generaba una paz que, ni con mis padres adoptivos, había experimentado. - Llegamos - av
Después del desagradable incidente y, con los nervios a flor de piel, no estaba preparada para volver a mi casa, por lo que, busqué el apoyo incondicional, que tanto necesitaba, en la mansión de mis padres. A pesar de la negativa del rubio, le brindé una merecida noche de descanso junto a los suyos. Quería alejarme un poco de las caricias que me desconcertaban y pensar, con la mente despejada, en los recientes acontecimientos. Continuaba negándome a la posibilidad de cambiar mi vida, por el miedo al fracaso. Cuando mi progenitora me vio atravesar el umbral de su casa, sonrió ampliamente pero, al contemplar mi rostro rojo y los hinchados labios, sustituyó la alegría por una expresión de confusión, temor y tristeza. - ¡Oh! Querida - dijo abrazándome - ¿Qué pasó? - Vi a Ransés en el evento - dije sin separarme de su cuerpo - me amenazó mamá y, de no ser por Jerry yo… No logré terminar la frase. Rompí a llorar sin consuelo. Tanto tiempo en terapia y, ante su presencia, reaccionaba,
En la estación de policías todo fue un caos. Comenzaron a cuestionarme, pensando que se trataba de una forma exagerada de reaccionar, de mi parte, ante la nota. Aseguraban que estaba molesta por su libertad y que, esta, era mi forma de vengarme. Aterrada ante las palabras del oficial, quise abandonar el lugar pero, Jerry, me lo impidió con un gesto. - ¿Cómo pueden decir tantas estupideces? - preguntó frustrado - ustedes saben que el imbécil es un violador y aun así ponen en duda lo que decimos. Me equivoqué al pensar que la justicia actuaría ante la amenaza, pero veo que no es así. Me tomó de la mano y me condujo hacia la entrada de la instalación. Sus pasos rápidos recorrían el pasillo, conmigo a rastras. No me quejé porque pensé que esa era su forma de librarse de la tensión del momento. De igual manera yo estaba insultada. ¿Por qué los guardianes de la ley preferían brindarle el beneficio de la duda a un ser tan maquiavélico como Ransés? No tenía la respuesta para esa interro