La noche de nuestro aniversario, compartiendo con todos los amigos y familiares me sentí completamente realizada como mujer. Había sabido atrapar la felicidad al paso, encontrando a un hombre maravilloso que reunía en sí todas las cualidades que siempre había soñado, era detallista, sensible, delicado y extremadamente atractivo y me había demostrado cientos de veces que me amaba. Ya en la casa, todavía presa de la euforia, generada por la fiesta de aniversario, traté de buscar unas conclusiones a la altura de tal celebración. Busqué la lencería negra que tanto le gustaba, porque resaltaba el blanco perfecto de mi piel y lo esperé en la habitación, a que concluyera el protocolo de aseo de cada noche. Cuando salió, aún mojado y semidesnudo, solo cubierto con las escasas ropas, mostrando los encantos de su cuerpo, la excitación recorrió mi sistema, lo deseaba y nunca me cansaría de hacerlo. Lo miré con expresión lujuriosa y él correspondió con una sonrisa. - ¿Qué pasa? - preguntó i
El resto de la tarde y la noche fueron dolorosas para mí. Cada vez que cerraba los ojos la imaginaba a ella deambular semidesnuda por el departamento de soltero de mi esposo. Él tocaba a intervalos en la puerta, suplicando que le diera una oportunidad para explicarse y reconocía que debía hacerlo, pero estaba cansada de repetir una y otra vez las mismas palabras. Mis responsabilidades como madre me reclamaron. Los había dejado con la niñera, pero la intranquilidad de no saber cómo estaban me invadió. Mis hijos me necesitaban y, particularmente la pequeña, que aún era tan dependiente. - Déjame pasar - le dije a Jerry. Estaba despeinado y ojeroso. El arrepentimiento había hecho acto de presencia en su imagen, pero ni aún así, su hermoso rostro, había abandonado su atractivo. - Tenemos que hablar - dijo, sintiendo el peso de sus acciones. - ¿Por qué sigues aquí? Yo fui clara contigo. - No, necesitamos comunicarnos, entre una pareja debe haber... - Confianza - lo interrumpí -
- Mami despierta, que papá preparó un desayuno especial. Abro los ojos sintiendo las manitas de mi hijo tocar mis hombros y acariciar las mejillas. Me siento con energías renovadas, feliz y con ganas de enfrentar al mundo. Sonrío porque la imagen que tengo frente a mí es tierna. Jerry carga a Lili, sosteniendo su biberón de leche y Adrián, a mi lado, espera ansioso a que salga de la cama. - Ya bajo - digo acariciando su mejilla y sosteniendo las sábanas, que esconden mi desnudez, con firmeza - espérenme en el comedor - agrego haciéndole un gracioso gesto a Jerry que capta de inmediato, sobre el estado en que me encuentro. Cuando me quedo sola en la habitación, salgo de la cama hacia el cuarto de baño y tomo una ducha caliente que me prepara para comenzar el día y bajo hacia el comedor donde ya me espera mi familia. Desayunamos entre risas y gritos de mis hijos, miradas intensas de Jerry y esa felicidad que envuelve el momento, ante la dicha de haber recuperado mi alegría. So
La maternidad es una bendición siempre, pero aún más cuando se ha vivido, la primera etapa de tu vida, alejada de los afectos. Asumí el proceso con mucha alegría, dejándome mimar por mi esposo, aunque continué alejada y distante. Había algo en mi interior que dudaba del cariño y el amor que podría profesarme. Aquellas palabras sobre Samira aún calaban hondo en mi corazón. Necesitaba tiempo para ganar confianza y subir mi autoestima. A veces intentaba acercarse, tratando de conquistarme. Sabía que mi rechazo le estaba afectando, pero se mantuvo paciente ante mis desplantes. Una noche, después de uno de aquellos episodios de rechazo se expresó, mostrando todos sus resentimientos, dolores y malestares. - ¿Ya no me amas? - preguntó. - Lo hago, pero, de cierta forma, tus palabras rompieron algo en mí. - Pero es que no entiendes que no existe otra mujer en mi vida. Quizá no me expliqué bien el otro día. Todos mis momentos inolvidables están contigo. - Yo... - Aleja tus dudas,
Mirian fue, es y será una persona importante en mi vida. Después del largo proceso de adopción recuerdo el día en que apareció en el lugar de acogida para buscarme, todavía desconfiada, pero feliz la seguí a mi nuevo hogar. Allí recibí la aceptación de mis padres. A pesar de sentirme tan rota me amaron incondicionalmente y sin prejuicios. Supe por la psicóloga, que contrataron para ayudarme a lidiar con mis tormentos, que debía hablar, porque mi verdugo se había encargado de marcarme para toda la vida. Comprendí que debía pagar por el abuso y la humillación. En el juicio denuncié cada violación, cada golpe y cada atropello. Lo condenaron a 10 años de prisión y, aunque no me sentía satisfecha, el alivio me envolvió. No sentiría nuevamente las náuseas que aparecían cada vez que me tocaba y mancillaba mi cuerpo. Mi madre adoptiva me abrazó, fue el primer acercamiento que tuvimos y, aunque no lo recibí con desagrado, el gesto me inquietó. A pesar de las terapias, mis temores y frustr
El joven militar resultó ser un adicto al trabajo. Sus obligaciones nunca se limitaron a acompañarme a los diferentes eventos diarios a los que asistía. A veces dormía en la mansión, realizando recorridos nocturnos. Lo contemplaba desde mi habitación extasiada con tanta belleza masculina. Me embargaba su olor varonil y su conducta seria y distante, pero era inocente y con escasas experiencias en cuanto a técnicas de seducción. Mis únicos encuentros íntimos habían sido generados por violaciones, por lo que tampoco podía precisar cómo reaccionaría ante una situación romántica. Comencé a pensar que quizás la atracción era mutua, porque en más de una ocasión lo sorprendí mirándome, pero ninguno mostró nunca su juego, quedando la posibilidad de una relación, relegada a un segundo plano. Me cuidaba con devoción y celo. En cada evento se mantenía a mi lado evitando el contacto con las personas. Un día presenció uno de los ataques de pánico, generado por mis inseguridades y la poca tolera
Cuando supe del diagnóstico de Mirian sentí que el destino me estaba arrebatando una parte importante de mi vida, pero Adrián, mi pequeño fue determinante para aguantar los avatares de mi mundo. Murió lejos de mí, pero haciendo justo lo que quería, disfrutando de sus últimos días en la tierra. Tuve la fuerza para soportar la pérdida de una de las personas más importantes para mí, porque se fue cómo había vivido, con dignidad. Observé a James, derrumbarse frente a mí cuando tuvo que acatar la decisión de mi madre, sufrió su pérdida y, particularmente su ausencia con mucho pesar. Acepté su boda con mi suegra, porque pensé que le traería paz y tranquilidad a su alma, sin embargo, ese acontecimiento era un grito de auxilio, de ese miedo genuino y fuerte a la soledad. Fue un buen compañero para Amara, pero nunca el esposo devoto que ella quería. - La lloraba todas las noches, cuando pensaba que yo no escuchaba ni lo veía, sufrió cada día de su vida la pérdida de su esposa. Yo lo cons
En nuestro vagar conscientes por la vida los seres humanos debemos enfrentarnos a situaciones difíciles, que atacan directamente nuestras mentes, llevándonos a la locura y ponen a prueba nuestra capacidad de resistencia. Perder a un hijo debe ser, para una madre, un derrumbe total de su mundo, una de esas situaciones límites que nos hace cuestionarnos la decisión de seguir con vida. Dunia, mi amiga cubana, sufrió la pérdida de su hijo, condenado, desde su nacimiento, a padecer una extraña enfermedad que atacaba a su organismo, afectando su sano y adecuado crecimiento y desarrollo y, particularmente al sistema inmunológico, dejándolo sin defensas para la lucha contra el padecimiento. Sumida en su dolor y aferrada al recuerdo del pequeño, la morena, abrazó una depresión de grandes connotaciones, que la envolvió en la tristeza y la desesperanza. Pasaba horas llorando en la habitación del pequeño, lamentando su desdicha. Su esposo, quien se había mantenido a su lado durante el proc