—¿Cuántas vueltas vas a dar? Envía el puñetero correo.
Brais sabía que su amigo estaba molesto con su indecisión. Después de poner en orden los pendientes de la empresa, Cristian le dio una idea para acercarse a la pelirroja de sus sueños.
—No puedo, lo tendré que enviar al correo de su tienda. Quizás ella no es la que lo lee.
—Todo en esta vida tiene un riesgo, no es que te vaya a ver la cara la persona que lo reciba.
—No puedo. —Negó con insistencia.
—Entiendo, la verdad es que estás aspirando a una tremenda mujer. No obstante, piensa que eres un hombre exitoso; eso sí, en las sombras, porque yo soy tu imagen.
«¡Vaya! Al final él cabeza hueca de mi mejor amigo dijo algo coherente. Es cierto, él es mi imagen». Una sonrisa pícara apareció en su rostro.
—Tienes toda la razón —contestó, sin dejar de sonreír.
—¿Y esa cara? Cada vez que te vi poner ese gesto era porque habías tenido una nueva idea que nos haría mucho más ricos. No me lo puedo creer. ¡Te amo! —Cristian sujetó su cabeza entre las manos y la pegó a su firme pecho—. ¡Cuéntamelo! ¿Qué será esta vez? ¿Cuántos millones aumentará mi cuenta en el banco? Dime que por fin podré tener un avión privado, estoy tan cansado de viajar en primera clase.
—No es nada de eso, deja de soñar, aunque estoy creando una nueva aplicación que estoy seguro dará muchos beneficios. «Eso, cambia de tema que no se dé cuenta de lo que tienes en mente».
—Brais, estoy enamorado de ti, cásate conmigo —manifestó Cris, con voz femenina—. Eres el único hombre al que puedo amar, tendremos una relación abierta, yo conseguiré amantes y tú me mantendrás.
—No estoy tan desesperado. —Lo observó de arriba abajo y comenzó a reír.
Se acercó al ordenador, asió el ratón en su mano y pulsó enviar.
—Lo hiciste, machote, acabas de dar el primer paso para volver a usar tu herramienta, ¡felicidades! Estoy tan orgulloso de ti. —Su amigo fingió que unas lágrimas corrían por su rostro.
—¡Joder, lo hice! —Sintió una palmada en la espalda y se puso más nervioso.
—Sabía que podías, campeón. En cuanto esa pelirroja sexy lea las cursilerías que escribiste, se reirá tanto que no le quedará otro remedio que caer de rodillas antes ti; y, cuando eso pase, tú debes abrir el pantalón y…
—¡Vete a tu casa, por favor! ¡¿Qué hice?! Tengo que entrar a ese correo como sea.
***************
Buscó en el bolso las llaves de su casa mientras subía en el ascensor. Aledis llevaba una buena vida, era propietaria de un departamento en una de las zonas más emblemáticas de la ciudad. Salió de la caja metálica y caminó pensativa por el pasillo hasta llegar a la puerta de la casa, entró y cerró tras ella dejándose caer sobre la pared mientras dejaba escapar un suspiro de cansancio. Con un par de movimientos apartó los tacones y caminó descalza al interior bajando la cremallera del entallado vestido. Lo dejó caer al suelo con delicadeza y se acercó a la cocina que se encontraba bien ordenada gracias a su empleada doméstica. Los muebles eran rojos con la parte superior de mármol en color negro y los cruzaba una barra americana del mismo material. Ensimismada en sus pensamientos agarró la nota que colgaba pegada en su refrigerador: “La comida está en el microondas”. «Ya sé, no soy tan tonta».
Lo puso en marcha y se quedó mirando la cena dar vueltas sin parar. El momento de llegar a su hogar —si bien era la parte preferida del día—, la hacía sentirse sola. Amaba cada rincón de su departamento que se encontraba bien situado en el séptimo piso. Los grandes ventanales le dejaban observar el mar y parte de la ciudad, pero siempre lo hacía en solitario.
Escuchó el pitido del aparato, se sirvió la comida y se dirigió a la terraza para disfrutar cenando acompañada del aire nocturno. «Estas vistas es lo más cercano al cielo y nunca nadie disfrutó de ellas conmigo». A pesar de ser una mujer exitosa y muy hermosa, jamás llevó una sola visita a su apartamento. Ni siquiera a su mejor amigo Elián.
Amaba la privacidad, pero en el fondo —a pesar de su comportamiento—, anhelaba tener alguien con quien disfrutar aquel momento del día, sentada en la terraza tan solo observando la vista. «¿Qué falla conmigo? Estoy rodeada de hombres que me quieren conquistar, pero jamás ninguno me dijo te amo. Soy guapa, educada y agradable… cuando quiero. Si hasta tengo una cuenta bancaria llena de ceros. ¿Qué hay de malo en mí para no saber lo que se siente cuando alguien te quiere?».
Terminó la cena en silencio y llevó el plato sucio a la cocina. Se terminó de desvestir tirando la ropa interior en el suelo. No le importaba desordenar todo con su llegada, siempre tenía alguien tras ella que levantaba el caos. Se adentró en la habitación y se acostó sobre la cama Kingsize, observó la delicada decoración minimalista con los muebles color chocolate; rodó por el colchón y se acomodó de lado buscando en la mesita de noche la ropa interior limpia. Una vez lista se adentró en el baño dispuesta a prepararse un largo baño.
Unos minutos después el sonido del teléfono la sacó de su momento relajante, salió de la bañera y con rapidez se colocó el albornoz. Corrió hacia la habitación y contestó la llamada.
—¡¿Dígame?! —profirió, molesta.
—¡Perra! —el grito de su amigo la hizo apartar el auricular.
—Uf, ¿qué quieres, Elián?
—Llevo media hora marcando a tu móvil, sabes que me sale más cara la llamada a tu número fijo.
—Deja de quejarte, tacaño, me estaba dando un baño. ¿Qué querías?
—Perrita pequinesa, se me olvidó mirar los pedidos; estuve muy entretenido charlando con la Reme, mira que es simpática —El tono de voz de Elián era casi burlón.
—¿Para eso me llamas? ¿Para hablarme de la fea? Se me va a indigestar la cena, marica.
—¡Qué mal carácter tienes! Vas a morir sola, nadie te va a aguantar nunca.
—Yo también te quiero. Si eso es todo, buenas noches, enviaré por fax los pedidos para que sepas lo que debes preparar mañana.
Colgó el teléfono gruñendo una maldición. Aquellas palabras dolieron más de lo que quiso aceptar.
En cuanto estuvo con el camisón puesto, agarró el portátil y se acostó en la cama con él sobre el cuerpo. Momentos después accedió al email de la empresa, miró uno a uno los correos recibidos, mientras hacía una tabla de Excel para enviar. Una vez que la tuvo casi lista, a sus ojos llegó una dirección que no conocía.
—Será un nuevo cliente —susurró para sí misma—. OnixBra, me suena el nombre de la empresa y no sé de qué. «¿Acaso será un sex shop?».
Abrió el email y su expresión comenzó a tornarse sorprendida conforme iba leyendo.
No soy un hombre acostumbrado a hacer este tipo de cosas, te confieso que cada parte de mí tiembla. Eres el ser más hermoso que alguna vez vieron mis ojos. No quiero que tomes a mal que te defina como un ser. Compararte con un simple mortal sería quitarte méritos. Debes ser una diosa caída del cielo que llegaste a este mundo a llenarlo con tu magnificencia. Perderme en el azul de tus ojos me calma y me da paz, es como si lo único que pudieran transmitir fuera bondad y alegría. Quisiera enredar mis manos en cada hebra de tu cabello, rozar tu suave piel con la delicadeza de una pluma. ¿Crees en el amor a primera vista? No sé cómo deba sentirse esa clase de sentimiento, jamás lo procesé por nadie; pero cada vez que recuerdo tu mirada siento que gracias a ti acabo de conocerlo.
Tu admirador, anónimo mientras tú desees que lo sea.
Cerró la tapa del ordenador y se quedó anonadada mirando al vacío. Aquello era lo más cursi que jamás le habían escrito, pero provocó que su corazón latiese como un loco sin control.
No sé qué decir, nunca nadie me dijo palabras parecidas. Si eres Elián y estás riéndote de mí me las pagarás, y si no eres él por favor no escriba a este correo; porque si no es esa loca la que se está doblando en la silla leyendo el mensaje, lo hará en cuanto lo vea.Que no estoy diciendo que sea feo. ¡Pero qué cosa más cursi! Y a la vez lindo. Me siento contradictoria, puede que me arrepienta de lo que voy a escribir, sobre todo porque me estoy pintando las uñas y se me estropeará el esmalte. La curiosidad mató al gato, pero creo que tengo algo de felina. ¿Podrías escribirme a mi correo personal?: perrapelirroja#correomail.com disculpa el nombre, lo creó para mí un amigo que estoy odiando mucho en estos momentos. Ahora que lo pienso debería cambiar la contraseña. No sé por qué respondo, quiz
Se encontraba sumida en sus pensamientos, observando los miles de resultados de la búsqueda en el navegador, pero sin llegar a verlos. Rozaba el teléfono moviendo la imagen de la pantalla hacia arriba y abajo sin observar ningún punto, el llanto de su madre resonaba en la mente por más que deseaba olvidarlo. Sin percatarse de las emociones que su propio cuerpo le enviaba dejó escapar una lágrima.Remedios y Elián la miraban desde la puerta de la trastienda.—¿Qué le ocurre?—No lo sé. Siempre se pone mal cuando habla con su familia, Reme.—Pero colgó el teléfono —susurró—. Mi madre murió hace varios años, nunca conocí a mi padre. Daría lo que fuera por recibir una llamada de ella.—Reme, ¡¿cómo dices eso?! ¡Qué horror! &iq
El teléfono tembló en sus manos mientras luchaba con las lágrimas que le entorpecían la visión. «¿Acaso estoy loca? ¿Así de falta de cariño estoy?, le mandé mi número a un desconocido». Se arrepintió, pero ya era tarde. Momentos después la canción que indicaba una llamada entrante comenzó a sonar. Observó la pantalla a la vez que se limpiaba las mejillas.—No puedo. «Hace muchos años que dejé la debilidad ante la gente».Esperó que se extinguiera el sonido, pero minutos después volvió a sonar. Decidida deslizó el dedo y descolgó, pero no fue capaz de hablar sin que se quebrara y rompiera en llanto.—Aledis —la voz masculina pronunciando su nombre la hizo estremecerse. «Dios mío que sonido tan hermoso&raq
Aledis casi llegaba a la casa de su familia cuando una voz la hizo darse la vuelta.—Pero ¡qué tenemos aquí! Un bomboncito de chocolate blanco con relleno de fresa —escuchó la voz de un joven de no más de diecisiete años.—¡Cállate, imbécil!—¡Vaya boca la de la niña! —dijo el amigo que lo acompañaba.—Si quieres quitarte ese mal genio, podemos hacértelo pasar muy bien, tía buena.Se horrorizó al saber lo que significaban aquellas palabras. Odiaba regresar a ese barrio de marginales.—Enanos, cuando se quitéis los pañales podéis volver. Soy mucha mujer para tan poca cosa. —Enredó la mano en el cabello y con un movimiento de cabeza lo apartó.Continuó su camino a la vez que escuchaba tras ella un insulto.—Guarra.Sonrió
—¡Qué hice! —Brais gritó tras poner fin a la llamada.Soltó el teléfono en el césped y con ropa incluida se dejó caer al agua. Necesitaba despejar la cabeza así fuera ahogándose. El remordimiento por usar el nombre de su amigo lo estaba desgarrando. Se encontraba feliz por escuchar de nuevo la voz de esa mujer. Saber que su presencia en la vida de ella era igual de necesaria le provocó que no quisiera alejarse de Aledis así tuviera que mentir para obtenerlo. ¿Pero usar a Cristian? Eso era caer muy bajo, por más que no estuviera preparado para enfrentarse al mundo. Se dejó hundir hasta el fondo, cerró los ojos y aguantó la respiración. El único sonido que lo rodeaba eran unos latidos que le resultaban atronadores. Necesitaba alejarse de todo, por Dios necesitaba ahogarse, Cris no iba a perdonarlo.Unos brazos lo arrastraron fuera del a
Aledis corrió hacia su auto con más rapidez de la que los tacones le permitían. Antes de llegar sintió el tobillo doblarse y el crujido de un zapato roto le siguió. —¡Mierda! —Se los quitó y terminó la carrera descalza. Entró a su coche y arrancó como si fuera perseguida por un grupo de psicópatas. En el trayecto que comenzó sin rumbo fijo su conciencia la estaba matando. «¿Cómo pude comportarme así?». No lograba darse una explicación a la forma inhumana que a veces se apoderaba de ella. Conforme presionaba el pie en el acelerador sentía disminuir los latidos del corazón, y parecía calmarse. «Aún queda un mes, puedo hacerlo todo. Con la remodelación llegarán más pedidos. Quizá si vendo mi departamento y consigo uno más accesible, si dejo las visitas al cirujano». —¡Jamás! No venderé mi casa, es mi sueño —murmuró, hablando sola en el interior de su auto. Aparcó frente a la clínica que había visitado demasiadas veces. Sin importarle el estado en que estaba salió del auto y caminó de
—Creo que deberíamos ir cerrando el chiringuito. —Elián reflejaba el cansancio en su rostro. Pasó todo el día trabajando sin parar junto a sus nuevas compañeras. Corriendo del taller a la tienda porque Lorena no era capaz de hacer bien su trabajo. —Creo que sí, la jefa parece que no volverá. Dime algo, ¿qué crees que le pasa? —preguntó, Remedios. —No me gusta el cotilleo, pero si insistes te lo cuento. Yo conocí a la perra del diablo cuando ambos comenzamos a estudiar diseño y moda. Era muy distinta de como la ves en estos momentos. —¿Qué quieres decir con eso? —Que no siempre fue lo que ves. Antes era una mujer sin gracia, tabla por delante, tabla por detrás. Despeinada y con un gusto por la moda algo extraño para elegir esa carrera, pero por algún motivo siempre me rodeo de bichos raros. —Dejó escapar una carcajada recordando a la joven pelirroja. —No me lo puedo creer, me mientes, es imposible que alguien como ella fuera como describes. —No, mi Reme. No acostumbro a mentir, p
Aledis pasó más de media hora en el interior de la bañera, no salió de ella hasta que el agua se encontraba fría. Hubiera querido quedarse allí y olvidarse de todo. Desde que decidió afrontar la vida comportándose como una perra, tuvo varias recaídas. Estados de ánimo que siempre se solucionaron con visitas al cirujano, pero esa vez parecía que ni eso lograría hacerla sentir bien. Salió del baño, se puso el albornoz y se dejó caer sobre la cama. Fue un día muy duro. Sabía que la actitud hacia sus padres no era la correcta, que ellos eran lo que más amaba, pero le recordaban un pasado que necesitaba olvidar. Tenía varias llamadas perdidas de Elián, debería llamarlo y ponerse al día; no obstante, no se encontraba con ánimos de hablar con él. «Seguro saldrá con lo mismo de siempre o con algún insulto». Agarró el portátil que descansaba encima de su mesa de noche, lo colocó sobre las piernas y lo encendió. «Que triste es que tu único amigo te odie. Uno más que lo haga qué más da. Ya sé