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Capítulo 4: Una declaración de amor

—¿Cuántas vueltas vas a dar? Envía el puñetero correo.

Brais sabía que su amigo estaba molesto con su indecisión. Después de poner en orden los pendientes de la empresa, Cristian le dio una idea para acercarse a la pelirroja de sus sueños.

—No puedo, lo tendré que enviar al correo de su tienda. Quizás ella no es la que lo lee.

—Todo en esta vida tiene un riesgo, no es que te vaya a ver la cara la persona que lo reciba.

—No puedo. —Negó con insistencia.

—Entiendo, la verdad es que estás aspirando a una tremenda mujer. No obstante, piensa que eres un hombre exitoso; eso sí, en las sombras, porque yo soy tu imagen.

«¡Vaya! Al final él cabeza hueca de mi mejor amigo dijo algo coherente. Es cierto, él es mi imagen». Una sonrisa pícara apareció en su rostro.

—Tienes toda la razón —contestó, sin dejar de sonreír.

—¿Y esa cara? Cada vez que te vi poner ese gesto era porque habías tenido una nueva idea que nos haría mucho más ricos. No me lo puedo creer. ¡Te amo! —Cristian sujetó su cabeza entre las manos y la pegó a su firme pecho—. ¡Cuéntamelo! ¿Qué será esta vez? ¿Cuántos millones aumentará mi cuenta en el banco? Dime que por fin podré tener un avión privado, estoy tan cansado de viajar en primera clase.

—No es nada de eso, deja de soñar, aunque estoy creando una nueva aplicación que estoy seguro dará muchos beneficios. «Eso, cambia de tema que no se dé cuenta de lo que tienes en mente».

—Brais, estoy enamorado de ti, cásate conmigo —manifestó Cris, con voz femenina—. Eres el único hombre al que puedo amar, tendremos una relación abierta, yo conseguiré amantes y tú me mantendrás.

—No estoy tan desesperado. —Lo observó de arriba abajo y comenzó a reír.

Se acercó al ordenador, asió el ratón en su mano y pulsó enviar.

—Lo hiciste, machote, acabas de dar el primer paso para volver a usar tu herramienta, ¡felicidades! Estoy tan orgulloso de ti. —Su amigo fingió que unas lágrimas corrían por su rostro.

—¡Joder, lo hice! —Sintió una palmada en la espalda y se puso más nervioso.

—Sabía que podías, campeón. En cuanto esa pelirroja sexy lea las cursilerías que escribiste, se reirá tanto que no le quedará otro remedio que caer de rodillas antes ti; y, cuando eso pase, tú debes abrir el pantalón y…

—¡Vete a tu casa, por favor! ¡¿Qué hice?! Tengo que entrar a ese correo como sea.

                                                                     ***************

Buscó en el bolso las llaves de su casa mientras subía en el ascensor. Aledis llevaba una buena vida, era propietaria de un departamento en una de las zonas más emblemáticas de la ciudad. Salió de la caja metálica y caminó pensativa por el pasillo hasta llegar a la puerta de la casa, entró y cerró tras ella dejándose caer sobre la pared mientras dejaba escapar un suspiro de cansancio. Con un par de movimientos apartó los tacones y caminó descalza al interior bajando la cremallera del entallado vestido. Lo dejó caer al suelo con delicadeza y se acercó a la cocina que se encontraba bien ordenada gracias a su empleada doméstica. Los muebles eran rojos con la parte superior de mármol en color negro y los cruzaba una barra americana del mismo material. Ensimismada en sus pensamientos agarró la nota que colgaba pegada en su refrigerador: “La comida está en el microondas”. «Ya sé, no soy tan tonta».

Lo puso en marcha y se quedó mirando la cena dar vueltas sin parar. El momento de llegar a su hogar —si bien era la parte preferida del día—, la hacía sentirse sola. Amaba cada rincón de su departamento que se encontraba bien situado en el séptimo piso. Los grandes ventanales le dejaban observar el mar y parte de la ciudad, pero siempre lo hacía en solitario.

Escuchó el pitido del aparato, se sirvió la comida y se dirigió a la terraza para disfrutar cenando acompañada del aire nocturno. «Estas vistas es lo más cercano al cielo y nunca nadie disfrutó de ellas conmigo». A pesar de ser una mujer exitosa y muy hermosa, jamás llevó una sola visita a su apartamento. Ni siquiera a su mejor amigo Elián.

Amaba la privacidad, pero en el fondo —a pesar de su comportamiento—, anhelaba tener alguien con quien disfrutar aquel momento del día, sentada en la terraza tan solo observando la vista. «¿Qué falla conmigo? Estoy rodeada de hombres que me quieren conquistar, pero jamás ninguno me dijo te amo. Soy guapa, educada y agradable… cuando quiero. Si hasta tengo una cuenta bancaria llena de ceros. ¿Qué hay de malo en mí para no saber lo que se siente cuando alguien te quiere?».

Terminó la cena en silencio y llevó el plato sucio a la cocina. Se terminó de desvestir tirando la ropa interior en el suelo. No le importaba desordenar todo con su llegada, siempre tenía alguien tras ella que levantaba el caos. Se adentró en la habitación y se acostó sobre la cama Kingsize, observó la delicada decoración minimalista con los muebles color chocolate; rodó por el colchón y se acomodó de lado buscando en la mesita de noche la ropa interior limpia. Una vez lista se adentró en el baño dispuesta a prepararse un largo baño.

Unos minutos después el sonido del teléfono la sacó de su momento relajante, salió de la bañera y con rapidez se colocó el albornoz. Corrió hacia la habitación y contestó la llamada.

—¡¿Dígame?! —profirió, molesta.

¡Perra! —el grito de su amigo la hizo apartar el auricular.

—Uf, ¿qué quieres, Elián?

Llevo media hora marcando a tu móvil, sabes que me sale más cara la llamada a tu número fijo.

—Deja de quejarte, tacaño, me estaba dando un baño. ¿Qué querías?

Perrita pequinesa, se me olvidó mirar los pedidos; estuve muy entretenido charlando con la Reme, mira que es simpática —El tono de voz de Elián era casi burlón.

—¿Para eso me llamas? ¿Para hablarme de la fea? Se me va a indigestar la cena, marica.

—¡Qué mal carácter tienes! Vas a morir sola, nadie te va a aguantar nunca.

—Yo también te quiero. Si eso es todo, buenas noches, enviaré por fax los pedidos para que sepas lo que debes preparar mañana.

Colgó el teléfono gruñendo una maldición. Aquellas palabras dolieron más de lo que quiso aceptar.

En cuanto estuvo con el camisón puesto, agarró el portátil y se acostó en la cama con él sobre el cuerpo. Momentos después accedió al email de la empresa, miró uno a uno los correos recibidos, mientras hacía una tabla de Excel para enviar. Una vez que la tuvo casi lista, a sus ojos llegó una dirección que no conocía.

—Será un nuevo cliente —susurró para sí misma—. OnixBra, me suena el nombre de la empresa y no sé de qué. «¿Acaso será un sex shop?».

Abrió el email y su expresión comenzó a tornarse sorprendida conforme iba leyendo.

No soy un hombre acostumbrado a hacer este tipo de cosas, te confieso que cada parte de mí tiembla. Eres el ser más hermoso que alguna vez vieron mis ojos. No quiero que tomes a mal que te defina como un ser. Compararte con un simple mortal sería quitarte méritos. Debes ser una diosa caída del cielo que llegaste a este mundo a llenarlo con tu magnificencia. Perderme en el azul de tus ojos me calma y me da paz, es como si lo único que pudieran transmitir fuera bondad y alegría. Quisiera enredar mis manos en cada hebra de tu cabello, rozar tu suave piel con la delicadeza de una pluma. ¿Crees en el amor a primera vista? No sé cómo deba sentirse esa clase de sentimiento, jamás lo procesé por nadie; pero cada vez que recuerdo tu mirada siento que gracias a ti acabo de conocerlo.

Tu admirador, anónimo mientras tú desees que lo sea.

Cerró la tapa del ordenador y se quedó anonadada mirando al vacío. Aquello era lo más cursi que jamás le habían escrito, pero provocó que su corazón latiese como un loco sin control.

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