Aledis casi llegaba a la casa de su familia cuando una voz la hizo darse la vuelta.
—Pero ¡qué tenemos aquí! Un bomboncito de chocolate blanco con relleno de fresa —escuchó la voz de un joven de no más de diecisiete años.
—¡Cállate, imbécil!
—¡Vaya boca la de la niña! —dijo el amigo que lo acompañaba.
—Si quieres quitarte ese mal genio, podemos hacértelo pasar muy bien, tía buena.
Se horrorizó al saber lo que significaban aquellas palabras. Odiaba regresar a ese barrio de marginales.
—Enanos, cuando se quitéis los pañales podéis volver. Soy mucha mujer para tan poca cosa. —Enredó la mano en el cabello y con un movimiento de cabeza lo apartó.
Continuó su camino a la vez que escuchaba tras ella un insulto.
—Guarra.
Sonrió
—¡Qué hice! —Brais gritó tras poner fin a la llamada.Soltó el teléfono en el césped y con ropa incluida se dejó caer al agua. Necesitaba despejar la cabeza así fuera ahogándose. El remordimiento por usar el nombre de su amigo lo estaba desgarrando. Se encontraba feliz por escuchar de nuevo la voz de esa mujer. Saber que su presencia en la vida de ella era igual de necesaria le provocó que no quisiera alejarse de Aledis así tuviera que mentir para obtenerlo. ¿Pero usar a Cristian? Eso era caer muy bajo, por más que no estuviera preparado para enfrentarse al mundo. Se dejó hundir hasta el fondo, cerró los ojos y aguantó la respiración. El único sonido que lo rodeaba eran unos latidos que le resultaban atronadores. Necesitaba alejarse de todo, por Dios necesitaba ahogarse, Cris no iba a perdonarlo.Unos brazos lo arrastraron fuera del a
Aledis corrió hacia su auto con más rapidez de la que los tacones le permitían. Antes de llegar sintió el tobillo doblarse y el crujido de un zapato roto le siguió. —¡Mierda! —Se los quitó y terminó la carrera descalza. Entró a su coche y arrancó como si fuera perseguida por un grupo de psicópatas. En el trayecto que comenzó sin rumbo fijo su conciencia la estaba matando. «¿Cómo pude comportarme así?». No lograba darse una explicación a la forma inhumana que a veces se apoderaba de ella. Conforme presionaba el pie en el acelerador sentía disminuir los latidos del corazón, y parecía calmarse. «Aún queda un mes, puedo hacerlo todo. Con la remodelación llegarán más pedidos. Quizá si vendo mi departamento y consigo uno más accesible, si dejo las visitas al cirujano». —¡Jamás! No venderé mi casa, es mi sueño —murmuró, hablando sola en el interior de su auto. Aparcó frente a la clínica que había visitado demasiadas veces. Sin importarle el estado en que estaba salió del auto y caminó de
—Creo que deberíamos ir cerrando el chiringuito. —Elián reflejaba el cansancio en su rostro. Pasó todo el día trabajando sin parar junto a sus nuevas compañeras. Corriendo del taller a la tienda porque Lorena no era capaz de hacer bien su trabajo. —Creo que sí, la jefa parece que no volverá. Dime algo, ¿qué crees que le pasa? —preguntó, Remedios. —No me gusta el cotilleo, pero si insistes te lo cuento. Yo conocí a la perra del diablo cuando ambos comenzamos a estudiar diseño y moda. Era muy distinta de como la ves en estos momentos. —¿Qué quieres decir con eso? —Que no siempre fue lo que ves. Antes era una mujer sin gracia, tabla por delante, tabla por detrás. Despeinada y con un gusto por la moda algo extraño para elegir esa carrera, pero por algún motivo siempre me rodeo de bichos raros. —Dejó escapar una carcajada recordando a la joven pelirroja. —No me lo puedo creer, me mientes, es imposible que alguien como ella fuera como describes. —No, mi Reme. No acostumbro a mentir, p
Aledis pasó más de media hora en el interior de la bañera, no salió de ella hasta que el agua se encontraba fría. Hubiera querido quedarse allí y olvidarse de todo. Desde que decidió afrontar la vida comportándose como una perra, tuvo varias recaídas. Estados de ánimo que siempre se solucionaron con visitas al cirujano, pero esa vez parecía que ni eso lograría hacerla sentir bien. Salió del baño, se puso el albornoz y se dejó caer sobre la cama. Fue un día muy duro. Sabía que la actitud hacia sus padres no era la correcta, que ellos eran lo que más amaba, pero le recordaban un pasado que necesitaba olvidar. Tenía varias llamadas perdidas de Elián, debería llamarlo y ponerse al día; no obstante, no se encontraba con ánimos de hablar con él. «Seguro saldrá con lo mismo de siempre o con algún insulto». Agarró el portátil que descansaba encima de su mesa de noche, lo colocó sobre las piernas y lo encendió. «Que triste es que tu único amigo te odie. Uno más que lo haga qué más da. Ya sé
El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando decidieron colgar el teléfono. Ambos perdieron la noción del tiempo mientras hablaban. En algún momento de la conversación tan solo se relajaron, sin hacerse preguntas. Se dedicaron a ser ellos mismos sin intentar impresionar al otro. Dejando conocer esa parte que a veces escondemos a los demás por miedo. Todo era tan extraño, tan familiar. A Aledis le parecía increíble lograr esa conexión con una persona a la que nunca había visto, que nunca había tocado.«Quisiera conocerlo. Me encantaría que estuviese aquí ahora, no tener que dormir, que se hiciera de día tan solo hablando con él. Quizá no solo hablando». Sus ojos azules tenían un brillo que hacía mucho no se instalaba en ellos, se sorprendía a sí misma con aquel pensamiento hacia un casi desconocido. Se sentía más cómoda hablando con él, que con Elián. ¿Es que acaso se podían tener sentimientos con esa rapidez? Ella no recordaba la última vez que abrió su corazón, que se enamoró, p
—¡¿Brais?! ¿Qué haces aquí? —Cris levantó la vista del portátil que tenía sobre el escritorio y lo observó asombrado—. No me digas, has muerto y vienes en espectro para despedirte de mí.Cristian apartó la silla con rapidez y se levantó llevándose ambas manos al pecho.—No quiero bromitas pesadas.—¡El espectro habla! Y lleva un traje de Armani, me va a dar un infarto. Se te ve tan violable. —El tono afeminado le recordó la maldad que hizo antes de entrar, provocando que comenzara a reírse—. No sabes la alegría que me da verte tan contento y, sobre todo, fuera de casa.—Pensé que podríamos desayunar juntos y después acompañarte al gimnasio.Quería ponerse en forma, puede que no pudiera hacer mucho por su rostro, pero al menos podía tonificar su cuerpo un poco más.—Creo que no escuché bien.Brais bufó y dejó los ojos en blanco.—Deja de hacerte el idiota, Cris.—¿Dónde está mi amigo?, ¡cuánto me va a costar el rescate! —Ladeó la cabeza y lo miró esperando que comenzara a ponerse serio
Transcurrió una semana desde que Brais decidió ponerse en forma. El sudor caía por la frente, su pulso estaba disparado, sentía el dolor del cuerpo en cada inclinación. Las manos de Cristian sujetaban sus piernas con fuerza impidiendo el movimiento. —¡Vamos! Cincuenta más y terminamos. —¡¿Cincuenta?! —Detuvo los abdominales que estaba haciendo y se quedó tumbado en el suelo—. Voy a echar el hígado por la boca. —Querías que te entrenara, ¿no? Pues ahora nada de quejas, ¡sigue! —Voy a morir, llevamos una semana sin parar ni un solo día. Vio como Cristian sacaba del bolsillo del pantalón una foto de Aledis que robó de internet, la colocó frente su rostro y la fue alejando hasta dejarla sobre las rodillas. —Querías mejorar tu físico por ella, mírala. Te está observando, ¡Brais tómame, te quiero, guapetón! —su voz se tornó femenina en sus últimas palabras. —Esta mujer va a matarme y aun no nos conocemos de manera formal, estoy exhausto —dijo, retomando los ejercicios—. Por cierto, si
—¡Niña! Despierta por favor, ¡Reme!, trae agua. —Lorena y Remedios corrieron al baño colocando las manos como si fuera un cuenco, y las llenaron del líquido que derramaban antes de llegar a su destino—. ¡Torpes! ¿No podían agarrar un vaso? No importa, aquí tengo refresco.Abrió la botella justo en el momento que se escuchó una queja por parte de Aledis.—Hmm, ¿qué pasó?—Por si acaso. —A pesar de verla abrir los ojos, derramó el contenido de la botella sobre el rostro.—¡Marica!—¡Perra! ¿Dormiste bien entre mis brazos?, que sepas que no se volverá a repetir. —Con cuidado intentó incorporarse del suelo ayudada de su amigo y bajo el escrutinio de las empleadas.—Si no fuera por el calor que tengo ahora mismo, y porque siento que si me sueltas me daré de lleno con el suelo, te estaría cruzando la cara por dejarme pegajosa, ¿qué me echaste?—Mi refresco, me debes uno, pensaba tomarlo camino de casa.—¿Estás bien? —preguntó Lorena, y Remedios la secundó.—¿Me veo bien? No pueden ser más t