—Brais, nos vamos ahora mismo de aquí. —Aledis le ofreció una mirada envenenada a Elián.Permanecía en el umbral de la puerta, debatiéndose entre salir detrás de sus amigos o enfrentar a Cristian. Estaba a punto de decantarse por la segunda opción, cuando el culpable de la situación la detuvo.—No te muevas de aquí, nalgona. Esto solo es un pequeño inconveniente, pero todo va como anillo al dedo. —Lo agarró del brazo tirando de él y siguieron a la pareja mientras murmuraba.—¿Te parece que está saliendo bien?, estás más demente de lo que creía chamo, no puedo seguir con esto. Debo hablar con él.—¡No te atrevas!, confía en mí. Antes de que cante un gallo va a estar arrodillado frente a ti buscando entre tus piernas el paso a su felicidad. Aunque no lo entiendo, la felicidad es un trozo de carne dura, no un hueco chorreante, ¡qué asco!—¡Marica! —gritó Aledis—, mantenerse en silencio. Se le está hinchando la nariz a mi cosita, como acabe desfigurado la muerte será el mejor destino que
Cristian arrastró a Aledis desde el bar hasta su casa. No le permitiría regresar con ese hombre que la engañaba, no le daba valor y, para colmo, le robaba a su gata. Tan solo con pensar que los arañazos dirigidos a él, los llevaría Brais en su espalda, le removía las tripas. No iba a perdonarla, esa mujer era la peor de todas. Le abriría los ojos a ese que se hacía llamar amigo, y si su esposa quería volver con él ya sería problema de ellos.No entendía la negativa de la pelirroja, ni lo nerviosa que estaba por hacer que se quedara en su casa, no era la primera vez que la compartían. Además, actuaba casi por un impulso egoísta. Las noches en soledad eran eternas. No pensaba aprovecharse de ella por estar pasando un mal momento, para su desgracia Karla le había robado la virilidad. Ya no miraba a otras mujeres como lo hacía antes, era incapaz de ver a Ale con todas sus impresionantes curvas como alguien a quien llevarse a la cama.El día que visitó a la bruja lo maldijo con una impoten
El día comenzó de una forma gloriosa. Al comprobar el estado de su vacía cuenta bancaria en el teléfono, se percató de que acababa de recibir su primer sueldo.«¡Y qué pedazo de sueldo! No puedo creer la generosidad de mis nuevos jefes. Tanto dinero por hacer lo que me gusta, si no me hicieran falta tantas cosas para el bebé, con esto podría marcharme a Venezuela».La idea de volver a su hogar, ver a su familia, era algo que en los últimos días se le pasaba por la mente con demasiada fuerza. No había un lugar seguro al que regresar, ni un trabajo tan bueno como el que poseía. Los amigos que consiguió en un corto periodo de tiempo, no tenían que envidiar nada a los de su niñez. Aledis se comportó casi como una hermana, Brais era el hombro en el cual llorar y apoyarse. Elián con todas las locuras, y su cariño era el pilar en el que soportar todos los malos momentos. Había encontrado una nueva familia, una que necesitaba tener cerca del bebé que pronto nacería.Aunque la buena noticia so
Tras comprar un anillo de compromiso a pesar de la ayuda bienintencionada de Aledis —ella pretendía poner una piedra tan grande en el dedo de Karla que podría morir aplastada por su propio peso—, continuó con su nuevo día. Acompañó a la pelirroja a su hogar y fue recibido con un Brais furioso. Tras huir de él a lo largo de todo el jardín, lanzarlo a la piscina para que se le enfriaran las ideas de asesinarlo, y tener que tirarse tras él para rescatarlo; se calmó y decidió escuchar.Concluyó su primera disculpa que sellaron con un abrazo, la vida comenzaba a sonreírle. Recuperó a su hermano, y sintió que entre todos lo habían tomado por tonto, pero en aquellos momentos no le importaba. Ya ajustaría cuentas con Elián, debía comprender que sus macabros planes nunca salían como esperaba. Aunque no se imaginaba el futuro sin caer en sus redes y ser parte de las locuras que propusiera.Nada importaba, tan solo deseaba ver a su gata y obligarla a aceptarlo. Era orgullosa, quizá el anillo de
Su madre siempre decía que las prisas no eran buenas consejeras, lo comprobó en el mostrador de la aerolínea, al percatarse de que no era capaz de regresar a su país como un fracaso. Las ganas por verse agasajada por su familia la llevaron a una decisión errónea. Era más fácil huir que afrontar las consecuencias de sus actos. Sobrevivió en pésimas condiciones y volvería a hacerlo. Asumiría las críticas y se alejaría, se debía un último intento. Por ella, por el bebé, por un futuro que se presentaba incierto.Cuando la empleada de la aerolínea tomó entre sus manos la documentación, no pudo hacer otra cosa que arrebatársela. Negar con insistencia y correr arrastrando la maleta. Abatida se encerró en los baños, se adentró en uno de los cubículos y lloró dejando escapar todos los sentimientos que se apoderaron de ella. Quizá podía quedarse a vivir allí, lo había visto en una de esas películas de Hollywood. Solo el tiempo suficiente para decidir qué hacer con su vida.Lloró sin descanso, p
Observó a su mejor amigo de la infancia nervioso junto al altar. Había trascurrido casi cuarenta años desde la unión con la mujer que se había convertido en la dueña de su vida. Aún después de tanto tiempo se veía como un colegial enamorado. La pelirroja siempre le gustó hacerse de rogar, en sus segundas nupcias no iba a mostrarse diferente. Karla permanecía al otro lado del altar, a lo largo de la mañana se había quejado de un modo incesante con Elián, odiaba el traje de dama de honor que le confeccionó. Contuvo la sonrisa cuando ella le dirigió la mirada, a veces creía que podía leerle el pensamiento. Alzó una ceja y dejó los ojos en blanco, casi podía sentirla pellizcarlo en la distancia y preguntarle al oído qué le hacía tanta gracia. Lo cierto era que el vestido ajustado no era apropiado para su edad ni las curvas obsequiadas con el pasar del tiempo. Cada una de ellas era la prueba de los estragos que su historia de amor había hecho en el cuerpo. Él también había cambiado. Puede
“Sólo nos convertimos en lo que somos a partir del rechazo total y profundo de aquello que los otros han hecho de nosotros”. Jean Paul Sartre. Según la tercera ley de Newton toda acción obtiene una reacción. Bien puede aplicarse a la vida, ejercemos un acto y obtenemos una consecuencia. Regalamos una sonrisa adquiriendo otra a cambio. Obsequiamos un insulto..., quizá deberíamos atenernos al desastre. La joven pelirroja estaba por descubrir que las leyes que rigen el mundo podían darle sorpresas y, no todas ellas, serían agradables. Aledis nunca podría preveer que un inocente email de un admirador secreto podría cambiar su bien planificada vida para siempre.
Se maquillaba ayudada del espejo retrovisor en cada semáforo de la ciudad. A veces se demoraba y los autos que llegaban tras ella comenzaban a hacer sonar la música de los cláxones. «¡Idiotas! No pienso llegar al trabajo sin ocultar las ojeras». Sacó el dedo medio, formó con él una grosería y se lo enseñó al primer conductor que la adelantaba.—¡Niñata, arréglate en tu casa!—¡Cállate, adefesio! —gritó, a la vez que sacaba la mitad del cuerpo por la ventanilla.Tras dedicar el insulto aceleró su auto provocando que el hombre que intentaba sobrepasarla tuviese que dar un frenazo. Al hacerlo, el coche que lo seguía colisionó con él. Observó el percance y disfrutó el momento. «Te pasa por idiota, ¿no tenías tanta prisa?». Se dijo a la vez que aumentaba el