Tras comprar un anillo de compromiso a pesar de la ayuda bienintencionada de Aledis —ella pretendía poner una piedra tan grande en el dedo de Karla que podría morir aplastada por su propio peso—, continuó con su nuevo día. Acompañó a la pelirroja a su hogar y fue recibido con un Brais furioso. Tras huir de él a lo largo de todo el jardín, lanzarlo a la piscina para que se le enfriaran las ideas de asesinarlo, y tener que tirarse tras él para rescatarlo; se calmó y decidió escuchar.Concluyó su primera disculpa que sellaron con un abrazo, la vida comenzaba a sonreírle. Recuperó a su hermano, y sintió que entre todos lo habían tomado por tonto, pero en aquellos momentos no le importaba. Ya ajustaría cuentas con Elián, debía comprender que sus macabros planes nunca salían como esperaba. Aunque no se imaginaba el futuro sin caer en sus redes y ser parte de las locuras que propusiera.Nada importaba, tan solo deseaba ver a su gata y obligarla a aceptarlo. Era orgullosa, quizá el anillo de
Su madre siempre decía que las prisas no eran buenas consejeras, lo comprobó en el mostrador de la aerolínea, al percatarse de que no era capaz de regresar a su país como un fracaso. Las ganas por verse agasajada por su familia la llevaron a una decisión errónea. Era más fácil huir que afrontar las consecuencias de sus actos. Sobrevivió en pésimas condiciones y volvería a hacerlo. Asumiría las críticas y se alejaría, se debía un último intento. Por ella, por el bebé, por un futuro que se presentaba incierto.Cuando la empleada de la aerolínea tomó entre sus manos la documentación, no pudo hacer otra cosa que arrebatársela. Negar con insistencia y correr arrastrando la maleta. Abatida se encerró en los baños, se adentró en uno de los cubículos y lloró dejando escapar todos los sentimientos que se apoderaron de ella. Quizá podía quedarse a vivir allí, lo había visto en una de esas películas de Hollywood. Solo el tiempo suficiente para decidir qué hacer con su vida.Lloró sin descanso, p
Observó a su mejor amigo de la infancia nervioso junto al altar. Había trascurrido casi cuarenta años desde la unión con la mujer que se había convertido en la dueña de su vida. Aún después de tanto tiempo se veía como un colegial enamorado. La pelirroja siempre le gustó hacerse de rogar, en sus segundas nupcias no iba a mostrarse diferente. Karla permanecía al otro lado del altar, a lo largo de la mañana se había quejado de un modo incesante con Elián, odiaba el traje de dama de honor que le confeccionó. Contuvo la sonrisa cuando ella le dirigió la mirada, a veces creía que podía leerle el pensamiento. Alzó una ceja y dejó los ojos en blanco, casi podía sentirla pellizcarlo en la distancia y preguntarle al oído qué le hacía tanta gracia. Lo cierto era que el vestido ajustado no era apropiado para su edad ni las curvas obsequiadas con el pasar del tiempo. Cada una de ellas era la prueba de los estragos que su historia de amor había hecho en el cuerpo. Él también había cambiado. Puede
“Sólo nos convertimos en lo que somos a partir del rechazo total y profundo de aquello que los otros han hecho de nosotros”. Jean Paul Sartre. Según la tercera ley de Newton toda acción obtiene una reacción. Bien puede aplicarse a la vida, ejercemos un acto y obtenemos una consecuencia. Regalamos una sonrisa adquiriendo otra a cambio. Obsequiamos un insulto..., quizá deberíamos atenernos al desastre. La joven pelirroja estaba por descubrir que las leyes que rigen el mundo podían darle sorpresas y, no todas ellas, serían agradables. Aledis nunca podría preveer que un inocente email de un admirador secreto podría cambiar su bien planificada vida para siempre.
Se maquillaba ayudada del espejo retrovisor en cada semáforo de la ciudad. A veces se demoraba y los autos que llegaban tras ella comenzaban a hacer sonar la música de los cláxones. «¡Idiotas! No pienso llegar al trabajo sin ocultar las ojeras». Sacó el dedo medio, formó con él una grosería y se lo enseñó al primer conductor que la adelantaba.—¡Niñata, arréglate en tu casa!—¡Cállate, adefesio! —gritó, a la vez que sacaba la mitad del cuerpo por la ventanilla.Tras dedicar el insulto aceleró su auto provocando que el hombre que intentaba sobrepasarla tuviese que dar un frenazo. Al hacerlo, el coche que lo seguía colisionó con él. Observó el percance y disfrutó el momento. «Te pasa por idiota, ¿no tenías tanta prisa?». Se dijo a la vez que aumentaba el
—¡Qué buenas horas de llegar, Lorena! —Se levantó del asiento sin dejar de observar a su amiga y a la mujer que la acompañaba. «Debe estar de broma, ¿quién es esa?». La sola visión de la mujer la dejó en shock. Era como ver su pasado, el que tanto quería ocultar, contonearse en su cara y reírse de ella. —Hola, Aledis; disculpa que llegue tan tarde, me surgió un contratiempo —la estridente voz de Lorena la hizo elevar la comisura del labio superior con un gesto de coraje. —Ya me imagino, una noche sin dormir abriéndote de piernas para el primero que encontraste. —Movió la mano intentando quitar importancia a su malintencionado comentario. Así es como se sentía segura. Siendo una perra, no permitiría a nadie más entrar a su corazón y menos permitiría que la dañaran. —¡No seas tan burra!, no fue el primero que encontré. Charlé con él durante una hora en un pub. —Lorena señaló a la chica a su lado—. Ella es Remedios, mi vecina y tu nueva trabajado
Eran las ocho de la tarde, Aledis cerró la cortina de metal hasta la mitad dando por terminada la jornada. Pasó todo el día atendiendo clientes gracias a la falta de personal. «No entiendo por qué las dependientas siempre firman su renuncia, si soy un encanto». Caminó hacia la trastienda donde se encontraba Elián y sus dos nuevas contrataciones. Al pasar junto a la puerta escuchó las risas de los empleados.—Reme, cariño, en un rato la señora tengo un palo metido en el trasero estará molestando por aquí.«¿Señora palo metido en el trasero? ¿A quién se referirá el marica?». Se detuvo a escuchar, ya que la curiosidad era uno de sus defectos.—Gracias por avisarme —Remedios suspiró apesadumbrada—. Espero que esté satisfecha con mi trabajo y no tome en cuenta mi aspecto.—L
—¿Cuántas vueltas vas a dar? Envía el puñetero correo.Brais sabía que su amigo estaba molesto con su indecisión. Después de poner en orden los pendientes de la empresa, Cristian le dio una idea para acercarse a la pelirroja de sus sueños.—No puedo, lo tendré que enviar al correo de su tienda. Quizás ella no es la que lo lee.—Todo en esta vida tiene un riesgo, no es que te vaya a ver la cara la persona que lo reciba.—No puedo. —Negó con insistencia.—Entiendo, la verdad es que estás aspirando a una tremenda mujer. No obstante, piensa que eres un hombre exitoso; eso sí, en las sombras, porque yo soy tu imagen.«¡Vaya! Al final él cabeza hueca de mi mejor amigo dijo algo coherente. Es cierto, él es mi imagen». Una sonrisa pícara apareció en su rostro.<