Observó a su mejor amigo de la infancia nervioso junto al altar. Había trascurrido casi cuarenta años desde la unión con la mujer que se había convertido en la dueña de su vida. Aún después de tanto tiempo se veía como un colegial enamorado. La pelirroja siempre le gustó hacerse de rogar, en sus segundas nupcias no iba a mostrarse diferente. Karla permanecía al otro lado del altar, a lo largo de la mañana se había quejado de un modo incesante con Elián, odiaba el traje de dama de honor que le confeccionó. Contuvo la sonrisa cuando ella le dirigió la mirada, a veces creía que podía leerle el pensamiento. Alzó una ceja y dejó los ojos en blanco, casi podía sentirla pellizcarlo en la distancia y preguntarle al oído qué le hacía tanta gracia. Lo cierto era que el vestido ajustado no era apropiado para su edad ni las curvas obsequiadas con el pasar del tiempo. Cada una de ellas era la prueba de los estragos que su historia de amor había hecho en el cuerpo. Él también había cambiado. Puede
“Sólo nos convertimos en lo que somos a partir del rechazo total y profundo de aquello que los otros han hecho de nosotros”. Jean Paul Sartre. Según la tercera ley de Newton toda acción obtiene una reacción. Bien puede aplicarse a la vida, ejercemos un acto y obtenemos una consecuencia. Regalamos una sonrisa adquiriendo otra a cambio. Obsequiamos un insulto..., quizá deberíamos atenernos al desastre. La joven pelirroja estaba por descubrir que las leyes que rigen el mundo podían darle sorpresas y, no todas ellas, serían agradables. Aledis nunca podría preveer que un inocente email de un admirador secreto podría cambiar su bien planificada vida para siempre.
Se maquillaba ayudada del espejo retrovisor en cada semáforo de la ciudad. A veces se demoraba y los autos que llegaban tras ella comenzaban a hacer sonar la música de los cláxones. «¡Idiotas! No pienso llegar al trabajo sin ocultar las ojeras». Sacó el dedo medio, formó con él una grosería y se lo enseñó al primer conductor que la adelantaba.—¡Niñata, arréglate en tu casa!—¡Cállate, adefesio! —gritó, a la vez que sacaba la mitad del cuerpo por la ventanilla.Tras dedicar el insulto aceleró su auto provocando que el hombre que intentaba sobrepasarla tuviese que dar un frenazo. Al hacerlo, el coche que lo seguía colisionó con él. Observó el percance y disfrutó el momento. «Te pasa por idiota, ¿no tenías tanta prisa?». Se dijo a la vez que aumentaba el
—¡Qué buenas horas de llegar, Lorena! —Se levantó del asiento sin dejar de observar a su amiga y a la mujer que la acompañaba. «Debe estar de broma, ¿quién es esa?». La sola visión de la mujer la dejó en shock. Era como ver su pasado, el que tanto quería ocultar, contonearse en su cara y reírse de ella. —Hola, Aledis; disculpa que llegue tan tarde, me surgió un contratiempo —la estridente voz de Lorena la hizo elevar la comisura del labio superior con un gesto de coraje. —Ya me imagino, una noche sin dormir abriéndote de piernas para el primero que encontraste. —Movió la mano intentando quitar importancia a su malintencionado comentario. Así es como se sentía segura. Siendo una perra, no permitiría a nadie más entrar a su corazón y menos permitiría que la dañaran. —¡No seas tan burra!, no fue el primero que encontré. Charlé con él durante una hora en un pub. —Lorena señaló a la chica a su lado—. Ella es Remedios, mi vecina y tu nueva trabajado
Eran las ocho de la tarde, Aledis cerró la cortina de metal hasta la mitad dando por terminada la jornada. Pasó todo el día atendiendo clientes gracias a la falta de personal. «No entiendo por qué las dependientas siempre firman su renuncia, si soy un encanto». Caminó hacia la trastienda donde se encontraba Elián y sus dos nuevas contrataciones. Al pasar junto a la puerta escuchó las risas de los empleados.—Reme, cariño, en un rato la señora tengo un palo metido en el trasero estará molestando por aquí.«¿Señora palo metido en el trasero? ¿A quién se referirá el marica?». Se detuvo a escuchar, ya que la curiosidad era uno de sus defectos.—Gracias por avisarme —Remedios suspiró apesadumbrada—. Espero que esté satisfecha con mi trabajo y no tome en cuenta mi aspecto.—L
—¿Cuántas vueltas vas a dar? Envía el puñetero correo.Brais sabía que su amigo estaba molesto con su indecisión. Después de poner en orden los pendientes de la empresa, Cristian le dio una idea para acercarse a la pelirroja de sus sueños.—No puedo, lo tendré que enviar al correo de su tienda. Quizás ella no es la que lo lee.—Todo en esta vida tiene un riesgo, no es que te vaya a ver la cara la persona que lo reciba.—No puedo. —Negó con insistencia.—Entiendo, la verdad es que estás aspirando a una tremenda mujer. No obstante, piensa que eres un hombre exitoso; eso sí, en las sombras, porque yo soy tu imagen.«¡Vaya! Al final él cabeza hueca de mi mejor amigo dijo algo coherente. Es cierto, él es mi imagen». Una sonrisa pícara apareció en su rostro.<
No sé qué decir, nunca nadie me dijo palabras parecidas. Si eres Elián y estás riéndote de mí me las pagarás, y si no eres él por favor no escriba a este correo; porque si no es esa loca la que se está doblando en la silla leyendo el mensaje, lo hará en cuanto lo vea.Que no estoy diciendo que sea feo. ¡Pero qué cosa más cursi! Y a la vez lindo. Me siento contradictoria, puede que me arrepienta de lo que voy a escribir, sobre todo porque me estoy pintando las uñas y se me estropeará el esmalte. La curiosidad mató al gato, pero creo que tengo algo de felina. ¿Podrías escribirme a mi correo personal?: perrapelirroja#correomail.com disculpa el nombre, lo creó para mí un amigo que estoy odiando mucho en estos momentos. Ahora que lo pienso debería cambiar la contraseña. No sé por qué respondo, quiz
Se encontraba sumida en sus pensamientos, observando los miles de resultados de la búsqueda en el navegador, pero sin llegar a verlos. Rozaba el teléfono moviendo la imagen de la pantalla hacia arriba y abajo sin observar ningún punto, el llanto de su madre resonaba en la mente por más que deseaba olvidarlo. Sin percatarse de las emociones que su propio cuerpo le enviaba dejó escapar una lágrima.Remedios y Elián la miraban desde la puerta de la trastienda.—¿Qué le ocurre?—No lo sé. Siempre se pone mal cuando habla con su familia, Reme.—Pero colgó el teléfono —susurró—. Mi madre murió hace varios años, nunca conocí a mi padre. Daría lo que fuera por recibir una llamada de ella.—Reme, ¡¿cómo dices eso?! ¡Qué horror! &iq