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Capítulo 5: Odio mi pasado

No sé qué decir, nunca nadie me dijo palabras parecidas. Si eres Elián y estás riéndote de mí me las pagarás, y si no eres él por favor no escriba a este correo; porque si no es esa loca la que se está doblando en la silla leyendo el mensaje, lo hará en cuanto lo vea.

 Que no estoy diciendo que sea feo. ¡Pero qué cosa más cursi! Y a la vez lindo. Me siento contradictoria, puede que me arrepienta de lo que voy a escribir, sobre todo porque me estoy pintando las uñas y se me estropeará el esmalte. La curiosidad mató al gato, pero creo que tengo algo de felina. ¿Podrías escribirme a mi correo personal?: perrapelirroja#correomail.com disculpa el nombre, lo creó para mí un amigo que estoy odiando mucho en estos momentos. Ahora que lo pienso debería cambiar la contraseña. No sé por qué respondo, quizá tuve un mal día.

Lo pensó unos segundos antes de enviarlo. Dejó el portátil abierto sobre la cama y se levantó a observar el cielo nocturno por la ventana. La luna coronaba la noche agregándole un toque de melancolía a su estado. «Si es esa marica lo mato. No necesito admiradores secretos, los tengo reales por todos lados. Solo hay que mirarme. ¿Acaso se pueden tener mejores genes?». Discutió unos momentos consigo misma decidiendo que su lado curioso triunfara con el racional, regresó a la cama y pulsó enviar. Tras hacerlo, retornó a tomar el pintauñas y terminar de arreglar lo que había destrozado tecleando el mensaje.

                                                          ******************

—¡Ay por Dios! ¡Virgen de todos los feos! ¡Patrona de los poco agraciados! —Cristian se arrodilló en el suelo sosteniendo en una de sus manos un muslo de pollo—. Naciste con una flor en el trasero, no me lo puedo creer.

Brais observó a su amigo levantando una ceja, mientras permanecía tirado en la cama boca arriba con los brazos cruzados sobre el pecho; como una forma de que su corazón no se escapara del cuerpo y, antes de regalar sus últimos latidos, lo llamara imbécil por querer conquistar a una mujer que, a ojos de cualquiera, estaba fuera de su alcance.

—¿Qué haces? —preguntó, con curiosidad.

—Te contestó, hermano, ¡no me lo puedo creer!

—¡¿De qué hablas?! —Se incorporó casi de un salto.

—Lo que escuchas. —Movió el ratón sobre el correo recibido y lo abrió para comenzar a leer.

—¡No! —De un empujón lo apartó de la silla y con rapidez minimizó la ventana—. Cris, ya es tarde, quiero dormir.

—Pero no tengo sueño, apenas son las once de la noche, quiero saber que te dice.

—Cris, por favor —rogó, si no le hacía caso lo echaría a patadas.

—¡Serás…! Mejor no te insulto porque hoy me hiciste un regalo, pero eres un mal amigo.

—No me digas eso, solo quiero tener intimidad, comprende.

Cristian pasó una mano acariciando su cabello castaño claro casi rubio, despeinándolo en el proceso. Fijó la vista en el suelo, parecía que estaba luchando por provocar que apareciera en sus ojos verdes algunas lágrimas falsas. Mordió el pedazo de carne que aún conservaba en la mano y se levantó del suelo.

—Me duele, amigo. —Dio una palmada sobre su pecho—. Pasé todo el día apoyándote, escuchándote divagar sobre ángeles pelirrojos. Viéndote imaginar tu boda. ¡¿Sabes qué horror fue eso para mí?! En algunos momentos creí verme vestido de pingüino dando el discurso del padrino del año. Me dio urticaria de solo pensarlo.

—Cristian, nos conocemos desde los cinco años, no quieras hacer tus chantajes emocionales conmigo.

—¡Pero no es justo! Quiero saber que te dice.

—Mañana te lo diré, no te preocupes. Me habrá insultado y puesto una denuncia por acosarla, déjame llorar tranquilo.

—Está bien, me marcho, pero si necesitas hablar, o reenviarme las fotos que te envié desnuda cuando la conversación con Manuela se torne caliente, mis ojos para darle el visto bueno a las partes de esa mujer son tuyos.

—¿Manuela? Se llama Aledis —contestó, confundido.

Cristian sonrió burlón y palmeó su espalda un par de veces. Levantó la chaqueta que colgaba en el respaldo de la silla dejándola caer en su brazo, para después caminar hacia la puerta. Antes de salir lo miró, abrió la palma de la mano y se la mostró.

Manuela, la novia de adolescentes y penes poco usados desde tiempos inmemorables.

Agarró uno de sus muñecos de colección y se lo lanzó a su amigo que consiguió huir victorioso, dejando que escuchara una sonora carcajada. Se acomodó frente a la pantalla y mostró la ventana que contenía el correo. Lo leyó con lentitud, saboreando cada palabra, mientras dejaba escapar una sonrisa ante sus comentarios.

«No me lo puedo creer me dio su dirección, muero de ganas por contestar, pero ¿y si duerme? Bueno, no es como si fuera una llamada. Si está descansando ya lo leerá en otro momento. No quiero que piense que no estoy al pendiente de ella».

                                                                      ********

El sonido de una llamada entrante la sacó del sueño profundo en el que se encontraba. Y lo agradecía porque sufrió una horrible pesadilla. Antes de contestar se levantó de la cama con el teléfono en mano y corrió hacia el espejo.

—¡¿Qué quieres ahora, Elián?! —Se limpió la mejilla al darse cuenta que tenía restos de saliva.

«Hay que ser una diosa para babear en la noche y aun así verte como una estrella de cine al despertar».

—¿Qué crees que quiero, preciosa?

—¿Molestar? No estoy para tus juegos esta mañana, tuve un sueño horrible.

—Pero que delicada despertó la Bella durmiente, ¿qué soñaste? Si se puede saber.

—Que era fea, horrorosa. Debe ser una señal de que ahora mismo vaya a la peluquería.

—¡No! Nada de entretenerte. Son las diez de la mañana, te necesito aquí, trabajando. Tu amiga Lorena es una inútil, más que tú. Debemos hablar y muy serio.

—Por cierto… «Ni lo sueñes, marica, ya sé que camino tomará esa conversación».

—No ignores lo que dije, ¡ven ya!

—Necesitas un novio que te dome ese carácter, iré cuando termine de hacer mis cosas. ¡Ocúpate del negocio!

Sin más terminó la llamada. Lanzó un bostezo y recordó a su admirador secreto. Mientras abría el correo sintió el calor instalarse en su pecho al ver que tenía respuesta.

Aún no puedo creer que contestaras y más aún que decidieras confiar en un desconocido. Sé que esa palabra no suena alentadora, pero en estos momentos es lo que soy. No soy el amigo del que me hablas y tampoco pretendo reírme de ti. ¿Cómo puedes siquiera pensar eso? Lo extraño es que no tengas tu correo lleno de locos enamorados proponiéndote salir con ellos. Yo no lo haré. Quiero conocerte y que me conozcas, pero más allá del intercambio de palabras sin sentido que se pueden dar en una cita, que todos sabemos cuál es el fin de ellas. No quiero llevarte a la cama, no me temas. Solo quiero saber de ti, aunque no tenga el valor para decirlo de frente.

La puerta de su habitación se abrió sin que nadie tocara.

—¡Consuelo! Consuelito de mis pesadillas, ¿nadie te enseñó a tocar antes de entrar?

—Lo siento, señorita Aledis, pensé que ya estaría trabajando… con las horas que son.

—No te pago para que me juzgues, Consuelo, así que mejor haz tu trabajo que en eso eres realmente buena.  —Su empleada la miró de arriba abajo y como si no la hubiese escuchado comenzó a ventilar la cama.

                                                         ********

—Lorena, ¡no puedo más! —se quejó Elián—. Te lo expliqué de todas las maneras posibles. No sabes dar el cambio, no sabes atender con elegancia. Vienes vestida como vulgar barriobajera a una tienda de alta costura.

—¡Tranquilo! No es que sea torpe es que soy de lento aprendizaje.

—¡¿Aprendizaje?! Pero si no has memorizado ni una sola cosa de lo que te dije desde que entramos. Estoy explotado en este lugar. —Se abanicó con la mano—. Las tres de la tarde y esa mujer sin aparecer por su negocio.

—¿Hablaban de mí? —preguntó Aledis, entrando con el cabello recién arreglado y demasiado maquillada.

—¡Milagro! Cleopatra se dignó a dirigir su imperio, Marco Antonio a su servicio; su fiel esclavo, ¿le beso los pies, mi reina?

—No, gracias, acabo de hacerme la pedicura y no quiero que la estropees con tus babas, pero si quieres puedes hacerme un masaje. Estos tacones me están matando. —Caminó con gracia al interior del mostrador, empujó la silla donde se encontraba sentada Lorena provocando que se levantara y se acomodó en ella.

—Aledis, debemos hablar. —La miró iracundo y frunciendo los labios.

—Soy toda oídos, marica.

—Tu amiga es una inútil, fin.

—¡Oye! —gritó Lorena.

—¿No será que tú eres muy malo enseñando? —Aledis observó a la muchacha con el cabello teñido de rubio platino, con las puntas color anaranjado y el rostro maquillado como una puerta—. Parece salida de un cuento de terror, la Kimberly y el Bryan historias para no dormir.

Comenzó a reír al escucharla y su gesto se suavizó.

—¿Ves? Te lo dije —reprendió a Lorena.

—No me veo tan mal, no sé por qué lo dicen.

—Por favor, toma un conjunto de tu talla y vístete de manera decente.

—¿Me lo regalarás? —La jovencita preguntó emocionada.

—¿Estás loca? Te lo pienso descontar de tu sueldo. —Lorena agachó la cabeza soltando una maldición—. Bah, está bien. Si te queda, tómalo como un regalo.

—Necesito contarte algo, marica —la escuchó susurrar.

—Las confidencias después, nena; tenemos que hablar de negocios, no podemos seguir así. Cada día hay más pedidos, mis dos manos y las catorce horas que paso aquí metido no dan para más.

—Ya te contraté a la fea, ¿qué más quieres?

—Cariño, eso estaba bien cuando éramos una simple tiendita, pero ahora el taller no aguanta tanto. Las maquinas son viejas, no tenemos personal, ni espacio. Creo que es hora de invertir y yo estoy dispuesto a ser más que un empleado. Me comporto como más que eso, pagué con mi trabajo el puesto que tengo.

—No quiero seguir hablando.

—Pelirroja, tacaña, si tú no quieres gastar pido un préstamo y nos hacemos socios. Pero elige: o me haces caso o firmo la carta de renuncia.

Bufó, molesta, Aledis sabía que sus palabras eran muy ciertas. Nadie mejor que él se merecía ser su socio y deseaba hacerlo, le hacía falta. Elián era el verdadero talento de la empresa, ella era la del marketing y los números, pero hacer eso era confiar en otra persona su mayor sueño. Un sueño que ni siquiera consiguió por sí misma, porque el dinero para levantar el negocio fue un aporte económico de unos padres a los que nunca llamaba. Se sentía inservible, una inútil y jamás permitiría que esa debilidad se reflejara ante el mundo.

        Para suerte de Aledis, su teléfono comenzó a sonar, miró la pantalla y arrugó la nariz.

—Espera Eli, voy a contestar. —Respiró profundo y contestó la llamada con voz temblorosa—. ¿Sí?

Aledis, soy tu madre —se escuchó al otro lado de la línea.

—Mamá, te tengo agendada, aunque te resulte difícil de creer.

No me saludes con tanto ánimo, cariño. No te llamaría si no fuera importante.

—Mami, para ti importante es contarme la telenovela de las cuatro de la tarde. —La escuchó sollozar y comenzó a preocuparse—. ¿Estás llorando?

Tu padre y yo tenemos problemas. Sabes que él se metió en un préstamo para poder ayudarte a montar tu negocio.

«No me gusta el giro que está tomando esta conversación».

—¿Llamas para echármelo en cara? Porque papá me dijo que era un regalo.

—Lo sé, él no está enterado de esta llamada, pero te necesitamos, hija. Sabes que está a punto de cumplir los sesenta, lo despidieron de su trabajo y ahora el banco nos quiere quitar la casa por no poder afrontar el pago del préstamo.

Elián comenzó a acercarse. Ese hombre era el espíritu del chisme en estado puro, no podía dejar que se enterara ni de su pasado ni de que su familia no era de la alcurnia que ella presumía.

—Este es el contestador automático de Aledis Belleti.

¿Cómo Belleti? Tú eres Ruiz como tu padre.

—Si quiere dejar un mensaje puede hacerlo tras la señal. ¡Pi!, ¡pi!, ¡pi!, ¡piiiiii! —Imitó la voz de una contestadora automática y terminó la llamada.

«Después la llamo y averiguo qué ocurrió».

Se dio cuenta que desde la puerta de la trastienda sus tres trabajadores la miraban a escondidas. Estaba segura de que no habían escuchado la conversación completa, pero pudieron ver cómo ignoró a su familia. Tras respirar hondo un par de veces abrió el navegador del teléfono. Odiaba que su madre le recordara su apellido a pesar de renunciar a él. No quería ni rozarse ni pensar en el mundo donde había crecido. No se avergonzaba de sus padres, ellos eran lo mejor de su vida, se avergonzaba de los recuerdos de su infancia. Tras volver a poner en su rostro la máscara de hipocresía, escribió en el buscador: OnixBra.  «¿Quién será el que se encuentra detrás de esos correos?».

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