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Capítulo 6: Odio mi pasado

Se encontraba sumida en sus pensamientos, observando los miles de resultados de la búsqueda en el navegador, pero sin llegar a verlos. Rozaba el teléfono moviendo la imagen de la pantalla hacia arriba y abajo sin observar ningún punto, el llanto de su madre resonaba en la mente por más que deseaba olvidarlo. Sin percatarse de las emociones que su propio cuerpo le enviaba dejó escapar una lágrima.

Remedios y Elián la miraban desde la puerta de la trastienda.

—¿Qué le ocurre?

—No lo sé. Siempre se pone mal cuando habla con su familia, Reme.

—Pero colgó el teléfono —susurró—. Mi madre murió hace varios años, nunca conocí a mi padre. Daría lo que fuera por recibir una llamada de ella.

—Reme, ¡¿cómo dices eso?! ¡Qué horror! ¿Te imaginas? ¡Ay, mi Reme! Gritando en la noche junto a tu habitación como la llorona.

Le dio un golpe en el pecho empujándolo con suavidad a la vez que reía. Remedio lo tenía claro, necesitaba el trabajo, pero nunca había soportado a esa mujer. Cada vez que la veía en la televisión algo en su interior la hacía aborrecerla. Su seguridad, la forma en que miraba, su suerte. La realidad era que la envidiaba. Era cierto lo que le dijo a Elián, le encantaría que su madre regresara a la vida, así la volvía a enviar al otro barrio de nuevo.

Puede que no la matara de forma directa, pero su madre siempre decía que la fealdad de su rostro evidenciaba lo podrida que estaba por dentro y, cuando enfermó, se dejó morir porque decía que prefería la muerte a soportarla.

Disfrutando el ver a la pelirroja llorando se acercó a ella.

—¡¿A dónde vas?! Si te ve Aledis es capaz de matarte.

—No puedo dejarla así, mírala está sufriendo. —Escuchó a Elián llamándola en voz baja pero no hizo caso. Respiró hondo, se llenó de valor y caminó hacia donde estaba su jefa.

—Voy a comprar algo de comer, ¿quieres algo? —bajó el tono de voz y susurró—. Veneno, por ejemplo.

La pelirroja sufrió un espasmo como si la repentina voz la hubiese asustado.

—¿Qué decías?

«Está muriendo de tristeza, que bueno. No me gritó, ni me sacó a patadas y hasta su voz suena amable».

—¿Se encuentra bien? Yo sé que no me conoce, pero si puedo servir de algo.

—Creo que estoy en mis días.

—Insisto, no quiero que se enfade. —Se adentró tras el mostrador y sostuvo la mano de Aledis entre las suyas en señal. Tal vez si se ganaba su confianza podía sacar provecho—. No comenzamos con buen pie, pero si necesita desahogarse.

—Gracias, Reme. —La sonrisa de agradecimiento se borró en el mismo instante que se percató de con quién hablaba, apartó la mano como si apartara basura—. ¡¿Qué haces aquí?! ¡Te dije que no te quería en la tienda!

—Es que yo…

—Es que nada, creo que fui muy clarita.

Aledis se levantó del asiento y miró a su empleada, retándola. Estaba rabiosa y volcó su dolor sobre ella.

—¡Lárgate!

—¡Reme! —Se escuchó la voz de Elián.

La agarró del brazo y de un empujón la llevó a la trastienda.

—Se me escapó, Ale, lo siento.

—Ya estoy lista, ¿cómo me veo? —Interrumpió la matanza de miradas, Lorena—. Creo que van a fusilar a alguien y me encuentro en medio del tiroteo.

Apretó los puños sin dejar de observar a su amigo y a la dependienta.

—Tengo que marcharme, no sé cuánto tiempo este fuera. —Se acercó a Elián lo atrapó del brazo y lo apretó con suavidad—. Es importante.

Ambos se dedicaron una mirada cómplice, agarró sus pertenencias y se dirigió a la calle, pero antes de salir escuchó la voz de su compañero.

—¡Ale! No podemos huir de quienes somos y menos avergonzarnos.

—Que fácil para ti —susurró, saliendo de la tienda sabiendo que ya no la escucharía.

Caminó hacia el auto deportivo que, como era costumbre, lo había dejado mal aparcado. Un policía de tránsito se encontraba poniéndole una multa. «Lo que me faltaba. ¿Acaso puede ir el día peor? Encima es viejo y barrigón».

—¡Señor!, disculpe. —Corrió con gracia acentuando el movimiento de sus caderas—. No me multe ya me marchaba.

Esbozó su mejor expresión abatida, pero el hombre ni siquiera levantó la vista del papel donde seguía escribiendo.

—Lo siento, pero está aparcada en doble fila, aquí no puede

estacionar.

Colocó su mano con suavidad sobre el hombro del policía provocando que la mirara. «Piensa en cosas malas. Llora m*****a sea, ¡ya sé! La Reme en el baño con estreñimiento, ¡qué horrible!». Apretó los labios obligándose a poner los ojos llorosos, comenzó a hablar como si estuviera a punto de romperse en mil pedazos.

 —Se lo ruego, acabo de recibir la peor noticia de mi vida. Estoy embarazada y cuando iba a contárselo a mi novio lo encontré en brazos de otra mujer. —Tomó la mano del policía entre las suyas que la observaba con lastima, la colocó sobre su pecho dejándolo tocar lo que se encontraba bajo la ropa—. ¡No puedo más! ¿Siente mi corazón romperse? —Apretó la mano sobre él.

—Está bien señorita, cálmese, no llore.

—¡¿Cómo no voy a llorar?! —Tiró del brazo del hombre obligándolo a juntar los cuerpos en un abrazo—. Si me multa no podré pagarlo, mi bebé me necesita.

—Tranquilícese —intentaba hablar, nervioso—. De acuerdo, no le pondré la multa, pero por favor quité su auto de aquí ahora mismo.

Se separó del uniformado y lo miró a los ojos.

—Muchas gracias, Dios le bendiga, es usted un ángel. —Besó su mejilla, agarró las llaves del auto y se dispuso a salir de allí lo más rápido que pudo.

                                                 **********

—Señor, su madre me dijo que lo avisara, le espera para comer juntos.

Brais levantó la mirada de la computadora, cuando trabajaba se olvidaba hasta de alimentarse.

—Está bien, gracias; dile que ya voy.

Se levantó del asiento y se dispuso a encontrarse con ella. Siempre había sido solitario, desde niño. Todo lo contrario de su mejor amigo, pero a pesar de las diferencias, Cristian nunca se avergonzó de él. Cuando todos los adolescentes pensaban en salir, beber, chicas, él se dedicaba a estudiar. Era el típico marginado del que todos se reían por no ser muy agraciado, y para colmo ser buen estudiante. Su época en la secundaria hubiese sido un infierno si no fuera por su mejor amigo. Él siempre fue uno de los más populares. Deportista, las mujeres lo buscaban, los chicos querían ser sus amigos. pero cada vez que alguien se atrevía a despreciarlo, Cristian lo defendía, aunque tuviera que ser expulsado por discutir.

—Hola mamá. —Saludó dándole un beso en la mejilla.

—Ya era hora, si no te llamo ni recuerdas venir a comer. —Se sentó junto a ella y le sonrió.

—Lo siento, ya sabes que cuando trabajo se me olvida todo.

—No te pregunto en qué andas, porque no entenderé nada de lo que me digas; pero seguro que es algo fabuloso, como tú.

Ni siquiera contestó. Su cuerpo estaba allí, pero la mente se encontraba perdida en recuerdos. «Sus ojos azules, esa mirada. ¿Por qué es tan familiar? ¿Por qué nada más verla sentí la necesidad de protegerla?». Una sonrisa bobalicona se instaló en el rostro.

—¿Estás bien? —Isabel colocó una mano sobre la suya para llamar su atención.

—¿Eh? Perdón no te escuché.

—Ya te veo, ¿en qué mundo está tu cabeza?

—Recordaba cuando era niño. ¿Te acuerdas de nuestros antiguos vecinos? Tenían una hija.

Recordaba a esa pequeña pelirroja, siempre fue una espina clavada en su pecho.

—¡Cómo no acordarme! Si te pasabas las tardes saltándote a su jardín para jugar con ella, y eso que era mucho más pequeña que tú. ¿Por qué la mencionas?

—No lo sé, solo vino a mi cabeza. Tenía esa mirada, con sus ojitos azules, con las pequitas en la nariz y ese cabello tan rojo. Me recuerda mucho a una persona que conocí hace poco. —Isabel levantó una ceja y lo miró.

—No recuerdo bien la edad que tenías, quizás unos siete años. Sus padres siempre se sentaban en el porche de la casa a mirarlos jugar. No decían nada, pero notaba que les daba desconfianza que un niño mayor que su hija fuera el único que llegara a visitarla.

—Se reían de ella en la escuela, más de una vez me la crucé llorando por los pasillos.

—Tú eras un buen niño, pero ¿qué te tiene triste, hijo?

—No lo sé. Siempre quise defenderla de los que la trataban mal, pero nunca tuve valor de hacerlo. Un día solo dejó de estar en el jardín, desapareció. Ni siquiera la recuerdo. Por más que intento traer a mi memoria su nombre, no lo consigo. —Se mintió a sí mismo, recordaba a aquella niña demasiado bien.

Por unos minutos los acompañó el silencio, hasta que Isabel habló.

—Aledis. —El rostro de Brais se contrajo. Sintiendo el latir del corazón con solo escuchar ese nombre.

—Co… ¿cómo dijiste?

—Aledis, ese era su nombre.

—¿Por casualidad recuerdas su apellido? —Él lo sabía, pero necesitaba que ella se lo confirmara.

—Deja que lo piense, quieres desafiar la mente de esta anciana. Sus padres eran muy buenas personas, hace años que no se de ellos. Cuando murió tu padre me encerré en mi mundo y después nos mudamos.

—Mamá, por favor es importante. Dime, ¿recuerdas su apellido?

—Creo que era Ruiz. Su papá era albañil, en la puerta de la casa tenía un letrero ofreciendo sus servicios; siempre tan trabajador.

Se llevó a la boca un pedazo de la comida. «No puede ser ella. Se apellidan diferente». En ese momento el teléfono sonó con un mensaje. Había recibido un email.

Siento no haberte contestado antes. Tuve una mañana algo complicada. De hecho, no sé por qué estoy intentando desahogarme con un desconocido. No me siento capaz de hablar con nadie que conozca. Acabo de cruzar la ciudad conduciendo a más velocidad de la permitida solo por llegar a mi destino. Y ahora que me encuentro aquí, no tengo el valor de salir del auto y enfrentar mis problemas.

Dejó de comer y se levantó de la mesa.

—Lo siento, mamá, luego seguimos hablando.

—¿Trabajo, hijo?

—Sí, ya sabes; siempre es trabajo. —Se despidió de su madre y comenzó a caminar por la casa hasta salir al jardín.

No lo guardes. Tan solo háblame, siempre estaré aquí para apoyarte.

Apenas unos minutos después llegó la respuesta:

No quiero seguir llorando, ni siquiera logro ver lo que escribo.

Su corazón latía con fuerza. La necesidad de escucharla, de pedirle que le diera una dirección y correr a su encuentro donde sea que estuviera, estrecharla entre los brazos y secar sus lágrimas; era lo único que deseaba. No obstante, sentir el impulso no era lo mismo que tener el valor de dar la cara.

Déjame llamarte, por favor. Dame un número al que marcar necesito oír tu voz, no querrás ser la culpable de que un desconocido que te molesta por mensajes sufra un infarto por no saber cómo te encuentras.

Pasaron diez minutos en los que dio varias vueltas rodeando la piscina. Perdiendo la mirada en el interior del agua. Intentando visualizar la imagen de la mujer de sus sueños, maldiciendo no tener el mismo valor que su amigo para enfrentar ese tipo de asuntos. Frotó su frente con desesperación.

«¿Qué tiene esa mujer para dejarme en este estado con tan solo una mirada? ¡Seguro se asustó! Cómo no hacerlo. Un loco le pide su número de teléfono y ella va y sale corriendo a la primera comisaria que encuentre en el camino. ¿Por qué decidí jugar a esto? Todo por hacerle caso a Cristian. Y encima para rematar, le escribí desde el correo que uso para la empresa. Sabiendo que, si ella busca, la primera imagen que verá será la de mi amigo».

—¡Soy un imbécil! —gritó frustrado.

Apretó el teléfono entre las manos con la intención de lanzarlo al agua, sin embargo, en el momento que estuvo a punto de dejarlo caer un nuevo mensaje llegó. Aledis envió su número.

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