Se maquillaba ayudada del espejo retrovisor en cada semáforo de la ciudad. A veces se demoraba y los autos que llegaban tras ella comenzaban a hacer sonar la música de los cláxones. «¡Idiotas! No pienso llegar al trabajo sin ocultar las ojeras». Sacó el dedo medio, formó con él una grosería y se lo enseñó al primer conductor que la adelantaba.
—¡Niñata, arréglate en tu casa!
—¡Cállate, adefesio! —gritó, a la vez que sacaba la mitad del cuerpo por la ventanilla.
Tras dedicar el insulto aceleró su auto provocando que el hombre que intentaba sobrepasarla tuviese que dar un frenazo. Al hacerlo, el coche que lo seguía colisionó con él. Observó el percance y disfrutó el momento. «Te pasa por idiota, ¿no tenías tanta prisa?». Se dijo a la vez que aumentaba el volumen de la música que sonaba en la radio.
A los veintisiete años había logrado forjarse una imagen en el mundo de la moda. Comenzó haciendo diseños en el pequeño taller de costura con ayuda de su amigo Elián. Él era la parte creativa de los dos, quien más esfuerzo hizo a la hora de levantar el negocio de la nada. El mismo que se sentaba tras la máquina de coser y se desvelaba creando bocetos para que después los créditos se los llevara ella. Aledis se ocupaba de las ventas, los clientes y de ser la imagen de una marca de ropa cada vez más reconocida.
Aparcó el auto en doble fila frente a su negocio. «Prefiero pagar una multa a caminar con estos tacones desde el aparcamiento del centro comercial». Se colocó las gafas de sol sobre el rostro antes de salir a pesar de solo tener que cruzar la acera, y abrió la puerta del auto sintiéndose una estrella de cine que llegaba al estreno de su película. Como toda una diva caminó hacia el interior de la boutique para ser recibida por su mejor amigo.
—¡Aledis, pelirroja del demonio! ¿Qué horas son estas de llegar? —se escuchó el grito poco masculino de Elián.
—¡No grites, me duele la cabeza! «¿Quién quiere un amigo gay? Lo regalo y seguro a él le encantaría. No, a quién quiero engañar, no puedo vivir sin él».
El joven se levantó de la silla que ocupaba tras el mostrador y caminó hacia ella moviendo las caderas con un ademán exagerado. Pasó una mano por la nuca y movió el cabello oscuro que caía en ondas hasta los hombros.
—Las dos amiguitas que contrataste para ayudarme no han aparecido. ¡Son las doce de la tarde! Estoy aquí desde la siete cosiendo como una perra loca.
—¡Ay ya! Por favor marica mío, acabo de llegar y todo son quejas. Aun no me bebí el café y ya quiero irme a dormir de nuevo. «Si no fuera porque hace tan bien su trabajo ya lo estaría mandando a tomar por culo, o mejor no, seguro que eso no es castigo para él».
Aledis contoneó su cuerpo mientras se dirigía hacia el teléfono, buscó el número en la agenda y marcó. Tras escuchar un par de tonos una voz adormilada se escuchó al otro lado de la línea.
—¿Qué?
—¿Cómo que qué? Levanta el trasero de la cama y ven a trabajar, Lorena; y dile a tu amiguita que venga, ¡necesito que se presenten en media hora o estarán despedidas! —tras proferir la amenaza colgó con una sonrisa en el rostro.
—Eres una perra —murmuró, Elián.
—Lo sé, así me quieres y ser jefa implica ser dura. Ahora vuelve al trabajo que los diseños no se harán solos y en eso eres el mejor. —Guiñó un ojo con coquetería y chasqueó los dedos.
—A sus órdenes, señora perra. —Su amigo dio un giro completo simulando ser una bailarina de ballet y se alejó camino de la trastienda.
No pudo hacer otra cosa que sonreír y admirar el caminar de su loco compañero.
—¡Qué bonito trasero tienes! Si no fueras marica ya te tendría en mi cama.
—¡Ni en tus sueños! —gritó, antes de desaparecer por la puerta que se dirigía al taller.
Se sentó tras del mostrador y comenzó a jugar con el teléfono para matar el tiempo en lo que aparecía algún cliente. Había pasado media hora cuando el timbre de la puerta sonó, alzó el rostro y miró al hombre que se encontraba en el interior del establecimiento. Lo escuchó susurrar un: «Buenas tardes» y ponerse a divagar observando las prendas masculinas. Lo siguió con la mirada sin levantarse del asiento. No era el típico comprador, ni siquiera parecía tener el dinero suficiente para pagar una sola prenda expuesta.
Su aspecto era de un hombre de unos treinta años. Lucía una barba descuidada de varios días sin rasurar, el cabello azabache se veía igual de desaliñado, con algunos rizos rebeldes sobre la frente. Los ojos almendrados mostraban timidez, sin ser capaz de dejar la visión directa en algún lugar. Caminaba con lentitud, casi encorvaba con ligereza el cuerpo como si intentara cubrirse. Vestía un pantalón de chándal gris y unas deportivas algo polvorientas. En el torso masculino se ceñía una camiseta blanca que dejaba ver restos de sudor en el cuello y en la espalda, como si viniera de hacer ejercicio. La verdad, tenía un lindo físico.
«Ay no, espero se haya puesto desodorante. Mejor será que lo despache rápido». Se levantó del asiento y caminó hacia él.
—¿Puedo ayudarlo? —dijo a la vez que le ofrecía la mano para que se la estrechara—. Mi nombre es Aledis y soy la propietaria.
El desconocido tenía algo que hacía saltar todas sus alarmas de protección. En el momento en que le acercó la mano decidió que no quería ningún contacto físico con él.
«Que no me toque por favor, que sea maleducado. Señor te lo ruego, ya sabes que no te pido mucho».
—Soy Brais, encantado. —Sus ruegos no sirvieron, ambas palmas se juntaron en un enredo de dedos y los sintió arder al contacto.
Fue una descarga eléctrica, algo que nunca le había ocurrido.
Con rapidez se apartó, lo único que podía hacer era disimular el mal trago que aquella sensación le provocaba. Ella no se podía permitir ningún tipo de sentimiento sin importar cuáles fueran. Sentir era sufrir.
Por unos segundos observó su rostro y lo que vio le agradó, así que decidió sacar en él más defectos. La nariz era picuda y algo grande, los labios finos. «Como siga dejándose crecer la barba va a parecer que no tiene boca, pero mira que es feo es atractivo el desgraciado. ¿Atractivo? No, para nada, es feo como el demonio».
—Encantada, Brais, ¿en qué puedo ayudarte?
—Buscaba una camisa.
«¡Ay no! Y si decide probársela todo lleno de sudor». Lo observó en un recorrido desde el último cabello de la cabeza hasta la punta de los pies y continuó de forma amable.
—Creo que debes ser una talla 36 o 38, ¿estoy en lo cierto? —Sonrió con falsa dulzura.
—¡Ah, no es para mí! Es el cumpleaños de mi mejor amigo, él suele vestir este tipo de ropa.
La respuesta fue un golpe directo a su ego.
—¿A qué te refieres al decir “tipo de ropa”? «Se queja de mi trabajo, lo que me faltaba».
Esperó una respuesta frunciendo los labios y dando leves golpes en el suelo con el tacón. Brais abrió mucho los ojos y tuvo el descaro de ruborizarse.
—No se ofenda, no quise desvalorizar sus diseños. Todo aquí es hermoso, pero míreme, no luciría en mí. —Lo vio sonreír dejando al descubierto una dentadura casi perfecta.
«Dios mío, no lo dejes sonreír más, cada vez lo veo más atractivo. Aledis, cálmate, de guapo no tiene nada, que mal se debe sentir viéndose al espejo todos los días».
—No hable así, seguro estaría guapísimo con alguno de mis diseños, créeme hacen milagros. —En cuanto se percató de su metedura de pata se tapó la boca con la mano—. Quiero decir, lo que quería... —El hombre comenzó a reír y el sonido le provocó un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo.
Tenía una risa varonil, ronca, casi musical. Digna para un espécimen atractivo y no para aquel… Era mejor no entrar en detalles, porque ya había quedado claro que a ella no le gustaba ni le parecía guapo.
—No se disculpe, no hace falta, me pasa más de lo que crees. —Bajó la mirada apenas un segundo, nervioso—. Mi amigo es talla cuarenta, le gusta el color negro.
—Está bien, vamos a ver qué tenemos aquí para su amigo —la forma en que pronunció la frase fue como si la gruñera. Estaba enfadada consigo misma.
De nuevo quedaba en evidencia y no comprendía el porqué. Aledis no era una persona amable ni dada a las alabanzas, pero solía comportarse de forma correcta con los clientes. Para su suerte, o tal vez desgracia, su empleado interrumpió el vergonzoso momento.
—¡Perra! ¿Esas zorritas amigas tuyas vienen hoy o mañana? —se escuchó el grito de Elián y segundos después apareció en la tienda.
—¡Tenemos clientes! —balbuceó elevando la voz—. ¿Puedes controlar tu vocabulario?
—Ay, lo siento. —Su amigo colocó una mano en la cadera fingiendo estar avergonzado—. Si llego a saber que había un muchachote me habría arreglado el cabello. —Caminó hacia Brais y se presentó—. Me llamo Elián, pero los hombres pueden llamarme como ellos quieran. Soy el socio de la pelirroja, lo que ves aquí… —Señaló con el dedo a la mercancía—. Lo hice, ¡Ah!
Eli ahogó un grito al sentir el tacón clavarse en su pie. Se lo tenía merecido por hablar de más.
—Suficiente, marica, yo puedo atenderlo. Por favor, retírate. —Le dedicó una mirada homicida que no daba alternativa a réplicas y lo observó alejarse molesto y cojeando.
Antes de entrar al taller se dio la vuelta y contempló al cliente.
—¡Espero verte pronto, muchachote! —Su compañero le lanzó un beso y desapareció en el interior de la trastienda.
Avergonzada carraspeó y se dirigió a Brais.
—Discúlpalo, es mi mejor amigo. A veces me hace pasar vergüenza.
El hombre mostró una media sonrisa y negó con la cabeza.
—No te preocupes, sé que, a veces, nuestro entorno nos juega malas pasadas; sin ir más lejos la persona que me trajo aquí me hace vivir muchos momentos como éste.
A Aledis no le importaba lo más mínimo la vida de ese hombre. Lo único que quería era que comprara y se marchara con rapidez para que su presencia dejara de perturbarla.
—Tal vez ambos deberíamos despedir a nuestros amigos —bromeó, ella tenía muy claro que Elián era esencial en su vida y en su negocio.
Brais sonrió y la observó por primera vez sin apartar la mirada. Un silencio incomodo se hizo entre ellos y lo rompió mostrándole un par de camisas.
—¿Crees que algo así le gustará? —Lo siguió con la mirada mientras ojeaba los productos hasta decantarse por uno de ellos.
—Sabes elegir, estoy seguro de que ésta le encantará.
Agarró la prenda y se dirigió detrás del mostrador. Cuanto antes cobrara el importe, antes se marcharía y, con suerte, también se evaporaría esa horrible sensación que le provocaba. Era como si ese hombre fuera el dueño de sus peores pesadillas, de sus peores temores, de sus más ocultos deseos. Aledis no quería pensar en eso, así que se excusó diciéndose a sí misma que los clientes que visitaban su negocio eran de otro estilo y lo que le ocurría era que sentía vergüenza ajena.
—Tiene un costo de doscientos euros.
—Pagaré con tarjeta, ¿se puede? —El desecho de virtudes dejó a la vista su reluciente cartera y una incontable cantidad de diferentes tarjetas bancarias.
—Sí, claro que sí, su amigo se pondrá muy contento con el regalo.
—Eso espero, no todos los días se cumplen treinta años. —Aledis cobró el importe e introdujo la camisa en la bolsa.
—Qué pase un feliz cumpleaños y gracias por su compra, espero volver a verlo pronto por aquí.
«¡No vuelvas, por favor!».
Brais estrechó su mano y no le quedó otro remedio que corresponder al gesto mostrando una sonrisa.
—Gracias, yo… ya me marcho.
Lo observó mientras caminaba indeciso hacia la puerta, antes de salir se dio la vuelta para mirarla. La forma en que la observaba le erizaba el vello y la ponía alerta. Como si con su simple presencia ese hombre le dijera que aquella no sería la última vez que se cruzarían. Una voz interna le gritó que su vida acababa de cambiar sin percatarse y que, su perfecta existencia cargada de Glamour, estaba por dar el primer paso para comenzar una caída al vacío, solo que ella aún no lo sabía.
—¡Qué buenas horas de llegar, Lorena! —Se levantó del asiento sin dejar de observar a su amiga y a la mujer que la acompañaba. «Debe estar de broma, ¿quién es esa?». La sola visión de la mujer la dejó en shock. Era como ver su pasado, el que tanto quería ocultar, contonearse en su cara y reírse de ella. —Hola, Aledis; disculpa que llegue tan tarde, me surgió un contratiempo —la estridente voz de Lorena la hizo elevar la comisura del labio superior con un gesto de coraje. —Ya me imagino, una noche sin dormir abriéndote de piernas para el primero que encontraste. —Movió la mano intentando quitar importancia a su malintencionado comentario. Así es como se sentía segura. Siendo una perra, no permitiría a nadie más entrar a su corazón y menos permitiría que la dañaran. —¡No seas tan burra!, no fue el primero que encontré. Charlé con él durante una hora en un pub. —Lorena señaló a la chica a su lado—. Ella es Remedios, mi vecina y tu nueva trabajado
Eran las ocho de la tarde, Aledis cerró la cortina de metal hasta la mitad dando por terminada la jornada. Pasó todo el día atendiendo clientes gracias a la falta de personal. «No entiendo por qué las dependientas siempre firman su renuncia, si soy un encanto». Caminó hacia la trastienda donde se encontraba Elián y sus dos nuevas contrataciones. Al pasar junto a la puerta escuchó las risas de los empleados.—Reme, cariño, en un rato la señora tengo un palo metido en el trasero estará molestando por aquí.«¿Señora palo metido en el trasero? ¿A quién se referirá el marica?». Se detuvo a escuchar, ya que la curiosidad era uno de sus defectos.—Gracias por avisarme —Remedios suspiró apesadumbrada—. Espero que esté satisfecha con mi trabajo y no tome en cuenta mi aspecto.—L
—¿Cuántas vueltas vas a dar? Envía el puñetero correo.Brais sabía que su amigo estaba molesto con su indecisión. Después de poner en orden los pendientes de la empresa, Cristian le dio una idea para acercarse a la pelirroja de sus sueños.—No puedo, lo tendré que enviar al correo de su tienda. Quizás ella no es la que lo lee.—Todo en esta vida tiene un riesgo, no es que te vaya a ver la cara la persona que lo reciba.—No puedo. —Negó con insistencia.—Entiendo, la verdad es que estás aspirando a una tremenda mujer. No obstante, piensa que eres un hombre exitoso; eso sí, en las sombras, porque yo soy tu imagen.«¡Vaya! Al final él cabeza hueca de mi mejor amigo dijo algo coherente. Es cierto, él es mi imagen». Una sonrisa pícara apareció en su rostro.<
No sé qué decir, nunca nadie me dijo palabras parecidas. Si eres Elián y estás riéndote de mí me las pagarás, y si no eres él por favor no escriba a este correo; porque si no es esa loca la que se está doblando en la silla leyendo el mensaje, lo hará en cuanto lo vea.Que no estoy diciendo que sea feo. ¡Pero qué cosa más cursi! Y a la vez lindo. Me siento contradictoria, puede que me arrepienta de lo que voy a escribir, sobre todo porque me estoy pintando las uñas y se me estropeará el esmalte. La curiosidad mató al gato, pero creo que tengo algo de felina. ¿Podrías escribirme a mi correo personal?: perrapelirroja#correomail.com disculpa el nombre, lo creó para mí un amigo que estoy odiando mucho en estos momentos. Ahora que lo pienso debería cambiar la contraseña. No sé por qué respondo, quiz
Se encontraba sumida en sus pensamientos, observando los miles de resultados de la búsqueda en el navegador, pero sin llegar a verlos. Rozaba el teléfono moviendo la imagen de la pantalla hacia arriba y abajo sin observar ningún punto, el llanto de su madre resonaba en la mente por más que deseaba olvidarlo. Sin percatarse de las emociones que su propio cuerpo le enviaba dejó escapar una lágrima.Remedios y Elián la miraban desde la puerta de la trastienda.—¿Qué le ocurre?—No lo sé. Siempre se pone mal cuando habla con su familia, Reme.—Pero colgó el teléfono —susurró—. Mi madre murió hace varios años, nunca conocí a mi padre. Daría lo que fuera por recibir una llamada de ella.—Reme, ¡¿cómo dices eso?! ¡Qué horror! &iq
El teléfono tembló en sus manos mientras luchaba con las lágrimas que le entorpecían la visión. «¿Acaso estoy loca? ¿Así de falta de cariño estoy?, le mandé mi número a un desconocido». Se arrepintió, pero ya era tarde. Momentos después la canción que indicaba una llamada entrante comenzó a sonar. Observó la pantalla a la vez que se limpiaba las mejillas.—No puedo. «Hace muchos años que dejé la debilidad ante la gente».Esperó que se extinguiera el sonido, pero minutos después volvió a sonar. Decidida deslizó el dedo y descolgó, pero no fue capaz de hablar sin que se quebrara y rompiera en llanto.—Aledis —la voz masculina pronunciando su nombre la hizo estremecerse. «Dios mío que sonido tan hermoso&raq
Aledis casi llegaba a la casa de su familia cuando una voz la hizo darse la vuelta.—Pero ¡qué tenemos aquí! Un bomboncito de chocolate blanco con relleno de fresa —escuchó la voz de un joven de no más de diecisiete años.—¡Cállate, imbécil!—¡Vaya boca la de la niña! —dijo el amigo que lo acompañaba.—Si quieres quitarte ese mal genio, podemos hacértelo pasar muy bien, tía buena.Se horrorizó al saber lo que significaban aquellas palabras. Odiaba regresar a ese barrio de marginales.—Enanos, cuando se quitéis los pañales podéis volver. Soy mucha mujer para tan poca cosa. —Enredó la mano en el cabello y con un movimiento de cabeza lo apartó.Continuó su camino a la vez que escuchaba tras ella un insulto.—Guarra.Sonrió
—¡Qué hice! —Brais gritó tras poner fin a la llamada.Soltó el teléfono en el césped y con ropa incluida se dejó caer al agua. Necesitaba despejar la cabeza así fuera ahogándose. El remordimiento por usar el nombre de su amigo lo estaba desgarrando. Se encontraba feliz por escuchar de nuevo la voz de esa mujer. Saber que su presencia en la vida de ella era igual de necesaria le provocó que no quisiera alejarse de Aledis así tuviera que mentir para obtenerlo. ¿Pero usar a Cristian? Eso era caer muy bajo, por más que no estuviera preparado para enfrentarse al mundo. Se dejó hundir hasta el fondo, cerró los ojos y aguantó la respiración. El único sonido que lo rodeaba eran unos latidos que le resultaban atronadores. Necesitaba alejarse de todo, por Dios necesitaba ahogarse, Cris no iba a perdonarlo.Unos brazos lo arrastraron fuera del a